lunes, 17 de septiembre de 2012

CAPITULO III: DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO XV. 1471-1480



EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

 

CAPITULO III: DE LA ANTIGÜEDAD AL SIGLO XV. 1471-1480

 

Eduardo Pedro García Rodríguez



1486. Establecióse por los invasores en Gáldar la iglesia de Santiago de la secta católica, para todos los actos religiosos cristianos que allí se celebraban, seis bancos destinados exclusivamente a dar asiento a cierto número de familias de colonos privilegiadas y algunas de las canarias conversas. De estos bancos, los tres de la derecha debían ser ocupados, el primero, por la Justicia del Rey y por las tres infantas canaii doña Catalina, doña Margarita y doña Luisa; el segundo, por los Quintanas, Cabreras, Jáimez de Sotomayor, Machucas y Guerras, y, el tercero, por los Calderones, Ordúñoz, Zambranas, Godoyes, Polancos y Rivas. De los tres bancos de la izquierda, era uno para los Aguilares, Vegas, Sarmientos, Maluendas y Leones; el segundo para los Ruedas, Tapias, Mirandas, Benaventes, Valderramas y Sánchez, y, el tercero, para los Pérez de Guzmán, Rojas, Cairascos, Figueroas, Cabrejas y Coronados.

El distrito de Agüimes se destinó a cámara episcopal, (señorío de la secta católica) como recompensa de la actividad y celo puesto en la invasión por  obispo  Juan de Frías, ejerciendo en aquella localidad él y sus sucesores la jurisdicción temporal y dominio directo, cuyo organismo feudal ha llegado hasta finales del siglo XIX.

Algunas familias italianas de los dominios del imperio de  Aragón vinieron desde entonces a fijar su residencia en la isla, pudiendo indicar las de Sopranis, Cairasco y Amoreto; tampoco faltaron otras portuguesas atraídas por la riqueza del suelo y especialmente las pertenecientes a la raza judaica, que huyendo de las persecuciones provocadas por la inquisición llegaban a estas playas, donde, a pesar de la distancia, no conseguían escapar al ojo investigador del Santo Oficio.

1486 Febrero 17. Alcalá de Henares (f.129). Comisión al Ido. Fernando Yañez de Lobón, alcalde de Casa y Corte, del Consejo Real y teniente de asistente de Sevilla, para que entienda en la petición hecha por Fernando de Peraza, en nombre de su madre dona Ines de Peraza, reclamando el lugar y heredamiento de Villamartín que le fue tomado por la ciudad de Sevilla, expulsando a Sancho de Herrera que lo tenía en su nombre, Dicho lugar fue concedido a doña, Inés Peraza, con facultad para poblarlo con cuantos vasallos quisiera y para reservarse doscientas cahizadas de tierra de labor, y, bajo la condición de construir una fortaleza, condición que fue cumplida. Alfonsus. Johannes. Fernandus. Antonius Mármol. (E.Aznar; 1981).

1486 marzo 29.
Primeros intentos de penetración del catolicismo en el Archipiélago Canario según el clérigo católico e historiador José de Viera y Cavijo.

“De don fray Miguel de La Cerda, decimocuarto obispo

Fue su sucesor el señor don fray Miguel López de La Cerda, a quien califican nuestras sino­dales por hijo de los duques de Medinaceli. Era religioso de San Francisco y obispo de Bisaccia, en el reino de Ñapóles, desde el año de 1485. Transfirióle a nuestra iglesia de Rubicón (pues to­davía no se llamaba de Canaria) el papa Inocen­cio VIII por sus bulas en San Pedro de Roma, a 29 de marzo de 1486, año tercero de su pontificado. Expresaba el sumo pontífice «que, por falleci­miento del obispo rubicense don Juan, no podía encomendar aquella iglesia a persona de méritos más relevantes, que a quien había regido hasta entonces la iglesia bisaccense con tanto aplauso. Absolvíale del vínculo del juramento hecho a la dicha iglesia, y que quería que, antes de tomar posesión del segundo obispado, prestase nuevo juramento en manos de los obispos de Avila y de Córdoba, a quienes asimismo se expedía bula». Parece que este ilustre obispo sólo pasó a su iglesia para ser un mártir de la humanidad y de la libertad de los naturales de nuestras islas. Cuando, en el libro octavo de esta historia, refe­rimos las crueldades del conquistador Pedro de Vera contra los gomeros, cómplices en la muerte de Hernán Peraza, no dudamos atribuir al obispo don Juan de Frías las vivas altercaciones que pro­dujeron tantos escándalos. Dos autoridades respe­tables nos indujeron a aquel error: la del señor Murga en sus Sinodales, y la del padre Abreu Ga-lindo en sus manuscritos. Pero ahora que se sabe fijamente el año de la muerte de aquel prelado, época muy anterior a la tragedia de La Gomera, conozco la injusticia que hice a nuestro cronista Núñez de la Peña y al P. fray Alonso Espinosa, no siguiéndolos en esta parte.

