domingo, 21 de julio de 2013

DEFENSAS DE WUINIWUADA




Eduardo Pedro García Rodríguez

1587 Mayo.  5 navíos ingleses de la Escuadra de Sir Francis Drake intentan arribar a la isla de Esero (El Hierro). En julio de ese mismo año, un galeón corsario pretende robar una carabela cargada con vinos en el Puerto de Añazu n Chinech (Santa Cruz de Tenerife).

1587 Junio 10. Desembarca en el puerto de Winiwuada (Las Palmas) donde permanece hasta 1593 el Ingeniero cremonés al servicio del rey español Felipe II. Nos dejo una excelente descripción de la ciudad colonial de Winiwuada n Tamaránt (Las Palma de Gran Canaria) y de sus defensas por aquellas fechas en los siguientes términos: “Esta ciudad es cabeza de este reino de Canaria; y por estar en ella el magnífico templo episcopal de Santa Ana, bajo los felices auspicios del Ilustrísimo Monseñor Fernando Suárez de  Figueroa  y de la divina musa del ilustre canónigo Bartolomé Cairasco, resulta más ilustre y más adornada la grandeza de esta ínclita ciudad. También tiene tribunal de la Inquisición y de la Real Audiencia, con el Ilustrísimo presidente don Luís de la Cueva y Benavides, caballero andaluz y gobernador y capitán general de este reino, quien, además de las fortalezas de estas islas, guardadas por soldados españoles, tiene en esta ciudad continuamente cuatrocientos peones pagados.

Bien se puede caer de acuerdo con los astrólogos, que tanta grandeza de tribunales en tan pequeña ciudad nace de la exaltación de Júpiter en el signo del Cáncer; y por la misma razón tienen todos los españoles aquí grandísima exaltación y dominio, por ser Júpiter también señor del signo del Sagitario, que predomina a toda España.

La ciudad es pequeña, sólo de ochocientas casas. Descendiendo hacia el mar, por la parte de Levante, la atraviese un pequeño río que sale entre dos montañetas áridas que están a sus espaldas, la una a mano derecha llamada San Francisco, le otra menor a izquierda, llamada Santo, Domingo. El puerto está a unas tres millas de distancia., en dirección norte; y en aquella parte el campo es arenoso, y los montes cercanos, desnudos y tétricos.

En la parte de mediodía está una campiña fértil, con un pequeño castillo redondo, llamado de San Pedro, a una milla de distancia, que guarda una cala que está a su pie.

La muralla roja, en dirección norte, es un largo lienzo de muralla, con dos baluartes a los extremos; el que está cerca del mar se llama de Santa Ana, por la advocación de la catedral. Hacia mediodía, la muralla, que también es roja, es otro lienzo igual, que fue empezado para defensa de la ciudad por aquella parte. La fortificación amarilla que rodea la ciudad y que se ve sobre la montaña de San Francisco, es la que se trata de hacer, según mi parecer, como en el siguiente capítulo se dirá. (los colores se refieren a los reflejados en el mapa)

Esta ciudad está situada en un lugar tan extraño e  irregular (por más que sea llano), y puesta debajo de tres montañetas que la dominan, llamadas con el nombre de los tres santos, Domingo, Francisco y Lázaro, que por espacio de veinte años ha dado que pensar juiciosamente a muchos ingenios italianos y españoles, con motivo de su fortificación; y hasta ahora Su Majestad Católica no ha tomado ninguna resolución, ni ha dejado entender qué parecer de tantos le haya gustado.

Siendo yo el último a quien Su Majestad pidió parecer sobre la misma fortificación, pienso en dos cosas contrarias. La una es la grandísima dificultad, porque, como no dio satisfacción ningún parecer de tantos ingenios sutilísimos, temo con razón que el mío, más débil, dé un traspies, no pudiendo, con la ayuda de sus opiniones, seguir ninguna de las cosas por ellos dichas, ni ponerlas de acuerdo entre sí, que sería más fácil que el inventar cosas nuevas, que sean aprobadas mejor que las anteriores. Lo otro que dije se me ocurría en contrario, es que me parece cosa muy fácil, teniendo en cuenta que Su Majestad me ha ordenado que sólo tuviese en cuenta de fortificar esta ciudad contra las ofensas de los piratas, y no contra las fuerzas o algún ejército real con lo cual se me allanan todas estas dificultades; de modo que, sin dudar y sin pensar mucho en ello, creo que mi parecer será preferido por Su Majestad.

