lunes, 23 de enero de 2012

MISCELANEA DE HISTORIA DE CANARIAS (XVII) -VIII

 NOTAS AL DIARIO DE LAS HERMANAS CASALON (XIV)
 
12, ALZAMIENTOS,  MOTINES  Y REPRESIÓNES EN CANARIAS (I)
 
Eduardo Pedro García Rodríguez
 
Después de finalizada la conquista de las diferentes islas, el sometimiento de los vencidos no fue total tal como los conquistadores hubiesen deseado, produciéndose en diferentes épocas y por distintas causas alzamientos contra el férreo gobierno que mantenían los estamentos dominantes en las islas y que, con diferentes métodos continúan manteniendo.

Durante los alzamientos y motines protagonizados por el sufrido pueblo canario, los poderes dominantes no han dudado un ápice en emplear los métodos represivos más inhumanos, sanguinarios y desproporcionados. Desde pasar a cuchillo a poblaciones enteras, colgar masivamente en murallas y plazas, extrañar y condenar a galeras, hasta las prácticas relativamente recientes de arrojar a los detenidos al mar introducidos en sacos, atados de píe y manos y con un peso añadido (Pandullo) para asegurar el hundimiento del condenado, o arrojarlos a profundas cimas como la de Jinamar en Gran Canaria. 

En carta súplica dirigida al General Franco por el Obispo de Canaria, Antonio Pildain y Zapiain, rogando la conmutación de la pena de muerte al patriota Juan García Súarez “El Corredera”, el Obispo se expresas en los siguientes términos:
 
    «Excelentísimo Señor don Francisco Franco Bahamonde, Jefe del Estado Español.
 
    Excelentísimo Señor: Yo, Antonio Pildain y Zapiain, obispo de la diócesis apostólica de Las Palmas, me veo en la obligación, como pastor de almas y padre espiritual de los canarios, de pedirle la conmutación de la pena capital de Juan García Suárez, condenado a muerte en un consejo de guerra celebrado en esta plaza. Esta muerte sería muy mal vista en Canarias, donde no pasó nada, puesto que todas las barbaridades que aquí se cometieron fueron por parte de los nacionales y no de los republicanos. No quisiera ahondar mucho en el tema y recordarle a V.E. todo lo que ocurrió en esta isla,( y especialmente en la sima del Jinamar, donde murieron miles de personas.)»

A lo que añadimos nosotros, o en profundos  pozos naturales como en Las Cañadas del Teide, donde eran arrojados de manera masiva, o enterrarlos en los montes, han sido algunos de las fórmulas represivas sufridas por los canarios. Sin que entremos a reseñar los diferentes métodos de tortura empleados en sus cuarteles por las denominadas fuerzas de seguridad del Estado Español en Canarias.

Vamos a dar un breve repaso a algunos de los alzamientos y motines que han tenidos lugar en el transcurso de nuestra historia, los cuales narraremos en la forma más breve posible para no cansar al lector, y para no extendernos en exceso en unos hechos que, aunque son conocidos ya que han venido jalonando nuestra historia, han sido poco divulgados, y que, en todo caso, son prácticamente desconocidos por las generaciones actuales.

EL MOTÍN DE LANZAROTE EN 1475

Año 1475: Después de dos días de movimiento popular contra la tiranía de los asesinos Diego García de Herrera e Inés Peraza, liderado por el joven Juan Mayor, el lunes 20 de agosto, se reúnen gran número de vecinos ante escribano, y dan extenso poderes a Juan Mayor y Juan de Armas (canarios) para que, pasando a la Corte, expusieran las quejas de los vecinos contra el señorío de Diego de Herrera, un tirano sin fe ni ley, despótico, vengativo, concusionario y expoliador, ávido de rapiña y posible hijo putativo. Con el poder redactaron un amplio dossier en el que exponían los agravios y ofensas sin cuento que los vecinos de Lanzarote venían recibiendo por parte del despótico Diego de Herrera, al tiempo que se declaraban fieles y respetuosos súbditos de la monarquía.  Los mensajeros, fueron despachados, y con facultad para negociar hasta la suma de 15.000 maravedises, para los gastos de litigio garantizados por los principales sublevados.

Los emisarios llegaron a España, pero enterado previamente de su llegada, Pedro García de Herrera, primogénito de Diego de Herrera, los izo seguir por cuatro forajidos de su confianza los cuales una jornada antes de llegar a Córdoba, los asaltaron, robándoles los documentos, secuestrándolos y manteniéndolos encerrados hasta que la reina, enterada del asunto, ordenó ponerles en libertad. Mientras tanto en Lanzarote,  Diego de Herrera y su mujer continuaban atrincherados en su casa fuerte auxiliados por unos cuantos vasallos que les permanecían fieles.

Casualmente en diciembre de 1476, aportó una carabela portuguesa y los vecinos que continuaban formados en consejo, decidieron embargarla fundándose en la guerra que mantenía la corona de Portugal con la de Castilla. Herrera creyó oportuno aprovechar la ocasión para vengarse de sus enemigos y tratar de recuperar parte de su poder y envió secretamente a su hijo Fernán Peraza a negociar con el capitán de carabela la ayuda  de éste y la de los marineros, a cambio de una buena recompensa si conseguían con la tripulación y los pocos soldados que le habían permanecido fieles, detener a los principales vecinos sublevados.

