lunes, 26 de agosto de 2013

CAPITULO XV-XIV



UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

ÉPOCA COLONIAL: SIGLO XVII


DECADA 1601-1700


CAPITULO XV-XIV




Guayre Adarguma Anez’ Ram n Yghasen

1605. La caída de la producción azucarera supuso un «crac» para la economía grancanaria. Si a ello unimos el acoso pirático cada vez más intenso y destructivo, el desplazamiento de la actividad económica hacia las Canarias Occidentales y las epidemias de peste de principios del s. XVII encontraremos la explicación de los hechos que determinaron una importante reducción de los efectivos humanos de las islas orientales en los inicios del seiscientos. En efecto, en 1605 la población de esta parte del Archipiélago se fija en 9.090 personas, consignándose una pérdida de más de un millar de habitantes respecto a 1587. Ello repercute también en la densidad que se sitúa en 2,23 habitantes por kilómetro cuadrado. En estos años, las Canarias Orientales representan un promedio de tan sólo 23,33 por ciento respecto al conjunto regional. Estas cifras expresan mejor que cualquiera otra cuestión el alcance de la crisis.

Sin embargo, una vez superadas todas las adversidades impuestas al desarrollo demográfico en el último tercio de la centuria, la recuperación se presentó como el signo más sobresaliente. En 1676 la población canario-oriental ascendió a 23.928 habitantes lo que supuso un aumento neto de unos 14.838 nuevos pobladores. La recuperación iniciada en la mitad del XVII no se detuvo ahí ya que en 1688 los recursos humanos de las islas orientales eran ya de 30.549 habitantes, o sea, el 29,07 por ciento del total de la colonia, con una ocupación de 7,5 habitantes por kilómetro cuadrado. La distribución de estos recursos humanos es bastante disimétrica ya que nada menos que un 72 por ciento estaba establecida en Tamaránt (Gran Canaria) en tanto que el 18 por ciento restante se distribuía a partes iguales entre Erbania (Fuerteventura) y Titoreygatra (Lanzarote) (Ramón Díaz Hernández; 1991).

1605.
Juan Rodríguez Talavera, piloto de la carrera de Indias, casado con Isabel Perdomo, ambos vecinos de Santa Cruz, falleció en la costa de Campeche, “yendo de Angola a In­dias”, dejando como bienes propios su soldada y tres piezas de esclavos (AHP: 469/118).

1605. Durante el s. XVI) Erbania (Fuerteventura) va a conocer un aumento de su población duplicando sus efectivos. Este hecho tienemás importancia dado que en estos años persistían con igualo peor intensidad los obstáculos seculares impuestos al desarrollo demográfico. En 1605 la población majorera era de 280 vecinos, o sea, unas 1.260 almas aproximadamente que venían a resultar una densidad de sólo 0,73 habitantes por kilómetro cuadrado y un menguado porcentaje de 3,1 sobre el total de la colonia. En 1624, el inquisidor Santalix informa que Erbania (Fuerteventura) y Titoreygatra (Lanzarote) «eran muy pobres y despobladas, abiertas donde de ordinario andan moros y otros corsarios».

En 1629, las Sinodales del Obispo Cámara y Murga aseguran que «...toda la isla tendrá como 500 vecinos divididos en muchas caserías; solo la Villa tendrá como 100...» con lo que la población habría experimentado un crecimiento notable en las dos últimas décadas. En 1641 el Cabildo estima en 334 vecinos (unos 1.500 habitantes) la población majorera. Es la propia institución la que entre 1668 y 1669 recuenta de nuevo los re-cursos humanos y los fija en más de dos millares de personas. Entre 1676 y 1688 contamos con los cómputos del «Documento base» que establece en más de 4.000 los habitantes de Erbania (Fuerteventura).

Eso significa una densidad de 2,25 habitantes por kilómetro cuadrado y un porcentaje de 3,81 respecto al conjunto de la población en la colonia canaria. Erbania (Fuerteventura) a lo largo del diecisiete nunca contó con poblamiento continuo e importante.Disponía de unas 892 casas habitadas, concentradas sustancialmente en Betancuria y Antigua en el centro mismo de la isla. Más al norte se encontraba el caserío de La Oliva.