Con efecto, estos autores con razón atribuyeron a don fray Miguel de La Cerda aquel celo de que se mostró devorado a vista de las opresiones de Pedro de Vera, la caridad e indignación cristiana con que reprehendió su despotismo, el pesar con que oyó sus injurias, cuando le amenazó con un casco ardiente en lugar de mitra, y los demás acontecimientos de que dimos las noticias cir­cunstanciadas. Tales fueron el viaje del obispo a la corte cargado de sus quejas, la libertad que consiguió para los gomeros y los otros canarios vendidos, la falsedad de la lepra y perpetua pri­sión, aunque quizás bien merecida, de aquel hombre absoluto, etc.

Lo cierto es que don fray Miguel de La Cerda fue una temprana víctima de tan graves disgustos, pues ya era fallecido en 1488, a los dos años de su pontificado, como consta en la dataría de Roma, bien que nuestras sinodales y los copistas de sus equivocaciones difieren su muerte hasta el de 1491. Pero allí se halla que en el año quinto del pontificado de Inocencio VIII fue provisto el obispado rubicense, por muerte del señor de La Cerda, en la persona de un cierto Tomás Grore, de quien no tenemos más noticia. Sólo podemos asegurar que no admitió la dignidad y que nuestra iglesia careció de pastor hasta el año de 1496, en que se lo dio el papa, con expresión de serlo por muerte de don fray Miguel de La Cerda.” (José de Viera y Clavijo, 1987. T. 2: 235 y ss.)

1486 Abril 3. Medina del Campo (f.119). Incitativa para que el Ido. Lobón, lugarteniente de asistente de Sevilla, las justicias de dicha ciudad, el gobernador de Gran Canaria, doña Inés Peraza y su hijo Fernán Peraza, señores de Lanzarote y Fuerteventura, ayuden a Ciprián Gentil, comisario papal, a cobrar los expolios y bienes que quedaron de don Juan Frías, obispo que fue de Canaria, en el arzobispado de Sevilla, obispado de Cádiz, Gran Canaria y en las otras islas, ya que pertenecen a la cámara apostólica; para ello se ofrece auxilio del  brazo real. El Rey y la Reina. Avila. Rodericus. Andreas.  (E.Aznar; 1981)

1486 Abri1 31. Córdoba (f, 194) Sobrecarta de una carta de perdón de de Mayo de 1482, que va inserta, concedida a favor de Gonzalo Fernández Mansino, vecino de Noya, por haber servido en la conquista de Gran Canaria, ampliando su validez al proceso seguido por el ldo. Juan de la Fuente, alcalde de Casa y Corte, ya todos los no especificados en la primera carta. Se inserta además la orden de la Reina de 17 de Enero de 1481, autorizando a don Fernando de Acuña, del Consejo Real y justicia mayor del reino de Galicia, a reclutar gente, que hubiese cometido ciertos delitos, para la conquista de las islas de Canaria, a cambio de perdón real. La Reina. Avila. (E.Aznar; 1981)


1486 Agosto 6. Las Nuevas de Zarzuelo (f. 5). Merced de la veinticuatría de Jerez de la Frontera a favor de Fernando de Vera, hijo de Pedro de Vera, gobernador de Canaria, por vacante de Juan Sánchez de Cádiz y su hijo Ruy Sánchez, quien no llegó a tomar posesión de la misma. E/ Rey y /a Reina. Alvarez de Toledo. (E.Aznar; 1981)


Primer alzamiento de los gomeros

Año 1487: Muerto  el Señor consorte de las Canarias, García de Herrera el 22 de junio de 1485, en su casa fuerte de Ventancuria, la viuda distribuye la herencia entre sus hijos, desheredando al primogénito Pedro García de Herrera por ser distraído, el segundo Sancho de Herrera, obtuvo cinco dozavas partes en las rentas y producto de Titoreygatra (Lanzarote) y Erbania (Fuerteventura), con la propiedad de los islotes de del Archipiélago Chinijo (Alegranza, Graciosa, Lobos y Santa Clara); doña María de Ayala recibió cuatro dozavos en aquellas mismas dos islas y doña Constanza los tres dozavas partes restantes. Fernán Peraza, hijo mimado por su madre heredó por mejora de ella las islas de La Gomera y Ecero (El Hierro), en cuya posesión estaba cuando la conquista de Tamaránt (Canaria).

