miércoles, 5 de octubre de 2011

MISCELANEA DE HISTORIA DE CANARIAS (XIII)





 NOTAS AL DIARIO DE LAS HERMANAS CASALON (V)


Eduardo Pedro García Rodríguez

(Viene del capitulo anterior)

Tras los gremios desfilaban las cofradías, siendo las más pomposas las dos hermandades sacramentales, que precedían a las andas, y a continuación de ellas, marchaban los clérigos, cerrando la procesión las autoridades civiles y el omnipresente ejército representado por un batallón de milicianos, todos colocados en riguroso orden conforme sus prerrogativas, los gremios encabezados por el escribano del cabildo y las cofradías por el notario eclesiástico.
  
El Cabildo lagunero, representante de la élite insular, a lo largo del siglo XVIII se va impregnando de las ideas de los ilustrados y comienza a rechazar el espacio que ocupaba las tradiciones populares en las fiestas del Corpus. Acepta los planteamientos impuestos por las clases dominantes. Así Lope de la Guerra expone que “los muchachos y otras personas sin atender al objeto de los cultos, se embisten pelean y hacen otros desacatos a fin de hurtar los ramos y las personas que se dedican a la danza son comúnmente carniceros y otros semejantes y que, siempre que haya personas decentes para ella le parece muy decente el que la haya”. De igual opinión, es su hermano el marqués de la villa de San Andrés: “no concibe por obsequio ni culto el bailen delante del Santísimo un racimo de baladrones que bailan mal”, ante tan ilustradas aseveraciones, el cabildo decide suprimir los bailes en la procesión. Es evidente el desprecio que el grupo dominante manifiesta hacía el pueblo llano, especialmente a los carniceros, posiblemente éste desprecio rayando en el odio sea debido a que algunos de los antepasados de éstos supuestos descendientes de conquistadores, sufrieron en carne propia el mayor y más denigrante castigo que los guanches infligían a sus prisioneros de guerra  consistente en hacerles actuar de carniceros, castigo que estaba basado en tabú de la sangre.

Según expone acertadamente don Manuel Vicente Hernández <<...la Fiesta del Corpus resume como ninguna el carácter de expresión viva del cuerpo social, y por tanto trasluce los prejuicios sociales de los regidores. Ello es así porque a la par que centra en la Sagrada Forma el punto capital del acontecimiento, se proclamaba el paradigma más simbólico y representativo de aquella sociedad en un ordenamiento rigurosamente jerárquico y piramidal>>. Más adelante nos dice<<...La batalla por la preeminencia y el afán por superar a los demás, origina también notables disputas entre la ordenes regulares y las autoridades eclesiásticas y civiles. Entre ellas destacan las del visitador del obispado, Domingo Pantaleón Álvarez de Abreu, en 1715 con los dominicos santacruceros por la colocación de altares en las calles cuando esto sólo es atributo de la parroquia en el día del Corpus, el pleito entre el mismo convento y el alcalde real en 1790 ante la negativa de los religiosos a enviar recado político a éste para asistir a la procesión.>>

Queda claro que el binomio entre los poderes civiles y eclesiásticos tienden a  un mismo fin, que es el de mantener a un pueblo ignorante y sumiso fácil de explotar, en beneficio de  ambas instituciones. Para ello no dudaban en presentar a  los creyentes simples, una deidad de corte hebreo terrible vengativa y sanguinaria, capaz de mantener en un fuego eterno a todos aquellos que osasen poner en tela juicio las decisiones o simples caprichos de sus amos y señores, estos castigos que, aunque terribles, eran promesa de futuro, se veían complementados con la realidad inmediata, de ello se encargaba la “santa inquisición” quien no dudaba en aplicar horrorosos tormentos sin cuentos o quemar vivos los pobres desgraciados que eran acusados de cualquier herejía que no fuese cristiana. En la mayor parte de sus actuaciones, el “santo” tribunal de la inquisición actuaba por denuncias que estaban motivadas por rencillas personales, por intereses políticos o eclesiásticos e incluso con el sólo fin de apoderarse de los bienes de los denunciados en beneficio del propio tribunal. Por todo ello, el tribunal constituía uno de los basamentos que la iglesia ponía a disposición del estamento político como eficaz instrumento de dominio sobre el pueblo llano y sobre algunos individuos contestatarios o molestos para el sistema.