Estos tres enclaves fueron los primeros asentamientos de los colonos europeos con desplazamiento de los naturales asentamientos en donde se constituyeron las bases de la ocupación moderna de Erbania (Fuerteventura). A ellos debe añadírseles Pájara que de ser un modesto caserío al finalizar el s. XV se va a expandir con posterioridad hasta convertirse en un pueblo relativamente importante. Tuineje, en la zona sur, era en 1590 un modesto pago que con el tiempo se transformaría también en núcleo urbano próspero. Las bases económicas de Erbania (Fuerteventura) eran de corte tradicional. Descansaban en la explotación agrícola en «oasis» y la práctica de la ganadería extensiva, pesca de bajura, artesanía y comercio. El régimen feudal señorial, el eclesiástico y sus constantes depredaciones obstaculizaban el desarrollo económico y social. La isla de Lanzarote inicia el s. XVII con 1.215 habitantes según la estimación realizada en 1605. Desde el último recuento sólo consiguió añadir 215 nuevos pobladores, persistiendo la baja densidad como se desprende de la cifra de 1,45 habitantes por kilómetro cuadrado. (Ramón Díaz Hernández; 1991).

1605.
Los libertos en la sociedad canaria del siglo XVI
El comercio de esclavos.
La trata junto con los otros sectores económicos completa para el siglo XVI el cuadro de las transacciones comerciales en Canarias, y hace posible que algunas ciudades canarias, entre ellas Las Palmas, se conviertan en puntos activos del comercio. Esto es posible porque este tipo de actividad mercantil, en el que la mercancía era humana, exigía la movilización de abundantes capitales, imprescindibles para realizar las operaciones, adquirir la materia prima y colocarla en los distintos mercados.

El comercio esclavista requería de complicadas operaciones, se­gún se tratara de organizar cabalgadas hacia Berbería o de expedicio­nes con sus respectivos rescates al África negra. Las cabalgadas ve­nían a constituir operaciones de carácter militar, en cuyo espíritu rei­naba la idea de continuidad de la Reconquista, cuyo objeto era asaltar la vecina costa africana y coger al lazo, mediante razias, a los pobla­dores berberiscos de la costa.
En un estudio que hemos realizado, lo­gramos contabilizar para todo el siglo XVI 157 cabalgadas, que par­tiendo de los puertos de las Canarias orientales se dirigían a Berbería.

El análisis de la documentación de protocolos nos informa de la cons­titución de sociedades, de los fletamentos de las naves y del reparto de beneficios; la elaboración del material nos permitió deducir que en cada expedición de este tipo se obtenían unos beneficios que rayaban entre el 100% y el 200% sobre el capital invertido. Los principales ca­pitalistas eran los señores de Lanzarote y Fuerteventura y los gober­nadores, oidores, regidores, canónigos, mercaderes y hacendados de las islas de realengo.

Este tipo de operaciones requería no solo de la búsqueda del transporte, sino de una experta y segura tripulación, a quién se paga­ba en altos precios y piezas de esclavos. Así los maestres y marineros cobraban el triple y, a veces, el cuádruple que los artesanos, obser­vándose un aumento a medida que avanza el siglo. A estos técnicos se unían los soldados, de a pie y de a caballo, con su artillería para asegurar el golpe.

El sistema de las cabalgadas se complica al tener que contemplar un variopinto número de participantes. Pues junto a los capitalistas y sus inversiones, tanto en dinero como en mantenimientos, hay que tener en cuenta a los marineros y naves, su procedencia, sistemas de adquisición y pago, reparaciones, construcciones etc. A ellos se unen los empresarios y técnicos, adalides y soldados con el arma­mento, vituallas, mercancías, trueques y operaciones para concluir con el reparto de beneficios al final de la jornada, que podía durar de 1 5 días a un mes según resultara de fácil o difícil la operación.

De todo este sistema, resultaba un segundo proceso, el del resca­te. Pues en estas cabalgadas se cautivaban, a veces, moros importan­tes a los ojos de la tribu, que en una segunda operación, ahora en son de paz y siempre en suelo africano, se canjeaban por varias piezas de negros. Si por el contrario los apresores quedaban apresados también se realizaba el canje tanto por moros como por dinero, armas y mer­cancías.