Las continuas tropelías, exacciones y vida licenciosa llevada por el joven y pervertido Fernán Peraza, que las quejas llegaron al trono de Castilla, mandado a llamar a la Corte por la Reina Isabel y, oídos los cargos que pesaban sobre el libertino por la venta como esclavos a doscientos de sus súbditos gomeros, con la connivencia de unos patrones de Naos de San Lucar de Barrameda, la Reina, como era habitual en ella arrimó la braza para su sardina, y castigó al disoluto Fernán Peraza a casarse con la envenenadora y ninfomana Beatriz de Bobadilla, quien era dama del afecto del Rey Fernando. ”Matando así dos pájaros de un tiro”.

Retornado Fernán Peraza a su feudo de La Gomera, en compañía de su flamante y “Cristiana” esposa, fortalecido por haber salido airoso de su pleito en la corte castellana, la que además de por la razones anteriormente expuestas, necesitaba mantener buenas relaciones con los señores de las islas, para sus fines de conquista de las denominadas islas realengas, futura base de abastecimiento para las empresas de saqueo en América, y punto de apoyo para la extracción de esclavos en nuestro continente, y aún en las propias islas. Comenzó de nuevo a dar riendas a sus pasiones, exigiendo de sus vasallos crecidos tributos y alcabalas y, creando nuevos tributos que ni el uso autorizaba ni aquellos desgraciados gomeros podían soportar para sastifácer a su despiadado señor en sus dispendiosos gastos y locas prodigalidades.

La tiránica actitud de Fernán Peraza, terminó por colmar la paciencia del pacífico pueblo gomero, alcanzando su máxima tensión cuando Peraza rompió el Pacto de colatación produciéndose un alzamiento generalizado en toda la isla. Peraza y su mujer no teniendo en la isla quien los defendiese, se hacían y custodiar por una guardia de criollos lanzaroteños que estaban a su servicio, se encerraron en la torre o fortaleza que habían construido en la llanura de Hipalán (San Sebastián), y allí se defendieron algunos días de los ataques de los gomeros, que los tenían sitiados, con deseo de vengar los agravios de que eran victimas.

Viendo Fernán Peraza, que le era imposible sostener aquella situación por mucho tiempo, encontró el medio de enviar un mensaje a su madre residente en Titoreygatra (Lanzarote) solicitando ayuda contra los sublevados. Al recibir el mensaje Inés Peraza, reunió a algunas tropas con las que contaba en aquel momento y en dos carabelas y algunos barquichuelos que estaban anclados en la rada de Arrecife  envió al Real de Las Palmas con una carta dirigida a Pedro de Vera, solicitándole ayuda para su hijo, en virtud de los pactos que mantenía con la Corona castellana, rogándole tomase el mando de las tropas y barcos, y se dirigiese a La Gomera para castigar la insolencia de aquel rebelde pueblo. Vera que por esos días estaba inactivo en el Real, sin poder saciar su permanente sed de sangre, recibió la invitación como caída de su cielo personal, aceptó con placer la invitación que se le dirigía, uniendo a los soldados lanzaroteño algunos españoles y canarios y embarcó rumbo a Hipalam (San Sebastián), llegando a tiempo de evitar la rendición de Peraza y los suyos, quienes acuciados por el hambre y la sed, estaban a punto de entregarse a los sitiadores.

Los sitiadores al ver la llegada de la flotilla comandada por Pedro de Vera, al prever que en ella venía gran cantidad de tropas de la Hermandad de Sevilla, (Tropas de mercenarios equivalentes a la Legión Extranjera de nuestros días) decidieron una retirada estratégica, hacía los sitios más escarpados de la isla.

El General Vera desembarco tranquilamente, sabiéndose dueño de la situación, siendo recibido como un salvador por Hernán Peraza y su candorosa esposa, que se apresuraron a obsequiarle con esplendorosos banquetes y festejos, mientras que escuadrones de canarios perseguían a los gomeros huidos por los agrestes montes de la isla, apresando indistintamente tanto a sublevados como a inocentes, en cantidad de más de doscientos, entre hombres mujeres y niños, los cuales fueron embarcados por Vera hacía Canaria, y posteriormente para España, donde fueron vendidos como esclavos, de esta manera cobro Vera los gastos de la expedición en ayuda de Peraza.


SEGUNDO ALZAMIENTO DE LOS GOMEROS

La experiencia con los sucesos anteriormente expuestos no le sirvió a aquel mancebo soberbio y rencoroso para modificar su actitud hacía sus indefensos vasallos. Cuando se consideró seguro en su dictatorial gobierno de la isla, volvió a repetir con más crudeza si cabe, sus actos de despotismo, de arbitrarias rapacidades y de ruines venganzas. Arrastrado por sus vicios y no contento con su mujer, violaba a cuantas jóvenes destacaban en la isla por su gentileza y hermosura. Entre éstas destacaba una llamada Iballa, sacerdotisa que habitaba en Guahedún en unas cuevas del mismo nombre, la cual Peraza quería hacer victima de sus livinidosos deseos.

