lunes, 27 de agosto de 2012

CAPITULO III: DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO XV


EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

 

CAPITULO III: DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO XV

 

 

Eduardo Pedro García Rodríguez



1431 - 1440

1431. Don Fernando de Calvetos (de Calverita, de Talmonte), de la secta católica de los O.S.H., es nombrado obispo de Rubicón, el 1 de febrero, por el Papa Martín V.

1431. Fray Juan de Baeza, de la secta católica de los O.F.M., primer vicario general de los franciscanos colono en  Canarias, y el seglar guanche Juan Alfonso de Idubaren, van comisionados por los franciscanos y el obispo Calvetos a Roma a denunciar al Papa Eugenio IV los pillajes y esclavizaciones de Guillén de las Casas.

1431 octubre 1.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo: “De don fray Fernando Calvetes, quinto obispo
Había fallecido por aquel mismo tiempo Martino V, y Eugenio IV, que veía vacante la silla de Rubicón, trató de poveerla en la per­sona de fray Fernando Calvetes, monje del priotaro de San Pedro ad Vincula de Roma, del orden de San Jerónimo, sujeto «dotado de literatura, probidad, prudencia, circunspección y eminentes virtudes»; palabras todas de la bula que le dirigió el papa, dada en San Pedro el día primero de oc­tubre del año de la encarnación del Señor de 1431, y el primero de su pontificado.

Decía en ella el sumo pontífice que, estando reservadas a Su Santidad las provisones de todas las iglesias catedrales que vacasen cerca de la si­lla apostólica y habiendo últimamente vacado la de Rubicón, por muerte de su obispo Mendo, de buena memoria, que había fallecido cerca de la misma Santa Sede, para que aquella iglesia no padeciese las molestias de una vacante larga, ha­bía resuelto con paternal solicitud proveerla sin pérdida de tiempo, puesto que a otra ninguna persona podía pertenecer por aquella vez el dere­cho de la presentación.

Tenemos copia de esta bula, sacada de la Data­ría de Roma, con las demás dirigidas al cabildo de Rubicón, a los vasallos de la misma iglesia ru­bicense, al pueblo de aquella ciudad y diócesis, al arzobispo de Sevilla, como metropolitano, al rey don Juan el II de Castilla y León, las cuales, por ser las bulas más antiguas que existen de nuestro obispado, se pondrán al fin de este tomo.

Sabía muy bien el nuevo obispo cuan vivas ha­bían sido las competencias de su antecesor con los señores de las islas sobre varios puntos de ju­risdicción e inmunidad; así tuvo cuidado de no presentarse en su iglesia sin una gran bula del papa, dada en San Pedro de Roma a 5 de febrero de 1431, dirigida al arzobispo de Sevilla, y obis­pos de Córdoba y de Cádiz. Se había quejado don fray Fernando, por punto general y como en abs­tracto, de cuantas personas hay en el mundo constituidas en altas dignidades, por si acaso in­tentasen usurparle no sólo las temporalidades, sino también lo perteneciente a los bienes espiri­tuales de su iglesia. El papa, pues, para obviar ta­les atentados, vino en nombrar aquellos tres pre­lados en común y en particular, a fin de que, como delegados de la silla apostólica, procedie­sen con censuras contra los perturbadores de los derechos de la mitra de Rubicón.
Era nuestro obispo gran teólogo escolástico, epíteto de mucha estimación en su siglo, y como tal había asistido al concilio general de Cons­tanza, donde había visto brillara Gersón, deponer tres papas, quemar a Jerónimo de Praga y a Juan Hus, pero luego que llegó a Lanzarote, manifestó su amor al género humano, fulminando un de­creto por el cual prohibía, con graves censuras, el que fuesen vendidos los canarios, antes ni des­pués de su bautismo. Este abuso de la barbarie y de la violencia había llegado entonces a tal ex­ceso, que se hacía un comercio considerable de esclavos isleños, se ponía en arrendamiento la ganancia y se pagaban derechos de aduana y se­ñorío, igualmente que los cueros de las cabras, de la orchilla y el sebo.