Las expediciones al África negra seguían un proceso completa­mente distinto, desde el momento en que la operación militar estaba ausente. La distancia aumentaba al encontrarse los puntos de destino en Senegal, Guinea y Cabo Verde, aunque con frecuencia se rebasa­ban para llegar hasta el Congo, Angola e islas del golfo de Guinea. La distancia, junto con el riesgo y la protesta lusitana de los embajadores portugueses en Madrid, por contravenir los canarios los pactos entre Castilla y Portugal, favorece los beneficios que se elevan hasta el 300%.

Otra diferencia con respecto a las cabalgadas, es que mientras en aquéllas los participantes eran solo subditos castellanos, ya fueran is­leños o no, en éstas intervienen mercaderes y hombres de negocio de distintos puntos de Europa que invierten sus capitales en estas em­presas. Los portugueses, ¡lícitamente y en contra de los intereses de su reino, se enrolan en estos negocios. Su presencia en las expedicio­nes las favorece, pues las zonas donde se efectuaban los rescates eran de dominio portugués, y por lo tanto eran conocedores no sólo de la costa sino de los lugares donde se podían obtener más piezas a mejores precios.

La dualidad de las fuentes de esclavos hizo posible la aparición en Canarias de dos tipos de cautivos; berberiscos del noroeste africa­no y negros rescatados o comprados en Cabo Verde y Guinea.

Al llegar a los puertos y mercados isleños estos esclavos eran vendidos como cualquier otra cosa a menudeo o en almoneda pública por lotes. A partir de aquí pasaban a ocupar un lugar importante en los ingenios, haciendas, casas particulares y monasterios. A través de las ventas se rastrea el mercado y se conoce su importancia. A él acuden gentes de todo origen y condición social en el que dominan los mercaderes. Las Palmas se convirtió en el siglo XVI en un mer­cado importante, y su prosperidad se debió en parte a la trata, com­parable a los de Sevilla y Lisboa.

También las operaciones de compra-venta permiten conocer otros aspectos esenciales del esclavo como su nombre, raza, edad, procedencia, salud, tachas, etc.

A partir de su salida del mercado se comprueba como los escla­vos se integran en la sociedad insular recién creada, con un aporte poblacional del 12% con respecto a la población libre. Los censos, li­bros de bautizos, de confirmaciones y de matrimonios dan prueba de ello. Este grupo social, marginado y discriminado, es asimilado rápida­mente, a pesar de los problemas de lengua, ya sean bozales o ladinos, religión, usos y costumbres, aún cuando las dos variantes de esclavos presenten particularidades diferentes. En este aspecto mantienen huellas de su antigua idiosincracia como lo prueban las prácticas de brujería, el curanderismo favorecido por la inasistencia médica, el pa­ganismo y el folklore. A pesar de estos problemas el fenómeno de aculturación fue más fuerte de lo que pueda pensarse, hasta tal punto que cuando Felipe III decreta la expulsión de los moriscos de todo el territorio nacional, pide información a las autoridades canarias por medio de la Audiencia de Las Palmas sobre el comportamiento de los moriscos. Los informes son tan satisfactorios que los berberiscos acli­matados y nacidos en Canarias, quedan exceptuados de la expulsión.

Los negros se integraron aún con mayor facilidad, tal vez por su mayor primitivismo y escaso bagaje cultural. La asimilación fue facili­tada no solo por los propios pobladores sino por la legislación, basada en Las Partidas, que permitía y preveía la manumisión, por la protec­ción de la Iglesia y por la predicación de las órdenes mendicantes.

Las leyes y las prácticas caritativas de los eclesiásticos, fueron ampliadas por la actitud benevolente de la sociedad isleña hacia el esclavo, en particular en las relaciones amo-esclavo. Estos aspectos se contemplan en las relaciones testamentarias de los dueños, quie­nes en su última voluntad tienen un recuerdo para sus cautivos a los que liberan y dejan bienes. La libertad concedida bien a través de cláusulas testamentarias como de escrituras de alhorría permiten el acceso de un eslabón a otro, es decir del estado de servidumbre al de horros o libertos.