El viejo Pablo Hupalupu, hombre mascota y adivino, al que tenían por favorecido de espíritus superiores, advertido de la ofensa que el tirano meditaba convocó a sus parientes y amigos más próximos en un islote cerca de Tagualache, que después sería conocido por La Baja del secreto, y acordaron poner los medios necesarios para impedir este nuevo ultraje.

Puestos de acuerdo lo conjurados con Iballa, decidieron que esta diera una cita al fogoso Peraza, en la cueva de Guahedún donde le recibiría acompañada de una vieja parienta que estaba en el secreto y, a una señal convenida apresarían al tirano. Hernán Peraza, no tardó en acudir a la llamada de la bella Iballa, haciéndose acompañar de un paje y un escudero, sin sospechar de la celada que se le preparaba, entró solo en la cueva, en cuanto traspasó la puerta de ésta, comenzaron a oírse unos silbidos en los alrededores siendo esta la señal de los conjurados para pasar a la acción. Inmediatamente cercaron la colina donde se ubica la cueva y, deteniendo al paje y al escudero, creyeron asegurada su venganza. Iballa para disipar cualquier sospecha de su complicidad en el acto, instó al tirano a que se disfrazara de mujer y huyera antes de que sus parientes llegaran a la cueva. Ante la imprevista sorpresa, turbado por la situación el galán acepto ponerse unas sayas y una toca; pero la vieja, que seguía los acontecimientos gritó a los suyos: “Ese que va vestido de mujer” Peraza que la oyó, retrocedió y despojándose de las ropas femeninas, tomó la adarga y sacando su espada se adelantó con animo decidido hacía los asaltantes. En lo alto de la cueva estaba apostado un pariente de Iballa llamado Pedro Hautacuperche, quien al ver salir a Peraza le arrojó su banot con tal fuerza y puntería que le atravesó el pecho matándolo en el acto. Al verle caer los sublevados ajusticiaron también al paje y al escudero, fieles servidores de los desmanes de su señor.

Al ver consumada su venganza, los sublevados gritaron: “Ya se quebró el gánigo de Guahedum”, aludiendo a que con aquel acto, quedaba roto cualquier pacto que hubieran mantenido con la casa de Peraza, pactos que acostumbraba sellar bebiendo leche de un gánigo.

Enterada del suceso Beatriz de Bobadilla se encerró con sus hijos y algunos servidores fieles en la torre, no sin antes despachar una barca a Gran Canaria en demanda de nueva ayuda al gobernador genocida Pedro de Vera. Mientras los gomeros deseando reconquistar totalmente su independencia pusieron cerco a la torre dirigidos por Hautacuperche, éste dio pruebas de un valor sin cuento en el asalto a la torre, recogiendo en el aire las saetas que desde las troneras les disparaban los defensores, precisamente uno de estos alardes fue aprovechado por dos de los defensores, mientras uno amagaba con disparar, otro situado en un nivel más bajo le atravesó el pecho con un dardo, cayendo así el héroe gomero.

Pedro de Vera teniendo en cuenta lo rentable de su anterior intervención a favor de los Peraza, y conociendo bien la ruta a La Gomera, preparó concienzudamente la expedición genocida y de saqueo. Llevaba consigo cuatrocientos hombres mercenarios veteranos de “”La Santa Hermandad”” de Sevilla que gozaban de justa fama por despiadados y sanguinarios insaciables. Dos meses después del ajusticiamiento de Hernán Peraza, que había tenido lugar en noviembre de 1487, Pedro de Vera desembarca en San Sebastián al frente de sus feroces tropas. Los gomeros atrincherados en los lugares más inaccesibles de la isla hacían frente a los continuos ataques de los españoles causándoles numerosas bajas. Vera, ante los pocos avances que conseguía en la operación de castigo que se había prometido tan fácil como la llevada a cabo anteriormente, desesperaba en su campamento, por ello, optó por recurrir una vez más al engaño, conociendo la bondad y credulidad de los isleños, ideo un ardid propio del canalla que era. Pretextado la celebración de unas exequias por el difunto Hernán Peraza, mando a pregonar al son de trompetas y tambores, anunciando que aquellos isleños que no concurriesen serían considerados como autores o cómplices del ajusticiamiento. Engañados por el pregón, muchos gomeros que no estaban comprometidos con el alzamiento acudieron a la iglesia el día señalado por el pérfido Vera. Una compacta multitud de mujeres, hombres y niños, con el afán de probar su inocencia, se dirigieron a la villa y según se iban acercando al templo el general los acorralaba en lugar apartado y cuando juzgó inútil todo disimulo, los declaró prisioneros, sin oír sus justas protestas ni sentir el menor remordimiento por su criminal acción.

