jueves, 13 de junio de 2013

NUESTROS COLONIZADORES, ESPANA, ESA ENTELEQUIA-I







Siéntate a la puerta de tu casa  y verás el cadáver de tu enemigo pasar.
                                                                       (Popular)



Eduardo Pedro García Rodríguez


A partir de los años sesenta del siglo XX, España planifica la segunda y más efectiva invasión de las Islas Canarias. Al amparo del señuelo de un supuesto desarrollo económico motivado por la afluencia masiva de un turismo europeo de masas, con muy bajo poder adquisitivo calificado   como “turismo de alpargatas” ansioso de playas y  Sol,  y sobre todo, de alcohol barato que comenzó a proliferar por nuestras islas. El Estado español descubrió un filón casi inagotable de divisas de las que tan necesitado estaba para el desarrollo en la metrópolis de los grandes planes de desarrollo industrial. Comenzó así una nueva era de explotación de la colonia, con bajos costes (la materia prima es el Sol y las playas) y fabulosos beneficios, así pues los españoles para asegurarse la plena explotación de este nuevo El Dorado comenzaron a  planificar el envío masivo de mano de obra española acaparando éstos no sólo los puestos de trabajo que iban surgiendo especialmente en los sectores de servicios y la construcción, sino que además se reservó casi en exclusiva para los españoles los puestos de trabajo en la administración pública, con especial incidencia en los sectores de la enseñanza, fuerzas de seguridad, y estamento judicial, situación que se viene manteniendo hasta nuestros días. Paralelamente, se fueron creando guetos para alojar a esta masa de inmigrantes y así surgieron núcleos poblaciones como “Princesa Iballa” “El Cardonal” “Chumberas” “Añaza”, etc., en la isla de Tenerife, y otros similares en Gran Canaria, al mismo tiempo también en Tenerife comenzaron a proliferar urbanizaciones cerradas como “Coral Verde” “Guajara” “Las Cuevas”, Tabaiba, etc., que la voz popular comenzó a calificar como reductos Nazis incrustados en nuestras islas. En esta última, los ciudadanos aún no encontramos explicación de que fue lo que motivó al promotor ( se dice que era norteamricano) a construir la urbanización en una zona de acantilados de dificilísimo acceso donde las construcciones tienen que ser escalonadas y con unas playas poco aptas para el baño y mucho menos nos explicamos como se permitió que dicha urbanización fuese un recinto totalmente cerrado impidiendo el acceso tanto al interior de la urbanización como a la costa al resto de los ciudadanos y mucho menos nos explicamos como se permitió que este promotor pusiese barreras móviles a la entrada de la vía de acceso a la zona dotada de garita y con una guardia privada uniformada y  armada de fusiles y pistolas, la cual además estaba dotada de unas motocicletas de gran cilindrada que eran la envidia de los guindillas (policía local) de la época.

A cambio de las tan deseadas divisas, la administración española permitió –y continúa permitiendo- la destrucción inmisericorde de nuestro territorio con un total desprecio a nuestro medio ambiente y a nuestros yacimientos arqueológicos y centros cultuales habiéndose perdido irremisiblemente importantísimas estaciones de grabados rupestres que eran patrimonio cultural no sólo de los canarios, sino del resto de la humanidad.

El cúmulo de estos despropósitos llegó a alcanzar tal magnitud, que en determinados momentos de este proceso destructor, cualquier persona canario o extranjero que tuviese o adquiriese un trozo de terreno podía impunemente trazar con un poco de cal, unas líneas sobre el mismo a las que llamaban calles y a continuación comenzaban a vender parcelas, a partir de ese momento el lugar tomaba pomposos nombres como: “Urbanización Brisas de Neptuno”; “Costa de Ensueño”; “Paraíso” y otras sandeces similares.

¿Pero que es realmente este ente político denominado España, y que durante más de quinientos años, ha venido explotando nuestra Nación Canaria y disponiendo a su libre albedrío de nuestra tierra, nuestras haciendas y nuestras vidas?. Veamos una breve síntesis de la historia de ese país, ello nos puede proporcionar las claves de ciertas actitudes mantenidas por los colonizadores y además nos puede ayudar a entender la idiosincrasia tras la cual se oculta las ansias imperialistas de esa sociedad espiritualmente huérfana, que como revancha de esa orfandad se ha convertido en destructora de civilizaciones y culturas. Por ello cabe preguntarse: ¿España es una entelequia? “Habrá que analizar la pregunta en sus dos vertientes; entelequia en su sentido literal de "algo que tiende por sí mismo a su propio fin" o en su sentido irónico de "algo irreal". Han habido a través de la Historia de España - y sigue habiéndolos- muchos movimientos centrífugos dedicados a convertir en realidad el sentido literal del concepto y, por otro lado, muchos pensadores españoles han usado el sentido irónico del mismo para negar la existencia de España como un sentimiento arraigado en la conciencia del pueblo y, por lo tanto, como algo arbitrariamente impuesto, planteamiento éste último que compartimos.



Guerrero ibero, Fotografía: José I. Lago
La primera referencia se remonta 3.000 años a.d.n.e. en la forma del vocablo fenicio "Spanija" o "Span" (literalmente "tierra de conejos"), los romanos lo latinizaron a Hispania (o Ispania), con el tiempo se convirtió en Spania (volviendo casi a la ortografía fenicia) para terminar - con el cambio de la pronunciación de la ese en el norte y la introducción de la ñ - finalmente en España. No hay duda que en su origen y durante siglos, y hasta milenios, la palabra Span-Hispania-Spania-España era un concepto puramente geográfico comparable a Iberia (del griego Iberia ó Hiberia) o, en la actualidad, la Península Ibérica.

