sábado, 20 de abril de 2013

CAPITULO XXXIII






ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVI


DECADA 1551-1560


CAPITULO XXXIII




Guayre Adarguma Anez’ Ram n Yghasen

1555 Mayo 20.

Carta del empleado de la metrópoli doctor Salazar a 1os señores del Consejo de guerra sobre su viaje a La Palma, referente a la contradicción expuesta por algunos colonos contra el también colono Juan de Moneteverde rehusando el nombramiento de éste como capitán general de esta parte de la colonia. En dicha carta les comunicaba su proyecto de trasladarse en la primera ocasión, no habiéndolo hecho antes por estar ausentes o enfermos los 'demás oidores.  El doctor Gómez de Salazar se llamaba en realidad, don Gómez Ruiz de Vergara y Salazar, y fue tronco de esta ilustre familia en Gran Canaria, a su vez rama desgajada de otra no menos ilustre casa burgalesa. Fué el útimo de los hijos de Diego Ruiz de Vergara y Velasco, señor de Villoria y alguacil mayor del Santo Oficio de la Inquisición de Burgos, habido de su tercer matrimonio con Alberta de Frias Salazar, hija de Gómez Frias Salazar, señor de Cellorigo, y de Maña Sanz de Poelles.

El doctor Gómez de Salazar nació en Miranda de Ebro y cursó leyes enlia Universidad de Bolonia; fué nombrado oidor de la Real Audiencia de Canarias en 1539 y desde esa fecha residió en el Archipiélago.

Había casado en Las Palmas con Elvira Zurita del Castillo, hija del conquistador Cristóbal García del Castillo y de Catalina Zurita. (A. S.: Divarsos de Castilla, tomo 13.)

1555 Junio. El rey español Carlos V, con el propósito de asegurar la navegación entre las islas y la metrópoli, envía una Escuadra al mando de Don Álvaro de Bazan a las aguas de la colonia canaria. Don Álvaro llega al Puerto de Winiwuada (Las Palmas) en Junio de 1555, no tropezando con ninguno de los Corsarios franceses que infestaban las aguas del Archipiélago.
 
El 1 de Septiembre, tras la marcha de Don Álvaro de Bazan, se presenta ante el Puerto de Añazu n Chinet (Santa Cruz de Tenerife) con la  Escuadra.

1555 Julio 12.
En Cabildo colonial en la isla de La Palma se trató sobre la Atalaya de la Montaña de
Tenagua y comisionar a Jorge Pinto para que fuese a la metrópoli a solicitar que S.M. hiciese merced a esta isla de alguna artillería.

1555 Julio 23.
Zarpa del Puerto de Santa Cruz de Tenerife la flota española al mando de Álvaro de Bazán, dicha flota  pretendía el encuentro con otra francesa que se suponía que operaba en aguas de la colonia de Canarias, Rumeu de Armas nos describe las peripecias de la flota española en los siguientes términos:

“El año se presentaba aciago por las noticias que se recibían de Francia sobre escuadras preparadas para invadir el Archipiélago, tuvo, sin embargo, escasas sorpresas militares, siendo los hechos más destacados del mismo-aunque de distinta índole-la visita de la escuadra de don Alvaro de Bazán y el ataque del famoso vicealmirante de Bretaña Nicolás Durand de Villegaignon a Santa Cruz de Tenerife.

El emperador Carlos V, que desde hacia tiempo abrigaba el propósito de asegurar la navegación entre las islas y la metrópoli, pudo, por fin, en 1555 disponer de una poderosa flota, que puso bajo el mando de don Alvaro de Bazán, con el exclusivo objeto de que limpiase sus aguas y caletas de piratas franceses.