Después de liberar a la tripulación portuguesa, esta en unión de las tropas de Herrera consiguen tomar por asalto La Villa de Teguise. Herrera  elige a doce vecinos de los más significados, y sin ningún tipo de juicio, inmediatamente hace ahorcar a seis de ellos, confiscando los bienes de todos los detenidos con los cuales pagó a los lusitanos. Los restantes seis vecinos que esperaban su turno en los calabozos para correr la misma suerte, pudieron escapar de la prisión embarcándose en una nao española que afortunadamente se encontraba en la rada, estos vecino eran Pedro y Juan de Aday, Juan Ramos, Francisco García y Bartolomé Heneto. La reina de Castilla, enterada de los excesos del sanguinario Herrera, expidió una carta de seguro a favor de los perseguidos isleños. A Herrera y su mujer les convocó a la Corte, y mientras se dilucidaba el derecho de Inés Peraza al señorío de las islas ya conquistadas, le concedió Real  facultad para crear mayorazgo en las personas de sus hijos sobre los bienes y vasallos que poseía en las islas Canarias. Pero como entre truhanes anda el juego, la reina aprovecha la ocasión para hacerse con los derechos de conquista que la casa de Herrera poseía sobre las islas de Tenerife, La Palma y Gran Canaria, a cambio de pasar por alto los desmanes de Herrera y su mujer, más cinco cuentos de maravedises y el título de Conde de La Gomera.

Las capitulaciones que fueron firmadas en Sevilla, ante el escribano Bartolomé Sánchez de Porras, el 15 de octubre de 1477. Unas vez más, la corona española hace prevalecer sus intereses a costa de la supervivencia de los pueblos que, en teoría, dice defender, vulnerando los más elementales principios de justicia.

En cuanto a los sobrevivientes a las iras de Herrera, debieron tener algún tipo de protección por parte de la Corona, pues vemos a algunos de ellos tomando parte activa en la conquista de la isla de Gran Canaria, y posteriormente las de La Palma y Tenerife, en ésta última los Aday recibieron datas en El Valle de Güímar, y en Heneto.

Año 1487: Muerto el Señor consorte de las Canarias, García de Herrera el 22 de junio de 1485, en su casa fuerte de Ventancuria, la viuda distribuye la herencia entre sus hijos, desheredando al primogénito Pedro García de Herrera  por ser distraído, el segundo Sancho de Herrera, obtuvo cinco dozavas partes en las rentas y producto de Lanzarote y Fuerteventura, con la propiedad de los islotes de Alegranza, Graciosa, Lobos y Santa Clara; doña María de Ayala recibió cuatro dozavos en aquellas mismas dos islas y doña Constanza las tres dozavas partes restantes. Fernán Peraza, hijo mimado por su madre, heredó por mejora de ella las islas de La Gomera y el Hierro, en cuya posesión estaba cuando  la conquista de Canaria.

PRIMER ALZAMIENTO DE LA ISLA DE LA GOMERA 

Las continuas tropelías, exacciones y vida licenciosa llevada por el joven y pervertido Fernán Peraza, motivaron que las quejas llegaran al trono de España, mandado a llamar a la Corte por la Reina Isabel y, oídos los cargos que pesaban sobre el libertino por la venta como esclavos de doscientos de sus súbditos gomeros, con la connivencia de unos patrones de Naos de San Lucar de Barrameda, la Reina, como era habitual en ella arrimó la braza para su sardina, y castigó al disoluto Fernán Peraza a casarse con la ninfómana y, según algún autor, experta en horcas y doctora en envenenamientos, Beatriz de Bobadilla, quien era dama del afecto del Rey Fernando. ”Matando así la reina dos pájaros de un tiro”.

Retornado Fernán Peraza a su feudo de La Gomera, en compañía de su flamante y Cristiana esposa, fortalecido por haber salido airoso de su pleito en la Corte, la que además de por las razones anteriormente expuestas, necesitaba mantener buenas relaciones con los señores de las islas, para desarrollar sus planes de conquista de las denominadas islas realengas, futura base de abastecimiento de los navíos destinados a las empresas de saqueo de América, y punto de apoyo para la extracción de esclavos en el continente, y aún en las propias islas. Comenzó de nuevo a dar riendas sueltas a sus pasiones, exigiendo de sus vasallos crecidos tributos y alcabalas, creando nuevos tributos que ni el uso autorizaba ni aquellos desgraciados gomeros podían soportar para satisfacer a su despiadado señor en sus dispendiosos gastos y locas prodigalidades.

La tiránica actitud de Fernán Peraza, terminó por colmar la paciencia del pacífico pueblo gomero, produciéndose un alzamiento generalizado en toda la isla. No teniendo Peraza y su mujer en la isla quien los defendiese, custodiado por una guardia de lanzaroteños que estaban a su servicio se encerraron en la torre o fortaleza que está situada en la llanura de San Sebastián, y allí se defendieron algunos días de los ataques de los gomeros, que los tenían sitiados, con deseo de vengar las injusticias de que eran  victimas.