Esta visión rápida de la sociedad y economía canaria del Quinien­tos, se completa ahora con el estudio de los libertos, hombres y muje­res que procedentes de la cautividad se van a ir integrando en el cuer­po general de la población libre.

Los libertos.

Conocida ya la importancia que jugó la esclavitud en las Islas Ca­narias en el siglo XVI, sabemos que de la institución resultó y se gestó un grupo humano marginal, del mismo origen que los esclavos, negros-moriscos-mulatos, si bien muchos descendientes de aquéllos y nacidos en las islas, a quienes se les conoce como criollos, que va a ocupar un lugar importante en la sociedad del momento como mano de obra necesaria en todas las actividades económicas. Nos referi­mos a los libertos, grupo al que no solo a nivel insular, sino incluso nacional, se le han dedicado pocos estudios.

Los libertos constituyen en la escala social el nivel entre los es­clavos y el grupo más bajo de los libres. Por esta razón, quizá, se en­cuentran inmersos en los mismos trabajos a que estaban acostum­brados en su estadio anterior. Se les relaciona con los ingenios de azúcar, con lo cual se confirma una de nuestras hipótesis: siguen tra­bajando en los mismos establecimientos que motivaron su entrada en esclavitud. Son los negros los más asiduos, pues tanto laboran en cui­dar las cañas como en trabajar en las calderas, en las prensas y en los bagasos, convirtiéndose incluso alguno en capataz o en contratador del resto del personal, por lo común de su mismo origen.

Los moriscos, más reacios a la dureza de estos oficios, prefieren dedicarse al transporte, pues no en vano controlan todo el acarreo pe­sado, en especial cargando las bestias con leña y caña con destino a los ingenios. Tampoco desdeñan el cuidado del ganado, en donde in­cluso son preferidos siempre que se trate de ganado menor y de ca­mellos.

Ambos grupos son también expertos en otros trabajos: labran piedras de moler y preparan hornos para cocer cal.

En las cabalgadas a Berbería participan los moriscos bien como soldados o como adalides, es decir lenguas, que introducen al resto del personal en la tierra y les indican los aduares de moros. Las expe­diciones que zarpan desde las islas de Lanzarote y Fuerteventura cuentan con gran número de ellos, pues los señores de aquellas islas confían en ellos, y forman su propia guardia con naturales berberis­cos.

Por su origen debemos distinguir entre los libertos dos subgrupos. Los que fueron más reacios a la integración, por razones religio­sas inmersas en un contexto sociológico. Estos fueron los moriscos; el que algunos de manera aislada se integraran plenamente no es ob­jeto para invalidar la anterior aseveración.

Los negros se pueden considerar, igual que en otras zonas, como una clase diligente y útil que aprovechaba cualquier oportunidad y ayudó a construir el país para sí y para los españoles.

Ambos grupos se sentían vagamente solidarios, con un único lazo común: su procedencia de la condición servil; a éste se unía otro más problemático y no necesariamente bipartito, el de las asociacio­nes religiosas.

Los problemas con el Santo Oficio fueron similares, aún cuando la incidencia de los moriscos en problemas de ortodoxia fue mayor que la de los negros. Aquéllos traían de sus tierras un bagaje cultural relacionado con prácticas mahometanas y con problemas de hechice­ría. A estas causas se une la de la huida a Berbería, lo que les cuesta naufragios o la hoguera si son cogidos en el intento. La problemática de los negros está centrada en su soterrado paganismo o en prácticas de curanderismo.

En el aspecto social es de señalar su fusión con otros grupos ser­viles, lo que dio lugar al blanqueamiento y a la aparición de mulatos y loros.
En conjunto y ante problemas comunes se unían para nombrar apoderados que defendieran sus intereses e incluso, en alguna oca­sión, los de sus parientes, todavía esclavos.

