jueves, 30 de agosto de 2012



EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

 

CAPITULO III: DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO XV


1461 – 1470


Eduardo Pedro García Rodríguez


1461. (Aproximadamente). De la guerra que hizo Diego de Herrera a la isla de Canaria. Diego de Herrera, después de haber comprado las cuatro islas conquistadas por Juan de Letancurt, quiso seguir sus pasos. Empezó con gente forastera y con sus vasallos a asaltar a los canarios, los cuales, estando acostumbrados a la guerra contra diversas naciones, hasta al fin siempre salieron victoriosos. Entre muchas escaramuzas que tuvo con ellos, hubo una memorable, cerca de la villa de Tirahana, en la cual, además de haber perdido mucha gente, fue obligado a retirarse a la orilla del mar, en lugar fuerte.

Viendo él que, al unirse los canarios entre ellos, cada día se hacían más difíciles de vencer, procuró desunirlos, para que, asaltándolos un día aquí y otro día allá, pudiese conseguir la victoria a poco a poco y más fácilmente de este modo. Para ello, ordenó a Diego de Silva, hidalgo portugués que había llevado consigo a esta guerra, que con doscientos soldados escogidos fuese a asaltar la villa de Gáldar. Llegado Silva a Gáldar y trabado que hubo la batalla con los galdarenses, tuvo lo peor, de modo que lo obligaron a retirarse en un sitio cercado de piedra, donde peleaba desesperadamente, siendo aquélla su última defensa. Y estando allí, como vio en poco espacio de tiempo qué algunos de los suyos morían y otros quedaban heridos, astutamente pidió que hablase con el rey de los galdarenses y prometió rendirse bajo ciertas condiciones. El Guanarteme, que allí combatía en la primera fila de los suyos, suspendió la pelea y mandó que se retirasen algún tanto sus tropas; y acercándose a algunos pasos del lugar donde estaban atrincherados los cristianos, salió Silva en ademán de paz, y saludando al Guanarteme con modales lisonjeros, le habló después determinadamente, de este modo:

-No pienses, o Guanarteme, que el habernos retirado en este lugar, después del largo rato que dura la pelea entre vos y nosotros, se deba al temor de ser muertos por vos- otros, o apresados y puestos en servidumbre por vuestra turba. El valor de cualquiera que pugne para la fe cristiana, también entre vosotros es conocido por invencible. Y, para no daros ejemplos de naciones forasteras, por nosotros vencidas, por estar divididas de vosotros por el gran mar que impide que tengáis noticia de ellos, considerando que la gente que vive en las demás islas como ésta (que, cuando el aire es claro, veis bien en vuestro alrededor) también son como vosotros, fuertes, potentes y valerosos, y amigos de su vida pastoral y libre; y, sin embargo, han sido vencidos por nosotros y reducidos a nuestras costumbres y a nuestra fe; con lo cual están ahora en sumo contento y gloria. Sólo este fin nos ha empujado a surcar  tanto mar, casi descono-
cido, en medio de mil peligros y tempestades y (lo que quizá os parezca sin piedad) abandonar a nuestras mujeres e hijos y las amadas riberas de nuestra querida patria España.

Porque, si nos hubiésemos conformado tan solamente con las riquezas de nuestro país, no nos hubiéramos expuesto a tantos trabajos, para la salud y el beneficio vuestro. De modo que el hecho de perseguir vuestro verdadero bien y que viváis de igual modo que nosotros (que así nos lo ordena el Dios que vosotros adoráis en las cumbres de Amagro  y de Tirma) no debe considerarse por vosotros siniestramente tanto mas, que os preciáis de tener vuestro origen de nación nobilísima, y entre los demás que viven en las otras islas alrededor de ésta tenéis suma reputación y os respetan casi como a hermanos mayores. Decídete, pues, o Guanarteme (puesto, que entre las armas suele también tener
lugar la razón y el consejo de los enemigos) de ser nuestro amigo y de cerrar la paz de tal modo, que podamos retirarnos seguros y sin daño a nuestros alojamientos; que, de lo contrario, la necesidad, que no nos deja otra posibilidad, nos obligará a combatir, no con la intención que hasta aquí hemos teníamos de no ofenderos, sino para mataros cruelmente y usar cualquier fiereza en vuestras personas; y las armas que hasta ahora han sido piadosas con vosotros ya mojadas en la sangre, y los corazones de mis soldados, vencidos más por la rabia y por el afán de la victoriosa venganza, que por el deseo de la paz, esperan aquella decisión que a vosotros, más que a nosotros, convenga.