Viendo Fernán Peraza, que le era imposible sostener aquella situación por mucho tiempo, encontró el medio de enviar un mensaje a su madre residente en Lanzarote solicitando ayuda contra los sublevados. Al recibir el mensaje Inés Peraza, reunió a algunas tropas con las que contaba en aquel momento y en dos carabelas y algunos barquichuelos que estaban en la rada las envió al Real de Las Palmas con una carta dirigida a Pedro de Vera, solicitándole ayuda para su hijo, en virtud de los pactos que mantenía con la corona, rogándole tomase el mando de las tropas y barcos, y se dirigiese a La Gomera para castigar la insolencia de aquel rebelde pueblo. Vera que por esos días estaba inactivo en el Real, sin poder saciar su permanente sed de sangre, recibió la invitación como caída de su cielo personal, aceptó con placer la invitación que se le dirigía, uniendo a los soldados lanzaroteños algunos españoles y canarios y embarcó rumbo a la Villa de San Sebastián de La Gomera, llegando a tiempo de evitar la rendición de Peraza y los suyos, quienes acuciados por el hambre y la sed, estaban a punto de entregarse a los sitiadores.

Los sublevados al ver la llegada de la flotilla comandada por Vera, al prever que en ella venía gran cantidad de tropas de La Santa Hermandad de Sevilla, (Tropas de mercenarios equivalentes a la Legión Extranjera de nuestros días) armadas hasta los dientes decidieron  una retirada estratégica, hacía los sitios más escarpados de la isla.

El General Vera desembarcó tranquilamente, sabiéndose dueño de la situación, siendo recibido como un salvador por Hernán Peraza y su candorosa esposa, que se apresuraron a obsequiarle con esplendorosos banquetes y festejos, mientras que escuadrones de canarios perseguían a los gomeros huidos por los agrestes montes de la isla, apresando indistintamente tanto a sublevados como a inocentes, en cantidad de más de doscientos, entre hombres mujeres y niños, los cuales fueron embarcados por Vera hacía Canaria, y posteriormente para España, donde fueron vendidos como esclavos, de esta manera  cobro Vera los gastos de la expedición en ayuda de Peraza.

SEGUNDO ALZAMIENTO DE LA ISLA DE LAGOMERA 
La experiencia vivida no le sirvió a aquel mancebo soberbio y rencoroso para modificar su actitud hacía sus indefensos vasallos. Cuando se consideró seguro en su dictatorial gobierno de la isla, volvió a repetir con más crudeza si cabe, sus actos de despotismo, de arbitrarias rapacidades y de  ruines venganzas. Arrastrado por sus vicios y no contento con su mujer, violaba a cuantas jóvenes destacaban en la isla por su gentileza y hermosura. Entre éstas destacaba una llamada Iballa, que habitaba en Guahedún en unas cuevas del mismo nombre, la cual Peraza quería hacer víctima de sus livindosos deseos. El viejo Pablo Hupalupu, hombre mascota y adivino, al que tenían por favorecido de espíritus superiores, advertido de la ofensa que el tirano meditaba convocó a sus parientes y amigos más próximos en un islote cerca de Tagualache, que después sería conocido por La Baja del secreto, y acordaron poner los medios necesarios para impedir este nuevo ultraje.

Puestos de acuerdo los conjurados con Iballa, decidieron que esta diera una cita al fogoso Peraza, en la cueva de Guahedún donde le recibiría acompañada de una vieja parienta que estaba en el secreto y, a una señal convenida apresarían al tirano. Hernán Peraza, no tardó en acudir a la llamada de la bella Iballa, haciéndose acompañar de un paje y un escudero, sin sospechar de la celada que se le preparaba, entró solo en la encueva, en cuanto traspasó la puerta de ésta, comenzaron a oírse unos silbidos en los alrededores siendo esta la señal de los conjurados para pasar a la acción. Inmediatamente cercaron la colina donde se ubica la cueva y, deteniendo al paje y al escudero, creyeron asegurada su venganza. Iballa para disipar cualquier sospecha de su complicidad en el acto, instó al tirano a que se disfrazara de mujer y huyera antes de que sus parientes llegaran a la cueva. Ante la imprevista sorpresa, turbado por la situación el galán acepto ponerse unas sayas y una toca; pero la vieja, que seguía los acontecimientos gritó a los suyos: «Ese es, prendedle». Peraza que la oyó, retrocedió y despojándose de las ropas femeninas, tomó la adarga y sacando su espada se adelantó con ánimo decidido hacía los asaltantes. En lo alto de la cueva estaba apostado un pariente de Iballa llamado Pedro Hautacuperche, quien al ver salir a Peraza le arrojó su banot con tal fuerza y puntería que le atravesó el pecho matándolo en el acto. Al verle caer los sublevados ajusticiaron también al paje y al escudero, fieles servidores de los desmanes de su señor. Al ver consumada su venganza, los sublevados gritaron «Ya se quebró el gánigo de Guahedún» aludiendo a que con aquel acto, quedaba roto cualquier pacto que hubieran mantenido con la casa de Peraza, pactos que acostumbraba sellar bebiendo leche de un  gánigo.