Pero las censuras del obispo de Rubicón no bastaban, y los rayos del Vaticano se creyeron precisos. Don fray Fernando Calvetes, de acuerdo con fray Juan de Baeza, vicario de las misiones franciscanas, despacharon a Roma a fray Alonso de Idubaren, religioso lego, natural de las misma islas, para que representase al papa aquellos de­sórdenes; y Eugenio IV no tardó en expedir, en 25 de octubre de 1434, una bula prohibiendo bajo de graves penas el cautiverio y mal tratamiento de los canarios y nombrando conservadores para la ejecución de aquellas letras apostólicas. Aún hizo más el papa, pues para rescate de los esclavos ya vendidos señaló cierta cantidad de dinero que se hallaba depositada en Sevilla, perteneciente a la cámara apostólica desde el tiempo del cisma de don Pedro de Luna.

Celebrábase entonces el famoso concilio de Basilea, que, dando ocasión a nuevo cisma, debe ser memorable para nuestras islas por aquel céle­bre tratado que presentó en él don Alonso de Car­tagena, deán de Santiago, en defensa del derecho que los reyes de Castilla tenían sobre las Canarias, como sucesores de don Pelayo y demás príncipes godos, señores de la provincia Fransfretana, con­tra las pretensiones de Portugal.

También fue Eugenio IV el que, por otra bula apostólica, ordenó que los vecinos de la diócesis rubicense pagasen diezmos y primicias conforme a las de Sevilla y de Cádiz. Y como nuestras islas producían algunos frutos singulares, cuales eran la orchilla, sangre de drago, ámbar, conchas, maná, alpiste, etc., se suscitó la duda de si se de­bía contribuir también con la décima parte de ellos; pero el provisor de la metrópoli sentenció a favor de la iglesia.” (José de Viera y Clavijo, 1987. T. 2: 226 y ss.)

1433. Gil Eanes (el Padre Las Casas, siguiendo a Barros, dice Antón González), portugués, de vuelta de la costa africana adonde fue con propósito de pasar al cabo Bojador (aunque no lo sobrepasó), pasa por Tamaránt (Gran Canaria), con la excusa de defender a los portugueses que se habían querido quedar para ayudar a los indios a recibir la fe, y lleva a Portugal esclavos indígenas de las islas (Hist., I, 18; BAE, XCV, 68b).

1433. Martín de las Casas, obispo de Erbania (Fuerteventura), es trasladado por el Papa Eugenio IV, el 14 de diciembre al obispado de Málaga (¿Acaso por ser indulgente con su pariente Guillén de las Casas?). Así, todas las islas quedan bajo la jurisdicción ecle siástica de don Fernando de Calvetos, colono de la secta católica de los O.S.H., y obispo de Rubicón.

1434. El Papa de la secta católica Eugenio IV le concedió una bula al gomero Chimboyo, refiriéndose a él como "duque" de La Gomera.

1434. El infante portugués don Enrique el Navegante, «secundum vocationem qua vocatus est amplificando christianum nomen», envía una armada conquistadora contra una de las Canarias, cuyo nombre no se menciona (Tamaránt?), con propósito evangelizador y civilizador, según dice el documento portugués por el que consta -posterior, de 1436-. Apenas desembarcados -sigue diciendo- llegaron a bautizar a unos 400 indígenas; otros muchos huyeron a las montañas. Pero, por falta de provisiones (como en 1424), tuvieron que alzar velas para Portugal sin poder conquistar la isla. Y, obligados por el hambre, arribaron a dos pequeñas islas habitadas por cristianos (Erbania y Titoreygatra) donde se entregaron al pillaje.