Este instrumento al servicio de los poderes implantados tuvo especial incidencia en Canarias como consecuencia del hecho “diferencial”, pues si bien, los poderes políticos aparentemente se afianzaban en el estamento militar, la verdad es que éste como tal no existía, entre otras razones por lo costoso de su mantenimiento. Por consiguiente, la oligarquía se valía del poder represor moral de la iglesia para mantener la sumisión e ignorancia del pueblo, pues es bien sabido que el clero siempre a practicado dos doctrinas de un mismo predicamento, una para los poderosos y otra para  los oprimibles.

La tan  celebrada por algunos autores, integración o fusión de las culturas aborigen y europea, no deja de ser una falacia histórica más, pues si bien el pueblo canario se vio obligado a aceptar las nuevas normas impuestas por la situación de pérdida de la libertad y consiguiente sumisión a los europeos, no es menos cierto que, éstas, fueron aceptadas dotándolas de una manera de hacer y de ser propias, totalmente diferenciadas de los modos europeos por lo cual no se puede decir que el pueblo guanche se fusionase con el español.

Por otra parte, éstos, jamás se integraron totalmente en la sociedad  canaria, como sería natural en un pueblo que llega, precisamente porque al establecerse como conquistadores, crearon un círculo cerrado de autodefensa  y dominio a la par que de desprecio hacía el pueblo sometido lo que, naturalmente, impidió la tan falazmente divulgada fusión de ambos pueblos.

Esta situación real motivó que la iglesia católica desarrollase enormes esfuerzos en sincretizar la teogonía del pueblo sometido, como ejemplos más palpables tenemos los de la Chaxiraxi, única deidad guanche que “vino de fuera”,  pues las demás “aparecieron” en  lugares cultuales guanches, tales como el pino santo de Terure, Gran Canaria, el pino santo de las Nieves, La Palma o el pino santo de La Victoria, Tenerife, lugares éstos entre otros muchos, donde los guanches rendían culto a la madre naturaleza, sacralizando determinados pinos, dragos, fuentes de agua y ciertos accidentes geográficos como Tindaya, El Teide, Roque Nublo, Idafe, Tarucho, Garajonay, montañas de Taco, en Ofra,  y Los Silos etc., con otros muchos de menor entidad.

Estos lugares fueron objeto de  sincretización por parte de la iglesia católica, por ello vemos multitud de sitios donde se han erigido Templos, Adoratorios, Ermitas y multitud de cruces cristianas en toda nuestra geografía, y que anteriormente estuvieron ocupados por santuarios guanches, anatematisando aquellos lugares cultuales que no podían destruir o que eran de difícil acceso y control, entre los cuales cabe destacar los denominados “bailaderos”  de las brujas, o los barrancos conocidos como del infierno.

La importancia de los árboles en la teogonía guanche era tal que, en las primeras datas concedidas a raíz de la conquista, se daban como referencias de reconocida entidad de los linderos, la existencia de pinos, dragos y palmeras, algunos de los cuales eran denominados como santos. Todo éste proceso de cristianización culmina en las fiestas del Corpus, en cuyo trasfondo lo que en realidad se está celebrado son antiguos ritos primaverales de fertilidad y de regeneración de la vegetación, es decir, de la vida, y por consiguiente, de culto a la naturaleza.

 (10) EL OBISPADO DE TENERIFE

 

El poder no duda en emplear cualquier método que contribuya a perpetuarse, la metrópoli haciendo suya la antigua máxima romana de “divides y vencerás”, a procurado siempre fomentar por todos los medios posibles (que son casi todos) avivar y mantener vigente en todo momento el denominado “pleito insular”, pleito que como es sabido viene siendo sustentado por los poderes políticos dependientes del exterior y con el decisiva apoyo del aparato colonial, así pues, los poderes fácticos imperantes en el siglo XIX no dudaron en fomentar las rivalidades entre las  mal llamadas islas mayores en un tema tan vital como la desmembración del obispado de Canarias. Así pues, empleando como excusa la necesidad que experimentaban las islas occidentales del archipiélago de una mayor atención espiritual por parte del prelado, la cual se argumentaba que no era del todo sastifáctoria entre otras cuestiones,  por las consecuencias del “hecho insular.” Así a finales del siglo XIX, los criollos ediles laguneros Tomás de Nava y Grimón y Fernando de la Guerra y Hoyo,  vieron en la figura de su conciudadano Cristóbal Bencomo, por la situación de concurso interesado de los medios de comunicación sociales insulares, así como por las grandes cadenas de los medios de comunicación del estado español.


Un sector tan decisivo en el control social de una comunidad como es la iglesia católica, no podía escapar de las intrigas del poder, máxime, cuando ésta es parte importante y relevante influencia que éste ocupaba en la corte española, la posibilidad de retomar la vieja aspiración de crear dos mitras en Canarias.   

