jueves, 26 de diciembre de 2013

ANTONIO JOSE RUIZ DE PADRON





Eduardo Pedro García Rodríguez

1813 Enero 5.
El apasionado y oportuno discurso del criollo y clérigo de la secta católica don Antonio Ruiz Padrón, acabó de derribar el carcomido edificio de la Inquisición. Se abrió en las Cortes españolas solemne debate sobre la incompatibilidad de aquella institución con los principios proclamados de la constitución del Estado. Brilló entre todos, por la solidez de su argumentación, el discurso del diputado canario que, en uno de sus párrafos, decía: "El daño que ha hecho la Inquisición a la Iglesia y al Estado es incalculable. Ella no ha corregido las costumbres, no ha procurado la instrucción de los pueblos en la sólida y verdadera religión; se ha opuesto, ya por conveniencia ya por política, a la instrucción de un pueblo digno de mejor suerte. Ha derramado las ti- nieblas, ha patrocinado la superstición, mira con odio la libertad de imprenta y, aunque acosada y moribunda, quiere como la hidra levantar sus siete cabezas para destruir después sordamente cuanto V .M. ha establecido en beneficio de la nación. La posteridad, juez seguro e imparcial, es la que más aplaudirá la abolición del Santo Oficio como el rasgo más digno de transmitir se a las generaciones futuras". A consecuencia de este debate, en el que tomaron parte todos los oradores más notables
del congreso, fue votada la abolición del Santo Oficio (22 de febrero de 1813) con gran regocijo del partido liberal y reformador.

La noticia llegó a Las Palmas el 31 de marzo, designando la regencia al obispo Verdugo para su cumplimiento, con encargo especial de recoger el archivo y guardar las llaves del edifico, poniendo en libertad a los presos. El cabildo, compuesto entonces en su mayoría de personas ilustradas, acogió con aplauso esta nueva y, en sesión extraordinaria que celebró el sábado 3 de abril, acordó "que, aprovechando el barco que va a salir de este puerto para España, se escriba por el cabildo a las Cortes, manifestándoles la prontitud con que se han ejecutado sus decretos sobre Inquisición y felicitándolas por su celo religioso en haber quitado este borrón de la iglesia de Jesucristo, que hace odiosa su amable y santísima religión". Al margen de este acuerdo se puso la siguiente nota: "Certifico que en la tarde de este día hice quemar en el patio de esta santa iglesia los sambenitos que había en ella, guardados en sus sótanos. sin dejar el más mínimo vestigio. Doctor Ramírez, secretario".

El obispo procuró también cumplir por su parte las órdenes del congreso, tomando, como se le ordenaba, posesión del archivo y haciéndole trasladar a su palacio, y solicitando las casas que el tribunal había ocupado para instalar en ellas una cárcel eclesiástica y ensanchar las salas del seminario. Antes de entregar el archivo, los inquisidores sustrajeron dos hojas de su libro de correspondencia con la Suprema. poniendo al margen esta nota, redactada evidentemente en 1814: "Las que faltan se quitaron porque había que entregar a 8.1. este libro después de la extinción del tribunal, y se decía en ellas, informando a 8.A., cosas contra 8.1... El jefe económico de la provincia se incautó de los muebles y enseres de la casa y puso en administración las fincas y censos hasta la resolución de las Cortes. Eran entonces inquisidores los doctores don José Francisco Borbujo y don Antonio de Echanove, de los cuales el primero permaneció en Las Palmas esperando el regreso del rey Fernando, de cuyas intenciones absolutistas había recibido secretos informes.

El triunfo de los liberales fue, como se esperaba, breve y transitorio. El famoso decreto de 21 de julio de 1814, recibido en Las Palmas el17 de agosto, restableció el suprimido tribunal, reintegrándole en todos sus privilegios y reconstituyéndole bajo las mismas bases de su antigua organización. El señor Borbujo, escudado con la comunicación reci-
bida, se presentó inmediatamente al obispo intimándole la devolución de la casa y entrega del archivo, a lo que contestó el prelado que no le era posible acceder a su petición porque aún no se le había comunicado la oportuna orden. "A la verdad -decía Borbujo al dar cuenta a sus superiores de esta visita -, que no debíamos esperar ni pro-
meternos otros resultados, aunque aparenta eficaces deseos de servirnos, teniendo a la vista, como tenemos, la carta gratulatoria que dirigió este señor a las Cortes tumultuarias... de eterno oprobio para su autor" .

Hasta el 29 de septiembre no llegó la orden de entrega, pero como había que evacuar diferentes diligencias de carácter económico y gubernativo, no pudo Borbujo abrir las puertas del tribunal tan pronto como deseaba y se vio obligado a esperar algunos días. A pesar del temor que debía inspirar una reacción que había de suponerse violenta y rencorosa, se vio que los edictos del inquisidor aparecían rotos, su jurisdicción contradicha y los cargos de alguacil y familiar, antes tan solicitados, sin personas que quisieran desempeñarlos.

Con la llegada del fiscal don Ramón Gregorio Gómez, se principió a perseguir los libros prohibidos y a recoger toda publicación sospechosa de herejía o de liberalismo. Se procesó al doctoral don Graciliano Afonso, a los presbísteros don José de la Rocha y don Mariano Romero, a los poetas don
Rafael Bento y don Francisco Guerra y Béthencourt, a don José Valdés, alumno del seminario, al comisario de La Gomera don José Ruiz Armas y a otros calificados de desafectos al tribunal. Las brujas y hechiceras volvieron a ser perseguidas y, entre ellas, una vecina de Agüimes llamada Juana Catalina de Quintana por embustera, supersticiosa y curandera de maleficios, como expresaba su sentencia.

En estos inocentes desahogos les sorprendió el nuevo decreto de disolución expedido en 9 de marzo de 1820, que concluyó definitivamente con tan odiosa institución. El día en que el decreto fue conocido en Las Palmas, los seminaristas principiaron a tocar a muerto y, cuando se les interrogaba, respondían: "Doblamos por la vecina" .Así terminó, en medio del desprecio universal, un organismo que fue la causa del atraso moral e intelectual de España durante los tres siglos anteriores.

Las ciencias enmudecieron, los sabios más eminentes de la nación se vieron perseguidos, el libre examen fue una horrible blasfemia y de las prensas sólo brotaban novenas y libros de santos, indigestos comentarios o libros como el Ente dilucidado. Es
verdad que poseemos el Quijote y un teatro nacional, reflejo de aquellas costumbres, cuya circulación se permitía por no contener frase alguna que fuese censurable para el Santo Oficio, pero, jcuánto hubiera podido esperarse del genio español sin la presión de estúpidos gobernantes y del veto inquisitorial !

En Canarias no fue preponderante la influencia de los autos de fe. Algunos hubo, como hemos visto en el curso de esta historia, pero aquellos que venían acompañados del siniestro resplandor de las hogueras terminaron al principio del siglo XVII.

Cuéntanse, sin embargo, II procesados quemados en persona, 107 en estatua, 498 reconciliados con penas más o menos aflictivas y 1.647 absueltos de la instancia, después de horribles tribulaciones para ellos y para sus desgraciadas familias, contin- gente no despreciable en una provincia tan pequeña y de tan morigeradas costumbres. Afortunadamente, el registro de apellidos notados, donde se dejaban consignados los fallos que a su juicio infamaban a algunas familias, es hoy una curiosidad histórica que, en vez de denigrar, honra a las personas que en su lista se encuentran. (A.Millares T. 1977)

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