1434. Gómez Pireis dobló el cabo de Naam, sin mutarse, haciendo lugar frecuentado de Río de Oro. Baldaia, que le acompañaba, pasó por Angra de Caballos, donde encontró al valenciano Jacmes Ferrer, siguiendo a la Punta de la Galera, con intención de pescar lobos marinos, mientras Antâo Gonçalves se presentaba en La Gomera. Aliados de Portugal los naturales,  aceptaron colaborar en la conquista de Benahuare (La Palma). Tomando refuerzos en Erbania (Fuerteventura), Antâo inició guerra, que hubo de abandonar, al comportarse como no debiera, expulsado por los gomeros. Complicada la situación, Guillén de las Casas cedió su parte en Canarias, a Fernán de Peraza, que intentó conquistar Benahuare (La Palma) perdiendo en la empresa a su único varón, Guillén de Peraza.

Molesto por la intromisión castellana, el infante D. Pedro, tutor de Alfonso V, concedió el quinto de las Canarias e islas adyacentes, a Enrique el Navegante, prohibiendo a terceros asomar por sus aguas, sin licencia del infante. Hombre realista, necesitado de punto de aguaje para los pescadores, arrendatarios de sus pesquerías de Bojador, Angra de los Ruivos y Río de Oro, compró Titoreygatra (Lanzarote) a Maciot de Bethancourt, en 20.000 reís de renta anual, situados en Madeira. No aceptó Juan II tenerlo por señor en isla de Castilla, ni lo consintió Peraza. Ofuscado Alfonso V, en 1449 desafió a todos los pontífices y a su colega castellano, cediendo al Navegante el comercio de "Canarea e do Cabo do Bojador", desde el Cabo de Cantín, mintiendo al decir que el tráfico estaba interrumpido, desde hacía 30 años. (L.A. Toledo)

1434. Don Fernando de Calvetos, obispo de Rubicón, acompañado, prohibió hacer la guerra a los canarios y hacerles daño alguno; la cual iba directamente contra el reciente intento de conquista de Gran Canaria por los portugueses, quienes estaban preparando otra armada. Con esta bula el Papa se opone a la conquista como medio o actuación previa para la evangelización.

1434. Según el investigador austriaco Dominik Josef Wölfel, “Entre las varias cuestiones aun no dilucidadas de la historia antigua de las islas Canarias, la más oscura es seguramente la del momento en que ocurrió la conquista u ocupación de la isla de la Gomera por los europeos. Con ocasión de mis investigaciones sobre las islas Canarias en los archivos, encontré un documento de la Curia Romana muy adecuado para aclarar decisivamente aquel problema y hasta quizá, poniendo a contribución todas las otras noticias, para resolverlo de un modo definitivo. Es el documento un salvoconducto por el cual el papa Eugenio IV asegura libre paso aun jefe de tribu de Gomera llamado Chimboyo. Lo descubrí en el Archivo Vaticano, en el tomo 373 de la Registratura Vaticana, folios 78 verso a 79 verso; y después, en el archivo de la Real Embajada Española en Roma, encontré una copia de él, en el tomo XXII/229 Bullarum et Brevarium, folios 143 recto a 146"recto. Mientras que la Registratura Vaticana tuvo a la vista seguramente el original, la copia de la Embajada Española parece basarse en un traslado que en varios puntos se apartaba de aquél.

 “...Como resultado del documento recién descubierto y de su comparación con
otros documentos y hechos, podemos dejar establecido lo siguiente:”

“Gomera tenía aún un príncipe indígena y probablemente varios; aquél se convirtió al cristianismo con su familia y séquito y, por intermedio de algunos europeos, tuvo relaciones con la Curia Romana. Los intermediarios pudieron ser lo mismo españoles que portugueses; pero la existencia de una copia del salvoconducto en el archivo de la Embajada Española en Roma indica que fueron españoles. Gomera no fue nunca positivamente conquistada, sino que recibió simplemente cultura y acepto un señor europeo. La organización matriarcal de las tribus de Gomera subsistió bajo la dominación europea hasta la sublevaci6n de 1488 y el ajusticiamiento de Hernán Peraza el Joven. Hasta entonces no tuvo lugar ninguna inmigración europea digna de mención.”