Era aquélla la primera operación naval en la que don Alvaro de Bazán, el futuro vencedor en Lepanto, y en cien empresas, tenía el mando de una escuadra. Hasta entonces sólo había participado en distintas acciones de guerra a 1as órdenes de su padre, don Alvaro de Bazán "el Viejo", señor de 1as villas del Viso y Santa Cruz y capitán general de las galeras del emperador Carlos V. Precisamente el año de 1554 exigió al Emperador (por la continuación de la guerra con Francia) la creación de nuevas fuerzas navales que, vigilando las costas, persiguiesen a los corsarios que en el cabo de San Vicente, Canarias y Azores trataban de saquear los puertos y acechaba las flotas de Indias. Con este fin dispuso el César se organizase en Laredo una armada de 1.200 hombres, entre gente de mar y guerra, queconstase de cuatro navíos de 200 a 300 toneladas, dos zabras y dos galeras de la propiedad de don Alvaro de Bazán "el Viejo",
nombrando a su hijo capitán general de ella el 8 de diciembre, en atención a su habilidad, pericia y anteriores servicios.

Fué designado proveedor de dicha armada don Juan Martínez de Recalde, pero por dificultades de abastecimiento no pudo alzar velas la flota hasta el mes de mayo de 1555. Al pasar por Coimbra, camino, de Lagos, encontró Bazán un bajel francés  de 15 piezas, al que rindió después de darle 50 leguas de caza, haciendo 70 prisioneros.

Llegado a Lagos, recorrió Bazán los contornos del promontorio de San Vicente, sin encontrar enemigo, dirigiéndose entonces hacia las costas de África, con la esperanza de descubrir en la ruta corsarios con los que combatir. Don Alvaro de Bazán descendió costeando hasta la altura del cabo de Aguer, y aunque en aquellas aguas tropezó con una "carabela de moros", a la que persiguió con sus galelazas, no pudo darla alcance en su veloz huída. En dicho punto se separó el almirante de uno de sus navíos, enviándolo a Cádiz en busca de vituallas, mientras él se dirigía a las Canarias en cumplimiento de su misión.

Don Alvaro de Bazán arribó al Puerto de la Luz en los primeros días del mes de junio de 1555, en medio del entusiasmo de las autoridades y de la población a la vista de tan formidable escuadra, de la que esperaban el sosiego, y la paz tantos meses deseados.

Don Rodrigo Manrique visitó la flota y quedó encantado del buen porte de la misma y del trato de don Alvaro, "que traía la armada como muy excelente capitán". El 22 de julio de 1555 comunicaba al Príncipe la alegría de las islas -temerosas aquellos meses de la visita de una gran armada francesa- al comprobar que ningún barco enemigo se atrevía a acercarse a sus costas. "De andar las islas -decía-cuajadas de corsarios, ni de un barquillo se ha tenido nuevas".

Don Alvaro de Bazán salió en seguida en persecución de los piratas.

Pero la sola presencia de la escuadra bastó de tal manera a ahuyentarlos que don Alvaro recorrió aguas y caletas en vano, porque nadie le salió al encuentro, aunque, al decir de don Rodrigo Manrique, "no habia dejado rincón por todas las costas que no hubiese buscado”.

De Gran Canaria la escuadra española se trasladó para tomar provisiones a la isla de Tenerife, la más rica en granos y vituallas en aquel siglo, arribando al puerto de Santa Cruz en busca de ellas a causa de las dificultades planteadas por la Casa de Contratación de Sevilla, encargada oficialmente de abastecer la flota. El gobernador López de Cepeda se desvivió en atenderle, logrando en menos de veinte días abastecer la armada, ante el asombro de Bazán, que escribía el 13 de julio de 1555 al secretario Juan Vázquez que "la habia proveido harto mejor que salio de Laredo".

Don Alvaro de Bazán desembarcó en Santa Cruz de Tenerife, en compañía de Cepeda, visitó la fortaleza del puerto, todavía en construcción, y revistó sus milicias, disciplinadas y aguerridas, de las que hizo grandes elogios.

El 13 de julio anunciaba ya Bazán el regreso de la flota para seis o siete días después; pero este plazo no llegó a cumplirse, por cuanto el 23 de julio escribía desde Tenerife otra vez al secretario Vázquez, anunciándole que partiría en el mismo instante que finalizara la carta, y la ruta que había de seguir.