Enterada del suceso Beatriz de Bobadilla se encerró con sus hijos y algunos servidores fieles en la torre, no sin antes despachar una barca a Gran Canaria en demanda de nueva ayuda al gobernador Pedro de Vera. Mientras los gomeros deseando reconquistar totalmente su independencia pusieron cerco a la torre dirigidos por Hautacuperche. Éste dio pruebas de un valor sin cuento en el asalto a la torre, recogiendo en el aire las saetas que desde las troneras les disparaban los defensores, precisamente uno de estos alardes fue aprovechado por dos de los defensores, mientras uno amagaba con disparar, otro situado en un nivel más alto le atravesó el pecho con un pasador, cayendo así el héroe gomero. 
 
Pedro de Vera teniendo en cuenta lo rentable de su anterior intervención a favor de los Peraza, y conociendo bien la ruta a La Gomera, preparó concienzudamente la expedición genocida y de saqueo. Llevaba consigo cuatrocientos hombres mercenarios veteranos de La Santa Hermandad de Sevilla que gozaban de justa fama por despiadados y sanguinarios insaciables. Dos meses después del ajusticiamiento de Hernán Peraza, que había tenido lugar en noviembre de 1487, Pedro de Vera desembarca en San Sebastián al frente de sus feroces tropas. Los gomeros atrincherados en los lugares más inaccesibles de la isla hacían frente a los continuos ataques de los españoles causándoles numerosas bajas. Vera, ante los pocos avances que conseguía en la operación de castigo que se había prometido tan fácil como la llevada a cabo anteriormente,  desesperaba en su campamento, por ello, optó por recurrir una vez más al engaño, conociendo la bondad y credulidad de los isleños, ideo un ardid propio del canalla que era. Pretextado la celebración de unas exequias por el difunto Hernán Peraza, mando a pregonar al son de trompetas y tambores, anunciando que aquellos isleños que no concurriesen serían considerados como autores o cómplices del ajusticiamiento. Engañados por el pregón, muchos gomeros que no estaban comprometidos con el alzamiento acudieron a la iglesia el día señalado por el pérfido Vera. Una compacta multitud de mujeres, hombres y niños, con el afán de probar su inocencia, se dirigieron a la villa y según se iban acercando al templo el general los acorralaba en lugar apartado y cuando juzgó inútil todo disimulo, los declaró prisioneros, sin oír sus justas protestas ni sentir el menor remordimiento por su criminal acción.

Tan pronto Vera tubo a los desgraciados y estupefacto gomeros, desarmados y a su alcance, condenó a muerte a los varones mayores de quince años procedentes de los distritos de Orone y Agana, y, a fin de que la ejecución fuese más rápida y ejemplar, ahorcó en grupos numerosos, pasó a cuchillo, empaló, a otros cuarteó y mandó poner sus trozos en caminos y otros lugares, a otros, embarcados en  lanchas y atados los brazos a la espalda con un peso atado a los píes, los echaba al mar en sitios bastante alejados de la costa, a otros hizo cortar píe y manos dejándolos vivos para que se desangraran lentamente. Las mujeres y los niños fueron enviados en un aviso y vendidos en España. Un grupo de mujeres y niños fue remitido a Lanzarote, como parte del botín para Inés Peraza, ésta ordeno al patrón del navío que los llevaba llamado Alonso de Cota, que los arrojase en alta mar. Un buen número de niños y niñas fue repartido por Vera entre los mercenarios que le acompañaron. Así, dejando La Gomera más despoblada que pacificada, y cristianamente castigada, Pedro de Vera regresó a Gran Canaria.

Este horrible genocidio que fue prolongado a Gran Canaria, para mayor escarnio, tuvo su simulacro de juicio en La Gomera, por el cual Pedro de Vera aprovechó para continuar su orgía de sangre, implicando en el alzamiento a los gomeros que residían en Gran Canaria, en declaraciones arrancadas a los desgraciados que sometió a horribles torturas. De regreso a Las Palmas el feroz genocida, hizo prender en una noche a todas las familias gomeras -unas trescientas- que moraban en la isla condenando a muerte a los hombres y a perpetua esclavitud a las mujeres y niños. La hecatombe fue de tal magnitud que obligó a intervenir al obispo Fr. Miguel de la Serna, con lo cual consiguió que Vera acelerara la muerte de los desdichados, además de recibir la promesa de Vera de que si no cesaba en sus protestas le podría en la cabeza un casco calentado al rojo vivo y le volaría con pólvora.

Cuando Vera fue cesado en  la gobernación de Gran Canaria, en diciembre de 1489, en la corte fue recibido por los reyes de España con cariñosa solicitud y marcada benevolencia, a pesar de que tenían pleno conocimiento de los horribles crímenes cometidos por el carnicero, no solo no lo recriminaron, sino que lo destinaron a la tala de la Vega de Granada, y luego al  sitio de la ciudad. Con esta actitud tomada por los monarcas quedó en entredicho la supuesta política proteccionista de los reyes católicos hacía los canarios.