“Las luchas no eran entre europeos e indígenas de Gomera, sino entre la guarnición lanzaroteña de la torre y los indígenas. Tampoco después existe nada que indique una inmigración más importante.”

“La ocupación de Gomera por los europeos no ocurrió ni antes de 1434 ni después de 1445, y el primer señor europeo de Gomera fue Hernán Peraza el Viejo.”(D.J. Wölfel 1990)

1434. El infante Enrique de Portugal apeló al Papa Eugenio IV para obtener el derecho de conquista en las islas habitadas por paganos, y consiguió una bula pontificia a su favor. El momento no podía ser más peligroso para los pretendidos derechos castellanos: los navegantes portugueses descubrían en 1434 el procedimiento para pasar al S. del cabo Bojador y conseguir el retorno o «volta», cosa hasta entonces imposible, por lo que Canarias era para ellos, a partir de entonces, una escala mucho más interesante en el viaje de ida. Además, el infante Enrique hacía valer ante el Papa sus propósitos misionales, frente a los abusos de los señores sevillanos en canarias, en especial Maciot criado de los Guillen, denunciado aquel año en Roma por el obispo lanzaroteño Fr. Fernando Calvetos, y Eugenio IV emitía otra bula -«Regimini gregis» -por la que prohibía la esclavización, los asaltos y depredaciones contra los aborígenes y sus bienes, porque con ello se perturbaba la tarea misionera, al par que concedía indulgencia plenaria a todos los que manumitieran a sus esclavos canarios.

1435 Agosto 25.
BULA del Papa de la secta católica Eugenio IV, dando poder y facultad para trasladar la catedral de Rubicón a Las Palmas de Gran Canaria.

«Eugenio, obispo, etc. La conducta del romano Pontífice es tan circunspecta, que corrige, revoca, modera o anula algunas veces aquello mismo que había dispuesto, según conoce en el Señor que saludablemente conviene, atendidas las circunstancias de los lugares y los tiempos.

Poco ha que, cooperando la divina virtud, los moradores de ciertas islas que se llaman vulgarmente de Canaria, se convirtieron a la verdadera luz de la fe ortodoxa, dejadas las profundas tinieblas de la infidelidad y la ignorancia, principalmente con el sudor de nuestro venerable hermano Fernando, a quien habíamos hecho obispo con estas miras en aquellos paises, y erigido su silla y lugar Episcopal en una de ellas que se llama de Rubicón, la cual quisimos que se intitulase Iglesia Rubicense. Pero habiendo entendido ahora, que dicha isla está muy expuesta a piratas y salteadores y tan poco poblada que no puede subsistir en ella el obispo ni la iglesia, mandamos por las presentes que esta misma iglesia se traslade a la isla que se llama de Gran-Canaria, y que se nombre justamente Iglesia Canariense y Rubicense para siempre y en todas las edades futuras, Nulli ergo hominum, etc. Dada en Florencia en el año de 1435 de la Encarnación del Señor, día 25 de agosto, y el quinto de nuestro Pontificado».

1435 agosto 25.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.

