domingo, 19 de mayo de 2013

CAPITULO XII-V




EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA

UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

 

ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVI


DECADA 1571-1580


CAPITULO XII-V




Guayre Adarguma Anez’ Ram n Yghasen

 Viene de la página anterior:

Adujo el apoderado que incidencias menores, no pormenorizadas por no aburrir al duque,  explicaban decisión, que en nada  afectaba a los derechos de la casa, al predio señalado,  tan “firmes” como lo eran dos años atrás, demostrando el supuesto que “aún los interesados, que la han disfrutado y detentan [la heredad],  por disposición de los primitivos usurpadores, van desengañados”, habiéndole propuesto los agustinos de San Juan componenda, a su entender conveniente para el duque.

Estando milagrosamente terminado y acondicionado el edificio, destinado a las agustinas descalzas,  para recibir a las  fundadoras, la provincia ofrecía al Guzmán el patronato. De aceptarlo, podría tomar posesión de la propiedad, sin contradicción, con derecho a controlarla, administrarla e impedir su desmembramiento, como patrono, adquiriendo derecho de reversión, para sí y sus descendientes, caso de abandonar la comunidad el convento, no teniendo la solución más aspecto negativo, que el de disfrutar de las rentas,  la comunidad religiosa.

Inusual la oferta, pues habiendo nombrado Gordejuela patronos a dos sobrinos y sus descendientes,  no podían ser despojados del derecho y honor, ni aún por la iglesia, ni por supuesto obligados a compartirlo, debían estar muy desligados de la herencia moral y  la Tenerife que nos ocupa, para que los frailes de San Juan Bautista, se atreviesen a disponer, con  tamaña libertad. Pero al quedar circunscritas las relaciones del cenobio, con el presunto patrono y fundador, a los datos conservados en archivo, importado de otro San Juan y diferente Realejo, no era de esperar reclamación. 

No estaba Molina en situación de admitir, y aún menos confesar, que la solución del patronato era la única posible, para salvar al duque  ridículo solemne. Pero tampoco el poder temporal ni el espiritual, en disposición de remover la desaparición de la Canarias americanas y el traslado de topónimos y muchas cosas más, a las atlánticas. De ahí el apoyó que recibió, gracias a la súbita  terminación de un convento, cuya erección fue ordenada en 1622,. Oportuna en todo caso la terminación del edificio en 1712, como lo fue la oferta del patronato,  Molina  hizo hincapié, no teniendo mejor solución, para asegurar final feliz a una aventura, en la que llevó la iniciativa.

Aún sabiendo que el duque no buscaba honores ni preces, pues se embarco persiguiendo beneficio material, aplicando cliché social al personaje, apeló  a la petulancia, atributo supuestamente indisociable de un duque: “si VE gustare mantener en su gran casa, la memoria que con tanta vanidad mantienen estas islas, de ser y haber sido su principal conquistador el Excmo. Sr. Duque D. Juan, mi señor”, debiera acrecentar prestigio y predicamento, “manteniéndose VE y su Exma. Casa en la posesión de dicho heredamiento y Valle y en el Patronato de dicho convento, en conmutación de derechos de fruto”, que disfrutaría la orden, como hasta entonces, lo cual no empañaba la importancia de oferta a “considerar”, pues ofrecía a Juan Claros la oportunidad de satisfacer su “devoto ánimo”, colaborando en “obra tan santa para servicio de Dios y beneficio de las hijas de esta isla”, que a más de las buena reputación de generosidad, tendría por recompensa oraciones.