El Guanarteme, que había escuchado atentamente lo que Silva le había dicho, se acercó un poco más y, con ademán plácido y con sonora voz, para ser oído de todos, le contestó amistosamente de este modo: -Pensábamos nosotros, los canarios, por hallarnos tan alejados de vosotros y de vuestras tierras, en este breve ángulo del mundo, y rodeados por la rabia de las soberbísimas olas de tan vasto mar, como el de que nos vemos circundados, que podíamos vivir sin molestia por parte vuestra, que desde ya largo tiempo sois perturbadores de la quietud y del ocio en que con tanta paz y tranquilidad Soliamos vivir. También tenemos presente la memoria de tantas armadas que llegaron hasta nuestras orillas, de los hechos de guerra que con vosotros tuvimos, de tantos egregios canarios muertos, o llevados prisioneros por vosotros en partes muy lejanas; y, lo que sentimos más que todo hasta al día de hoy, es la muerte dolorosa de Artemis, nuestro rey, en guerra con vuestro capitán Juan de Letancurt valerosamente vencida. Quizá sean nuestras culpas, que el flaquear es natural de nosotros, los hombres, y muchas veces, en contra nuestra, hemos -incurrido en aquellos peca- dos  que nunca se han visto, ni siquiera entre las fieras más inhumanas. Así, en nuestras necesidades, en lugar de visitar al sagrado Tirma y de pedir la ayuda de Dios, hemos hecho muchas cosas que no eran dignas de nosotros, por lo cual hemos recibido gran castigo. De éste no es la menor parte el estar perturbados por vosotros; que si nos bastara el haberos aquyentado infinitas veces de nuestras costas y dado muerte, y muchas veces detenido como prisioneros como de vuestro obispo Diego López (lo sabéis, 520 esplendores de la luna  que es nuestro cautivo), podríamos hacer cuenta de que la ira de. Dios se ha aplacado contra nosotros. Pero, si el hecho es inevitable y contrario a nuestra paz, ¿quién puede oponerse a tanta fuerza? ¿Quién puede resistir a tanta necesidad?

Bien nos damos cuenta que lo que vos nos persuadís es bueno y justo y honrado y si el bien nuestro os mueve a soportar las penas y los peligros y las muertes que padeceis en la guerra que con nosotros hacéis con tanta adversidad, nosotros no os seremos ingratos por tanta merced; como antes lo habíamos demostrado a aquéllos que se han conducido con nosotros de modo que, en lugar de hacernos guerra y de llevar nuestras haciendas y la patria, usaron con nosotros de tanta paz y amistad, que participaron de nuestras riquezas y de nuestras mujeres. Dime, ¿quién, aun entre vosotros, puede soportar voluntariamente la pesada servidumbre? De libre, ¿llegar a ser esclavo? De rico, ¿po-
bre? De rey, ¿venir a ser vasallo? Nadie, creo, se hallaría, que no prefiera arriesgar y perder honrosa mente la propia vida, antes que verse privado de la dorada libertad y puesto en la miseria de la insoportable esclavitud. Esta deliberación es la que hemos tomado nosotros, canarios, de querer defender con la vida la patria y la libertad, antes que ser siervos vuestros y vivir debajo de vuestras leyes, aunque a algunos parezcan buenas; siendo así que nuestra libertad y conservación sólo consisten en mantener nuestras costumbres y nuestra fe; que cualquiera que haya nacido en ella piensa, por más que se equivoque, que es la mejor, o, por lo menos, que es la que más le cuadra.