“Bula de Eugenio IV para trasladar la catedral de Rubicón a Canaria
Finalmente, el mismo Eugenio IV, a súplica de don fray Fernando Calvetes, expidió su conservatoria y letras apostólicas revalidando la erección de la catedral rubicense con todas las cláusulas oportunas, incluyendo entre ellas la ex­traordinaria de que los dignidades y canónigos habrían de ser precisamente regulares de cual­quier orden religioso que se eligiese. Y al mismo tiempo, movido del celo con que se distinguía este prelado, promoviendo la conversión de los isleños, tuvo a bien concederle diversos privile­gios, entre ellos el de poder trasladar a la Gran Canaria la silla espiscopal de Rubicón. Esta bula, tan esencial como desconocida en nuestras anti­güedades eclasiásticas, decía así:

Eugenio, obispo, etc. La conducta del Romano Pontífice es tan circunspecta, que corrige, revoca, modera o anula algunas veces aquello mismo que había dispuesto, según conoce en el Señor que saludablemente conviene, atendidas las circuns­tancias de los lugares y los tiempos. Poco ha que, cooperando la divina virtud, los moradores de ciertas islas que se llaman vulgarmente de Cana­ria, se convirteron a la verdadera luz de la fe or­todoxa, dejadas las profundas tineblas de la infi­delidad y la ignorancia, principalmente con el su­dor de nuestro venerable hermano Fernando, a quien habíamos hecho obispo con estas miras en aquellos países y erigido su silla y lugar episcopal en una de ellas que se llama de Rubicón, la cual quisimos que se intitulase Iglesia Rubicense. Pero habiendo entendido ahora que dicha isla está muy expuesta a piratas y salteadores y tan poco poblada, que no puede subsistir en ella el obispo ni la iglesia, mandamos por las presentes que esta misma iglesia se traslade a la isla que se llama de Gran Canaria, y que se nombre juntamente Iglesia Canariense y Rubicense, para siempre y en todas las edades futuras. Nú/// ergo hominum etc. Dada en Florencia, en el año de 1435 de la Encarna­ción del Señor, día 25 de agosto, y el quinto de nuestro pontificado.

Tal era el tenor de la bula fundamental, en fuerza de la cual se ejecutó, 50 años después, la traslación de la iglesia de Rubicón a la Gran Ca­naria. En efecto, n¡ don fray Fernando Cálvelos, que la impetró, ni sus inmediatos sucesores, que la desearon, pudieron verificar tan bello proyecto, porque la total conversión de los canarios y su conquista debía costar antes mucha sangre y des­velos. Por otra parte, nuestro obispo sobrevivió muy poco tiempo a aquella disposición pontificia, pues al año siguiente de 1436 era ya muerto y, como yo creo, en su obispado.

Las sinodales de Canarias, que ciegamente han copiado nuestros historiadores, aseguran que el obispo don Fernando (a quien tuvieron por clé­rigo secular) fue promovido al obispado de Lérida en Cataluña. Todos se equivocaron. Don fray Fer­nando murió siendo obispo propietario de Rubicón, según consta de las bulas de su sucesor in­mediato, que tenemos presentes. Y nosotros no debemos olvidar, en elogio de este prelado, los títulos que hacen amable su memoria, para colo­carle en el número de los prelados bienhechores del género humano.” (José de Viera y Clavijo, 1987. T. 2: 227 y ss.)

1436. El rey Duarte de Portugal, mediante sus embajadores enviados al Concilio de Basilea, suplica al Papa Eugenio IV, en Bolonia, en agosto de 1436, que limite la prohibición de la bula anterior a las islas Canarias habitadas por cristianos y le faculte para conquistar las otras habitadas por infieles y adueñarse de ellas con el fin de convertirlos a la fe (como ya había comenzado a hacerlo el infante) y civilizarlos a los infieles de Canarias los describe la súplica al Papa así: «Has [insulas] indomiti silvestres fere homines inhabitant qui nulla religione coagulati, nullisque denique legum vinculis irretiti, civili conversatione neglecta, in paganitate veluti pecudes vitam agunt» y dice después que son «ferocitate quadam inmanes». Este es, pues, el concepto que, incluso el Papa -debido a tal información- tenía de los indígenas canarios. Estamos ante el antecedente inmediato de lo que se dirá de los indios de América: que eran infrahombres, bestias parlantes.