Los primeros pueblos que aparecen en la historia de la Península Ibérica fueron los iberos, que, en sucesivas oleadas, entraron desde África a partir del Paleolítico Superior hasta la Edad de Bronce, extendiéndose al principio por el Levante hasta el Noreste, terminando en el Sur de Francia, y, mucho más lento hacia el interior y el Norte de la Península. Considerando que esta migración ocupó un periodo de más de cinco mil años, no es sorprendente que desde tartesios/turdetanos, en el Sur hasta airenosios en el sur de Francia, se han contado no menos de 20 pueblos /tribus iberos diferentes. Una de las muchas ironías de la Historia de España - seguramente muy molesta para el Honorable Pujol, que nunca se ha distinguido por su sentido del humor - es el hecho de que una de estas tribus, conocida por "castellanos" se asentó durante muchos siglos en la actual comarca de Olot (¡de lo más catalán imaginable!).

Aparte de estos pueblos hubo otros 8, asentados en Asturias, Cantabria, Vascongadas, Navarra y la Rioja, que han sido clasificados como "no identificados" o sea de origen supuestamente "desconocido". No obstante me parece lógico considerar estos pueblos tentativamente como iberos, considerando que una vez llegados al Delta del Ebro, el valle del Ebro no era solamente la vía de penetración más obvia hacia el Noroeste sino además una ruta muy atractiva comparada con seguir una costa cada vez más accidentada.

Terminadas las oleadas migratorias iberas, comienzan, a principios del último milenio a.d.n.e., las indoeuropeas, llevadas a cabo por pueblos célticos. Estos no vienen del Sur como los iberos sino del Norte, penetrando a través del Pirineo oriental. Con iberos a ambos lados de su vía de penetración están forzados a cruzar el Ebro y aprovechan los valles del Duero y, en posteriores oleadas durante varios siglos, los del Tajo y Guadalquivir para ocupar todo la parte occidental de la Península. Se han contado no menos de 16 tribus celtas, desde galaicos en el Noroeste hasta lusitanos y oretanos en el Sudoeste.

Los celtíberos ocuparon un extenso territorio situado a ambos lados de la diagonal Ávila-Soria (más o menos Castilla la Vieja) No sabemos si se trataba de iberos celtizados o de celtas iberizados. Poco importa para ser estos tendrían que haber tenido forzosamente vecinos iberos lo que parece confirmar que los llamados "pueblos no identificados" al Norte de su región habría que considerarles como iberos; y por otro lado, si hubieron sido aquellos, la supuesta teoría de que los iberos no hubieron penetrado ni el Centro ni el Norte de la Península, quedaría igualmente desmentida.  

                                                Honderos iberos enfrentándose a legionarios romanos.
 
 



Los primeros iberos que penetraron en la Península no se encontraron, lógicamente, con un territorio vacío. Hubo ya una población autóctona de unos 50.000 individuos (una densidad, típica de aquellos tiempos, de un habitante por cada 10 Km. cuadrados) repartidos entre los valles y cuencas más protegidas. Esta población tenía probablemente también remotos orígenes africanos y a través de los milenios fue totalmente absorbida por los "migrantes" iberos, menos los grupos en Galicia y Asturias de origen étnico desconocido que mucho más tarde fueron celtizados.

Si añadimos a estas tribus los colonos púnicos (fenicios y cartaginenses) y griegos, numéricamente no muy importantes, pero sí desde el punto de vista cultural y comercial, tenemos globalmente la población que los Romanos encontraron cuando, una vez terminada la segunda Guerra Púnica, decidieron hacerse definitivamente con la Península. Una población en su mayoría poco civilizada, divida en multitud de tribus y dura como la roca. Su dureza y beligerancia queda fácilmente demostrada: mientras que en su momento Roma tardó poco más que una década en conquistar la Galia


Transalpina (Francia), en España tardaban casi dos siglos en reducir los últimos reductos de resistencia con la subyugación de astures y cántabros (19 a.d.n.e.) Es una de las ironías históricas que antes de la ocupación de Hispania por parte de los romanos, los iberos casi lograron destruir a la República Romana. No hay que olvidar que cuando Aníbal cruzó los Alpes en 218 a.d.n.e., al mando de un ejercito de 60.000 hombres, el 90% de esta tropa fueron infantes iberos. Durante 16 años arrasaron la Italia meridional, expulsando a los pequeños campesinos independientes (la verdadera columna dorsal de la República) de sus, hasta entonces, fértiles tierras y sembrando así la semilla del futuro ocaso de Roma.

Una vez derrotado y expulsado Aníbal, estas tierras se convirtieron en latifundios y, para trabajarlas, sus nuevos propietarios empezaron la importación masiva de esclavos. A la larga, este cambio social convirtió Roma de una república democrática en una autoritaria e "imperial", y, con el tiempo, el Mediodía en la región más pobre y atrasada de Italia.

En la Hispania prerromana, con tantos pueblos y tribus, sus habitantes tienen que haber hablado una multitud de lenguas y dialectos, pertenecientes, probablemente, a 3 o 4 familias lingüísticas.