El motivo de esta precipitada partida no era otro que el haberse recibido en Tenerife noticias de que una escuadra francesa se acercaba al Archipiélago. Don Alvaro se preparó para zarpar inmediatamente, y don Rodrigo Manrique envió a su vez aviso a la escuadra de don Gonzalo de Carvajal, fondeada en San Sebastián de La Gomera, con objeto de que se dispusiese también a su captura.

Así, pues, de esta manera partió Bazán de Santa Cruz el 23 de julio de 1555 con rumbo a la isla de la Madera y Azores y sin que en su búsqueda y recorrido tropezase con ninguna flota extranjera. De las islas del Atlántico derivó el almirante hacia CascaES, en la boca del puerto de Lisboa, y después de recorrer por segunda vez el cabo de San Vicente hizo su entrada en el puerto de Sanlúcar de Barrameda el 18 de septiem- bre de aquel mismo año, dedicándose a reparar sus bajeles, bastante
deteriorados por tan largo viaje.
Don Alvaro de Bazán pasó aquel invierno descansando en Sanlúcar, donde tuvo ocasión de interesarse por los asuntos canarios, ya que escribió el 28 de febrero de 1556 una carta al secretario Juan Vázquez en defensa de sus amigos el gobernador don Rodrigo Manrrique de Acuña y el capitán general don Pedro Cerón, contra las acusaciones que sus  divulgaban por la corte. (En: A. Rumeu de Armas, 1991)


1555 Octubre 25.
138.- Sepan quantos esta carta vieren como yo Baltasar Alvarez, vo de esta isla de Tenerife, etc. otorgo e conozco por esta presente carta que vendo realmente agora e para siempre jamás a vos Antonio González, vo de esta dicha isla, mercader, que estades pre-
sente, es a saber, 8 f. de tierra de medida de cordel que son en el camino de los Habares, que lindan de la una parte tas. de Juan Pérez d'Emerando e de la otra parte el camino de los Habares hacia arriba e de la parte de arriba tas. de los herederos de Bastián Afonso e de la otra parte tas. de los herederos de Basco González, véndida buena, justa, derecha, leal e verdadera, sin cargo de tributo ni empeñamiento ni enajenamiento ni hipoteca alguna etc., conviene a saber, por precio e contía de 80 doblas de oro que de vos recibí e soy contento a toda mi voluntad, sobre lo qual renuncio la querella y exención de los dos años que los derechos ponen en razón de la pecunia etc. Que estas dichas 8 f. de ta. de medida de cordel más valen e valer pudieren de las dichas 80 doblas, que es a 10 doblas por cada hanega de tierra, de la tal demasía vos hago donación etc. En la noble ciudad de San Cristóbal, que es en la isla de T., en 25-X-1555. E porque dixo que no sabía escribir a su ruego lo firmó Benaldino Justiniano. Testigos: Bernaldino Justiniano, Gabriel (Graviel, sic), Justiniano, e Manuel Pérez, herrero, vos de esta isla, e Martín Cabez. E yo Gaspar Justiniano, esc. públ. del número de esta isla de T. por sus Magestades, presente fui con los testigos a lo que dicho es e por ende fize aquí este mío signo que es a tal en testimonio de verdad. Gaspar Justiniano, esc. públ.