1436. Llega a las costas de la isla de La Gomera la flota portuguesa encabezada por Tavilla, Picanço y González Atayde, con el fin de reclutar guerreros para asaltar en razzia esclavista la isla Benahuare (La Palma.)

1436. El Papa Eugenio IV, dando por buena la información y declaración de intenciones de la súplica; y «attendentes quod, sicut asseritur, nullus in hoc tuo incepto in aliquo reclamavit aut se verbo vel facto opposuit neque aliquis christianus princeps in eisdem insulis paganorum ullum ius adhuc se habere pretendit...» {nada de esto está afirmado en la súplica; debió de ser información verbal) , o sea, considerando a las Canarias como «res nullius», accede a la súplica de Duárte de Portugal por la bula Romanus pontifex, de Bolonia, a 15 de septiembre de 14367. Se ve que, aunque en 1434 el obispo Calvetos reclamó al Papa contra las acciones de los portugueses y en favor de la evangelización, el rey Juan II de Castilla no se cuidó de reclamar sus derechos sobre las islas. Parece que el Papa no estaba en antecedentes sobre estos derechos y se atuvo al hecho de no haber reclamado Castilla sus derechos para suponer que no les tenía o poder alegar como excusa que no le interesaban.

1436. El rey Juan II de Castilla, por un Memorial de protesta de 27 de agosto de 1436, activa la revocación de la bula anterior y provoca la siguiente del 6 de noviembre.

1436. Fray Francisco de Moya, de la secta católica de los O.F.M., muerto el obispo Fernando de Calvetos, es nombrado obispo de Rubicón el 26 de septiembre de 1436 por el Papa Eugenio IV. Este nuevo obispo morirá en 1441.

1436. El Papa Eugenio IV, por la bula Romaní pontífícís, de Bolonia, a 6 de noviembre de 1436, reforma la anterior bula subordinando la concesión hecha a Portugal a las reclamaciones de derecho que pudiera presentar el rey de Castilla.

1436.
A lo largo del siglo XV, los exploradores, comerciantes y pescadores de Portugal y de Castilla se habían internado cada vez más en la profundidad el Océano Atlántico, lo que provocó continuas guerras por el control y aprovechamiento de las riquezas de ultramar. La posesión de las Islas Canarias fue desde el principio un punto de fricción entre las dos coronas, interviniendo como mediadores los papas. Portugal llegó a declarar suyas las islas atlánticas, incluida la isla de La Palma (1436) durante el papado de Eugenio IV.

Portugal mantuvo su oposición a la autoridad castellana en las Islas y por su parte fue avanzando en la exploración de Guinea, obteniendo grandes beneficios comerciales.

Una serie de bulas favorables a Portugal, reservando a este país el control del comercio y la autoridad religiosa en una amplia zona hasta toda la Guinea, permitió al rey de Portugal adoptar una política comercial abierta a súbditos extranjeros a cambio de los correspondientes impuestos. El único perjudicado era así el rey de Castilla. Mientras, la cuestión canaria había quedado relativamente estancada.
Gomes Eanes Da Zurara (1410-74), guarda-conservador de la biblioteca real de Portugal y guarda mayor de la Torre do Pombo, en sus crónicas hace muchas referencias al heroísmo y los hechos paradigmáticos, exaltando el valor de los personajes épicos de la época. En un momento en que las razzias lusitanas sobre las costas canarias era constante como boyante negocio en la economía esclavista, en el capítulo 88 de la Crónica del descubrimiento y conquista de Guinea (1448), describe como nueve carabelas que se dirigían a tierra de negros querían parar primero en la isla de La Palma para “intentar hacer allí alguna presa”, pero se encontraron con un percance, pues se había adelantado unos días la carabela de Lourenço Dias y los awara estaban prevenidos y escondidos. Como no pudieron capturar a nadie acordaron que la expedición se dividiera, unos continuando el viaje, otros regresando al Reino. Tan sólo se quedó “Estevam Afonso que volvió a la isla de La Palma, en la que, al saltar a tierra con la mayor parte de los que llevaba consigo, coincidió que tropezaron enseguida con algunos canarios, de los que cogieron a dos mujeres”.