Como ocurre siempre en estas situaciones - para poder mantener un mínimo nivel de comunicación entre tantas gentes - una de estas lenguas, sin duda una lengua ibera, se habrá convertido en lengua franca. Es curioso, que hace ya décadas se lograron hacer traducciones de inscripciones ibéricas usando raíces vascas. Hasta entonces existía la convicción que el vasco (euskara) fue un idioma caucásico no indoeuropeo - o sea aglutinante y no flexionado - pero a partir de las traducciones mencionadas, se desarrolló una teoría nueva según la cual, supuestamente, el vasco fue una síntesis entre una sintaxis (estructura) caucásico y una morfología (léxico) ibero. Posteriores investigaciones parecen desmentir esta teoría y, muy al contrario, han demostrado un origen común entre el vasco, el bereber y el guanche. Y recientemente, los profesores Alonso García y Arnaiz Villena han extendido este origen lejano compartido al egipcio antiguo. Todo esto tiene una cierta lógica si tomamos en cuenta la dispersión de la población del Norte de África en los milenios posteriores al cambio climatológico al terminar el último periodo glaciar. Si estas teorías demuestran ser verdaderas, no solamente quedaría demostrado que el vasco es una lengua ibero (o bereber), pero también quedaría desmentida la curiosa mítica según la cual los vascos son un pueblo misterioso y de origen desconocido que supuestamente se hubiera instalada primero al Noroeste del Pirineo para pasar después a la Península Ibérica, y que además no tuvieron nada en común con los pueblos lindantes, ni al Norte, Sur, Este y Oeste. Muy al contrario, demostraría que los vascos son un pueblo ibero que remontó en tiempos remotos el valle del Ebro, instalándose en su territorio actual y penetrando en "Francia", igual que otros pueblos iberos hicieron al otro extremo del Pirineo. En este caso la supervivencia de su idioma se debería a su feroz resistencia a la romanización, y los abertzales, en vez de considerarse como "no-españoles", debieron proclamarse como más auténticamente español (o por lo menos Ibero) que nadie.

La época romana en Hispania duró, según los territorios, entre 4 y 6 siglos, y nunca fue total ya que Asturias, Cantabria y las Vascongadas en la práctica no formaban parte de la provincia (colonia, en su aceptación moderna) sino fueron más bien protectorados (¡dominados pero no ocupados!).Para mantener estos tres territorios a raya, Roma aplicó su vieja estratagema de reclutar forzosamente la flor y nata de los jóvenes guerreros de aquellos para las tropas auxiliares de sus legiones, y destinarles a partes lejanas del Imperio. (Para ilustrar esta política podemos tomar como ejemplo la Britania en tiempos de la rebelión de los Ícenos bajo su Reina Boadicea (61 d.n.e.); entre los tropas auxiliares (auxilias) que sirvieron con las cuatro legiones por entonces destinadas en Inglaterra, encontramos las siguientes cohortes hispanas: 1ºAsturiano, 2ºAsturiano, 1ºVettoniano, 1ºVerdulli, 1ºCeltibérico, 3ºBracarii y 2ºVascones). En este largo periodo, la romanización- apoyado por cuatro siglos de paz y el sistema de vías romanas que llegó a tener una extensión de casi 12.000 Km- se impuso por casi toda la península menos en las vascongadas, que por su resistencia a ultranza, ni siquiera se cristianizaron hasta finales de la época visigoda posterior. El latín empezó por desplazar
la lengua franca existente y terminó por imponerse y eliminar casi todas las lenguas existentes en la península hasta tal punto que no ha quedado rastro de ellas. Ya que la inmensa mayoría de la población solamente tuvo contacto con soldados y comerciantes (éstos en general ni siquiera de origen romano) se divulgó el latín en su variante más vulgar e inculta, como también ocurrió en la misma Italia después de la caída del Imperio.

Una de las fantasías más curiosas sobre el periodo romano es la supuesta influencia política y cultural de los hispanos (hispanorromanos) en el Imperio; como prueba se mencionan emperadores desde Trajano a Teodosio y escritores desde Séneca a Pomponio Mela. No solamente esto, además se usan hasta gentilicios modernos como: bilbaíno, riojano, gaditano, andaluz, valenciano etc.

No se trata solamente de una fantasía sino, mucho peor, de un auténtico timo histórico. La verdad es que todos los personajes en cuestión fueron hijos de padres romanos (del orden senatorial o ecuestre) y habían nacido en Hispania por puro azar y gracias al hecho de que sus padres estuvieron destinados allí como parte de su carrera militar o administrativa. Esta, y no otra, es la razón porque todos estos supuestos "hispanos" fueron educados desde la más temprana edad en Roma. Es verdad que todos ocasionalmente fueron llamados "hispanos", pero no en un sentido étnico sino con el mismo sentido de descalificación en que ahora usamos "provinciano" o "paleto". De hispanos nada, sino romanos de la más pura cepa.

Hay dos hechos importantes a destacar como resultado de la romanización. El primero, la estancia de cuatro legiones en Hispania, con, originalmente, el fin de mantener la provincia subyugada y, más tarde, defenderla contra posibles invasores. Por una parte, estos legionarios, terminado su enrolamiento después de 20 años de servicio, optaron por quedarse en Hispania - en Roma solamente les esperaba la indigencia - aceptando la concesión de una extensión de tierras en las nuevas colonias (ciudades de Derecho Romano), añadiendo de esta forma un otro ingrediente a la mezcla étnica de la península. Como la legión romana consistía de 5.600 hombres, podemos calcular que durante los 4 siglos que estas legiones fueron verdaderamente romanas - a partir del siglo III se llenaron poco a poco de hispanos localmente reclutados - se instalaron más de 400.000 veteranos romanos en el país (4x5600x5x4). Por otra parte, el largo periodo de paz y la presencia de las legiones convirtieron los antaño feroces guerreros hispánicos en mansos agricultores y ganaderos, lo que a la larga - las legiones fueron replegadas a la Metrópoli a finales del siglo IV- dejando Hispania inerme e indefensa frente a las tribus bárbaras que la invadieron a principios del siglo V.