Sospechando que el Guzmán no se dejaría tentar, por el premio en reputación y bienes espirituales, el canario buscó refuerzo en criado de confianza. Aplicando el principio de que a todo grande le manipula su entorno, conocido que la crítica al superior, genera complicidad  entre subordinados, abordó el tema culpabilizando a los Guzmanes: “en orden a la dependencia del heredamiento y derechos de nuestro Exmo. Dueño, no juzgue tener la fortuna de que en un olvido de más de 200 años, pudiese yo verles fin, ni que estuviese en el paraje que v.m. verá y la de S.E., a quien digo está hoy en términos de componerse, en forma que S.E. quede en la posesión y goce de sus principales”. Prometiendo no abandonar las gestiones, ni dispensar  trabajos, pero precavido,  Molina se adelantó al porvenir, cobrando por adelantado: “S.E. será servido mandar ver la minuta adjunta…, mandando en su vista se aplique luego y con la mayor brevedad”.

Cabe que de haber sido informado de la verdad, el duque hubiese aceptado la solución, por no tener otro medio de salir airoso del enredo. Pero al ignorar que a más de estar enajenados los bienes, se estaba equivocando de “isla”,  se negó a renunciar al disfrute de unos bienes,  que suponía a su alcance. Cambiando de pie, Molina se refirió a las propiedades marginales, asegurando que perseguía la recuperación con igual celo, pero tropezando con mayores dificultades.

Encontrar la tierra de “sequero” sería posible, por abundar en Tenerife. Pero los cañaverales, origen del censo de 1.000 arrobas de azúcar, no aparecían por ninguna parte, condicionando Molina la identificación al hallazgo de escritura, fechada en  1577, que tampoco aparecía. Sobre “las dependencias que por compras pertenecen” a la casa, en la Orotava, “que antiguamente se llamaba Reino de Taoro”, tenía “corrientes y claros los instrumentos”, pero “no lo están los lindes”. A ser la “dependencia de tan antiquísima fecha”, la “diligencia” se complicaba, siendo improbable que “se hubiere puesto en el paraje en que está”. Y evidente que  Río Grande se había esfumado..

Vaticinando pronto final a sus relaciones con la casa, Molina aprovechó el rescoldo, para solicitar un último favor. Habiendo sido nombrado, en reciente visita a la corte,  Castellano del Risco, en la Isla de Canaria, al no recibir el título ni salario, pidió que los letrados del duque lo gestionasen  en la Secretaría de Guerra, considerando merecerlo, en atención a los servicios prestados,

Poner al duque frente a la realidad, correspondió al cronista Juan Núñez de la Peña, autor de sendos informes, resultado de sus investigaciones, fechados a 1º de mayo de 1712. Revolviendo en el archivo de La Laguna,  descubrió que el censo de 1.000 arrobas de azúcar, sobre ingenios y cañaverales en Dante, lo perdió el duque en 1506, al someter Fernando el Católico el repartimiento de Alonso de Lugo, con efecto retroactivo,  a la ley que prohibía repartir bienes de la corona a extranjero, por valor superior a 200.000 maravedís. Genovés Mateo Viña, de quien lo adquirió el Guzmán por acuerdo, lo perdió a causa del origen, sin que el haber actuado de buena fe, le diese derecho a indemnización. En cuanto a los dos heridos, ingenios y cañaverales, que tuvo el duque Juan en la Orotava, los vendió antes de morir.

En el segundo informe, Juan Núñez comunicaba haber encontrado la escritura de venta, del heredamiento de Abona. Fechada en 1620, fue consecuencia de venta judicial, solicitada por los Guzmanes, para librarse de deuda de 3.000 ducados, reconocida por los tribunales a  Juan de Gordejuela. Adquirida por Juan de Mesa, único postor, en 200 ducados, a pagar en 8 años. Sobrino de Gordejuela y testaferro, la transacción no alteró la situación de la finca.

Embargada por la Real Audiencia de Gran Canaria, entregada al acreedor para que la administrase, cobrándose la deuda  con las rentas, quedó en posesión del antiguo administrador. Fallecido en 1622, aún pendiente la liquidación del pago, legó la deuda contra el duque de Medina Sidonia, a su fundación de descalzas “recoletas”, de la orden de San Agustín, reconociendo la propiedad a los herederos del duque, cuyos derechos permanecieron vigentes, hasta que abonado el último plazo, Mariana de Guzmán, tía y esposa del 9º duque, Gaspar de Guzmán, firmó el finiquito. Ambos documentos se encontraron en el archivo  del Marqués de Villanueva de Prado, patrono general de los agustinos, de la  provincia de Canarias.