En el término que dicen de Tacoronte al camino de los Habares, domingo 27-X-1555, estando ante una suerte de ta. que es en el camino de los Habares arriba, que diz que alinda de una parte tas. de Juan Pérez d'Emerando e por otra parte tas. de Vasco González e por abaxo el camino de los Habares real e por arriba tas. de los herederos de Bastián Afonso, y estando presentes Antonio Gonzales e Baltazar Alvarez, vo. de esta isla de T., por presencia de mí Gaspar Justiniano, esc. púb. del número de esta isla de T. por sus Magestades, luego A. G. dixo que por quanto B. A. allí debaxo de los dichos linderos le había vendido e vendió 8 h. de ta. de medida de cordel que le pedía e requería se las diese e diese la posesión de ella e luego B. A. dixo ser así e pidió a Juan Rodríguez, medidor, le midiese las 8 h. de ta y J. R., medidor, tomó un cordel y con él midió cierta cantidad de ta. e dixo ser las 8 h. contenidas en la venta y B. A. tomó por la mano a A. G. e la metió en las dichas tas. e dixo que se las daba e entregaba e dio y entregó y A. G. en señal de posesión se paseó por las tas. e dixo que se daba por señor de ellas e mudó terrones de una parte a otra, todo lo qual pasó pacíficamente sin contradicción de persona alguna e la pidió por testimonio e yo, el escribano, se la di según ante mí pasó. Hecho el dicho día, mes e año. Testigos: Juan Rodríguez, medidor, e Salvador Pérez, hijo de Antonio Pérez, alguacil del Sauzal. E por ende fiz aquí este mío syno que es a tal en testimonio de verdad. Gaspar Justiniano esc. públ. (Datas de Tenerife, libro V de datas originales)

1555 Diciembre 19.
Pensó el gobernador de Tenerife y La Palma, Juan López de Cepeda, dar ocupación a los navíos de la flota canaria-restos seguramente de la brillante campaña de 1552, en tan humanitaria empresa, con el objeto de hacer una poderosa y eficaz entrada en Berbería y garantizarse número de prisioneros suficientes para rescatar a los cristianos cautivos, (En una carta de la misma fecha se quejaba Manrique de que los inquisidores se entrometiesen en dar licencias para pasar a Berbería, pues con ello anulaban todas las medidas de seguridad que él pretendía establecer. A. S.: Mar y Tierra, leg. 59.)

Con tal fin, se prepararon con urgencia dos navíos fondeados desde hacía tiempo en Santa Cruz de Tenerife, y dando Cepeda el mando de la flotilla (en uso de sus atribuciones de, "capitán general por Sus Majestades") al canario Blas Lorenzo, con patente de capitán, pudo verlos zarpar de dicho puerto el 19 de diciembre de 1555. Iba como capitán de la segunda embarcación el también criollo canario Hernando de Párraga, y formaba entre los tripulantes Diego Pérez Lorenzo, más adelante alcalde de Santa Cruz y guarda mayor de su artillería.

Los navíos canarios costearon la isla hacia el sur, y sufrieron la acción de un fuerte viento contrario que les obligó a penetrar en el Puerto de las Galletas, no sin antes tener que combatir con una nao francesa que por allí merodeaba. Trabada la acción, canarios y franceses se estuvieron cañoneando por espacio de dos horas, hasta que separándose unos y otros por mutuo acuerdo, cada cual siguió su camino sin apuntarse la victoria.

Sin embargo, la flotilla insular no sufrió daño alguno, lo mismo en los navíos que en los hombres que formaban en su tripulación.

Rumbo sudeste las embarcaciones fueron avanzando por el Atlántico con dirección a Río de Oro, a cuyas costas arribaron después de cinco días de navegación. Allí tropezaron con un navío portugués saqueado por los franceses, a cuya tripulación ayudaron, abasteciéndola de pan, vino y aceite, para que pudiesen alcanzar la isla de la Madera. Siguieron entonces contorneando el litoral africano hasta más allá de la altura de cabo Blanco, a cuya extremidad llegaron cuatro días más tarde.

El primer puerto donde echaron anclas fué en Angla de Santa María, lugar situado en el trozo de costa comprendido entre cabo Blanco y el islote de Arguin, quizá identificable con la actual bahía de Lebrel o Levrier. Una vez allí, trataron de informarse del principal objeto de su viaje, para lo cual desembarcaron en arriesgada empresa siete u ocho canarios con Blas Lorenzo a la cabeza, recorriendo y espiando los alrededores sin obtener "lengua" ni la menor información visual. Mas lo que no consiguieron los canarios en tierra lo obtuvieron horas después en el mar: Una barca de pescadores portugueses de hallarse a dos leguas de distancia una pequeña embarcación mora dispuesta a zarpar para la torre de Arguin, y no perdiendo un segundo, la flotilla de Blas Lorenzo recorrió el pequeño trayecto-cinco leguas-que la separaba del punto señalado, presentándose, allí por sorpresa.