El segundo hecho importante fue la cristianización. No fue muy importante hasta principios del siglo IV, como en ninguna parte del Imperio. En el año 300 d.n.e., el número de cristianos en todo el Imperio no fue superior a unos pocos millones de entre una población de más o menos 50 millones (una quinta parte de la población mundial de entonces), y divididos en más de 200 sectas diferentes. Extrapolando estas cifras habrá que concluir que en Hispania no hubo probablemente más de 100 mil cristianos en una población de 5,5 millones. Por mucho que se ha pretendido que la Iglesia cristiana ya estuvo organizada en los primeros dos siglos y medio del cristianismo, la verdad es bien diferente; el cristianismo en aquellos tiempos no fue tanto una iglesia como un movimiento religioso difuso con muchas diferencias de credo y dogma entre las múltiples sectas. La Iglesia católica también propagó el bulo de la cronología papal, empezando la lista con Pedro como obispo de Roma y primer Papa de la iglesia. El problema en crear este tipo de cosas a posteriori consiste en la inconsistencia de sus argumentos: por una parte, el termino "obispo" en sentido eclesiástico (la voz viene del Griego y significa superintendente) no fue usado hasta más o menos la mitad del siglo II, y por otra parte la palabra "papa" fue usado hasta el siglo VI como apelativo cariñoso para todos los obispos y solamente a partir de este siglo se empezaba a aplicar paulatinamente como título exclusivo al obispo de Roma dándole de esta forma su preeminencia como Jefe Supremo (espiritual) del Cristianismo. El primer Papa en el sentido actual del término fue probablemente (San) Dámaso I (366-384), hispano por cierto. Esta opinión podemos basarla en los siguientes hechos: impuso el latín como lengua litúrgica de la Iglesia, logró la primacía eclesiástica de Roma por encima de Constantinopla, aplicó por primera vez el término "sede apostólica" a Roma, y publicó la Vulgata. Vemos que solamente a partir de Dámaso I, la secta de Roma se convierte verdaderamente en Iglesia Católica Apostólica Romana. Compárese la situación de su antecesor como obispo de Roma (el supuesto antipapa) Félix II (355-365), que  coincidió con el emperador arriano Constancio II y después con Juliano el Apóstata abiertamente anticristiano y mitríano . Dámaso tuve la suerte que los emperadores Joviano y Valentiniano I fueron cristianos muy ortodoxos. De todas formas la Iglesia Católica debe su existencia a la supuesta conversión de Constantino I (el Grande), cuando este (con su co-emperador Licinio Liciniano) proclamó en 313 el Edicto de Milano, ordenando la tolerancia del cristianismo en el Imperio. En este momento de entre los centenares de religiones que había, destacaron principalmente dos: el Mitraísmo y Sol Invictus, dos religiones henoteístas solares, que además de aceptar otros dioses menores creyeron en un Dios Superior invisible (Summum Deus). El Mitraísmo era por mucho la religión mayoritaria entre los legionarios y la burocracia del Imperio. El Edicto de Milano fue mucho más de lo que parecía a primera vista. Si Constantino simplemente hubiera pretendido poner definitivamente fin a la persecución de los cristianos (más fuerte en los últimos años de Diocleciano que nunca antes) una simple orden administrativa hubiera bastado, y, como consecuencia, el edicto fue interpretado como una auténtica presentación en sociedad, como una señal que el cristianismo o por lo menos su secta romana contaba con el favor del Emperador. A partir de ahí los patricios, los militares, los burócratas, los mitraínos en general, entraban en la Iglesia a mansalva.

Como el mitraísmo era un ramal del zoroastrismo,y este y el judaísmo se habían mutuamente influenciado durante el exilio judío en Babilonia, y como el cristianismo era a su vez un ramal del judaísmo, no era muy sorprendente el parecido, en muchos aspectos, entre el mitraísmo y el cristianismo. Compartieron conceptos como la humildad, el amor fraternal, el bautismo, la comunión, el uso del agua bendita, la adoración de los pastores en el nacimiento de Mitras y de Jesús, la inmortalidad del alma, el juicio final y la resurrección. El mitraísmo difería del cristianismo en la exclusión de las mujeres de sus ceremonias y en su disposición a transigir con el politeísmo. Sus numerosas similitudes, sin embargo, facilitaron la conversión de sus seguidores a la doctrina cristiana. Es un decir, porque no está muy claro quien convirtió a quien, tampoco está muy claro si el cristianismo absorbió el mitraísmo o si este "parasitó" aquel. El resultado fue una fusión y la creación de una nueva religión sincrética que mantuvo el apelativo de cristiano pero que poco tenía en común con el cristianismo primitivo. De una religión, supuestamente, de pobres, esclavos y mujeres, de una religión supuestamente perseguida, se convirtió en una religión penetrada por la alta sociedad romana y por los militares, esclavista y abiertamente misógina, y, cuando el emperador Teodosio I prohibió todas las demás religiones y convirtió el catolicismo en religión de Estado, en religión perseguidora, militante, violenta y totalitaria. Tal fue la influencia del mitraísmo que por ejemplo toda la indumentaria del catolicismo fue copiada de aquel (incluyendo la "mitra"), que los símbolos del cristianismo que hasta entonces habían sido la imagen del "Buen Pastor" (un adolescente con un cordero sobre los hombros) y el Pez desaparecieron, poco a poco, en favor del crucifijo y que la fecha del nacimiento de Cristo se cambió al día del solsticio de invierno ( en nuestro calendario actual el 25 de Diciembre) para coincidir con el nacimiento del Díos Mitra. Tal fue la influencia del Imperio que la organización actual de la Iglesia refleja a la perfección -por lo menos en su nomenclatura -la reforma administrativa del Imperio hecho por Diocleciano (sic!) con términos como provincia, diócesis, convento, vicario etc. Hubo tantos y tantos cambios en el "cristianismo" que desde luego ni Pablo, que lo parió, lo hubiera reconocido. Bien es verdad que el primitivo cristianismo, más que así, debería haberse llamado "Paulismo", ya qué - igual cómo le ocurrió a Carlos Marx con el marxismo- Cristo probablemente se hubiera proclamado como el primer no-cristiano.