Tan pronto Vera tubo a los desgraciados y estupefacto gomeros, desarmados y a su alcance, condeno a muerte a los varones mayores de quince años procedentes de los distritos de Orone y Agana, y, a fin de que la ejecución fuese más rápida y ejemplar, a los que no ahorcaba o pasaba a cuchillo los colocaba en lanchas, y atados los brazos a la espalda, los echaba al mar en sitios bastante alejados de la costa. Las mujeres y los niños fueron vendidos en España, y algunos que habían conseguido ser desterrados a Lanzarote, el patrón del navío que los llevaba llamado Alonso de Cota, los arrojó en alta mar siguiendo las ordenes de Vera.

Esta horrible masacre, para mayor escarnio, tuvo su simulacro de juicio en La Gomera, por el cual Pedro de Vera aprovechó para continuar su orgía de sangre, implicando en el alzamiento a los gomero que residían en Tamarán (Gran Canaria), en declaraciones arrancadas a los desgraciados que sometió a horribles torturas. De regreso a Guiniwadad (Las Palmas) el feroz genocida, hizo prender en una noche a todas las familias gomera que moraban en la isla condenando a muerte a los hombres y a perpetua esclavitud a las mujeres y niños. La hecatombe fue de tal magnitud que obligó a intervenir al obispo católico Fr. Miguel de la Serna, con lo cual consiguió que Pedro de Vera acelerara la muerte de los desdichados, además de recibir la promesa de Vera de que si no cesaba en sus protestas le podría en la cabeza un casco calentado al rojo vivo.

Cuando Vera dejó la gobernación de Gran Canaria, en diciembre de 1489, fue recibido por los reyes de España con cariñosa solicitud y marcada benevolencia, a pesar de que tenían pleno conocimiento de los horribles crímenes cometidos por el carnicero, no solo no lo recriminaron, sino que lo destinaron a la tala de la Vega de Granada, y luego en el sitio de la ciudad. Con actitud tomada por los monarcas quedó en entredicho la supuesta política proteccionista de los reyes católicos hacía los canarios.

El Obispo católico en Canarias al ver mermado de manera alarmante el número de sus ciervos y por consiguiente sus diezmos, por la acción depredadora de Pedro de Vera y Beatriz de Bobadilla, interpone recurso antela corona castellana alegando que los gomeros vendidos tanto por Pedro de Vera y sus factores como por Beatriz de Bobadilla, eran cristianos, por lo cual no podían ser vendidos.

Por tanto, el Obispo exigió la intervención de la corona a favor de los esclavizados gomeros, ésta que tenía entre manos los planes para la invasión y saqueo de América, además del continente y, por consiguiente era vital el mantener las cordiales relaciones que hasta el momento sostenía con el Pontífice Romano, verdadero árbitro en la distribución de las nuevas tierras a esquilmar y por las que litigaban las coronas de Castilla y Portugal, accedió a los requerimientos del obispo, ordenando la puesta en libertad y regreso a las islas de los esclavos gomeros vendidos por Pedro de Vera y Beatriz de Bobadilla. Como la situación creada no era fácil de resolver mediante un decreto, la mayoría de los desdichados gomeros esclavizados tuvieron suerte diversa.

Los que tuvieron la oportunidad de regresar a su patria, tuvieron que pasar por una serie de vicisitudes de las cuales nos ocuparemos en el capitulo correspondiente.

1486 Diciembre 13.
El Papa Inocencio VIII, por la bula Orthodoxae fidei de Roma, concede a los Reyes Católicos el derecho de patronato sobre las diócesis de Granada (todavía sin invadir y conquistar) y Canarias (a medio conquistar)  Antecedentes inmediatos: Bula de Sixto IV Ortodoxae fidei de Roma, a 10 .de :agosto de 1482, a los Reyes Católicos, para la conquista  de Granada; bula de Inocencio VIII, Ortodoxae fidei, de Roma, a 18 de febrero de 1486, a Juan II de Portugal, para la conquista del reino de Marruecos; bula Provisionis nostrae, de Roma, a 15 de mayo de 1.486 a los Reyes Católicos; bula Dum adillum, de Roma, a 4 de agosto de 1.486, a los Reyes Católicos. Está claro que por aquellas fechas, los Papas concedían supuestos derechos de conquista sobre los pueblos no católicos, con la misma liberalidad que un potentado arroja unos céntimos a unos pobres.