Este no era otro que el puerto de Angla de Santa Ana, situado a corta distancia de la famosa torre portuguesa de Arguin. Era jefe  o reyezuelo de aquellas tierras un moro poderosísimo llamado Duma, cuyo  dominio aseguraban sus 8.000 moros alarabes y otros muchos azanegues y cuya alianza solicitaban los portugueses de la torre de Ar-guin como único medio de cubrirse las espaldas contra todo riesgo. Tan rico como poderoso,  el jeque Duma veía repletarse sus bolsas con el monopolio de la pesca, pues ningún marinero portugués podía maniobrar en sus aguas sin pagarle "dos cruzados"  por cada embarcación. Precisamente a tal tarea se disponían en un carabelón portugués vendido por el alcaide de Arguin, Manuel Ribeiro, al moro notable Zamba cuando com- parecieron los canarios con sus dos navíos, en medio de la mayor sorpresa de los berberiscos.

En dicho carabelón, propiedad de Zamba y pilotado por un habilísimo marino de nombre Alí, se hallaban comisionados por Duma para el cobro del impuesto sus dos hermanos, dos moros Micate y Goras, y formaban en la tripulación, entre otros destacados personajes, dos de los hijos del propio jeque.

La sorpresa de los moros no les impidió prepararse para la defensa; así es que la flotilla canaria tuvo que rodear al carabelón y "rendirlo porla fuerza de las armas". En el asalto cayeron cautivos de los canarios unos doce moros, sin poder impedir que en el fragor de la pelea otros nueve de ellos-entre los que se contaban los hijos de Duma-se echasen
al mar y ganasen a nado un navío portugués de Viana que se hallaba anclado en la rada.

Fueron vanas cuantas insinuaciones de devolución hicieron los canarios a los lusitanos acerca del móvil humanitario que los guiaba, exponiéndoles que sólo cautivaban para liberar prisioneros cristianos; pues los portugueses, fieles a su conveniencia y alianza, se negaron en rotundo a devolverlos, y dieron, por último, asilo en el buque aun compatriota suyo cautivo en el carabelón berberisco, que pudo burlar la vigilancia de los españoles, mientras aseguraban a los moros, lanzándose al mar. Los criollos canarios, indignados por el proceder de los portugueses, decidieron combatir con ellos y durante largo rato se cañonearon mutuamente ambas embarcaciones.

Visto lo estéril de esta actitud y lo comprometido de un ataque a fondo que podía producir bajas sensibles en las tripulaciones, Blas Lorenzo decidió proseguir su camino, y escogió como conductor de la expedición al piloto Alí, para lo cual traspasó al carabelón cincuenta de sus hombres con objeto de que lo tripulasen. Los canarios se muestran unánimes en alabar las condiciones de este piloto, pues se asombraron de la seguridad con que penetraba, costeando, entre islotes y bajíos con una serenidad y pericia que probaban su larga y bien ganada experiencia.

Bajo la dirección de Alí, la flota, ahora compuesta por tres navíos, fue costeando Africa para arribar al "llamado río de San Juan". Allí mandó hacer alto Lorenzo con objeto de preparar una entrada en el interior; desembarcó para ello una pequeña calumna y asaltando un aduar llamado Azeydica pudo cautivar a siete moros, sin obtener noticias de los cristianos prisioneros.

Ordenó entonces el capitán Blas Lorenzo proseguir la navegación. La flota recorrió en esta segunda etapa cincuenta leguas hacia el sur, hasta llegar a un puerto llamado Tentarte, donde los navíos echaron anclas.