Antes de regresar al navío, los nativos atacaron a los portugueses. El cronista Da Zurara aprovecha para destacar y adornar la figura de “ese esforzado y valiente escudero, Diogo Gonçalves, no olvidándose de su poderío y con mucha fuerza, tomo una ballesta de las manos de uno de los ballesteros que iban con él, y también la pistolera de la silla de montar con el almacén, y se metió entre los nuestros, tirando a los canarios. Y tanto se esforzó en colocar sus tiros que en muy poco tiempo mató a siete contrarios, entre los cuales murió uno de sus reyes… viendo aquellos canarios como su capitán había muerto, abandonaron la lucha, permitiendo que los nuestros se pudieran retirar, y así vinieron para el reino con su presa, pero ocurrió que una de aquellas canarias murió antes de que llegasen al mar de la villa de Lagos”.

En este relato podemos descubrir otro magnífico ejemplo de amor a una tierra, a una cultura y a unos principios ancestrales por parte de una anónima mujer awara ¿Maltrato (no lo creemos si iba a ser vendida como esclava) o voluntaria muerte melancólica, llena de orgullo como la famosa y legendaria muerte de Tanausu? Antes la muerte que vivir como esclavo. Indiscutible grito a la libertad. (Miguel Martín, 2010)

1436 septiembre 26.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.

De don fray Francisco, sexto obispo
Por su muerte no estuvo mucho tiempo va­cante la catedral de Lanzarote, pues el mismo papa Eugenio IV la proveyó de esposo en la persona de fray Francisco, religioso de la orden de los menores, confesor del príncipe de Asturias don Enrique, varón que parecía lleno de buen celo y virtudes, pero que después entristeció la iglesia con sus procedimientos. Nuestras sinoda­les, muy malas guías para el conocimiento de los primeros obispos de Canarias, no hacen ninguna memoria de este prelado, bien que se halla su no­ticia en el auténtico testimonio de la pesquisa de Cabitos. Despacháronsele las bulas en Bolonia, donde a la sazón residía, siguiendo la corte del papa, el día 26 de septiembre de 1436, en el año sexto de aquel pontificado.

Consagróse en la iglesia del monasterio de San Guillermo de la misma ciudad de Bolonia, do­mingo 27 de octubre de aquel año, siendo su consagrante Andrés, obispo de Megara, y asisten­tes Juan, obispo de Ostuni, y Marcos, obispo de Sarno. Diósele al consagrante esta comisión por el cardenal de San Clemente, camarlengo del papa, de quien había recibido la orden v/vae vocis oráculo, como se puede ver en el certificado de esta función, que pondremos al fin del tomo.

Todas las facultades, prerrogativas y privilegios, que su antecesor había gozado le fueron de nuevo concedidos por el sumo pontífice y, reves­tido de ellos, entró en su obispado el señor obispo don fray Francisco, con grandes esperanzas de las Canarias. Entonces era muy deplorable el estado de aquella iglesia. Por una parte las contestacio­nes entre Maciot, el conde de Niebla y Guillen de Las Casas, sus traspasos, ventas y ajustes, y por otra las correrías, depredaciones y robos de los piratas, poniendo todas las islas en confusión, de tenían los progresos del cristianismo. Se asegura que en aquel tiempo no eran todos los gomeros cristianos, por más que Fernán Peraza, auxiliado de los religiosos franciscanos de Fuerteventura, trabajaba en la conversión y rendición de aque­llos isleños.