El primer antecedente para dotar a la isla de Tenerife de una colegiata, había sido iniciativa del obispo de Canarias don Antonio Tavira y Almazán, quién pretendió fusionar para éste fin los beneficios de las parroquias que existían en La Laguna, pero las secuelas de la antigua rivalidad de las villas de arriba y abajo sostenida por ambas parroquias hicieron fracasar el proyecto.

A raíz de la implantación de las cortes de Cádiz en 1812, se posibilitó la reestructuración política y administrativa colonial del Archipiélago Canario, alcanzando también al pleito eclesiástico, que se venia entablando entre Tenerife y Gran Canaria.

Los diputados tinerfeños Key, Llarena y Franchy presentaron en las Cortes de la metrópoli en 1813, una exposición en la que pedían la creación de un obispado para las cuatro islas occidentales, con sede en la entonces capital de Canarias la ciudad de La Laguna de Tenerife. En septiembre de1814, el monarca español dispuso el nombramiento de un obispo auxiliar para el de Canaria en lugar de aprobar la erección de un obispado en Tenerife.
  
Las causas que motivaron esta decisión de Fernando VII fue sin duda alguna las presiones recibidas por parte del ayuntamiento y cabildo catedral de Las Palmas, quienes se oponían a la división del obispado proponiendo como solución a las demandas espirituales expuestas por los disputados tinerfeños el nombramiento de auxiliares o visitadores de la confianza del obispo titular de canaria don Manuel Verdugo y Albiturria, quien por esas fechas gozaba de muy precaria salud, falleciendo en su ciudad natal Las Palmas el 12 de septiembre de 1817.

Como es natural, la decisión del monarca español no gustó a los políticos en Tenerife, donde se aceptó como un mal menor y transitorio en espera de conseguir los fines deseados.

El 21 de diciembre de 1819 por fin tuvo lugar la división del obispado de Canaria y la erección del de Tenerife, el 27 del mismo mes fueron elegida el vicario capitular y gobernador por el cabildo catedralicio. La elección recayó en don  Pedro Bencomo Rodríguez quien fue elegido el 27 de diciembre de 1819. En febrero de 1882, don Pedro renuncia al cargo, siendo sustituido por don Hilario Martinón,  que a sus ves presentó la renuncia en  julio de 1824, siendo elegido por segunda vez don Pedro Bencomo quien se mantuvo en el cargo hasta julio de 1824.

Ante los continuos esfuerzos llevados a cabo por el obispado de Canaria, para evitar el afianzamiento del joven obispado Nivariense, figuras tan antagónicas en lo político como Antonio Ruiz de Padrón diputado por Tenerife y el arzobispo de Heraclea don Cristóbal Bencomo Rodríguez, trabajaron conjuntamente por mantener la existencia de la diócesis de Tenerife, enfrentándose a la infatigable actividad desplegada para conseguir la reunificación del obispado de Canaria, del magistrado don Juan Bautista Casañas de Frías diputado especial del cabildo catedralicio de Las Palmas en Madrid, durante los años 1820 y 21, y del doctoral  don Graciliano Afonso, quien lo sustituyó en el cargo tras hasta finalizar el trienio liberal.

Las gestiones realizadas por el doctoral, culminaron con la obtención de un dictamen de la  comisión eclesiástica de las Cortes de mayo de 1822, mediante el cual se ordenaba la supresión del obispado de Tenerife hasta el arreglo definitivo del clero.

Este dictamen de las Cortes suponía sin duda la muerte del obispado de Tenerife, pero el incansable empeño de los diputados tinerfeños Ruiz de Padrón y don José Murphy quienes para este evento contaron con el inestimable apoyo e influencia de don Cristóbal Bencomo, y la coincidencia de  la llegada de las tropas de Angulema, evitaron la total supresión de la diócesis Nivaríense.

  

EL PRIMER OBISPO CATÓLICO  DE TENERIFE


Con inusitada rapidez, en 1824 se inician los trámites para la provisión del obispo de Tenerife. De la terna presentada a la Cámara de Castilla compuesta por coadjutor de obispo de Caracas, fray Domingo de los Silos Moreno, del deán de Orense don Luís Folguera y Sión, y don Manuel Chamorro de Torres, canónigo de Santiago, el monarca español eligió al deán de Orense Luís Folgueras, quien fue preconizado por el Papa León XIII en el consistorio del 27 de septiembre de 1824, si bien la consagración no tuvo lugar hasta enero de 1825, como consecuencia de las modificaciones que hubieron de introducirse en las bulas de nombramiento, al no estar éstas conforme con las regalías de la corona de España.