Núñez escribiría una última carta al duque, fechada a 28 de junio, que se dispuso a mandar “en la primera embarcación”, con destino a puerto gaditano. Es probable que tuviese por fin recordar su existencia, en la esperanza de cobrar  su trabajo. Hizo notar la diligencia con que buscó y encontró los instrumentos, que disiparon la confusión, creada, en torno a los derechos de la casa de Guzmán, a  las  “tierras, aguas, montes y censos de Abona y Vegas y el tributo de 1.000 fanegas de azúcar en Dante y 14 fanegadas de tierra de ingenio para riego, en la Orotava”.

Por primera vez confesó al duque, que desde un principio advirtió a Molina Azoca, sin ser escuchado, de la posibilidad de que los bienes hubiesen sido enajenados. Con celeridad imprudente, sin más pruebas que los documentos traídos de Madrid, presentó demanda, reclamando restitución “de las tierras y aguas de Abona y Vegas”, que tenían los agustinos de San Juan Bautista, a sur de la isla.

Aceptada demanda y pruebas, el Gobernador, como juez privativo, suponiendo que un rey y un duque, no podían equivocarse en cuestión tan arriesgada, se inclinó al mandato de favorecer al Guzmán. Acelerando trámites dictó auto, ordenando “aprehender” los bienes, para suspenderlo sin justificación ni excusa, a  punto de ser ejecutado.

Sospechó el cronista que falta de fondos, aconsejaba retrasar el gasto, inevitable en tales circunstancias, de “viaje de 10 leguas, que distan de esta ciudad” las “partes” de Abona,  rozando la verdad al suponer que quizá se debiese intervención del Obispo. Y al deseo del gobernador de obviar desagradable cuestión de competencias con el prelado, debida al carácter de “bienes espirituales”, adquirido por los que estaban  en litigio.

Será Francisco Molina Azoca quien nos da la clave. Asustado de su propio error, no escribió hasta el mes de julio. Comunicaba al duque el fallecimiento del Obispo. Y que a su muerte se  supo que estaba en el obispado, desde hacía muchos años, la autorización de Roma,  para que las monjas fundadoras se instalasen en el cenobio, que fundó por Gordejuela en su testamentos, no habiéndola hecho pública por sabiendo la Iglesia, que los bienes legados al habían sido usurpado a un duque de Medina Sidonia, por administración infiel,  no quería exponerse al escándalo, que podría seguir, a una demanda de sucesor en la casa.

Iba  la cuestión sobre ruedas, en opinión de Molina Azoca,  “hasta que han aparecido diferentes instrumentos, que manifiestan no tener derecho alguno VE, a los bienes que dejó el citado Gordejuela. Enterado de esta verdad”, el prelado informó al gobernador, que con buena lógica, decretó suspensión inmediata del auto. Terminó Molina anunciando haber remitido resumen de lo sucedido, a los abogados del duque en la corte, con minuta adjunta, que esperaba sería satisfecha.

El incidente, consecuencia de haber conservado pruebas de adquisiciones, sin adjuntar las de su enajenación, no hubiese pasado de molesto para el protagonista, y jocoso para el espectador, de no mediar abundancia abrumadora de pruebas de la existencia de una Tenerife, con San Cristóbal por capital, surcada por ríos corrían todo el año, incluido agosto.  Documentados a finales del siglo XVI,  no había causa ni razón para que se hubiesen esfumado en 1708, sin dejar huella, con regadíos, plantaciones de caña dulce e ingenios. 