¿Acaso podréis vosotros, forasteros, pocos y poco duchos en la aspereza de esta tierra, resistir a tanto número de valientes canarios? ¿No os acordáis de cuántas derrotas re- cibisteis de nosotros? De ayer a hoy no se habrán curado las heridas que sobre Tirahana os dio el rey. de Telde; y también están frescas todavía las que, hace un instante, recibisteis de nuestras manos, cuya sangre, todavía caliente, es testimonio de lo ocurrido. ¿Pensáis quizá escaparos hoy, con encerraros allá, entre paredes, a modo de ganado que espera el cuchillo? ¿Quizá os ayuden en la presente necesidad vuestros demás soldados, cansados y malheridos, que están lejos, a muchas millas de aquí? Hoy, sólo la muerte puede dar fin honroso a vuestros trabajos, si, combatiendo sin buscar huida, os dais a conocer por tan valientes como lo has dicho, a tanto número de soldados que viene conmigo.

Sin embargo, ¡oh Silva!, para que conozcas en cuánto peligro té has puesto con tu gente, te he dicho estas palabras; y, si también quieres conocer el valor y la generosidad de los canarios, danos seguridad de que harás paz con nosotros, dejándonos vivir libremente, como solíamos, y que embarcarás y te marcharás; que yo te dejaré ir seguro, sin ningún daño, a tus alojamientos, defendiendo con los míos tu retirada, para que no te vengan a ofender los demás ísleños. Quizá algún día, si me das crédito, te sea útil el recuerdo de esta benevolencia que deseo usar contigo, y alabes  valor y la amistad de un rústico rey de Gáldar, así como la decisión que tomes en esta necesidad, y que ves te conviene.

Asombrado Silva de que se hallase tanta generosidad en este rey enemigo, y vencido tanto en la cortesía como en las armas, aceptó con la mejor gana las condiciones y la
paz que el rey le ofrecía, y se dieron seguridades el uno al otro, de guardarla inviolablemente. Y, demostrando Silva que no había dado todavía al rey toda la satisfacción que merecía,  prometió rehenes, aunque lo hiciese todo para asegurarse el paso, lo mejor que pudiese.

Entonces el rey con mucha gente suya condujo a Silva al mar, donde se embarcó con todos los suyos, tanto los sanos como los heridos. De allí se fue a desembarcar frente  a Tirahana, donde se había fortificado Diego de Herrera, quien le esperaba, con los demás capitanes, que habían salido a correr la tierra por la parte de Levante, cogiendo y matando a cuantos canarios podían y viendo Herrera el poco resultado que se conseguía en esta guerra, y cuán fuertes y valientes eran los enemigos, para no verse repelido y totalmente rechazado de la isla, dejó los rehenes al rey de Gáldar y al rey de Telde, con quien hizo paces, con el pretexto de que en pocos días partiría con todos sus soldados, y que por aquel entonces no tenía comodidad de  navíos para poderlo hacer.

Mientras las cosas estaban así tranquilas, y corría año de 1461, fabricó secretamente una pequeña fortaleza encima del puerto de Gando, que era la parte más cómoda para la navegación con las demás islas. Acabándola de fortificar y de proveer con bastantes mantenimientos y gente, la dejó a cargo de un capitán suyo, y él pasó con Silva a Lan-zarote y a Fuerteventura, para proveerse con mayores fuerzas, para poder dar fin a esta guerra.

Hallándose de este modo fortificado el castellano, y con buenos soldados, como hombre que deseaba adquirir fama, empezó a romper las paces con los canarios, haciendo que los soldados saqueasen cuanto pudiesen. Los canarios, indignándose, de allí en adelante trataron de matar a los cristianos y destruir la fortaleza, dándose cuenta de cuánta desventaja les resultaba de su mantenimiento. Por ello, saliendo los cristianos, pocos días después, a saquear, fueron cogidos en medio por los enemigos, con mucho ganado, y fueron apresados y muertos todos. Ellos, sin mucho tardar, se vistieron con los trajes de los muertos, y con la presa se marcharon a la fortaleza: y engañados los de dentro, que creyeron que eran los suyos, a quienes esperaban, les abrieron la puerta, y fueron muertos por ellos, y la fortaleza derribada, la cual nunca más volvió a edificarse, y hasta el día de hoy se conservan sus ruinas en la orilla.

