lunes, 23 de septiembre de 2013

EL FACTOR NAVARRO





Eduardo Pedro García Rodríguez


1717. El siglo XVIII principió en las Islas Canarias con atrevidas sublevaciones populares, extrañas á los hábitos tranquilos y morigerados del Archipiélago, y  su proverbial respeto y sumisión á las leyes coloniales.

Si estudiamos los acontecimientos que precedieron y siguieron luego á esos alzamientos veremos que en el fondo, no eran movidas por el pueblo, ignorante entonces, y sometido á las influencias de los poderosos criollos propietarios del país, de quien era humilde juguete; los nobles eran, pues, los autores verdaderos de aquellas asonadas, en las que ellos veían, unas veces la satisfacción de sus venganzas personales, y otras el descrédito de las autoridades, que se oponían á sus ocultas especulaciones, ó hacían sombra al poder dictatorial.

Sin embargo, el pueblo pagó, como siempre, su necia credulidad, y vió presos y ahorcados a sus hijos, por asuntos que no entendía, y de cuyo resultado bueno ó malo, ningún beneficio inmediato podía recoger.

Había llegado en agosto de 1717  a Añazu n Chinech ( Santa Cruz de Tenerife) D. Diego Navarro, empleado que mandaba el Gobierno de la metrópoli para estancar en aquella parte de la colonia, la venta del tabaco, que hasta aquel año era de libre circulación, sin estar sujetos su cultivo y comercio a traba alguna. Semejante novedad, que tantos intereses lastimaba, produjo una gran perturbación en todas las clases, siendo el empleado del Gobierno de la metrópoli, blanco de todos los odios, y víctima de la impopularidad, que sus órdenes provocaban, aun cuando no emanaran de él, sino de sus superiores.

Creyeronse ofendidos con la jurisdicción que Navarro ejercía, el Capitán General D. Ventura de Landaeta, y el Sr. Obispo D. Lucas Conejero, gran jurista y amigo de controversias, sintiéndose, además, lastimado el Clero, cuyas iglesias y conventos fueron objeto de escrupulosas pesquisas, para averiguar si se ocultaba en ellos contrabando.

Estos elementos diversos, pero dirigidos todos al mismo fin, fueron agrupándose lentamente, y preparando su explosión, hasta que estalló la mina, amotinándose el Pueblo en la Laguna, y atacando las casas del odiado Factor o Juez: de tabacos, cuya vida y la de su familia, corrió grave peligro, salvándose solo por  la fingida protección, que le dispensó el General, quien acudió solícito con algunas tropas y oficiales, hijos de las primeras familias criollas del país, y apaciguó fácilmente el tumulto.

El atribulado Factor se embarcó en un buque francés, preparado por el mismo General, después de ver saqueados y quemados sus papeles, á ciencia y paciencia de las Autoridades, que hubieran podido fácilmente protegerle.

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