El hecho es que no convenía al poder temporal ni al espiritual, que se diluyese la leyenda nacional - imperialista del “descubrimiento de América”. Dañada en el curso del reinado de Carlos II, por Medrano y otros geógrafos e historiadores, que al amparo de la debilidad mental del rey, pudieron apuntar la verdad,  la contradicción de una Tenerife rica en agua, frente al sequeral de las Canarias, oficialmente reconocidas, al amparo de pleito sonado, era tan políticamente incorrecta, que se acordó borrar las huellas.

De ahí las contradicciones, en torno a la fundación póstuma de Gordejuela, en Realejo de Abajo. Fallecido en 1622, cuando el cronista - regidor, Francisco Molina Quesada, abandonó Tenerife, Gaspar de Gordejuela, sobrino del fundador y patrono,  tenía terminado el cenobio y listo para ser ocupado, a la espera de la llegada del nuevo obispo, ya en camino, portador de la bula que permitiría ocuparlo.

Pero en 1708 los agustinos de San Juan Bautista, supuestos  usufructuarios de la heredad que legó Gordejuela a las monjas, a cuyo cargo quedó la ejecución, estaban en la fase de solicitar a la Cámara de Castilla, que permitiese cumplir la última  voluntad de Gordejuela, para poner la primera piedra del monasterio en Los Realejos, sin asistencia de parientes del fundador. 

Rematado en 1712, con celeridad asombrosa, Fray Juan Sirac, provincial  de los agustinos, residente en La Laguna, se dirigió personalmente a Juan Claros de Guzmán. Remachando que no tenía derecho alguno a los bienes, adquiridos por Gordejuela de su antepasado, muy legalmente, “en la banda de Abona”, habiendo recibido la bula, que permitía entregar a comunidad de agustinas descalzas, el cenobio de Los Realejos, le ofrecía, muy gustosamente que “patrocinase la  fundación”, no habiendo Gordejuela a la vista. Dotada con la propiedad del Valle de la Vegas, en el distrito de Abona, la posesión del patronato permitiría al duque, disimular el mal paso jurídico.

Fallecido Juan Claros en 1713,  su sucesor, Manuel Alonso de Guzmán, incidió en la cuestión de Canarias, según se colige de carta de Benito Hernández Pereira, fechada a 22 de marzo de 1714. Anunciaba informe de los pleitos que mantuvo la casa, con Juan de Gordejuela. Habiéndolos examinado con asistencia de Francisco Molina, advirtió ausencia de originales de los documentos, y de la concesión del heredamiento al 3º duque,  por Alonso Fernández de Lugo. Sin embargo, al no faltar actas de posesiones sucesivas, probanzas de los trabajos que se hicieron y cuentas judiciales, cabía la posibilidad de intentar recuperación, alegando fraude contable, perpetrado por el administrador.

A 8 de septiembre de 1715, Pablo Blanco, alto criado de la casa destinado en Huelva, residencia de los duques en sus estados, desde que perdieron Sanlúcar, acusó recibo de poder, otorgado por el duque Manuel Alonso a Juan Blanco, residente en Canarias. Carta sin fecha, dirigida a la duquesa,  remitida a la contaduría de Sanlúcar a 17 de julio de 1717 y firmada por Juan Muñiz, Alcalde Mayor de Tenerife, incide en la cuestión. 

Habiendo visto los documentos referentes a las tierras y aguas de Abona, adquiridas por el 3º duque, en al repartimiento de Tenerife, aguardaba el poder y documentos, que se dieron a Francisco Molina y su hijo, en 1708, a entregar por el apoderado o sus herederos, para rastrear propiedad. Embargada en tiempos a petición de Gordejuela, como acreedor del 7º duque, en base a deuda cuando menos sospechosa, pues nunca presentó cuentas al administrado, entraba en lo posible recuperar la propiedad, con ayuda de los tribunales.