Es regla general que busquemos la defensa por los lados por donde el enemigo puede venir fácilmente a ofendernos. Así, considerando los pasados ingenieros que el enemigo, por su mayor comodidad, tendría que desembarcar por unos de los dos lados de la ciudad: o hacia el puerto, en cuatro puntos, es a saber en la punta del Confital, en el Arrecife, en el Puerto y en la caleta de Santa Catalina; o por la otra parte, en la caleta del  castillo de San Pedro; o más adelante, en La Lasca, que también es caleta con playa; o que, habiendo desembarcado cerca de Telde, deberían de venir por aquella parte; pensaron por consiguiente fortificar sólo los dos flancos de la ciudad. Y, considerando que los demás lugares serían demasiado arduos para el enemigo, no tuvieron en cuenta las espaldas, por donde entra el río; por cuya razón, los pasados gobernadores sólo hicieron las murallas rojas y aquellos pequeños castillos redondos, sin ningún plano de personas entendidas en esta profesión.

Sin embargo, desconfiando que aquella manera de fortificar no era bien entendida ni bastaba para defender la ciudad, y juzgando que era imposible poder fortificarla en todo su alrededor, tanto por el sitio, que es grande, como por el río, que es ancho, decidieron fortificar la montaña de San Francisco, para, en caso de necesidad, recoger en ella a toda la gente inútil y los bienes y tener allí amparo seguro, y de allí defender la ciudad con la artillería, lo cual es imposible, por estar lejos la ciudad, y las calles tapadas por las casas que les hacen espalda. De modo que, a mi parecer, esta disposición era fundamento para abandonar la ciudad; y las dos fortificaciones eran imperfectas, por cinco causas.

La primera razón es (tratando de los lienzos laterales) que la dicha muralla roja sólo cerraba dos lados, quedando abierta la parte del río y de la montaña de Santo Domingo, que son las más importantes; y, por más que desde la montaña de San Francisco se las pueda ver, no están defendidas, por hallarse alejadas y el río abierto, sin poderse defender de noche. La segunda, que dichas murallas no impiden que se descubra a la vista lo de dentro, desde todos los sitios circunvecinos. La tercera; que no tiene defensa de flanco, sino solamente de frente, y el espacio en que deben permanecer los defensores, es decir el lado sur, tiene solamente cuatro pies, a modo de muralla antigua, de modo que es imposible estar en pie combatiendo. La cuarta que, por estar dicha muralla lejos de las casas, separa ala gente, y el espacio que queda en medio se descubre desde los lugares altos, y se necesita mucha gente para su defensa.

La quinta, que al fortificarse la montaña de San Francisco, ya se tiene otra fortificación independiente, y real  mas bien que para defenderse contra los piratas, y es retiro seguro de los defensores y pérdida de la ciudad. Cuán dañina sea esta retirada, se ha dicho bastante por otros y se sabe muy bien por todos los soldados. A esta última razón se añade que, si esta fortaleza debe amparar a toda la gente de la ciudad (como dije antes), es preciso comprender en ella toda la superficie de la montaña; de modo que deberá ser grande, y los gastos excesivos, porque, además de las murallas de defensa, se necesitarán casas, iglesia, pozos y todas las demás cosas que se requieren en una fortaleza bien guardada, y se aumenta el salario del castellano con mayor número de bombarderos y soldados que o guarden, todo lo cual es cosa infinita y superflua para un pirata. Y, si se piensa coger sólo una parte de la superficie, debe de ser hacia la ciudad; y, como el lugar es pendiente y va bajando hacia la ciudad, lo demás de la superficie dominará la fortaleza, o cual dificulta el fortificarla; y, además de no ser capaz para toda la gente, no domina con su tiro la montaña de San Lázaro ni la ciudad ni los campos desde donde el enemigo puede ofender las murallas, por estar alejadas.