El título del trabajo puede hacer pensar que en él se incluyen a los indígenas libres. Ahora bien, el problema para analizar cualquier grupo de población liberta va íntimamente relacionado al sistema es­clavista y se ha de ser esclavo plenamente para pasar a formar parte luego de la minoría liberta. Los indígenas que hemos hallado, a lo lar­go del siglo XVI, no responden a la denominación de horros, y si los hubo, cuestión que creemos, no aparecen en nuestra documentación. Todos comparecen ante escribano como naturales y vecinos. Además la aculturpción de los aborígenes conlleva otra problemática distinta a la de los africanos, por el hecho de que la mezcla entre ellos y los conquistadores fue más rápida, y aquel no se cuestionó con los cana­rios la doble imagen que a sus ojos ofrecían los negros y los moriscos, a los que identificaba como esclavos y a quienes se les aplicaba, a ve­ces, las restricciones y recordatorios similares a los de su posición an­terior. Añadían a ello el prejuicio racial y la presunta ilegitimidad.

Sobre la población liberta en el archipiélago, igual que de otras minorías, apenas si se tiene información. Mientras que de los escla­vos y de la trata se tenían algunas noticias sueltas y deshilvanadas, que si bien no calibraban su importancia al menos orientaban, de los libertos y su actividad no se tenía ni eso. Nuestro objeto es estudiar su volumen y actitud dentro de la sociedad canaria del Quinientos.

Creemos que por ser un grupo marginal, íntimamente relacionado con la economía isleña, por su capacidad de fuerza productiva, su es­tudio llenaría una más de las lagunas de que adolece nuestra historia. (Manuel Lobo Cabrera, 1983: 9 y ss.)


1605. Esero (El Hierro) la isla más occidental del Archipiélago canario contaba con 922 habitantes. La población herreña aparece concentrada básicamente en su capital Valverde y en la zona agrícola del norte de la isla conocida por El Golfo. La densidad se fijaba en unos 3,5 habitantes por kilómetro cuadrado. Los efectivos humanos herreños rede atraer población, ni siquiera podía impedir la emigración ante el poco halagüeño panorama económico y social de estos años. Sin embargo, la situación va a cambiar en la segunda mitad de la centuria de referencia.

En efecto, en 1676 vemos cómo la población bimbache (herreña) se triplica alcanzando las 3.434 almas que determinan una densidad de 13,02 habitantes por kilómetro cuadrado, de las más altas de toda Canarias. Con ligeros altibajos, los sucesivos recuen tos poblacionales ven aumentar las cifras reseñadas. En 1688 la isla contaba ya con 3.956 bimbaches (herreños) que significaban un promedio de 3,76 por ciento sobre el total regional y una densidad de 15 habitantes por kilómetro cuadrado. Estos efectivos mantienen la tónica de concentrarse en Valverde y toda la comarca de El Golf

1605. La población en la colonia canaria ascendía aun total de 40.702 habitantes. En 1688 se registra un fuerte incremento y se sitúa en 105.075, con un ritmo de crecimiento acumulado de 1, 1 anual. De 51 núcleos concentrados en 1605 se pasó a más de 61 al finalizar el diecisiete. Por consiguiente, nos encontramos con que Canarias experimenta un notable desarrollo demográfico, cuando en la metrópoli sucedía todo lo contrario.

1605.
Notas en torno al asentamiento europeo en el Valle Sagrado de Aguere, hoy ciudad de La Laguna en la isla Chinech (Tenerife).

El estancamiento poblacional del siglo  xvii.
“En el Seiscientos las dificultades para reconstruir la evolución de­mográfica son superiores, pues a la ausencia de censos hasta bien en­trada la segunda mitad de la centuria hay que añadir la carencia de tazmías. A comienzos de siglo podemos servirnos como guía auxiliar del somero informe poblacional elaborado por el S. Oficio en 1605., según el cual La Laguna tendría 1.000 vecinos, lo que suponía el 23,47% del total insular. Independientemente de las reticencias hacia un «censo» de esta naturaleza, salta a la vista el hecho innegable de la pérdida de importancia demográfica de la capital, pues en unos cua­renta años, habría pasado de agrupar el 63% de los tinerfeños a menos de la cuarta parte. Numéricamente, sin embargo, aun contando con su estancamiento, ningún lugar estaba todavía en condiciones de dispu­tarle la primacía, ya que La Orotava tampoco daba señales de rápido crecimiento, y Garachico, aunque había experimentando un notable aumento, la peste que asóla el lugar entre 1601-1606 rebajó sus expec­tativas.