La estratagema de los canarios verdaderamente no se puede negar que es digna de nobilísima nación y se puede comparar (junto con muchas otras) con la que usó Sertorio, tribuno romano, en la guerra de España en tiempo de Didio pretor, cuando, al vencer él a los españoles conjurados, conquistó rápidamente la ciudad de Gella. De igual modo Aníbal cartaginés también conquistó muchas ciudades en Italia, sin combatir; como igualmente lo hizo Epaminon das tebano, para conquistar la célebre ciudad de los arcadios; Aristipo lacedemonio, para entrar en el castillo de Capadocia; y Timareo etolio, cuando mató a Carmedes, prefecto del rey Tolomeo, se vistió con traje y con sombrero macedonios, y en lugar de aquél ocupó el puerto de los samnios y que esta nación de Canaria haya sido siempre, desde tiempos antiguos, muy valerosa en la guerra y renombrada entre todas las demás que estuvieron en África y en la España que le estaba sometida, se demuestra en algunos libros antiguos que en ásperos versos cantan las guerras qué tuvo Carlo Magno con los moros. De éstos, como también de otros autores verídicos, tomó Ludovico Ariosto en el canto XIV de su Orlando, la descripción que hace del ejército del rey Agramonte, y cuando desfilan las gentes africanas, nota de este modo a las de Canaria:

Da Finaduro e l' altra squadra retta
che di Canaria viene e di Marocco;

Y tambien se puede creer que entre toda la gente Agramonte los canarios fueron de los más valientes y animosos, por haber sido designados para el asalto de París, donde se hallaron en la conquista de una puerta, junto con Bambirago, rey de Arcilla, y con Corinco de Mulga, y con otros, como más abajo dijo el Ariosto:

e Prussione,
il ricco re dell'lsole Beate.

(Leonardo Torriani; 1959: 122-129)

1461.
Fecha en la que los españoles se esforzaron por ob­tener con engaños lo que habían sido incapaces de conseguir por la fuerza de las armas.

En ese año, Diego de Herrera y el obispo del Rubicón llegaron con una flotilla a la costa de Gando (Gran Canaria) , en el sureste de la isla, y cuando los canarios, como de costumbre, se reunieron para rechazar la invasión, el obispo les informó que venían co­mo amigos y con la única intención de comerciar pacíficamen­te con ellos. Convencidos con esta declaración, les permitieron desembarcar sin armas e inmediatamente Diego de Herrera to­mó posesión formal de la isla en presencia de los nativos -quie­nes naturalmente no tenían ni idea de lo que significaba la ce­remonia-, el obispo y los otros filibusteros. Después, altamen­te satisfecho con este acto, regresó aLanzarote, sobre la que los españoles ya habían conseguido un completo dominio. Al año siguiente, el obispo, lleno del ardiente deseo de reunir dentro del redil de la iglesia romana a su disperso rebaño, fue a Gan­do con 300 hombres armados, que sin duda intentaban ayudar­le en su piadoso trabajo de conversión. Con gran irritación por su parte, los isleños persistieron en su absurda negativa de per­mitir que desembarcaran hombres armados y el obispo se vio obligado a regresar a Lanzarote. (En: A. B. Ellis, 1993. Ed. J.A.D.L.: 32.)

 1461 Junio 21. Diego López de Illescas, colono obispo de Rubicón, formaliza los que fueron llamados «pactos de paces» con algunos de los «bandos o reinos» de Chinech (Tenerife), que fueron firmados el 21 de junio de 1461 y viene  Fray Alfonso de Bolaños, de la secta franciscana (O.F.M). En virtud de estos compromisos o pactos (y otros que seguirán) los territorios sometidos a los régulos indígenas infieles eran considerados como "Reductos reservados exclusivamente a la evangelización pacífica, excluía toda intervenci6n violenta bajo pena de excomunión. Con esto, no sólo se adelanta la penetración cristiana previa a la conquista sino que se excluye ésta de los territorios de “evangelización”. Pactos que jamás fueron respetados por los invasores europeos.

1461 Agosto 12.
Diego García de Herrera desembarcó en la isla Tamaránt (Gran Canaria), y al acudir los canarios a obsequiarle, ordenó al escribano público Fernando de Párrega, que tomando esta cortesía por sumisión, diese fe de ella. En sus negociaciones con los indígenas recabó le permitiesen la construcción de una Torre en Gando, que como se sabe fue luego demolida por el Guayre Maninidra.