El lector puede preguntarse lo que todo esto tiene que ver con España como concepto. Pero sí tiene que ver, porque las consecuencias de esta revolución (o ¿contrarrevolución?) Religiosa tuvieron una influencia decisiva sobre la historia de la Península en los mil años siguientes. No hay duda que el nuevo sincretismo católico del siglo IV ya estaba sembrando las semillas que siglos más tarde llevó primeramente al cisma oriental (diferencias dogmáticas aparte, una tardía venganza griega contra Roma) y después a la reforma protestante (parcialmente un movimiento para volver a un cristianismo más sencillo y humilde, y, en el caso del calvinismo, una vuelta a los origines más judaicos del cristianismo y un dios vengativo y justiciero). Pero en el mismo siglo IV la resistencia a la Roma católica surgió por doquier. Roma tuvo que enfrentarse a un considerable número de supuestas "herejías" y digo supuestas porqué todas consideraban herejías a todas las demás y en especial a la  Iglesia católica (ya sabemos que el ganador tiene siempre la última palabra y termina por re-escribir la historia a su gusto) grosso modo, aparte del catolicismo, hubo tres grandes movimientos (cada una dividido en varios submovimientos) según la posición que atribuían a Jesús; desde los que consideraban a Jesús solamente Dios (hecho pero no creado por Dios Padre), a los que le consideraban un Dios (o ¿semidiós?) De segundo orden (creado por Dios padre) y, por último los que solamente le consideraban humano (el hijo del Hombre). Las únicas de estas "herejías" que nos interesan desde el punto de vista español son el priscilianismo y el arrianismo. El primero fue un movimiento ascético que, muy laudable, buscaba una vuelta al cristianismo primitivo y a la imitación total de Cristo. Prisciliano fue condenado a muerte por un tribunal civil (!) En el año 385, y fue la primera, pero no la última, víctima del "brazo secular al servicio de la Iglesia". Mucho más importante fue el arrianismo, que negaba la divinidad de Cristo, heredero directo de muchas sectas similares de siglos anteriores como el donatismo. Esto había manifestado su rechazo al dios hijo con toda crudeza:" si Jesús fuese Dios todo su calvario, su sufrimiento en la Cruz, su muerte y su Resurrección, hubiera sido un auténtico timo, ya que por mucho que Dios hubiera asumida una apariencia humana no hubiera podido perder su propia esencia de inmortal, indivisible y todopoderoso". A Jesús lo consideraban el más importante de los hombres, inspirado por Dios, el hijo del Hombre, hijo de Dios como todos los seres humanos; pero no el Dios Hijo. Vemos entonces que, como el donatismo, el arrianismo fue un movimiento cristiano auténticamente monoteísta, y como tal rechazaba el catolicismo como una herejía pagana (!). Mientras que el donatismo seguía siendo la corriente cristiana mayoritaria en el Norte de África, el arrianismo había convertido al cristianismo a las tribus bárbaras, que empezaban a invadir el Imperio desde el Norte. Es curioso que gran parte de la conversión de los bárbaros fue el resultado del trabajo evangelizador de las llamadas herejías; el arrianismo en el Norte, los monofisitas en Oriente Medio, los Nestorianos en Asia Central y la Iglesia Gaélica (Irlanda) en Occidente.

La importancia del arrianismo para la Historia de España reside en el hecho de que todas las tribus invasoras a partir del principio del siglo V profesaban esta corriente cristiana. Los suevos se instalaron en España en su Reino Gallego y alternaron entre abrazar el catolicismo y abjurarlo, pero los alanos y especialmente los vándalos terminaron, después de una estancia relativamente corta en la península, por pasar el estrecho de Gibraltar y crear en el actual Magreb un Imperio que perduró hasta mitades del siglo VI. Como el Norte de África ya era por entonces sólidamente "donatista", la llegada de los vándalos arrianos (tan monoteístas como aquellos y con un credo diferente solamente en el nombre) creó en estas tierras el único estado cristiano monoteísta de la Historia. El emperador de Oriente, Justiniano, puso alrededor de 530 en práctica su viejo sueño de reunificar el viejo Imperio romano, y ocupó el Norte de África derrotando al Reino Vándalo. La ocupación bizantina del Magreb tuvo el mismo resultado que en Siria, la persecución religiosa de las "herejías". En Siria la del monofisismo  ("naturaleza única"; para sus partidarios Cristo solamente tuvo naturaleza divina, por lo tanto una creencia exactamente opuesta a la del arrianismo), en el Norte de África la del arrianismo. Como es lógico, las dos "Iglesias" se convirtieron en subterráneas, escondiéndose del "nuevo imperio". Cuando un siglo después surgió desde el interior de Arabia una nueva religión rabiosamente monoteísta los arrianos y monofisitas, hartos de la persecución por parte de la Iglesia Católica y del Imperio, se convirtieron en masa al Islam. ( los arrianos casi en su totalidad - el arrianismo desapareció como por arte de magia - los monofisitas en su mayoría-el monofisismo sigue teniendo buena salud, y entre coptos, jacobitos, sirios ortodoxos y armenios, cuenta con unos 50 millones de creyentes). El increíble y rapidísimo éxito del Islam a partir de la muerte de Mahoma (632) no tenía ningún secreto, no fue por sus dotes de persuasión o por una imposición a la fuerza (el Corán prohibe explícitamente la conversión forzosa de la gente del Libro, judíos, cristianos, zoroastristas e hindúes), sino fue el resultado de una conversión voluntaria y espontánea, resultado directo del sectarismo totalitario de la Iglesia católica, del Concilio de Nicea (325), del de Constantinopla (381) y del de Calcedonia (451).