1486 diciembre 13.
Templos y Prelados católicos en la colonia según el criollo, Clérigo católico
e historiador José de Viera y historiador José de Viera y Clavijo.

“Bula de Inocencio VIII haciéndola iglesia del real patronato
La  primera innovación que en ellos hubo pro­vino de la bula Orthodoxae fidei, por la que, habiendo Inocencio VIII, en 13 de diciembre de 1486, concedido a la corona de Castilla el patro­nato perpetuo de las iglesias, monasterios, con­ventos y prioratos fundados y que se hubiesen de fundar en nuestras Islas y reino de Granada, con los beneficios que excediesen de 200 florines de oro, quedaron todas las dignidades y prebendas de la catedral de Canaria sujetas a la provisión del rey. La bula decía así:
Inocencio, obispo, etc. Deseando con las ma­yores veras la propagación de la fe ortodoxa que puso el cielo a nuestro cargo, el aumento de la cristiana religión, la salud de las almas, el abati­miento de las naciones bárbaras y la conversión de los infieles, no cesamos de favorecer conti­nuamente con gracias apostólicas y favores a aquellos reyes y príncipes católicos que se ocu­pan en ello como atletas y acérrimos defensores de Jesucristo, para que con mayor cuidado y dili­gencia insistan en obra tan necesaria como acepta al Dios inmortal, cuya es la causa. Tales son nues­tros muy amados hijos Fernando, rey, y Isabel, reina de Castilla y de León, quienes no sólo han procurado que se continuase la empresa de ex­pugnar a los infieles de las Islas Canarias, sino que también se hiciese fuerte guerra al reino de Granada, ocupado por los inmundos sarracenos, enemigos del nombre cristiano, el cual reino mi­raban los reyes de España como perteneciente a su real prosapia, por lo que no han cesado de ir subyugando con prósperos sucesos muchas ciu­dades, lugares y castillos, así del mismo reino de Granada como de las referidas Islas.

En este estado, nuestro amado hijo y noble va­rón Iñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, general y embajador por los mismos reyes Fer­nando e Isabel cerca de Nos y de la silla apostó­lica, nos hizo presente en su nombre que, para la conservación de aquellas posesiones y las demás que se hubiesen de adquirir por ellos y sus suce­sores los reyes de Castilla y León bajo de su impe­rio y para la manutención de la misma fe, juzga­ban por muy conveniente que en todas las iglesias catedrales, monasterios, conventos y prioratos que ya existen en los lugares que han ganado, tanto en las dichas Islas y reino de Granada, como en la ciudad de Puerto Real, de la diócesis de Cádiz, o que en adelante se hubiesen de esta­blecer de nuevo en Granada y en las Islas, se co­loquen personas eclesiásticas de probidad, cui­dado y cristiandad que sean celosas de la fe, do­tadas de inocencia de vida y honestidad de cos­tumbres, próvidas en las cosas espirituales, cir­cunspectas en las temporales, gratas y aceptas a los mismos reyes, las cuales personas hayan de ser las que obtengan cualesquiera canonicatos, prebendas, raciones y dignidades de las mismas catedrales y colegiatas adquiridas o que se adqui­riesen de nuevo en los dichos lugares, a fin de que con su loable vida y conducta, con la conti­nua y devota celebración de los oficios divinos y con su persuasión y exhortación soliciten que los moradores de estos pueblos se abstengan de los vicios, se dediquen a la virtud, busquen con todo esmero la salud de sus almas, procuren conservar el amor a sus soberanos y abstenerse de todo asomo de rebelión.

Nos, pues, que a instancia de los mismos reyes hemos librado nuestras letras a algunos prelados para que pudiesen erigir cualesquiera iglesias, monasterios y