Aprovechándose de la oscuridad de la noche, los canarios desembarcaron con sigilo en tierra, bajo la experta dirección de Lorenzo, y penetraron hacia el interior, donde asaltaron otro aduar moro. Los berberiscos se defendieron con valentía, atravesando Lorenzo con su espada a uno de ellos, mientras los criollos canarios cautivaban otros ocho moros, aunque con heridos por ambas partes en la refriega. Entonces desde los navíos se iniciaron las negociaciones para el rescate, lográndose localizar cuatro de los supervivientes, que estaban en un poblado llamado Fregan, en poder de un capitán moro de nombre Vinaryarga.

Así, pues, en este vasto territorio de los "moros neaziques"'  permanecieron los navíos por espacio de: veinticinco días, hasta que después de laboriosas gestiones pudieron ser rescatados los cuatro supervivientes, que se llamaban Marcos de Riberol, Mateo de Miranda y Luís de Lanzarote, todos tres canarios, y un cuarto, jerezano, de nombre desconocido.

Mientras se llevaba a cabo el canje se presentó en el puerto de Tentarte un navío francés artillado al mando de Jean Bocquet, piloto francés natural de Normandía, en ruta hacia las costas de Guinea, y trabándose combate entre españoles y franceses los buques se cañonearon por espacio ininterrumpido de dos días, hasta que Bocquet decidió reemprender su camino. En dicha pelea perdieron los canarios el carabelón moro, abandonado a su suerte entre aquellos bajíos, y tuvieron algunos heridos, aunque ningún muerto.

Los navíos de la flotilla insular que se habían separado de su punto de anclaje en aquellos dos días de continuo combate, regresaron entonces al puerto de Tentarte para reembarcar a los emisarios, que estaban dando fin a la negociación de rescate. Por ellos se supo que quedaban en distintos parajes 11 supervivientes de la expedición jerezana; y Blas Lorenzo, en cumplimiento de su misión, decidió proseguir costeando.

En Fregán habían sido aviesamente informados los expedicionarios de que existía otro aduar más al sur y los navíos volvieron a enfilar las proas en esa dirección y recorrieron diferentes ensenadas bajo el experto pilotaje del moro Alí ; en una de ellas descendieron los españoles, logrando cautivar a otros siete moros, que pasaron a engrosar el número
de prisioneros.

Prosiguiendo su navegación la flotilla alcanzó el río Cenega (Senegal), punto extremo meridional de la expedición, y cuando los canarios desembarcaron una pequeña columna de 58 hombres con su correspondiente bandera, internándose cinco leguas en busca del "pacífico" aduar recomendado en Fregan, les cortó el paso un grupo de 150 negros que, armados con "azagayas y adargas [hechas ] de orejas de elefante" (39) , les embistió furiosamente. La pelea fue dura y terrible, logrando los españoles dar muerte al capitán de los negros en la primera refriega, así como a cuatro o cinco más, y replegándose seguidamente hacia la costa ante aquella enorme superioridad numérica y la valentía con que luchaban los indígenas. De los criollos canarios resultaron heridos algunos.

Al anochecer, los expedicionarios lograron alcanzar la costa, pero la mar era tan gruesa y agitada que apenas veinte de los soldados pudieron embarcar, mientras los demás pasaban la noche, con Lorenzo al frente, atemorizados y vigilantes en espera de cualquier sorpresa.

Con las primeras luces del a1ba se reanudó el embarque, luchando los tripulantes de las dos barcas con la tempestad para cumplir su cometido.

Doce soldados más pudieron ser trasladados, hasta que  anegándose las lanchas de agua, en medio de furiosas olas y compareciendo los negros agazapados tras de los médanos de arena, Blas Lorenzo y los restantes expedicionarios se lanzaron al mar y ganaron a nado las embarcaciones.

De esta manera asaz aventurera y novelesca dio fin el episodio, que pudo ser trágico, del río Cenega. Puestos entonces al habla Blas Lorenzo y Femando de Párraga, determinaron dirigirse de nuevo hacia el norte, con propósito de retornar a Azeydica a finalizar el rescate de los cristianos.