Folgueras, llega a Tenerife el 4 junio de 1825, siendo recibido solemnemente en su catedral el 19 del mismo mes. Desde el principio de su gobierno tuvo frecuentes choques con la oligarquía local y con el cabildo catedralicio, gozando de poca popularidad entre su rebaño.  Es evidente que los tinerfeños deseaban que la diócesis fuese ocupada por un canario, y el especial talante del nuevo obispo no contribuyó a disipar el malestar que el nombramiento de éste había suscitado en el pueblo. Individuo que se manifestaba acérrimo



defensor del oscurantismo, y de un genio sumamente suspicaz, que en todo veía perversidad de ideas y cercanías de rebelión. 

Otro de los factores que jugó en contra de la maltrecha popularidad del obispo fue la inspección que por orden del ministerio de Gracia y Justicia, tuvo que realizar a la Universidad de San Fernando de La Laguna, la cual había sido denunciada ante el Gobierno por vicios de administración y por el corto número de estudiantes que acudían a sus aulas. Como consecuencia de los primeros informes emitidos por Folgueras, se procede al sierre de la Universidad de San Fernando de La Laguna, hecho que no aumentó la popularidad del prelado. Con las rentas de la extinta Universidad, se crea un seminario diocesano el cual tampoco tuvo mucha vida, pues abrió sus puertas en octubre de 1832 y tuvo que cerrarlas en julio de 1834, entre otras causas por la oposición de su propio cabildo catedral, quien se opuso a que se destinaran al centro de formación las rentas eclesiásticas que disfrutaba la Universidad, y que parte de ellas bajo la custodia del cabildo, y del que varios de sus miembros habían formado parte del Claustro universitario.

Durante los 23 años que duró el gobierno eclesiástico de don Luís Folgueras, éste estuvo continuamente enfrentado con las instituciones eclesiásticas hasta el punto de que las tensiones internas transcendieron del ámbito insular llegando al Gobierno y la Nunciatura, quienes trataron conjuntamente buscar una solución al conflicto, para ello aprovecharon las negociaciones de las vacantes episcopales del año 1847, designando a don Luis, para la vacante archidiócesis de Granada, en cuya sede falleció el 28 de octubre de 1850.
Llegada a La Laguna del primer Obispo de Tenerife Folguera. El artista recogió en las figuras de los balcones a los principales representantes de la burguesía lagunera.


 

 



(11) EL REGIMIENTO DE LA ALBUERA

 

Como consecuencia de las acciones arbitrarias del prelado don Luís Folguera, el descontento por parte de determinados sectores de la sociedad tinerfeña, fue en aumento hasta el punto que un ciudadano que momentos antes había abandonado la compañía de Baco,  osó arrojar algunas piedras contra las vidrieras de la casa de Su Ilustrísima. Este acto debió hacer aflorar los miedos que el obispo venía acumulando desde su nombramiento para la sede nivaríense, nombramiento que le obligaba a abandonar su querida Galicia, para trasladarse una colonia africana y que el prelado al principio de su nombramiento supondría habitada por salvajes.


El prelado fue diligente en enviar un extenso informe al Gobierno de la Metrópolis, solicitando el envío urgente de fuerzas militares expedicionarias para  sofocar una revolución que sólo existía en la mente calenturienta de su eminencia.

Atendiendo a petición del obispo, el Gobierno ordena la movilización del Regimiento de Infantería Albuera, 7º ligero, con el pretexto de que en Tenerife, debía unirse a las fuerzas expedicionarias de castigo con destino al virreynato de México, donde por cierto no pasaron de Tampico, y tuvieron que retirarse a La Habana. Este Regimiento que estaba de guarnición en Ceuta, pasa urgentemente a la isla de Tenerife con orden expresa de que se situase en La Laguna un destacamento.

La veteranía de éste Regimiento, en sofocar rebeliones y alzamientos estaba suficientemente demostrada en las actuaciones que el mismo  había llevado a cabo en las colonias americanas, donde era empleado como fuerzas de choque, es decir, de “machuco y limpia”. Una de las vicisitudes por la que pasó el Regimiento tuvo lugar el 31 de agosto 1812, cuando era transportado en una fragata de gran porte con destino a Montevideo (Uruguay). Por motivo de un gran temporal, la fragata naufragó en el río de la plata y como consecuencia perecieron más de 600 integrantes del Regimiento, en la que sin duda fue la mayor tragedia marítima habida en el río de la plata.