El Obispo de Canarias al ver mermado de manera alarmante el número de sus ciervos y por consiguiente de sus diezmos, por la acción depredadora de Pedro de Vera y Beatriz de Bobadilla, interpone recurso ante la corona alegando que los gomeros vendidos tanto por Pedro de Vera y sus factores como por Beatriz de Bobadilla, eran cristianos, por lo cual no podían ser vendidos.

Por tanto, el Obispo exigió la intervención de la corona a favor de los esclavizados gomeros, ésta que tenía entre manos los planes para la invasión y saqueo de América, además del Continente y, por consiguiente era vital el mantener las cordiales relaciones que hasta el momento sostenía con el Pontífice Romano, verdadero árbitro en la distribución de las nuevas tierras a esquilmar y por las que litigaban las coronas de Castilla y Portugal,  accedió a los requerimientos del obispo, ordenando la puesta en libertad y regreso a las islas de los esclavos gomeros vendidos por Pedro de Vera y Beatriz de Bobadilla. Como la situación creada no era fácil de resolver mediante un decreto, la mayoría de los desdichados gomeros fueron ocultados por sus amos y por los mercaderes. Los que tuvieron la oportunidad de regresar a su patria, debieron pasar por una serie de vicisitudes de las cuales nos ocuparemos en el capitulo correspondiente.

ALZAMIENTO DE LA ISLA DE LA PALMA

Año 1490: Alonso Fernández de Lugo y sus tropas de mercenarios y excarcelados, desembarcan en el puerto de Tazacorte. Después de emplear las argucias menos heterodoxas que imaginarse pueda, y tras algunas escaramuzas con los cantones que se habían preparado para la defensa, consigue con engaños y en un acto de traición, sorprender a Tanausú y sus guerreros en la entrada de la Caldera de Taburiente. A partir de este momento, comenzó el saqueo inmisericorde de la isla capturando y esclavizando a los nativos tanto de los bandos guerra como de paces, los cuales fueron remitidos a los mercados esclavistas de España, conjuntamente con las pieles de los ganados depredados, orchilla y demás despojos. Con el botín enviado a España y formando parte del mismo, iba el valeroso caudillo palmero Tanausú, quien prefirió dejarse morir de hambre antes que llevar una vida de esclavo, protagonizando así, la primera huelga de hambre que tubo lugar en Canarias.
Dada por sometida la isla, el esclavista Fernández de Lugo, reparte el dominio de las tierras y aguas despojadas entre los mercenarios que le acompañaron en la aventura y entre los mercaderes que le financiaron la operación. Dejando un presidio de guarnición y un gobernador, regresa a España para dar cuenta a los reyes católicos de los resultados de tan “gloriosa victoria”, y solicitar las capitulaciones para la conquista de la isla de Tenerife.

Los continuos desmanes que los conquistadores que quedaron en la isla, sometían a los atribulados palmeros, acabaron por agotar la proverbial paciencia de éstos, quienes decidieron alzarse contra el férreo gobierno de los extranjeros. Estando Lugo, enfrascado en la invasión de la isla de Tenerife, recibió noticias de la rebelión de los benahoritas y no queriendo ausentarse de esta isla, envío como su lugar teniente a la de La Palma (Benahuare) a  Diego Rodríguez de Talavera con una partida de treinta mercenarios. Llegados a la isla reunieron a un contingente de palmeros de los bandos de paces y con el resto de la guarnición, inició una operación de castigo, consiguiendo reducir a los alzados más que por las armas, por la argucia y engaños. Una ves cautivos, Talavera ejecuto ejemplar y cristiana justicia en los por segunda ves vencidos palmeros, pasándolos a cuchillo, ahorcándolos y, mandándolos vivos a la pira.

PRIMERA RECONSTITUCIÓN DEL MENCEYATO DE ADEJE

Año 1502: La situación bélica continua siendo inestable, en la isla de Tenerife, última del Archipiélago en ser conquistada, si bien los españoles dan por sometida a la isla desde 1496, la realidad es que una buena parte de la población guanche continua sosteniendo una guerra de guerrillas contra el invasor, atacando los asentamientos europeos, asaltando los hatos de ganados recuperando así parte de lo que habían sido despojados por los conquistadores. Éstos no podían organizar campañas militares contra  los denominados alzados por carecer de efectivos suficientes ya que las tropas mercenarias tuvieron que ser licenciadas ante la imposibilidad de Lugo y sus financiadores de la conquista, para continuar sosteniendo la nómina del ejército de mercenarios, los pocos soldados que decidieron quedarse en la tierra como colonos, más las tropas de indígenas auxiliares de las otras islas, eran insuficientes para mantener la seguridad de los recién implantados poblados europeos. Además, Lugo en su insaciable sed de rapiña, estaba inmerso en la preparación de una armada para la captura de esclavos y saqueo de las costas del continente, en la que obligó participar a un buen numero de conquistadores y guanches de paces, actitud tiránica habitual en el conquistador, que motivó el que varios vecinos y guanches de paces elevaran sus quejas ante el trono de España.