Difícil el pleito, pues correspondía al duque la carga de la prueba, que se había de fundamentar sólidamente, para que la demanda fuese aceptada, de lograr sentencia favorable, serían doblemente complicada la ejecución, pues se había de encontrar e identificar propiedad, que dado el tiempo transcurrido, estaría en manos de cuartos o quintos poseedores, a más de fraccionada. No habiendo abogado que quisiese tomar “a la parte”, pleito tan incierto, sería preceptivo aportar importante provisión de fondos, antes de iniciar las actuaciones.  Siendo de los que se ganaban con dinero,  de decidirse el duque, Juan Muñiz  prometió prestar, a Blanco,  todo el favor posible.

Entre aquel año y 1723, en que el duque Domingo de Guzmán abandonó definitivamente la cuestión, los archiveros de la casa sacaron sucesivas relaciones de documentos, tocantes a  las Canarias. No estaban los bienes en cuestión, reflejados en las cuentas, pero dieron con un resto de documentación, referente a las Islas del Cabo de Aguer. Al aparecer el topónimo “Canarias”, en la serie de 1449 a 1464, los agregaron al legajo, que contenía la documentación de las islas, contribuyendo las dificultades de los archiveros, con la paleografía, a error de catalogación, que es atentado al sentido común.

Leyendo en carpetilla concesión de Enrique IV, de tierra descubierta de “poco acá”,  “al través” de las Canarias, al Comendador Gonzalo Saavedra y Diego de Herrera, “cuyas son las Islas de Canaria”, en régimen de pro indiviso, sin reparar en que la merced para Saavedra, hubiese sido castigo para Herrera, que habría perdido el 50% de señorío propio, en beneficio de socio obligado, consignaron el bloque como referente a “unas tierras, nuevamente descubiertas en las Canarias, entre la Gran Canaria y el Cabo de Ajer, y pesquerías, hasta la Tierra Alta y Cabo Bojador, con dos ríos en su término, el uno llamado la Mar Pequeña, con todo lo que pudiese conquistar tierra adentro”.

Así quedó clausurado quiprocuo, que a más de probar la cortedad de capacidad de análisis del racional, revela alarmante ausencia de sentido de la observación. Y lo que es más grave, de sentido de la realidad.


Volcánico el suelo de las Islas Canarias, no hay noticia ni prueba de se haya producido cambio climático, de intensidad suficiente, para justificar la presencia de ríos, cuando menos en los últimos 10.000 años.

Científicamente probada la opinión de los geólogos, con la que coincide la de demógrafos y arqueólogos, los historiadores disienten. Como en el caso de la costa sahariana,  prestan al conjunto vegetación y paisaje tropical, que en su opinión perduró hasta bien entrado el siglo XVII, porque anteponiendo la doctrina a la realidad, a la manera de Molina Azoca y  el duque, anteponen la geografía política a la física. Sin embargo no ignoran que crear, erradicar o trasladar topónimos, es algo que el hombre puede hacer a voluntad, pues está en    su mano, no teniendo enmienda  la orografía, dejando irremediablemente su huella fenómenos climáticas, quedando imperecedera en el subsuelo, las catástrofes que afectaron a la naturaleza, en el pasado.

Las aguas de que disponían los canarios, antes de que la era técnica, les procurase la desaladora industrial, procedían de la lluvia, siendo recogidas en cisternas, de pozos conectados con la capa freática, que es desaladora natural, y la acumulada en bolsas de suelo arcilloso, contando Tenerife con el caudal suplementario, originado por las nieves del Teide.

Las lluvias, raras pero torrenciales, forman torrenteras, generando manantiales y arroyos temporales, en especial el deshielo en el Teide, pero no hay en las islas corriente constante, que merezca el nombre de ´”río”, ni arroyo de carácter permanente. De no haberse diluido el sentido de la lógica, atributo del racional, la presencia probada de los ríos Abona, de los Abades y  Río Grande del Taoro, surcando el Reino de Abona y el de la Orotava, hubiese sido suficiente para abandonar la  idea de recuperar, en la Tenerife atlántica, cañaverales, ingenios y montes, ricos en madera, al comprender que la mencionada propiedad, estaba de necesidad, en otra parte.