            En conjunto hicieron posible que la cristiandad se dividiese en dos partes irreconciliables y que se convirtió al Islam hasta la cuna misma del cristianismo y los territorios más cristianos de los primeros 3 siglos de su historia.


En resumen, antes de finales del siglo VII, el Norte de África ya era musulmán hasta las cejas y dispuesta a saltar el estrecho a la menor oportunidad.

Al otro lado del estrecho, entre tanto, los visigodos que habían sometido la Península Ibérica en 469, como parte de un reino que tuvo su núcleo en el sur de Francia, fueron forzados a abandonar estas tierras (menos el territorio de Septimania) por los francos en 510 y a partir de este momento establecieron el reino visigodo hispano. La historia de este reino es de sobra conocida (o, mejor dicho, hay todavía generaciones que se conocen los nombres de todos sus reyes al dedillo), y aquí solamente quiero hacer hincapié en algunos hechos que tuvieron, a la larga, una influencia decisiva sobre acontecimientos futuros. Por un lado los visigodos eran entre todas las tribus bárbaras los más civilizados o romanizados - por su largo contacto con Roma- y, por lo tanto, cuando ocuparon Hispania no hubo ningún choque cultural y se asimilaron culturalmente con gran rapidez, y, por otro lado, introdujeron elementos totalmente novedosos: la monarquía electiva y el arrianismo. Aquella es un sistema ya conflictivo por esencia, pero la antigua tradición germánica que un hombre calvo, o mejor dicho sin pelo (una auténtica obsesión "Sansoniana"), no puede ser guerrero y menos rey, lo debilitó todavía más, ya que para deshacerse de un rey o de un competidor, muchas veces no hacia ni falta matarle, afeitarle la cabeza bastaba. Los 250.000 visigodos formaban escasamente un 6% de la población total de casi 4 millones ( la península ibérica había perdido un tercio de su población desde el siglo III) y funcionaban como una auténtica casta militar dominante sustituyendo a las legiones romanas y los grandes terratenientes de la época hispanorromana, formando ya entonces una sociedad prefeudal. El arrianismo de los invasores, por otra parte, imposibilitó la fusión étnica por impedimentos religiosos a ambos lados. Durante gran parte de su existencia este reino visigodo estuvo en guerra, tanto contra enemigos exteriores como interiores.

Guerras con los francos, los bizantinos (que a mitades del siglo VI ocuparon gran parte del sur y se quedaron casi 70 años), los astures y los vascones, el reino suevo en Galicia y rebeliones hispanorromanas en las costas mediterráneas. Como tanto las invasiones exteriores como las rebeliones interiores se justificaron en parte por razones religiosas - catolicismo versus arrianismo - Recaredo cortó por lo sano convirtiéndose al catolicismo e imponiéndolo a sus seguidores (589) Se terminaron las invasiones extranjeras pero la paz fue regularmente turbada por brotes proarrianos y por la lucha por el poder real. Suíntila fue el primer monarca que reinó sobre toda la península, y también el primero que recibió el mando "por la gracia de Dios", mientras su sucesor Sisenando (¡que le echó del trono!) Fue ungido como un "cristo" (Mesías) y se le declaró "sagrado", como a todos sus sucesores.

No obstante, esto no cambió que con gran regularidad se trataba de echar al rey "sagrado" mediante la intriga, el asesinato o la tonsura. Si la historia visigoda se significó en gran parte por las divisiones y rencillas de sus jefes, no es de sorprender que el fin del reino visigodo hispano ocurrió por culpa de ellas. La muerte de Vitiza (710), una guerra civil por la sucesión, una petición de ayuda a los beréberes por parte de los hijos de Vitiza, la invasión de unos 20.000 norteafricanos, la batalla de Guadalete (711) en donde éstos derrotaron al ejército visigodo del Rey Rodrigo (debidamente "ungido") gracias a la traición en plena batalla de parte de sus hombres que estaban a favor de la familia de Vitiza, y, después de exactamente 200 años de existencia, el reino visigodo sucumbió trágicamente en cuestión de horas.

Antes de continuar con la era islámica, valdrá la pena reflexionar si hasta este momento hubo el más mínimo sentido de identidad hispánica. En la época prerromana, con su sistema tribal localista, los habitantes ni siquiera sabían que vivían en una península. Esto puede parecernos ahora sorprendente cuando los niños de 7 u 8 años lo saben ya gracias a la enseñanza y la existencia de mapas, pero las tribus primitivas, hasta en sus tiempos migratorios, no conocían los límites geográficos de la tierra que pisaban. Todo esto cambió en tiempos romanos que, gracias a sus cartógrafos, si sabían a final de la conquista la configuración más o menos exacta de su nuevo territorio. Al final de la época romana, por mucho que los habitantes fueron conocidos en el imperio como hispani, ellos mismos se consideraban probablemente en primer lugar gallaescos, tarraconenses,  cartaginenses, lusitanos o baeticos (según las divisiones de Diocleciano) y en segundo lugar como romanos. Los visigodos mantuvieron la administración romana (incluido la división territorial) y su sistema jurídico para sus nuevos súbditos, instalando al mismo tiempo un sistema paralelo con sus propios códigos visigodos para su gente y sus propios obispos arrianos. Con la conversión de Recaredo, estos se incorporaron a la Iglesia católica, pero no hubo otros cambios. Había que esperar casi 70 años (654) hasta que Recesvinto promulgó su Código que fusionó los dos sistemas jurídicos, consumando finalmente la unión entre los dos pueblos. Igual que en la época romana anterior, tampoco en el reino visigodo encontramos una conciencia de "hispanidad". No solamente por que el reino ni siquiera fuese exclusivamente peninsular ya que incluía también el territorio de Septimania al Norte del Pirineo, sino por la división de la población en conquistadores y conquistados. Aquellos se consideraban por encima de todo, visigodos, y éstos no se consideraban ya romanos sino católicos (romanos), habiéndose convertido la Iglesia en auténtico espectro del Imperio.