En 1614, a falta de datos cuantitativos, hallamos ratificada la su­perioridad de la zona de abajo de la capital, pues de los 4 cuarteles en que se divide para reparto de pan, se da mayor cantidad a los pósitos de los cuarteles del barrio de la laguna de abajo (el correspondiente al distrito del convento franciscano) y del barrio de El Tanque; a su vez, de éstos dos el primero era el más poblado50. Hasta la segunda mitad de siglo sólo disponemos de la descripción de las Sinodales de Cáma­ra y Murga, que aportan cifras orientativas de vecinos para algunos lu­gares, entre ellos La Laguna, que tendría más de 1.000 vecinos, mien­tras La Orotava aparece con otros l.000. Con las precauciones de rigor, destacan aquí tanto la atonía lagunera como la aceleración orota-vense, que amparada en sus extensos y excelentes viñedos, sobre todo en el cotizado malvasía, y en la creciente actividad de su puerto —que ya en los años treinta desplaza a Garachico como primer puerto de la isla—, y espoleada por la cada vez mayor participación de los ingle­ses, comienza un notorio crecimiento que les llevará en los años ochenta a colocarse por delante de la capital.
A mediados de siglo comprobamos que la media bautismal lagu­nera se sitúa en 320, bastante por encima de los 250 de las últimas dé­cadas del Quinientos. Si tomamos como punto de comparación la parroquia de la Concepción, de la que disponemos de algunos datos para un período intermedio de la primera mitad del Seiscientos, el fenóme­no ascendente se percibe más nítidamente. Partiendo de las medias bautismales de las últimas décadas de la centuria anterior (102 entre 1579-1581, y 114 entre 1590-1594), entre 1627-1633 se había alcan­zado ya los 126,7, que si prescindimos de un mal año intermedio, en realidad subirían hasta 132. Pues bien, entre 1653-1661, se alcanzan los 144,7 de media. No obstante, la parroquia de los Remedios conti­nuaba por delante, pues su media en ese último período fue de 172,7. En conjunto, esta parroquia concentró el 54,4% del total de bautismos de la ciudad.

Los juicios expuestos en los últimos párrafos encuentran una con­firmación exhaustiva varias décadas más tarde gracias a los censos del prelado García Ximénez53, en los que se observa el tenue crecimiento de La Laguna, que prácticamente se mantiene en torno a los 6.500 habs. durante el período 1676-1687, mientras otras dos ciudades del archipiélago se le equiparan en población, e incluso en el caso de la nueva villa orotavense, la supera en algún año.
laguna       orotava      tenerife       las palmas
1676
6.683
5.782
48.200
1678
6.480
6.630
49.130
1679
6.495
6.759
50.112
1680
6.450
6.867
5 1 .954
1681
6.858
7.098
51.572
1682
6.706
6.749
51.030
1683
7.436
7.577
52.884
1684
6.531
7.003
49.040
1686
6.487
6.645
49.991
1687
6.594
6.710
50.494
1688
6.994
6.594
51.867
5.224 6.147 6.270 5.916 6.137 6.020 6.422 6.254 6.322 6.092 6.114
Otro dato global relevante, resultado de una tendencia ya adverti­da desde casi un siglo atrás, es su cada vez menor peso demográfico en el contexto insular, que en este último período es de un 13,19% de media. Al mismo tiempo, ha ido descendiendo el coeficiente multiplicador para quedar en un 4,32 de media, muy similar al de la isla, en consonancia con la falta de altas altas de natalidad y el cese o menor aportación de flujo de inmigrantes, un recuerdo ya del s. xvi.