Húmedo el norte de la isla, en Las Mercedes se registra bosque singular,  en el que crecen hayas, castaños, brezos,  y laureles, siendo el Valle de la Orotava, en la falda del Teide, vergel de laurisilva, y pinus canariensis, que  en la  región de Tagara se conocieron por “malpaíses”, coníferas cuya venerable antigüedad, les procuró tronco asombrosamente grueso  Singularidad el drago, en ocasiones milenarios, la leyenda le atribuye la virtud de haber abastecido de agua a la población de Hierro, sin más recurso que la acumulada en los aljibes.

En torno a pozos y manantiales naturales, surgieron tierras de cultivos, habiendo introducido el regadío los españoles. Fértil el suelo, se práctico de preferencia riego manual y escueto, suficiente para conseguir cosechas ubérrimas, de frutales y hortalizas. Tomates, patatas, maíz, almendros, chumberas que mediado el siglo XX, producían cochinilla tintorera, ofreciendo higos "de Berbería", al comercio especializado. Las viñas canarias producen vino, pero las principales fuentes de riqueza,  fueron y siguen el plátano y el tabaco, 

De no haber precedido la investigación, que hizo posible “África versus América”, hubiese comprendido que los ríos Abona, de los Abades, Tamadate y Río Grande del Taoro, ni las Aguas de los Escuriales o Adexe, origen de la rica explotación azucarera de La Orotava y Dante, pudieron en estar en cualquier parte, salvo en islas del Atlántico oriental. Pero no se me hubiese pasado por la imaginación, buscarlos en Venezuela.

Descritos por la documentación dos ríos paralelos, que en algún punto de su curso, no lejos de su nacimiento, a altitud adecuada para regar toda la tierra cultivable, hasta el mar, estaban separados por banda de poco más de una legua, corriendo de aquí a la desembocadura, 12 leguas largas; aparecen asimilables al sur del Lago Maracaibo, no lejos de San Cristóbal, nombre de la capital de la Tenerife, productora de azúcar, situada según los testigos, a unas 14 leguas del nacimiento del Río de los Abades.

Encontrado el conjunto con ayuda del Google Hearth, en comarca cultivada, surcada por cauces naturales y canales,  no faltan acuíferos, que pudieran responde a las Aguas de Adexe o los Escuriales, ni río de mayor enjundia, que pudiera ser el Grande del Taoro, causa del valle feraz de la Orotava. No hay en sus inmediaciones volcán, pero sí yacimiento de azufre, en Táchira, coincidiendo con el mencionado por el administrador Juan de Vega, en monte al que llamó Teide.

Estaba la Orotava a mitad de camino, entre San Cristóbal y la heredad de Abona, a 9 leguas de Santa Cruz, el puerto donde se construyó, en 1496, la Torre o fortaleza de Santa Cruz de la Mar Pequeña, posiblemente erigida en el solar de Maracaibo, que se encontraba a 12 leguas del Reino de Abona.

De haber sido la San Cristóbal, mencionada en por la documentación, la que conocemos, por San Cristóbal de la Laguna, los montes de propios que se adjudicaron  los regidores  en 1560, hubiesen ocupado toda la isla, pues partiendo del Reino de Abona y el mar, seguían por Adexe, terminando en Punta Hidalgo.

La San Cristóbal de la Tenerife de los ríos, que formaba parte de Gran Canaria, no se apellido de La Laguna, ni los residentes en La Laguna del siglo XVIII, fecharon sus cartas en  San Cristóbal. Sin embargo en la isla atlántica, encontramos los topónimos que aparecen en el entorno del heredamiento, sin más ausencia que de los Abades y algunos secundarios, quizá ausente por no haberlos buscado, con la debida atención.

Debidamente relaciones, en parámetros de vecindad, Granadilla de Abona, Villaflor y Adexe, el triángulo donde estuvo la heredad, identificada con la que tuvieron los  agustinos del convento de  San Juan  Bautista en el Valle de las Vegas, replica de Las Vegas de Juan Alonso, también conocidas por Valle de San Juan de las Vegas.