A pesar de las inhumanas acciones represivas llevadas a cabo por los invasores, la resistencia opuesta por un importante núcleo del pueblo guanche iba en aumento, haciendo temer a los conquistadores la inminente  expulsión de éstos. Una de las medidas tomadas para tratar de sofocar la resistencia consistió en crear bajo coacciones y amenazas cuadrillas de guacheros formadas por guanches adictos o sujetos a los españoles, que eran además perfectos  conocedores de los escarpados parajes de las sierras donde se refugiaban los alzados, y donde los invasores no atrevían a penetrar. Así, entre otros acuerdo que había venido tomando el Cabildo referente a la represión de los guanches resistentes, el 19 de enero de 1500 dispone: «que visto el mucho daño en la isla  hacen los esclavos que cualquier esclavo que se huyere de hoy en adelante, que muera por ello, y si fuere muger que le den cien azotes y le echen de la tierra.»

Los innumerables atropellos de que eran víctimas continuamente los infelices guanches por parte de Lugo y su panda de desalmados, tuvieron eco en la corte, por ello el Consejo de Castilla trata de poner freno en lo posible a los desmanes del Adelantado quien en su afán de rapiña ni siquiera respetó las condiciones pactadas con los bandos de paces. El 29 de marzo de 1498, el Consejo remite orden al Obispo de Canaria y al gobernador de la isla de Gran Canaria, López Sánchez de Valenzuela para que informe sobre la demanda presentada por el procurador Rodrigo de Bentazos, en nombre de los bandos de Adeje, Abona, y Gúímar, acusando a Alonso de Lugo gobernador de Tenerife de haber vendido a gran número de canarios de éstos bandos a pesar de las paces que asentaron con Pedro de Vera, de su condición de cristianos y de la ayuda que le prestaron en la conquista de Tenerife. Con la misma fecha se remite orden a dicho gobernador de Gran Canaria para que tenga en secuestro a los guanches de los bandos de Adeje, Abona y Güímar, que están en poder de Alonso de Lugo, hasta que los reyes decidan sobre ellos. A pesar de la diligencia de Rodrigo de Bentazos, Lugo ya había vendido 700 almas de las 1.000 que había apresado de los bandos de paces quedando bajo la responsabilidad de Valenzuela 300 desgraciados sometidos a esclavitud por el conquistador y sus secuaces.

Paralelamente a las gestiones de  Valenzuela, el Consejo ordena al licenciado Maluenda, juez de término de Sevilla, para que informe sobre los canarios de los bandos de Adeje, Abona y Güímar, precisando si realmente son cristianos, donde y por quien fueron bautizados si eran de paces y si guardaron estas, y se unieron a Alonso de Lugo, cuando éste fuera a la conquista de la isla de Tenerife, obedeciendo las ordenes del conquistador y auxiliándole con mantenimientos.

Por julio de 1498, se desplaza a Tenerife el gobernador de Gran Canaria, López Sánchez de Valenzuela, con comisión de secuestrar (poner bajo amparo) a todos los guanches indebidamente esclavizados -según la terminología de la época- siendo recibido por el teniente Trujillo ya que, -casualmente-, Lugo se había trasladado a La Gomera, pregonándose por toda la isla la cédula real de que era portador y sacando de las casas de los aprehensores a los esclavizados. Esta actuación del Gobernador alarmó a los secuaces de Alonso de Lugo, quienes protestaron la justa medida aduciendo además que con la puesta en libertad de los esclavos, la isla habría de ser conquistada de nuevo, tratando de ocultar con este planteamiento el verdadero motivo que impulsaba a los mercenarios a privar de libertad a los guanches que no era otro  que el desmedido afán de enriquecerse comerciando con seres humanos.

Ante esta actuación de López Sánchez de Valenzuela, siguiendo ordenes del Consejo de Castilla,  el esclavista se vuelve más cauto en sus razzias sobre los naturales, tal como expone en una carta dirigida al Cabildo el 29 de Julio de 1498, y que sirvió de base para una nueva ordenanza persecutoria contra los guanches:

 «De acá fueron ciertos esclavos. Estos y los que se apregonaren serán de quien los tomase; y llamad todos los vecinos y facer vuestras cuadrillas de todos los ombres sueltos, y fáganse cinco o seys  que bayan  a buscar todos. Y yo los do byen tomados, salvo los de Adexe y Abona  y Anaga y Guymar; que todos  se dé por cada uno mill maravedís. Y esto tomad por máxima y por byen, para que por esto haced vuestros pregones; y por ésta lo prometo y asy lo prometer, y con toda diligencia. Que mucho vos ama = Alonso de Lugo. 

Una de las cuadrillas de guancheros, cuya formación fue forzada por la genocida y ninfómana Beatriz de Bobadilla, y por el teniente de gobernador  Jerónimo Valdés, fue la constituida por varios guanches de la familia real de Tacoronte, menceyato que habiendo sido de los bandos de guerra, en estas fechas colaboraban con los conquistadores, posiblemente debido a algún pacto secreto llevado a cabo antes de la batalla de La Jardina, (Aguere) como veremos más adelante.