Por consiguiente, si esta fortaleza, grande o pequeña que sea, no defiende la ciudad, para que el enemigo no entre en ella, no la saquee y no le prenda fuego, ¿qué efecto puede esperarse de ella? Si nosotros, encima de la dicha montaña, fortificados y con buenas piezas de artillería, no podemos defender la ciudad (que sería más bien ofenderla), desalojando de ella al enemigo, para él ¿qué interés podrá tener el cogerla, sin amparo, sin alojamiento, sin agua y sin artillería (porque no podrá conducirla allí por un pasadizo estrecho)? ¿Acaso podrá dañar tirando de lejos a las casas con arcabuces y con mosquetes? Seguramente no. Entonces, ¿qué podrá hacer? Dos cosas: la primera, eliminar la defensa de las murallas rojas, porque tanto desde esta montaña como desde las otras se les descubre lo de dentro; y la segunda, bajar a la ciudad y andar por el río como más sea su gusto, que es la parte que antes dije que quedaba abierta de modo que el enemigo podía entrar por allí, aun es tando .fortificados Tos dos lados; por cuya razón se ve claramente cuán imperfectas, y mal entendidas eran estas dos fortificaciones.

Así, pues, queriendo buscar remedio a estos dos males, me decidí a rodear 1a ciudad de murallas (siendo así que es cosa posible), de manera que el enemigo no pueda entrar por ninguna parte sin hallar resistencia, y que desde las alturas no se pueda descubrirla gente de dentro. Esta defensa se entiende que se hace o por defender la gente, o la ciudad, o, 1o que es más común y mejor, la gente y la ciudad al mismo tiempo. Por consiguiente, si podemos defender la gente y la ciudad sin otras fortificaciones en la montaña de San Francisco, y no ser: atacados desde ésta última, mejor será rodear toda la ciudad; porque" al ser1a fortificación a manera de círculo, las plazas de los baluartes quedarán cúbiertas, y las montañas alejadas, sobre todo la de Santo Domingo y la otra de San Lázaro. Por la parte del mar sólo se puede desembarcar en 1a Caleta debajo del
castillo de Santa Ana, porque en todo lo demás la costa de la ciudad es baja, y continuamente azotada por las olas; y porque esta costa es larga, pongo la fuerza amarilla a la desembocadura del río, para ayudar al castillo de Santa Ana y la plataforma, y para .cerrar el paso por la parte del sur, cuando el mar es bajo: ésta, con. dos culebrinas, mantendrá a distancia 1os navíos enemigos de modo que no puedan ni ofender la ciudad, ni volverse para dar asalto a la plataforma.

Esta ciudad tiene continuamente 600 hombres de la isla capaces de llevar armas, además de los soldados; y 500 bastan y sobran para guarnecer todas las plazas de los baluartes y los lugares de defensa de toda la fortificación. y  considerando que se piensa en resistir a los piratas, que ni llevan artillería ni tienen fuerzas para expugnar las fortalezas, las cortinas son sencillas sin terraplenes y contrafuertes. Su defensa consiste solamente en los baluartes, los cuales, aunque no sean reales, están hechos sin embargo con terraplenes y capaces para artillería y para la gente. que se requiriese y de ellos se puede tirar hacia dentro tanto como hacia fuera, y sirve cada uno independientemente de fortaleza, cosa sumamente digna de elogio en esta clase de fortificaciones. Y, cuando la férrea condición de estos tiempos nos obligase a mayor defensa, sobre la montaña de San Francisco se podría hacer el castillo que se ve dibujado en amarillo, puesto aquí en escala mayor, cuya posición domina la altura de la montaña y todas las dificultades, como lo demuestra el perfil, aunque más bien parezca torre que plataforma, y las partes bajas  quedan cubiertas cuanto se necesita, del modo que se verá en la planta del baluarte, al capítulo siguiente. Y esta plataforma asegura el que el enemigo no pueda fortificarse en el mismo lugar ni llevar artillería (por que tiene que vencer mayor dificultad); y de igual modo se podrían añadir contrafuertes a mediodía, a las cortinas, del baluarte de la ciudad.