El Reino de Dante, regado por las Aguas de Adexe  y el Río Tamadate, que nacía en la montaña, muriendo en la mar, comprendía la villa de Adexe  San Pedro de Dante, Ico de los Vinos e Ico de los Trigos y Garachico, último pueblo,  a partir del cual se entraba en Reino del Taoro o la Orotova.   Cabeza población del mismo nombre, en su término se encontraban los dos Realejos, de Arriba   y Abajo, éste patria chica y residencia de Juan de Gordejuela.

En la Tenerife atlántica, hay  una Orotava, apareciendo un  Los Realejos, unificad, que se subdivide en “alto” y “bajo”.Excluido de las guías turísticas, especializadas en arte, por carecer de monumentos dignos de mención, lo encontramos en las que  describen regiones y paisajes. Aparecida en los años setenta, lamentablemente agotada e inencontrable, la editada por Reads Digest’s menciona, en Los Realejos, la parroquia de Santiago, de un barroco popular, como su retablo, la destaca como históricamente relevante. Aunque nada lo indicase en su exterior e interior, parece haber sido  la más antigua de la isla, fundada en 1498. En "Realejo bajo" se destaca la Iglesia de la Concepción, por pila bautismal de jaspe, que conservaba.

Pese a no dejar las guías de entonces piedra por mencionar,  en la citada  no aparece lo que  señalan las actuales. Silenciados los templos de Santiago y la Concepción, quizá por haber desaparecido, víctimas del desastre provocado por el boum de la especulación inmobiliaria y la pedante estupidez de unos tiempos, tan cursis como prepotentes, que obnubilados por monumentalidad geométrica, destrozan belleza y armonía,  no invitan a contemplar el lugar, donde se ubicó lo que se dice desaparecido, aunque quizá no existió jamás.

Quien hoy visite Los Realejos, es invitado a contemplar el lugar donde estuvo el convento de Santa Lucía, no mencionado en guías anteriores, en el barrio de San Agustín.  En la calle de la Alhóndiga, se destaca el lugar que ocupó el convento de  S. Juan Bautista, de padres agustinos, del que fue patrono Gordejuela. En cuanto al de religiosas, fundado “bajo los auspicios del regidor Juan de Gordejuela”, autorizado por bula expedida en 1712, cómo hemos visto, se ubica en el solar en que se construyó el Santuario de Ntra. Sra. del Carmen.

Construido en 1908,  por el arquitecto Tomás Machado y Méndez de Lugo, que recuperó puerta de cantería, atribuida a Diego Miranda, fue recuperada del cenobio original, se dice que conserva un San Andrés, del buril de Ocampo, un Señor en el Huerto  y un Crucificado, adquirido en Madrid, en 1701, del siglo XVII, talla de Antón Maria Maragliano, fallecido en 1739 y un S Agustín, cuyo autor falleció en 1777. Salvado el conjunto de incendio, que asoló el templo en 1952, se conserva retrato de Juan de Gordejuela, fechado en 1616, que se atribuye al pintor Gaspar Quevedo.

Real o supuesto, pues bien puede quedar la identificación, en alarde de imaginación o voluntad de documentar ficción histórica,  para que nada falte, en término de Los Realejos se ubica el  Mayorazgo de Castro, supuestamente repartido por Alonso Fernández de Lugo y un pago de Gordejuela, dotado de pozo o nacimiento de agua. Elevador construido en 1903,  alimente la balsa de la que parte herido, moviendo las piedras de molino harinero y permitiendo regar plataneras inmediatas.

Mediado el siglo XX, entre las reliquias del pasado, que conservaba la isla, aparecía  convento de agustinos en Taraconte y la iglesia de San Juan Bautista en Arico, construida en el siglo XVII. (Luisa Álvarez de Toledo).

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