1461 Agosto 16. Diego López de Illescas, colono impuesto como obispo de Rubicón, formaliza «pactos de paces» con los «bandos o reinos» guanches  de Gáldar y Telde, en Tamaránt (Gran Canaria), que fueron firmados el 16 de agosto de 1461 por el obispo y por Diego García de Herrera, colono autoerigido en señor de las islas.

1462. Fray Rodrigo de Utrera, O.F.M., vicario general de la secta de los franciscanos establecidos de Canarias, con quien había tenido problemas Fray Alfonso de Bolaños  (favorecido éste por el obispo Diego López de Illescas), es destituido por el Papa Pío II por la bula Decet Apostolicam) de Roma, a 19 de enero de 1462.

1462. Las aportaciones económicas producidas por la indulgencia pontificia de 1462, que se renovó en 1472 mediante. La bula “Pastor aeternis” de Sixto IV, fueron reclamadas por los reyes de Castilla y Aragón para contribuir a la invasión y conquista de Tamaránt (Gran Canaria), donde participó activamente cortando tantas cabezas de guanches como los mercenarios civiles el obispo de Rubicón, Fr. Juan de Frías. Fue un primer ensayo para combinar evangelización y conquista armada, aunque el resultado dejó mucho que desear porque los conquistadores actuaron de manera brutal,  y muchos naturales considerados cautivos de “buena guerra” eran esclavizados, tanto por parte de los mercenarios castellanos como por el clero católico.

En definitiva, la continua influencia eclesiástica de la secta católica, legitimadora y misionera, fue un elemento esencial en el desarrollo del señorío feudal, como después también en la invasión y conquista conocida como realenga, y en el establecimiento de la ocupación castellana.

1462. Los franciscanos de Canarias (al frente Fray Alfonso de Bolaños) extienden su penetración “evangelizadora” a la costa de Guinea, en nuestro continente africano, ocupada por los portugueses. (La bula Pastor bonus) del 7 de octubre de 1462, los supone ya presentes «en la costa de Guinea»).

1462. Enrique IV de Castilla se casa con Juana, hermana de Alfonso V de Portugal; y, según. Barros, concede el “derecho” de conquista de las Islas Canarias a don Martinho Gonzalves de Taide, conde de Tauguía (Atauguía), por haberle traído la reina a Castilla,  aunque quedando las islas bajo la soberanía de Castilla. Así quedó resuelto diplomáticamente entre esos dos reinos europeos, por el  momento, el asunto de la invasión y saqueo de las islas que aún quedaban por conquistar.

1462. El jefe de la secta católica el Papa Pío II ratifica los privilegios concedidos por sus predecesores (Eugenio IV y Nicolás V) a la “evangelización” de las Islas Canarias; aprueba los «pactos de paces» que hiciesen los obispos con los guanches; prohíbe bajo excomunión la esclavización de los guanches de los bandos o reinos de paces; manda que se dé libertad a los que, de los mismos, hayan sido hechos esclavos; y concede amplias indulgencias a quienes cooperen en la redención de cautivos o ayuden a reprimir la depredación y esclavizaci6n de los guanches (Bula Pastor bonus, de Petreoli -Siena-, a 7 de octubre de 1.462). Así, de favorecer las invasiones y conquistas sangrientas con indulgencias de cruzada, se ha pasado a favorecer la “evangelización” pacífica con indulgencias similares.

1462. Fray Alfonso de Bolaños, de la secta de los franciscanos (O.F.M)., quien actúo como punta de lanza en la penetración cristiana en Chinet ( Tenerife), es nombrado vicario apostólico personal de Canarias -con facultades similares a las del Vicario general de Canarias- por el Papa Pío II, por la bula Ex assuetae pietatis intuitu, de Todi, a 12 de diciembre de 1.462; y pasa a Guinea con cuatro franciscanos .

1462. Diego García de Herrera va a Castilla, afines de 1462, a dar relación al rey castellano Enrique IV de que ha tomado posesión de «ciertas tierras e pesquerías». Se trata de la costa de nuestro continente desde el cabo Ajén (=Guee, Guel, Aguer, del Agua) hasta el cabo Boxidor (Boyatdor, Bojador), dentro de las cuales cae el río de la Mar Pequeña.