El baluarte, como principal miembro de toda la defensa de la fortificaci6n, se hace él más fuerte, más dotado con artillería y con instrumentos de guerra, y mayor que
todos los demás, como verdadero combatiente y defensor de la contraescarpa, del foso, de las cortinas y de sí mismo; de modo que justamente lo llamaron los latinos propugnaculum. Por tanto, considerando esto, decidí de poner terraplenes solamente en los baluartes de estas fortificaciones y armarlos de aquella artillería que conviene mejor no con cañones de sitio ni con culebrinas para alcanzar y romper las fortificaciones, bastiones y trincheras que los enemigos suelen edificar para conquistar fortalezas casi inexpugnables, sino solamente con aquellas piezas que son suficientes para defenderse de piratas que, sin instrumentos de guerra, apenas con escalas y con protección de poco provecho, suelen acercarse por debajo de las murallas, sin intentar nunca las honradas fatigas de la milicia, sino la facilidad del robo a mansalva, y de la retirada. En efecto, para atacar a un enemigo desarmado son necesarias pocas armas; y, bastando la espada, considero superfluo el arcabuz; o, bastando el arcabuz, pienso que no se da el caso de buscar mosquetes y artillerías y minas, siendo más adecuado el huir lo más que se pueda de gastos excesivos, y de aquellas cosas que  sólo se pueden terminar a lo largo de muchos años. Así, proporcionando a las plazas altas y bajas del baluarte la artillería bastante, que sería falconetes, sacros y perreros, y con lo largo de las cortinas, reduje las formas a sus dimensiones mínimas, como se ve en el dibujo que sigue, en que este baluarte defiende la cortina desde fuera y desde dentro, como bastión domina la campaña, vuelve la cara a 1os sitios altos cubriendo bastantemente los flancos, y queda a manera de roque defendido por ambos lados.

Los antiguos fabricaron las cortinas sencillas, es decir sin contrafuertes ni terrados, para resistir solamente a los arietes, que eran entonces las máquinas con que se combatía más fuertemente contra ellas. Pero los modernos ingenieros, teniendo en cuenta la violencia de la artillería, le opusieron el terraplén, como cosa que mejor y suavemente, sin ruina, recibe y vence la fuerza de las balas ( que casi se pueden decir arietes insuperables de nuestros tiempos); y las cortinas las hicieron solamente para sostener la tierra, para que no se arruinase por la fuerza de las aguas ni por la explosión de la artillería.

Las cortinas de que se trata en esta fortificación son también sencillas, porque, como no consideramos que hayan de soportar el tiro de la artillería, no es necesario terraplenarlas, sino que pueden muy bien servir al modo de las antiguas. Al mismo tiempo, por la comodidad del pasillo, que corre por la parte del interior del parapeto, se podrán también socorrer fácilmente las plazas astas de los baluartes, de la una a la otra, sin bajar a tierra, lo cual es importante, por lo que se ha dicho de los baluartes. Las defensas de los baluartes en este dibujo no se toman desde el principio de las cortinas o a cinco pasos geométricos de distancia de él, como se usa por algunos ingenieros juiciosos, sino desde diez brazas españolas, que son 60 pies de distancia desde los flancos, para que la pirámide que forman los tiros de las piezas perreras (que convienen a esta defensa) quepa en la base, eso es en la frente y cara del baluarte, como se ve claramente en el dibujo colocado aquí abajo.

El puente es un camino que se hace sobre los ríos o sobre el mar, inventado por los antiguos arquitectos para la comodidad, no ya para la defensa militar, como se demuestra ser necesario en la fortificación de esta ciudad. En el río, en el punto por donde pasa la muralla, no es necesaria ninguna calle; y sólo se hace puente para continuar la muralla, para que no quede paso abierto y entrada para el enemigo y para que los arcos no queden abiertos, se necesita en cada uno de ellos un fuerte rastrillo, que debe hacerse de maderos muy fuertes y con verjas, para que las aguas pasen sin impedimento mientras ocurra que estén bajadas. Pero deben estar hechas de manera que un hombre no quepa por los agujeros y también se pueden hacer llenas y macizas, porque basta con bajar solamente de ellos aquella parte que sea necesaria, es decir hasta el agua o cerca de ella, como se ve en el dibujo siguiente. Y a la parte de dentro, es decir entre los rastrillos y el parapeto, quedará espacio abierto, para que desde allí se pueda atacar a los enemigos que intentasen pasar por debajo y el parapeto será grueso como los demás, y un poco más alto para cubrir lo más que se pueda la calle, en vista de aquéllos que deben de permanecer cerca de los rastrillos y de sus defensas.” (Leonardo Torriani; 1957:153-61)
Julio de 2013.

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