otros beneficios eclesiásticos en los lugares referidos, con facultad de asignarles por dotación los frutos, réditos y obvenciones de las iglesias, esperando que, si se concediese a los di­chos reyes de Castilla y León, Fernando e Isabel, el derecho de patronato de tales iglesias, monas­terios, dignidades, prioratos, canonicatos, pre­bendas y raciones, se atendería oportunamente en ello a la conservación y manutención de los habi­tantes de los dichos lugares adquiridos o que se hubieren de adquirir, bajo la fidelidad más sin­cera a los mismos monarcas y a la perseverancia de todos en la fe católica, como asimismo que en esto se atendería también a la propia convenien­cia de las personas que hubieren de obtener en dichas iglesias, monasterios y prioratos las digni­dades, canongías y prebendas por los mismos re­yes... Tenida sobre este particular una madura de­liberación con nuestros hermanos, por consejo de ellos y con expreso consentimiento, concedemos el pleno derecho de patronato a los dichos reyes Fernando e Isabel y a los reyes de España sus su­cesores, para que puedan presentar a la silla apos­tólica sujetos idóneos para las iglesias catedrales, como asimismo para los monasterios, prioratos y conventos, en los dichos lugares del reino de Granada e islas de Canaria, adquiridos o que se adquirieren y establecieren de nuevo cómoda­mente con los frutos, réditos y rentas, con tal que exceda anualmente su valor de 200 florines de oro de la cámara, según la común estimación, etc. Dada en San Pedro de Roma, año de la En­carnación del Señor de 1486, a 1 3 de diciembre. Esta bula fue mandaba observar a don fray Diego Deza, obispo entonces de Falencia, confe­sor y consejero de los Reyes Católicos, en 5 de diciembre de 1502, por su decreto dirigido al re­verendísimo arzobispo de Granada, a los reve­rendos obispos de Canaria, Málaga, Cádiz y Al­mería, sus provisores, oficiales y vicarios genera­les; a los venerables y circunspectos varones dea­nes y cabildos de las dichas iglesias, canónigos y personados; a los maestros generales, provinciales y prelados de las órdenes y, a los demás eclesiás­ticos de cualquier dignidad y estado, grado, orden y condición que fuesen, en el reino de Granada, islas de Canaria y ciudad de Puerto Rico; todo a instancia del señor Martín de Ángulo, arcediano de Talavera, consejero y procurador fiscal de aquellos monarcas. Halláronse presentes don Alonso de la Fuente y Sauce, obispo de Jaén, Mar­tín de Azpeita, maestro en teología y protonotario apostólico, y Francisco de Malpartida, licenciado en cánones, consejeros de dichos reyes; y pasó ante Gaspar de Grizio, notario público y apostó­lico y secretario de sus majestades, quien lo signó y selló con inserción de la bula.” (José de Viera y Clavijo, 1982. T. 2:286 y ss.)

 1487. El Papa Inocencio VIII suprime la vicaría general la secta de  los franciscanos residentes en  Canarias y los somete a la Custodia de Sevilla, por el Breve del 11 de septiembre de 1487.

1487.
Templos y prelados católicos en la colonia de Canarias según el criollo  clérigo e historiador José de Viera y Clavijo.

Empiezan a tener nombre de custodia las fundaciones de las Canarias

“Desde  que la orden de San Francisco tuvo estos dos conventos, empezaron las Cana­rias, como dice Wadingo, a tener nombre de pro­vincia y a adquirirse tanta celebridad, que el mando de ella volvió a ser nueva manzana de discordia. Sabemos que, por los años de 1485, se había suscitado una muy viva controversia entre fray Alonso del Badillo (que estaba comisionado por el ministro general y por el provincial de Cas­tilla para gobernar los conventos de las Canarias con el de Sanlúcar y sus .misiones) y fray Pedro de Córdoba, que en virtud de bulas pontificias se consideraba ministro privativo de las mismas Ca­narias, bajo la inmediata obediencia del vicario general ultramontano. Para examinar este punto dio el papa Inocencio VIII sus letras apostólicas alobispo de Rubicón don Juan de Frías y a los obis­pos de Mondoñedo y Málaga, que se hallaban en Sevilla por aquel tiempo. Pero habiendo muerto don Juan de Frías poco después, parece que se volvió a cometer el conocimiento de la disputa al arcediano de Castro y al chantre de Córdoba, cu­yas resultas ignoramos.

Lo cierto es que todo se arregló últimamente en el capítulo general de la orden, celebrado en Tolosa, año de 1487, pues entonces se decretó que la vicaría de las Canarias, con intervención apos­tólica, se agregase a la de Sevilla, para que las dos compusiesen una sola custodia; y que entre tanto se gobernasen los conventos de las Canarias por un vicario provincial o, en su defecto, por un co­misario suyo o del vicario general de toda España.” (José de Viera y Clavijo, 1982, T. 2: 336 y ss.)
1487. Los nefastos Reyes Católicos conceden a los colonos   Diego García de Herrera y a su esposa  Inés Peraza de las Casas, Señores de las Islas Canarias el título de Condes de la Gomera. De un lado,  Diego de Herrera, I Conde de la Gomera, era hijo de  Pedro García de Herrera, Rico-ome (léase rico hombre) y Mariscal de Castilla, Señor de Ampudia y Capitán General de Xeréz de la Frontera, y de  María de Ayala, Señora del Estado y de la Casa de Ayala; y de otro,  Inés Peraza de las Casas, I Condesa de la Gomera, había nacido fruto del matrimonio entre Hernán Peraza (el Viejo) y  Inés de las Casas. La actividad desplegada por Diego de Herrera, en representación y defensa de los derechos señoriales de su esposa (hija y heredera de Hernán Peraza), fue bastante continuada y enérgica. Su primera acción importante fue la recuperación de Lanzarote, cuyos vecinos, tras desalojar a los portugueses en 1450, se habían alzado contra el señorío pidiendo su pase al realengo. Pacificadas las islas conquistadas, Herrera realizó diversas incursiones en Tamaránt (Gran Canaria) y Chinet (Tenerife), levantando torres en Añazu n Chinet (actual Puerto de Santa Cruz, Tenerife) y Gando, en Tamaránt  (Gran Canaria).
1487, Cuando sólo Tamaránt (Gran Canaria) estaba sometida  a la corona de castilla, una real cédula de los nefastos Reyes Católicos establece la “exención de alcabalas, monedas y toda clase de tributos” a los vecinos y moradores con casa propia de veinte años y una almojarifazgo de 3 maravedíes % de cada carga o descarga que se realice.