Casualmente, estas fuerzas expedicionarias tenía prevista su actuación en la ciudad de Montevideo, una ciudad que, como todos sabemos había sido fundada en 1726, por colonos canarios (especialmente de Tenerife), siendo gobernador de Buenos Aires Bruno Mauricio de Zabala. La ciudad fue concebida para frenar la penetración portuguesa proveniente de Brasil. En el transcurso del tiempo, y con el auspicio de los Británicos, formó un estado intermedio entre Argentina y Brasil.

La labor desarrollada por los canarios en el territorio que después sería la República Oriental del Uruguay, desde sus comienzos hasta la consecución de su independencia en 1828, ha quedado bien patente en los grandes logros conseguidos por éste país, en materia de educación, sanidad, industria y comercio, siendo uno de los pequeños países americanos que cuentan con un menor índice de analfabetismo.

Al objeto de armar a las milicias que pudiesen continuar fieles a Madrid, el Regimiento transportaba 3.000 fusiles, cantidad de armas de que las milicias canarias jamás habían poseído en toda su historia.

El Regimiento aportó a Santa Cruz de Tenerife, el 11 de marzo de 1827, al mando del teniente coronel  mayor don Miguel Peirson, y por los comandantes de batallón don Ventura de Córdoba y don Pedro Villanueva. Como es habitual en estas acciones, las tropas y oficiales fueron aleccionados de que tenían que enfrentarse a un pueblo salvaje, brutal y sanguinario, al que no debían dar cuartel, así las tropas desembarcaron municionadas y armadas hasta los dientes dispuestas a aplastar la revolución de los nativos.

Grande debió ser el asombro de los expedicionarios al desembarcar en Santa Cruz, y encontrar una ciudad totalmente pacifica, no debió ser menos el sobresalto de los santacruceros al ver avanzar a aquel Regimiento y a sus individuos ir tomando posiciones estratégicas en la ciudad.

El general Uriarte capitán general de la “Provincia de Canarias”, acertadamente ordenó retirar las fuerzas expedicionarias de las calles de Santa Cruz, y una vez superado el susto y vuelta la calma a la ciudad, aprovechó la coyuntura para distribuir las tropas como guarnición en todas las islas. En el reparto le tocó un destacamento a la isla de la Gomera, la que hasta la fecha no había tenido destacamento fijo de las fuerzas regladas. Como en el ánimo de los ejércitos expedicionarios españoles de la época  imperaba la idea de que, tanto los jefes como las tropas,  podían saquear impunemente aquellos territorios coloniales a donde eran destinados, algunos componentes del Regimiento de Albuera no dudaron en llevar a la práctica esa norma a la menor oportunidad. Así, el destacamento enviado a la Gomera, a las órdenes  del teniente Pantaleón Guerra, individuo de baja catadura moral como otros muchos jefes y oficiales del mismo Regimiento. Acogido benignamente en su casa por don Domingo Roldán, el teniente Guerra, le mostró su agradecimiento saqueándole la casa, compinchado con el patrón de una embarcación pirata y con la mayor parte del destacamento abandonó la Gomera llevándose los caudales de su benefactor.

De lo relajado de la moral del mencionado Regimiento nos ofrece una muestra el hecho de que el 1 de abril de 1827, las tropas de este cuerpo se declararon abiertamente en insubordinación al negarse a efectuar las maniobras ordenadas por sus mandos. El motivo del plante  fue debido a la excesiva rigidez disciplinaria impuesta por el coronel jefe, ya que frecuentemente los soldados eran apaleados por las más mínimas faltas teniendo que ser conducidos al hospital con graves heridas y contusiones recibidas en los castigos. Esta situación sirvió como pretexto, pero la verdad era que varios oficiales con ideas ultra realistas deseaban sumarse al alzamiento de Cataluña, plan que no tuvo éxito debido a la rápida depuración de los mandos presuntamente implicados.

Como la historia se repite, muchos años más tarde por la década de los ochenta del siglo XX, los legionarios del tercio “don Juan de Austria” fueron destinados como fuerzas de ocupación en la isla de Fuerteventura. Una vez que abandonaron la ex “provincia” del Sahara, cayeron como plaga de langostas sobre la isla, corrompiendo las hasta entonces buenas costumbres y alta moral de sus habitantes. Los excesos cometidos por los individuos de este cuerpo fueron tales y de tal naturaleza, que obligó a los políticos dependientes a salir a las calles en  unión de los vecinos en públicas manifestaciones,  solicitando a las autoridades de la metrópoli la retirada de la isla de este cuerpo militar.

Uno de los muchos actos de bandidaje cometidos en la isla por legionarios, fue protagonizado por un grupo de éstos,  quienes  después de cometer una serie de tropelías contra la población civil, robaron una embarcación con la que abandonaron la isla.

Octubre de 2011.

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