 1462 octubre 9.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.

Bula memorable que le dirigió Pío II

De este celo incansable de don Diego de Illescas, da claro testimonio la bula que el mismo Pío II le dirigió en Petreoli, villa del obis­pado de Sena, a 9 de octubre de 1462, «animán­dole a la fatiga, elogiando su solicitud y conce­diéndole diversos privilegios y gracias. Porque, habiendo sabido el papa cuan ardiente era la ca­ridad con que nuestro prelado se consagraba a la conversión y libertad de los naturales de las Cana­rias y Guinea y que, por la pobreza del país y de sus moradores, no querían avecindarse en él nin­gunos presbíteros ni otros eclesiásticos seculares, de manera que muchos cristianos se quedaban sin misa y morían sin sacramentos, quería su santidad que, mientras durase la obra de la conversión y aquella penuria de clérigos, se pudiese tomar su­ficiente número de religiosos de cualquier instituto, como fuesen de vida ejemplar, conducta y buena fama.

Igualmente el papa concedía al obispo y a to­das las personas constituidas en dignidad, a los canónigos de Rubicón, a los religiosos presbíteros y clérigos que residiesen en las islas ocupados en la conversión de los infieles, finalmente a todas las personas que, teniendo por esclavos algunos naturales de Canarias o Guinea, les diesen entera libertad o coadyuvasen de palabra o por obra a su redención; les concedía, digo, el privilegio de elegir confesor que les absolviese de casos reser­vados, como no fuesen a la silla apostólica, y de aplicarles una indulgencia plenaria en el artículo de la muerte. Pero al mismo tiempo delegaba a nuestro obispo y a los arzobispos de Sevilla y To­ledo, para que procediesen con censuras contra los piratas y otros cualesquiera cristianos que cau­tivasen por fuerza o fraude a los naturales de las Canarias y que los retuviesen o vendiesen como esclavos, precisando bajo de la misma excomu­nión a los contraventores a que dentro de 20 días después del monitorio les diesen libertad o los rescatasen.

Por otra parte lisonjeaba el papa la inclinación benéfica del obispo, favoreciendo a todos cuantos suministrasen a los naturales de nuestras islas, aun a los que no fuesen cristianos, cualesquiera gé­nero de alimentos, ropa, utensilios, agujas, ins­trumentos de arar y de cavar, excepto solamente armas prohibidas de hierro o palo. Quería tam­bién su santidad que don Diego de Illescas obli­gase con autoridad apostólica a los canónigos y dignidades de Rubicón que sin causa legítima re­sidiesen fuera del obispado más de un año, a que volviesen a su iglesia dentro de cierto término, convocándolos por edictos que se fijarían a las puertas de aquella catedral, privando a los con­tumaces de sus prebendas, subrogando en su lu­gar otras personas y promulgando los convenien­tes estatutos sobre esta materia.