El 25 de noviembre de  1502, el Cabildo se reúne en la incipiente iglesia de La Concepción, y trata entre otras cuestiones de la formación de la cuadrilla de guancheros formada por los Tacorontes. Por esas fechas estaba preso en la cárcel de la villa don Diego de Adeje, posiblemente hermano del mencey, quien estaba recluido por sospechas de acoger y ayudar a los alzados. Los Tacoronte, aprovecharon la oportunidad para conseguir diplomáticamente la libertad del infante, el cual posteriormente tuvo una participación decisiva en la digresión de los alzados  en el reino de Adeje, vemos como se discurrió la mencionada sesión, «E luego pareçió ende presente Simón e Fernando Tacoronte e Gaspar e Francisco de Tacoronte, guanches, e por lengua de Guillén. E hizieron un requerimiento al dicho señor alcalde mayor Pero Mexías que estava presente, que por cuanto el señor Gobernador Alonso de Lugo e por la señora Bovadilla e regidores les ha sydo mandado que tomen los guanches alçados ladrones, que ellos están presto de lo hazer e cumplir e trabajar en ello con todo su poder, con tal que les sean dado los mantenimientos y espensas necesarias y las otras cosas; e que por cuanto al presente el señor alcalde tiene preso a un guanche que se dize don Pedro de Adexe, el cual sabe la tierra del reyno de Adexe do andan los alçados, que por tanto se lo mandase dar e que ellos se obligavan e obligaron con sus personas e bienes muebles e raíces para se lo dar cada que se lo pediese e demandare, so pena sus personas a merced del rey e los bienes perdidos.» 

A esta protocolaria solicitud, el alcalde mostró su conformidad a la petición de los Tacoronte, pues ya tenía preparada la estrategia para tratar de minar la unidad de los alzados, valiéndose del ascendiente que tanto don Diego de Adeje como los Tacoronte tenían sobre algunos de los alzados, por ello se mostró conciliador: «E luego el señor alcalde dixo que lo requerido por los dichos guanches le parece bien, pues que le dan fiador de la faz que les da el dicho guanche; que pedía a los señores regidores le digan su parecer:»  «E luego todos los dichos regidores dixeron e parecer es que al dicho guanche que asy está preso se lo de el dicho alcalde a los dicho guanches para sacar los dichos alçados, pues que es servycio de Dios e bien e pro de la isla; con tanto quel dicho alcalde reciba fiança bastante de la haz del dicho guanche.». El arbitrario encarcelamiento de don Diego de Adeje, queda expuesto por el propio alcalde al exponer a los regidores el fundamento de su decisión: «E luego el dicho alcalde respondió al voto e parecer de los dichos regidores, en que dixo que en presencia de todos, que la señora Bovadilla le encomendó la vara de justicia, con acuerdo de todos ellos, para que él feziese justicia a servicio//de Dios e de sus altezas, y que el dicho guanche él le tenía preso por ciertas querellas que del dieron, de las cuales el dicho alcalde ha quesydo saber la verdad y no ha hallado por do pueda proceder contra él por ningún rigor de justicia, e que el dicho guanche está preso y que él no lo ha soltado fasta más yformar, y que pues al parecer de tos los señores regidores e suyo es que el dicho guanche puede aprovechar  para ayudar a tomar los alçados que andan robando la tierra e vecinos della, e que le plaze dar en fiado a todos los cuatro guanches que hezieron la dicha obligación, para que cada e cuando se lo pediere el alcalde u otro juez lo pornán en la cárcel segund que se obligaron.»

Es evidente que la fracción del  pueblo guanche que ofrecía resistencia al invasor, iba ganando en número y en organización pues se incrementaban con muchos guanches de los bandos de paces y un considerable número de gomeros conformes éstos comprobaban en propia carne los verdaderos designios que le tenían reservado los conquistadores. Así, los alzados de los distintos menceyatos en julio o agosto de 1502, deciden reconstruir el Menceyato de Adeje. En este menceyato desde los tiempos míticos hasta un siglo antes de la conquista  había residido el gobierno universal de la isla, proclamando mencey al noble adejero Ichasagua, uno de los nobles que no se acogieron al tratado de los Realejos. Era Ichasagua  guerrero enérgico y de poderosas fuerzas, de pocas palabras y hombre de acción. Fue vencedor en varias ediciones de los juegos Beñesmeres, siendo hombre valeroso y de gran sagacidad y serenidad. Estableció su corte en la fortaleza de Ahiyo, entre Adeje y Arona, señalándose por la tamusni, en la falda sur de la montaña de Hengua la cueva Menceya como parte integrante del auchón real.

La proclamación del Mencey Ichasagua, conmovió los inseguros cimientos de la recién implantada sociedad europea. Comprendiendo Lugo todo el alcance político que tenía un hecho de esta naturaleza, en un país que no estaba totalmente pacificado, ordena la invasión del territorio de los alzados aprovechando para esta operación las fuerzas que estaba preparando para sus correrías y saqueo del continente. Decreta la prisión del príncipe Izora, hermano de don Diego de Adeje, Pelinor. (El cual fue rescatado por los Tacoronte como hemos apuntado más arriba) Y la invasión del menceyato de Adeje,  por dos puntos distintos. Un grupo de  tropas españolas apoyadas por guerreros isleños especialmente canarios y guanches de paces, superando las cumbres desembocaba por  Chasna. (Jun hoy en día en la zona suscite el topónimo los guanceros)  Este ejército iba comandado por Guillén Castellano, lanzaroteño, Jerónimo Valdés, (quien durante esta acción  violó a la mujer de D. Diego de Adeje) Sancho de Vargas, Andrés Suárez Gallinato y Francisco Espinosa. Simultáneamente, desembarcaba por la playa de Los Cristianos el mercenario flamenco mal llamado borgoñón, Jorge Grimón, al frente de 50 espingarderos y ballesteros, portando además socorros alimenticios para las tropas que habían penetrado por las cumbres.