La ocupación de toda la península por parte de los mazigios tardó unos 3 años, siendo paradójicamente Granada, la última ciudad en rendirse. La conquista fue facilitada por la conversión espontáneá de muchos visigodos que no se habían olvidado de sus creencias arrianas anteriores, por los vitizanos que, cuando se dieron cuenta que sus supuestos aliados pretendieron quedarse, se contentaban, sin todavía cambiar de religión, con ocupar altos cargos en el nuevo estado musulman (un hijo de Vitizano acepto el título de " conde de todos los cristianos") y por el hecho de que al pueblo hispanorromano le importaba un bledo a qué amo pagaba tributos mientras que  éste no interfiriese con su religión. Los nuevos amos tenían todavía más razones que los visigodos de mantener la administración del estado que encontraron ya que mientras éstos  al menos numeraban 250.000 personas, aquellos no llegaban ni a los 50.000. No solamente eran pocos, sino además estaban desde el principio tan divididos como lo hubieron estado los visigodos en sus peores tiempos. Las rivalidades y odios ancestrales entre mazigios (beréberes), árabes, sirios, medinenses, quelbíes y qaisíes, fue tal que una mínima resistencia organizada por parte de la población hubiera terminado con la conquista con la misma celeridad con que había ocurrido. La total ausencia de tal resistencia demostraba de sobra que no existía el más mínimo sentido de identidad nacional.

La historia de la reconquista es demasiado conocida para elaborar sobre ella, pero en relación con el tenor de este ensayo vale la pena hacer algunas observaciones. Mientras que los moros (que no es un término denigratorio como se pretende hoy en día, sino un simple apelativo derivado de "mauro", habitante de Mauritania, el nombre romano para el territorio actualmente conocido como el Magreb) - un término más adecuado para los musulmanes ibéricos que árabes ya que éstos formaban solamente una pequeña minoría- ocupaban la verdadera Hispania romana/visigoda, el pequeño grupo de cristianos visigodos que lograron mantener una precaria independencia y a partir de ahí empezar, poco a poco, la "reconquista", lo hicieron desde los territorios más salvajes de la península nunca romanizados, y solamente cristianizados en tiempos muy recientes. Esta diferencia cultural tuvo consecuencias importantes sobre la larga lucha entre las dos partes.

Los invasores que en su inmensa mayoría fueron mazigios (beréberes) y parcialmente descendientes de vándalos y suevos, tenían mucho en común con los peninsulares. Sus antecedentes romanos también se remontaron a la segunda guerra púnica, también habían sido cristianos hasta hacía poco y como parte de Andalucía, también Mauritania había estado ocupada por Bizancio durante casi un siglo. No es sorprendente entonces que sus culturas fueron casi idénticas. Durante los últimos siglos del Imperio la cultura hispana rivalizaba con la de Roma misma y a partir de la caída de esta la superaba ampliamente gracias a que los Visigodos fueron una tribu infinitamente más romanizada que los bárbaros que invadieron Roma [el rey Sisebuto (612-621) era uno de los hombres más cultos de su época, cuyos escritos en latín tenían una calidad muy superior a lo que entonces era la norma en Roma]. Los invasores se encontraban por lo tanto como Pedro en su casa. La posteriormente tan alabada (y con razón) cultura hispanoárabe (mejor hispano islámica) tuvo sus origines en la cultura hispanorromana compartida por los conquistados y la mayoría de los conquistadores. A este sustrato cultural no solamente se añadieron a partir de Abderrahmán y sus seguidores ingredientes persas, sino además creó a partir de allí su propio desarrollo de la cultura grecorromana. El Islam facilitó este  desarrollo mucho más que el cristianismo ya que admitió la especulación de todo lo divino y humano que no estaba explícitamente contenido en, y regulado por, el Corán. Los intelectuales del Al-Andalus incluían, además de árabes y beréberes, una mayoría de muladíes (hispanos conversos y sus descendientes) pero también mozárabes y judíos, que separados de sus correligionarios, encontraban una inesperada libertad intelectual bajo el "yugo" islámico.

Todo esto era un contraste total no solamente con los reinos cristianos que se empezaban a formar, poco a poco en el Norte de España, sino con todos los países cristianos del Norte de Europa. Una obra como Etimologías escrito a principios del siglo VII por San Isidoro - una enciclopedia de la sabiduría antigua - fue uno de los principales "libros de texto" en Europa occidental hasta finales del siglo XIII, lo que de cierta forma implica un atraso cultural de 5 o 6 siglos.

Por otra parte esta diferencia también se demostraba en los niveles educativos mismos de las respectivas culturas. De un lado el Al-Andalus en donde por lo menos toda la clase alta, y hasta la media, tuvo un importante bagaje cultural, y del otro, unos reinos cristianos en donde hasta los reyes y la alta aristocracia eran básicamente analfabetos, resultando en que la administración misma del estado estuvo excesivamente en manos de los clérigos. Por esta razón los estados cristianos de la época fueron en esencia más teocráticos que el estado islámico que, siéndolo en teoría (sharia), en la práctica fue regido por una administración puramente laica.