Confirmaba la conservatoria y letras apostólicas de su predecesor Eugenio IV, dirigidas al obispo don Fernando Cálvelos, sobre la erección de la iglesia Rubicense en catedral; y sólo restringía la cáusula de que los regulares hubiesen de obtener las dignidades y canonjías, siendo notorio el in­conveniente de que" los buenos religiosos no que­rían dejar sus propias religiones, ni los presbíteros seculares abrazar la profesión monástica para pa­sar a tan pobres islas; así que todos los prebenda­dos deberían ser clérigos seculares en lo sucesivo. Y para que aquella santa iglesia fuese más distin­guida, recomendada con alguna indulgencia y frecuentada de la devoción de los fieles, concedía veinte años y veinte cuarentenas de perdón a los que, penitentes y confesados, la visitasen anual­mente en las vísperas y día de la Asunción de la Santísima Virgen. Esta misma gracia se ampliaba a una iglesia de cada isla que el obispo señalase, pero con la limitación de que la indulgencia sería de diez años y diez cuarentenas solamente.
Informado también Pío II de que nuestro obispo, arrebatado de su buen corazón, se iba a las islas que no estaban conquistadas y en com­pañía de algunos religiosos penetraba por el país de los infieles, haciendo con ellos pactos de con­federación y de paz, a fin de convertirlos, e in­formado igualmente de que muchos piratas, sal­teadores y perversos cristianos solían al mismo tiempo hacer grandes daños a los isleños, de modo que, ofendidos éstos, faltaban a los tratados de amistad y maltrataban a los piadosos misione­ros, declaraba que semejantes invasores incurri­rían desde luego en excomunión mayor reservada al sumo pontífice.
Finalmente el papa le concedía, en atención a sus sudores evangélicos, privilegio para que ni él ni sus sucesores estuviesen obligados a la visita ad ¡¡mina Apostolorum cada trienio, pues bastaría que lo hiciesen cada diez años; y que por este mismo término pudiese el señor Illescas dispensar a los naturales convertidos en el tercero y cuarto grado de consanguinidad y afinidad para contraer matrimonio, como también en el impedimento de pública honestidad. «Prosigue, pues (concluía el papa), obispo, hermano nuestro, en tus santas obras, con la misma prudencia y solicitud con que te has hecho aceptísimo a Dios, a Nos y a nuestros hermanos; pues, además del premio eterno, merecerás conseguir abundantemente la gracia de nuestra bendición apostólica».
Don Diego de Illescas prosiguió. Pero, al cabo de seis años, rendido al peso de la edad y del oficio, renunció el obispado en manos de Paulo II, quien, atendiendo paternalmente a su des­canso, le permitió que se retirase a España lleno de méritos, de trabajos y de virtudes, con una pensión sobre la mitra de la cuarta parte de sus rentas. Para seguridad de esta asignación expidió a su favor una bula, dada en Roma a 17 de marzo de 1468, a fin de que el obispo electo en su lugar y sus sucesores se la pagasen puntualmente, so pena de entredicho y aun de suspensión en caso de no querer cumpirlo. Las letras ejecutorias de estas penas fueron cometidas a los arzobispos de Toledo y de Sevilla, con fecha de 25 del mismo mes y año, que era el quinto del pontificado de Paulo II.

Si el ilustrísimo Dávila dice en sus Sinodales que don Diego de Illescas falleció en Rubicón, fue porque no tuvo noticia de esta renuncia ni de su retiro a la Europa; y, si añade que fue su inme­diato sucesor don fray Tomás Serrano, ha sido porque tampoco la tuvo de las elecciones que ya vamos a referir.” (José de Viera y Clavijo, 1987. T. 2: 231 y ss.)

1463. Enrique IV de Castilla, por Real Cédula del 10 de enero de 1463, concede proindiviso a Herrera y a su comendador mayor Gonzalo de Sayavedra, el señorío de las tierras de las que ha tomado posesión aquél. Concesión ratificada el 10 de agosto siguiente.

1463. Pedro de Meneses, conde de Vila Real, suplica al Papa Pío II autorización para conquistar las islas de Tamarant (Gran Canaria),  Chinech y Benahuare (Tenerife y La Palma) (concedidas por Enrique IV de Castilla) en vistas a convertir a los guanches a la fe cristiana. Eufemismo que oculta las verdaderas intenciones de estos aventureros, la de saquear y esclavizar a las poblaciones guanches.

1463. El Papa Pío II, el 13 de junio de 1463, concede a Pedro de Meneses la autorización pedida. Pero el fracaso del intento de conquista de Tánger la deja sin efecto.

1464. Al retirarse Herrera de las playas de Añazu, un fraile franciscano, llamado Macedo, solicitó y obtuvo permiso del obispo Il1escas para quedarse en Chinech (Tenerife) en compañía de Antón, guanche bautizado por el rito católico en Titoreygatra (Lanzarote) que había seguido a los españoles en su última expedición. Entonces tuvo Lugar, según refieren nuestros cronistas aparición en las playas de Güímar de una escultura en madera, que fue reconocida por el fraile y su neófito como la reproducción fiel de la imagen de la Candelaria.