Para ello recomendó Blas Lorenzo a su subordinado la necesidad de mantener el contacto de los navíos a toda costa, pues habiendo perdido él las lanchas de desembarco, se hallaba atado de pies y manos para poder rescatar. Durante cuatro días consecutivos las dos embarcaciones navegaron sin contratiempo, aunque mostrándose Párraga obstinado en regresar al Archipiélago, mientras su compañero Lorenzo se mantenía firme en dar cima a su misión para rescatar los once cristianos restantes que supieron
en Fregan que sobrevivían. Sin embargo, al cuarto día una violentísima tempestad los separó y fueron inútiles cuantos intentos hizo Lorenzo por encontrar a su desaparecido compañero.

Viéndose éste falto de toda posibilidad de desembarcar, tuvo que resignarse a emprender el viaje de retorno. Se hallaban todavía a más de 150 leguas del Archipiélago y la embarcación de Blas Lorenzo fué desandando el trayecto recorrido en dirección a las Canarias. Decisión más que1amentable, porque la tripulación pudo apreciar cómo por una o dos veces, hacían señas a la embarcación desde tierra con ánimo de rescate.

El navío de Lorenzo, un poco desviado de su ruta, fué a dar en una de las islas más occidentales del Archipiélago, la de La Palma, en cuyo, puerto capital, Santa Cruz, hizo su entrada a fines de febrero de 1556.

Qué había sido, mientras tanto, de Hernando de Párraga  La voluminosa información por la que hemos conocido todos estos datos calla en absoluto su ulterior fin. El 2 de marzo, fecha en que, se expidió orden de arresto contra Párraga por el gobernador Cepeda, ignorabase en absoluto su arribo a cualquier puerto canario, aunque se le suponía con el ánimo inclinado a desertar en la primera coyuntura. La documentación posterior no resuelve tampoco la duda de si desapareció víctima de los furores del mar o si pudo retornar a sus lares, sano y salvo de tantos peligros,  a dar cuenta de su conducta.

Hecha información pública en Santa Cruz de La Palma el 2 de marzo de 1556, declararon en la misma tripulantes y moros cautivos, y con el testimonio de las diligencias la envió López de Cepeda a la corte para que la Princesa gobernadora y el Consejo de guerra conociesen el resultado de la empresa y dispusiesen de los moros cautivados.

Poco después, en su carta de 14 de abril de 1556 al secretario Francisco Ledesma, el gobernador Cepeda insistía en sus mismos puntos de vista, y llamaba la atención al secretario sobre el asombro que había producido a todos la experiencia náutica del moro Alí, lo que hacía presumir un inmediato peligro para las islas, de no tratarse de un caso
singular  cosa poco probable. Parece como si Cepeda vaticinase en esta carta las invasiones berberiscas de años venideros, que lejano en el Sur africano, tenían ya en el Norte un gran foco: Salé, desde donde las naves piráticas se abrirían en abanico para caer sobre las costas canarias.

La Princesa gobernadora de Castilla resolvió por dos Reales cédulas, expedidas el 19 de junio de 1556, ordenar la venta de los moros cautivos para sufragar los gatos de la expedición; prohibir todo trato o posible rescate de los mismos en atención a sus conocimientos; obsequiar al secretario Ledesma con los "quintos" de la Corona en dicha venta, y, por último (accediendo a la demanda de don Rodrigo Manrique de Acuña ordenar y regular el tráfico y las "entradas" en Berbería. A partir de aquella fecha los navíos españoles sólo podían dirigirse a las costas occidentales africanas "con licencia expresa del Rey", y los navíos insulares, con la autorización de los gobernadores, quienes debían velar con particularidad porque las expediciones fuesen "bien armadas y con capitanes prácticos y experimentados"..

De esta manera concluyó la expedición canaria a Berbería y al Senegal de 1556, que es sin disputa uno de los episodios más curiosos de su historia en la décimosexta centuria y verdadero broche con el que cierra su gobierno uno de los más preclaros representantes del poder central, don Juan López de Cepeda, cuya acertada gestión en todos los órdenes merece que la exaltemos del olvido general en que ha, estado sumida hasta ahora. (En: A. Rumeu de Armas, 1991)





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