Un elemento interesante en una isla de «sex ratio» favorable a las mujeres, que de modo cualitativo se refleja en informes de la época y se cifra para el trienio 1686-1688 en torno al 92% para el conjunto de la isla, es la condición concreta de la capital en este punto. Pues bien, el resultado que ofrecen los censos es que La Laguna es uno de los dos lugares con mayor predominio de mujeres de Tenerife, con cifras por debajo del 80% de masculinidad, llegando incluso al 68% en 1687 (en este año había 3.923 mujeres y 2.671 hombres). La explicación es doble: de un lado, la emigración y las levas, que afectan más a la capi­tal en una etapa de menos oportunidades de riqueza, además del mayor control y accesibilidad para reclutar soldados; de otro, aunque menos importante, no pocas mujeres acudirían a la capital para ofrecer sus servicios domésticos o para buscar un hueco en las profesiones tí­picamente femeninas (panaderas, vendederas...). Aunque exagerada­mente, esta realidad del predominio femenino se percibe en la infor­mación que hacia 1687 dirige el Cabildo a la Corte, en la que se mani­festaba que en Tenerife el 75% de la población estaba compuesta por mujeres y niños, situación que interesadamente atribuía de modo ex­clusivo a las levas de los doce años anteriores, que supuestamente ha­brían ocasionado la salida de 3.000 hombres.

Si examinamos el grado de juventud o envejecimiento, que de un modo parcial se nos ofrece, La Laguna coincide prácticamente con la media insular, agrupándose el 45% de los habitantes en el tramo 0-17 años, el 49% entre los 18 y los 60 años, y el 6% superaba esta última edad. Si la comparación la efectuamos con lugares cercanos, como el puerto de Santa Cruz o Tegueste-Tejina, sí que destaca un mayor enve­jecimiento en la capital.
La distribución espacial no experimenta variaciones sensibles, sólo que ahora estamos en condiciones de cuantificarla: en 1679 la mayoría de la población reside en la parroquia de Los Remedios (3.576, el 55%), mientras en la de la Concepción viven 2.919 perso­nas, esto es, el 44,9%. Estos porcentajes se corresponden con los rela­tivos al número de bautismos de cada parroquia durante el período 1653-1661, lo que sería indicativo de un crecimiento similar y equili­brado de los dos sectores. El índice multiplicador es de 4,07 en Los Remedios, y de 4,28 en la Concepción.

La situación favorable a La Orotava se amplía en los años si­guientes, pues la villa llegará a 7.570 habitantes con 1.614 casas, aventajando a la capital en 141 personas y 104 casas.

Desde la perspectiva de los años ochenta, podemos evaluar la evo­lución y el impacto que suponía la mortalidad. En términos generales y absolutos, la imagen es de cierta estabilidad. Entre 1650-1661 la media anual de fallecidos fue de 236, algo elevada si la comparamos con la de 204 de 1676-1688, pero explicable por las distorsionadoras cifras al alza de 1653 y 1658, sin las cuales la media sería uniforme: 209. Los datos obtenidos en la quincena 1650-1665 y los del censo de García Ximénez (docena 1676-1688) muestran que, por lo menos, hay dos «ritmos» en la mortalidad. Uno, que podríamos considerar habi­tual o normal, correspondería al 50 o 60% de los años y situamos la tasa en una banda de 27-37 por mil. Otro, de elevada mortalidad, ocu­paría en torno a un tercio de los años y alcanzaría un índice que oscila­ría entre 45-55 por mil, pero matizando que cada década o quincena la tasa puede ser catastrófica, registrando valores de 70-80 por mil, como ocurrió —según nuestro cálculo, pues desconocemos con exactitud el número de pobladores con anterioridad al censo episcopal —en 1653 y en 1665. Finalmente, se aprecia una mortalidad que podríamos clasi­ficar como intermedia o, mejor aún, como epígono de la elevada —en torno al 40 por mil—, pues puede localizarse al término de un período de dos años malos, y con frecuencia podía servir de enlace con otro año pésimo.
Con anterioridad a la segunda mitad del siglo, podría servir como indicio de mortalidad un retroceso en los registros bautismales, sobre todo cuando va seguido por un notable incremento, como ocurre con el descenso constatado en 1632, que podemos relacionar con el incre­mento de defunciones del bienio 1631-1632 debido a la escasez de grano y a mala alimentación, según hemos comprobado en el capítulo siete. Como complemento a lo aquí tratado, en el capítulo trece habrá ocasión de tratar sobre la etiología de algunas enfermedades. Además, en otras partes del libro —especialmente en el capítulo once—, se rei­tera que la mortalidad es selectiva socialmente, sobre todo cuando la causa directa e inmediata es la escasez y el hambre, lo que conllevaba que sólo un reducido sector pudiese alimentarse adquiriendo grano a precios que llegaron incluso a 100 rs./fa., sin que la acción municipal pudiera hacer otra cosa que paliar los efectos de la carestía. Pero inclu­so cuando actúa un agente vírico, sabemos que éste halla un buen caldo de cultivo en organismos desnutridos y desvalidos, así como en los niños de corta edad, no digamos si son expósitos o esclavitos.