Según la tamusni, estas fuerzas se pusieron en contacto y recorrieron el territorio sin poder librar una verdadera batalla, ya que Ichasagua, conociendo las tácticas de combate de los españoles, ordenó a sus tabores que se desplegaran por todas partes; pero en cuanto el ejército invasor se fraccionaba en columnas  los alzados se concentraban y arremetían contra los conquistadores, trabando encarnizados combates, de los cuales salieron siempre victoriosos los guanches gracias a la nueva estrategia empleada por Ichasagua y porque ya eran muchos los guanches que tenían armas europeas arrebatadas a las tropas españolas durante los encuentros mantenidos con éstas y especialmente en la gran batalla de Acentejo. Estas escaramuzas se mantuvieron varios meses sin resultados positivos para los invasores. Las pérdidas y el desgaste que estaba sufriendo el ejército español por los nuevos métodos de guerrilla empleados por Ichasagua, obligaron al adelantado a cambiar de táctica, empleando las argucias políticas y de engaño que tan buenos resultados le habían dado en campañas anteriores. Así decidió replegar las fuerzas dejando a algunos guanches comprometidos con su causa, los cuales tenían por misión sembrar la discordia entre los Tabores de los alzados.

Retomemos la cuadrilla de guancheros formada en La Laguna por don Pedro de Tacoronte, sus parientes y el príncipe Izora, éstos mantienen contactos secretos con determinados Sigoñes de los tabores de Ichasagua, trasmitiendo una serie de promesas de parte de los conquistadores, las cuales por otra parte como era habitual en ellos jamás cumplían. Por fin don Pedro de Tacoronte en compañía de otros notables consigue reunir en Tagoror  a algunos de los sigoñes alzados en un lugar a Abona que posteriormente se conocería como Los Parlamentos, en el Valle de  San Lorenzo, Arona.

Llevaban los comisionados poderes del adelantado para negociar la paz bajo las mismas condiciones del tratado de Los Realejos, con olvido de todo lo pasado; proposiciones que acabaron por aceptar los principales alzados siempre que el Mencey Ichasagua entrara en el concierto.

Aceptado el principio de acuerdo, la asamblea se dirigió hacía el actual pueblo de Arona, al lugar denominado El Llano del Rey, el cual hasta  fines del siglo XVIII en los documentos oficiales se cita como El Llano del Rey Ichasagua. Cuando llegó la comitiva a presencia del Mencey encontraron a éste píe rodeado de algunos de sus consejeros, mirando al numeroso grupo que se le aproximaba al frente del cual venía el infante Izora, cuando éste llegó a su presencia y después de dirigirle un saludo le dio a conocer su misión y las proposiciones de paz. El Mencey Ichasagua sin corresponder al saludo de Izora, sin pronunciar una sola palabra recorrió con la mirada los rostros de todos los circunstantes como tratando de adivinarles el pensamiento, tiró de pronto de un puñal que llevaba al cinto y se lo hundió en el pecho. Así, cumpliendo con la tradición de sus ancestros, mediante el suicidio ritual murió el penúltimo Mencey guanche, sin siquiera molestarse en dar repuesta a las propuestas que el verdugo Alonso  Fernández de Lugo le trasmitía a través de unos traidores.

 Tras el fallecimiento del Mencey Ichasagua, algunos de los conjurados aceptaron las paces propuesta por los conquistadores y consiguieron arrastrar consigo a muchos de los alzados. La historia es testigo del poco honor que los españoles hicieron a lo pactado como es habitual en ellos. Otros, los más indómitos se dispersaron por las cumbres y montes manteniendo viva la lucha contra el invasor. Con el transcurso del tiempo, unos se fueron integrando en la nueva sociedad, otros, continuaron su lucha y su vida en las zonas más inaccesibles de nuestra geografía, y si bien con el tiempo las acciones de guerra se fueron aminorando, no es menos cierto que estos alzados jamás se rindieron al invasor, por tanto, podemos afirmar que aún continuamos en guerra con la potencia invasora, en una especie de tregua indefinida no declarada.

La conflictividad social en las islas Canarias, ha sido una constante durante más de cinco siglos de opresión de un sector minoritario y pudiente de la población, sobre el resto de la misma. El sector más desprotegido, se vio siempre sometido, primero con la esclavitud, después por una situación de vasallaje, y posteriormente, obligados a sobrevivir bajo las férreas estructuras caciquiles, las cuales no escatimaban -ni escatiman- medios para dominar todas las etapas productivas del país, sumiendo al pueblo en el más abyecto estado de miseria y embrutecimiento hasta bien entrado los años sesenta del pasado siglo XX.
 
Enero de 2012.

Tomado de: www.elcanario,net

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