Pero lo que causó luego mayor dolor fue la conducta del nuevo prelado y el pernicioso ejem­plo con que descarriaba sus ovejas, Ignoramos di­chosamente cuáles fueron sus faltas, pues sólo te­nemos a la vista una bula de Eugenio IV, dirigida al cardenal de San Pedro ad Vincula sobre este delicado asunto:

Eugenio, obispo, etc. A nuestro amado hijo Juan, cardenal presbítero del título de San Pedro ad Vincula, salud, etc. La solicitud pastoral a que estamos obligados por divina disposición, aunque sin suficientes méritos, nos induce a que tenga­mos continua vigilancia sobre todo el rebaño del Señor, en cualquiera parte de la tierra donde esté, para que por la incuria, negligencia o malignidad de los pastores no se vea infestado de lobos. Hace poco tiempo que, por una relación fidedigna, he­mos sabido que el venerable fray Francisco, obispo Rubicense, a quien promovimos a aquel obispado por testimonio y recomendación de muchos varones de suma autoridad, esperando sin duda que, como hombres de vida pura, hones­tidad de costumbres, observancia regular y celo de la casa de Dios, enseñaría al pueblo (que, re­cién convertido por el divino favor a la fe cató­lica, se le encomendaba) en santidad y justicia de­lante del Señor todos los días de su vida. Pero he aquí que, como hemos sido informados por suje­tos fidedignos, este prelado contra la opinión que de él teníamos, posponiendo el temor de Dios y extraviándose demasiado del camino recto de la verdad y la justicia, comete muchas cosas enor­mes y ajenas del oficio episcopal, en daño suyo propio y de las almas que le han sido confiadas, no sin escándalo de infinitas. Deseando, pues, proveer de remedio oportuno a semejante defor­midad, cometemos y encomendamos por las pre­sentes a tu circunspección, de cuya prudencia e integridad tenemos en el Señor particular con­fianza, para que, llamando a dicho obispo y a los demás que fuere necesario llamar, te informes di­ligentemente de oficio sobre todas y cada una de las cosas arriba dichas; y que, si lo tuvieres por conveniente, destines en particular alguna per­sona capaz y de tu confianza al lugar donde re­side, a fin de que lo averigüe todo; y si los testigos no quisieren declarar, ya sea por odio o por amor, los hayas de compeler con censuras eclesiásticas de nuestra autoridad, para que den testimonio a la verdad. Y cuanto descubrieres por medio de tal información sobre el expresado procures noticiár­noslo cuidadosamente lo más presto que puedas. Entre tanto, si en vista de la pesquisa le pareciere a tu circunspección que el referido Francisco merece ser privado, lo puedes suspender de toda administración espiritual y temporal, sin dejar de poner otra persona idónea que en su lugar admi­nistre el obispado. Dada en Florencia, a 20 de ju­nio de 1441, en el año undécimo de nuestro pon­tificado.

Con tan melancólica bula se acaban todas las noticias que tenemos del obispo don fray Fran­cisco. El tiempo ha echado un velo muy espeso sobre las resultas de aquel proceso apostólico, para que ignoremos si se le probaron los excesos, si el cardenal lo suspendió o si el prelado falleció en medio de aquella borrasca.” (José de Viera y Clavijo, 1987. T. 2: 228 y ss.)


1437. Fray Juan de Logroño, de la secta católica de los O.F.M., es nombrado por el Papa Eugenio IV vicario general de los franciscanos de Canarias.

1437. El Papa Eugenio IV, a instancia -sin duda- de Castilla, retoca la bula Rex regum (de 1418 y 1436) subordinando las conquistas de Portugal en África a los derechos que pueda tener el rey de Castilla, publicando la bula Domínator Domínus, de Bolonia, a 30 de abril de 1437.

1438? Don Duarte (posiblemente fue en este momento, pues murió el 9 de septiembre de 1438) ruega a Juan II de Castilla que dé a la Orden de Cristo (de la que era administrador don Enrique el Navegante) dos (Titoreygatra y Gomera) de las islas Canarias (Híst., I, 18; BAE, XCV, 69b y 73a) 8.






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