En relación con lo expuesto en el párrafo anterior, señalemos que la mortalidad catastrófica de 1653 debió guardar relación con la crisis cíclica de trigo de mediados de siglo (1649-1652), pues podía resultar más mortífera una serie continua de años mediocres que un año aisla­do de mala cosecha. En los años siguientes, encontramos que en 1659 y 1660 la mortalidad debió rondar el 40 por mil, y se elevaría a un 53 por mil en 1662, para continuar en 1664 con un índice similar (50 por mil), pero por encima de todas estas cifras se alza el 82 por mil del año 1665. Hemos de tener en cuenta para explicarnos estos datos la plaga de cigarrones del otoño de 1659, que afecta a la cosecha del año siguiente. Apenas hay lugar para la alegría, pues en 1661 también se recoge una baja cantidad de cereal, lo que se refleja en la mortalidad de 1662. Cuando la recuperación agrícola comenzaba a traer cierto so­siego, se abate sobre la población la epidemia variólica de 1665, res­ponsable de la tasa de defunciones más elevada que hemos hallado.

Integrada dentro de la mortalidad general, conviene tratar ahora de modo diferenciado la mortalidad infantil, aunque nuestra aporta­ción no puede ser muy exacta, dado que los libros sacramentales omi­ten la edad del difunto, limitándose a anotar su condición de niños, y en ocasiones siembran aún más la duda al calificar como «hijo» a al­gunos enterrados, que por prudencia no hemos incluido dentro del grupo infantil. Como media, en el período 1650-1665, en el que se basa nuestro análisis, el porcentaje de niños respecto a la mortalidad general es del 44%, sin duda una cifra acorde con la alta mortalidad infantil propia del régimen demográfico primitivo. En determinados años esa proporción se acerca a —o supera— la cincuentena: 1650, 1651, 1660, 1664 y 1665, en especial estos dos últimos años. No vamos a repetir aquí los factores que explican esa alta incidencia.

El crecimiento medio podemos establecerlo en torno a un 14-16 por mil que, como se deducirá de lo expuesto en los párrafos prece­dentes, distó de ser uniforme y continúo. Así, en 1650-1651, a pesar de la baja producción cerealística, el mantenimiento de una alta natali­dad conduce a un saldo vegetativo netamente favorable en 125 y 132 individuos, respectivamente (tasas de 20-21 por mil). Pero los dos años siguientes se experimenta un retroceso, provocado tanto por un alza en la mortalidad como por una pequeña regresión en los naci­mientos. Por ejemplo, en 1653 el saldo es negativo en 137 personas. Como ya conocemos, de inmediato sobreviene la recuperación, con la tasa de crecimiento más alta del período (30 por mil), para situarse en los dos años posteriores en unas cifras similares a las anteriores a la crisis. A continuación, el bienio 1657-1658 supone un estancamiento, pues no se llega a superar el 5 por mil (advirtamos que los bautismos sumaron 318 en 1658, y las defunciones 303), situación relacionable con la acusada tendencia a la baja de la cosecha de grano. La plaga de 1659, que se encadena con un corto ciclo de baja producción, puede explicar la mediocre tasa de crecimiento, cercana al 10 por mil. En el período 1676-1688 la media del saldo vegetativo es prácticamente la misma, alrededor de un 15 por mil.” (Miguel Rodríguez Yánez. La Laguna 500 años de historia
Tomo I. Volumen I.:118 y ss.).

No hay comentarios:

Publicar un comentario