La mal llamada Reconquista - mejor hubiera sido llamarla Conquista a secas, ya que los pequeños reinos que empezaban a formarse (en territorios que nunca habían sido ni romanos ni visigodos) no podían ser considerados como herederos de la Hispania romana o de la visigoda, por mucho que sus primeros caudillos fueron visigodos- tomó a través de los 8 siglos que duró la forma típica, tantas veces repetido en la Historia, de la invasión de un país de gran nivel cultural (lo que a largo plazo debilitaba su capacidad guerrera) por parte de otros casi bárbaros pero, por esto hecho, mucho más violentos. Fue un proceso muy lento, en donde campañas de varios años de duración se alternaban con muchos años, y hasta décadas, de paz. Territorios que se habían ganado con mucho esfuerzo y sacrificios durante varias generaciones podían perderse de nuevo en pocas semanas. El panorama se complicaba todavía más; al lado musulmán por sus regulares guerras civiles y la división del califato, en dos ocasiones, en una treintena de reinos de taifas, mientras que al lado cristiano la adopción por parte de Navarra de la costumbre germánica de considerar el reino como patrimonio divisible y heredable, tuvo como resultado, a partir del principio del siglo XI, que cada vez que un rey lograba reunir Galicia, León y Castilla en un reino único, a su muerte este reino se dividió otra vez entre sus hijos y el largo proceso de integración (con guerras fratricidas por medio) empezaba de nuevo. Si a todo esto añadimos que en muchas ocasiones reyes cristianos y musulmanes se aliaron para luchar contra los suyos y que muchos caballeros cristianos luchasen al servicio de reyes musulmanes contra otros cristianos (como auténticos mercenarios), podemos definitivamente quitar la bandera religiosa a la llamada "Reconquista". El más famoso de los caballeros mercenarios fue sin duda el Cid Campeador, cuyo mismo apodo ya indicaba su íntima relación con el mundo islámico ( Cid de Sidi =Señor) y que fue menos paladín del rey de Castilla y del cristianismo de lo que cuenta la leyenda.

Además de la gran diferencia cultural entre el Norte y el Sur, se acentuó también a partir del siglo XII una diferencia substancial en como entender el cristianismo. Hasta entonces todos los cristianos habían compartido el rito godo, el cual por presiones de Roma fue prohibido en los Reinos de Castilla y León en el Concilio de Burgos (1085) y sustituido por el rito romano. A partir de ahí el antiguo rito godo fue conocido como rito mozárabe, y cuando - como resultado del avance territorial - los mozárabes fueron en los dos siglos siguientes paulatinamente incorporados a los estados cristianos, les acompañaba, por su rito antiguo ya olvidado en el Norte, un cierto tufo de herejes.
Que las cosas no llegaron a mayores, demostró la tolerancia religiosa de la época, muy superior a la que llegó a ser la norma en tiempos posteriores. Aparte de esto ya en aquellos tiempos "Espanna" era diferente hasta tal punto que mantenía - aparte del islámico en el Al-Andalus - hasta el siglo XV su propio calendario, la "era hispánica" que se remontaba al año 38 a.d.n.e. (fecha en que Augusto consideraba terminada la conquista de Hispania)- diferente al cristiano que ya se había impuesto en el  resto de la Cristiandad- por esto muchas fechas de la historia española medieval son dudosas por no haber sido debidamente adaptados. Por ejemplo, hay versiones de "El cantar (o poema) del (Mío) Cid", en donde la fecha en la última regla: "Per Abbat le escribió, en el mes de mayo, en era de mil y CC[C]XLV", es interpretada literalmente como 1345 (o 1245, ya que existan dudas sobre la tercera C) y otras en que - sin dar ninguna explicación del porqué del cambio- se da la fecha de 1307 d.n.e (1207).  

Otra vez hay que plantear la pregunta de si en toda esta época medieval hubo un sentimiento de  unidad y nacionalidad española. Y la respuesta tiene que ser claramente negativa. ¿Como podía ser de otra forma si hasta la Cristiandad española estaba regularmente dividida en un sinfín de reinos y condados que, muchas veces aliados con reyes moros, se dedicaban a hacerse la guerra. Es verdad que  Sancho III el Mayor de Navarra, Alfonso VI de León y Castilla y Alfonso VII de Castilla y León lograron reunir buena parte del territorio cristiano occidental, como también es verdad que cada uno de ellos lo dividieron de nuevo entre sus hijos al morir dando lugar cada vez a auténticas guerras fraticidas. El último, además creó ingenuamente una nueva división nunca superada (excepto el periodo que va de 1580 a 1640) al dar el entonces condado de Lusitania (Portugal) como dote a su hija Teresa con ocasión de su boda. Los tres monarcas mencionados se proclamaron como "Constitutis Imperator Super Omnes Hispanie Noationes", como también lo hizo, casi al mismo tiempo que Alfonso VII, Alfonso I de Aragón ("el Batallador"). Todas estas "auto- proclamaciones"  fueron en su tiempo consideradas como patrañas megalómanas, ya que para todo el mundo la palabra "Espanna" tuvo entonces solamente un sentido geográfico y un Imperio "Espanna" tenía que incluir forzosamente toda la península. Tan poco sentido tuvieron estos títulos que siempre se hacen referencia a los monarcas en cuestión como reyes y nunca como emperadores. Por otra parte tampoco la palabra "Espanna" tenía mucha resonancia política. En el "Mío Cid", aparece solamente 5 veces, infinitamente menos que la palabra "Castiella"; igualmente toda referencia a Alfonso VI siempre toma la forma de " el rrey Alffonsso" y nunca la de "Emperador". Fernando III nunca se sentía tentado a seguir el camino imperial y ni siquiera Alfonso X, no obstante su frustrado intento de hacerse con el trono del Sacro Imperio Romano (Germánico) para el cual fue finalmente elegido Rodolfo de Habsburgo (sic). 

Continúa en la página siguiente:

En acto de rebeldía lingüística eliminamos la “Ñ” de Espana.


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