Al saber Sancho de Herrera, hijo tercero del señor de las islas, tan peregrino hallazgo, y no queriendo que aquella joya estuviese en manos de una raza idólatra, emprendió una secreta excursión a las costas del sur de Tenerife y llegando sigilosamente a tierra se apoderó de la Virgen llevándola en triunfo a la iglesia parroquial de Fuerteventura, donde la colocó en sitio preferente, siendo el consuelo y la admiración de aquellos fieles. Pero la imagen, continúan diciendo nuestros cronistas, que no aprobaba aquella traslación, manifestaba su disgusto todas las mañanas volviendo el rostro a la pared; y tanto repitió esta demostración de desagrado que, al fin, el hijo de Herrera se vio en la necesidad de retomar con ella a Tenerife y dejarla en la humilde cueva que le servía de santuario.

No obstante los inútiles esfuerzos hechos por Diego de Herrera para conseguir algunas ventajas sobre los habitantes de Canaria y Tenerife parece que, últimamente, bajo el pretexto de cambiar productos, pudo obtener que en la playa de Gando se le permitiese levantar un almacén para albergar allí a los encargados de ese tráfico.

Este almacén fue poco a poco transformándose sin que lo advirtiesen los isleños en casa fuerte con buenos muros, fosos, saeteras y torreones y una guarnición numerosa para su defensa.

1464. Según la tamusni (tradición oral), Akaimo era segundo de los hijos del Gran Tinerfe. Fue mencey del Menceyato de Güímar. Estuvo presente en 1464, en la visita y el tratado de paz establecido por el esclavista Diego de Herrera. Parece, pero no se puede afirmar, que en el tiempo de su menceyato apareció la imagen de  Candelaria. En los contactos de 1464, los españoles le llaman «el rey de las lanzadas, que se llama el Rey de Güímar» .Fue padre de Añaterve, el Bueno, que fue su sucesor, y pactó con los invasores españoles.

1464. los colonos Inés y su marido procuraron realizar proyectos de expansión y conquista en las Islas, aunque cada vez era más evidente que el modelo señorial que ellos representaban no tenía capacidad para hacerlas, lo que impulsaba al rey de Castilla, Enrique IV (1454-1474) a ensayar nuevas soluciones, en una línea que contradecía los intereses castellanos, pero comprensible si se tiene presente la vincu-lación del rey a través de su segundo matrimonio con Juana de Portugal, y el carácter personalista de muchas decisiones regias en aquellos tiempos.

1464. Los intentos de expansión señorial europea en Canarias parecían tocar a su fin. Titoreygatra (Lanzarote),  Erbania (Fuerteventura), Esero (El Hierro) y la Gomera estaban sujetas a señorío, aunque los gomeros protagonizaron algunos alzamientos contra los tiranos -1478, 1484, 1488-, la última de las cuales causó la muerte de Fernán Peraza «el joven», hijo de Inés Peraza y Diego García de Herrera. Pero no había visos de que la conquista de Tanaránt (Gran Canaria), Chinet (Tenerife) y Benahuare (La Palma)  fuera posible en aquella situación. La guerra de sucesión castellana entre 1475 y 1479, a la muerte de Enrique IV, y el alineamiento de Alfonso V de Portugal al lado de su sobrina Juana contra los derechos al trono de Isabel I y Fernando V de Castilla pusieron de actualidad por última vez el largo conflicto entre ambos reinos sobre Canarias y la ruta de Guinea.

1464. El Papa de la secta católica  obliga a residir a los canónigos y dignidades y se restringe la cláusula de que deben ser regulares. Como consecuencia de la mejor y más intensa administración comienzan a aparecer los pleitos por el cobro de rentas entre los colonos obispos y señores. Los prelados, por su parte, comienzan a residir de forma más habitual en su diócesis.

1464. Los colonos Diego López de Illescas, obispo de Rubicón, y Diego García de Herrera, autodenominado señor de Canarias, firman «pactos de paces» y comercio con los régulos de los nuevos bandos o reinos de Chinech (Tenerife), el -21 de junio de 1464. Herrera siguiendo las costumbres europeas de la época, hace simulacro de toma posesión de la isla, desplazando piedras y rompiendo ramas de árboles, lo que causó hilaridad entre los guanches. Los guanches le permitieron construir un torreón y casa de contratación en Añazu n Chinech (actual Santa Cruz de Tenerife) pero los intentos de esclavización en algunos menceyatos, las rapiñas y violencias posteriores llevadas a cabo por los bandoleros de Herrera movieron a los guanches a demoler el torreón y Herrera tuvo que retirarse de la isla derrotado.



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