Este sistema, diferente al realizado en el resto de los pueblos sometidos por las coronas castellanos-aragonesas, fue adoptado también en Chinech (Tenerife) y Benahuare (La Palma) cuando fueron invadidas y sometidas.  Los castellanos se encontraron con unas islas con población insuficiente que esclavizar para explotar sus riquezas y subsistir conviviendo en ellas, por lo que los cabildos de los invasores colonos en las islas solicitaron a la corona castellano-aragonesa las bases para su desarrollo y para ello contaban con el reparto de tierras usurpadas y la exención de tributos. Pronto las islas se fueron poblando especialmente por colonos portugueses. Los que habían participado en la conquista obtuvieron tierras en reconocimiento a sus méritos, depredatorios también se concedieron a los numerosos pobladores que atraídos por estas condiciones se decidieron a acometer la aventura de establecerse  hacerse en la colonia de Canarias, pero estas tierras usurpadas se repartían con la condición de que se pusiesen en producción, destinando una parte al consumo local y otra a la exportación.

1487 Enero 17. Salamanca (f.46). Citación contra Diego de Cabrera, Rodrigo de la Fuente, Fernando de Miranda y Diego de Zorita, vecinos de Gran Canaria, a petición de fray Miguel de la Serna, obispo de Canaria, y del deán y cabildo de su iglesia, para que paguen los diezmos del azúcar. Velázquez de Cuellar. Martín de Avila. Béjar. (E.Aznar; 1981)

1487 Enero 18. Salamanca (f.47). Citación contra Fernando Martínez del Castillo y Diego Ramírez, vecinos de Gran Canaria, para que entreguen a fray Miguel de la Serna, obispo de Canaria, y al deán y cabildo de su iglesia veinte mil maravedís, valor de los bienes que violentamente se llevaron del oro, plata, joyas y preseas dejados por el anterior obispo don Juan de Frías, fallecido hace año y medio, más tres mil maravedís de costas y daños. Velázquez de Cuellar.Don Alvaro. Martín de Avila. Béjar. (E.Aznar; 1981)

1487 Enero 20.  Habiendo en Lanzarote muerto Diego de Herrera, señor de las cuatro Islas primero conquistadas, el año 1485 á los fines de Junio, dejando en Canaria el Obispo Don Juan de Frías las cosas de su cuidado en buen estado encomendadas, se pasó á España donde se trató de la fábrica de la Catedral de Canaria, sobre todo lo cual hubo junta en la Catedral de Sevilla, tratando de sus Prebendas y Dignidades, y que fuese sufragánea suya mudándose el Obispado de San Marcial de Rubicón en el de Señora Santa Ana, día en que fue entregada á los Reyes de Castilla la Señora de la Isla de Canaria, hija del Guadartheme, legitimo Rey. Hizose este Cabildo confirmado en 20 de Noviembre por el Papa Inocencio VIII con patronato á los Reyes de Castilla; fueron estas Islas, todas siete, incorporadas á la Corona de Castilla, con titulo de Reino, su data en Salamanca, día 20 de febrero (20 de enero) del año de 1487, y fuesen libres de pecho y alcabalas. Esta Cédula se reformó por la Reina Doña Juana, año de 1507 y les dio por escudo, á esta Isla de Gran Canaria, castillo y león en medio escudo alto y en medio de abajo una palma sobre unos riscos y á los lados dos perros, de cada lado el suyo, las cabezas hacia afuera de la palma; por la orla de este escudo dos espadas cruzadas á modo de aspas á trechos, que tiene seis. El año de 1515 Carlos V y su madre doña Juana dieron á la Ciudad del Real de Las Palmas titulo de Noble. Asimismo tiene otros títulos muy honoríficos que guarda la ciudad. (Marín de Cubas [1694] 1993:168-72)

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