martes, 31 de diciembre de 2013

CAPÍTULO XLI-XXI




 EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1800-1900

CAPÍTULO XLI-XXI



Eduardo Pedro García Rodríguez

1817 Julio 11.
La rama de los criollos Arocena que radica en Las Palmas de Gran Canaria tiene sus orígenes en la figura singular del capitán Pedro Arocena Lemos, uno de los personajes de la Marina Mercante del siglo XIX en Canarias. Nacido en Santa Cruz de La Palma el 11 de julio de 1817, fue bautizado el 13 de agosto en la iglesia de El Salvador, donde se habían casado sus padres. El 20 de diciembre de 1862, cuando contaba 45 años, contrajo nupcias con María del Pino Grondona Pérez, de 22 años.

El 13 de agosto de 1860 se produjo la botadura de la goleta Gran Canaria, construida en los astilleros de San Telmo por Sebastián Arocena Lemos para la propiedad de su hermano Pedro, asociado por entonces con Francisco Neyra Orrantia, quien, además, había sido su padrino de boda. Pero con el paso del tiempo, la Gran Canaria sería propiedad absoluta del ilustre marino palmero.

De 523 toneladas de arqueo, la construcción del buque ascendió a 23.000 reales y cuando entró en servicio era el barco más grande construido hasta entonces en Gran Canaria. Tal porte se puso de manifiesto cuando en su primer viaje a La Habana, el vigía del castillo del Morro llegó a cantar, al divisarla, confundido ante su silueta aún lejana: "¡Fragata española de guerra!", asombrándose después al comprobar que se trataba de un velero de tres palos de carga y pasaje.

El día de la botadura de la goleta Gran Canaria, la gente no cabía en la caleta de San Telmo, en la que una charanga amenizaba el acto interpretando las piezas más en boga. La expectación aumentó al máximo cuando llegó el momento del deslizamiento sobre la grada y el barco se negó a besar las aguas mansas de la ribera. En el puerto de La Luz se encontraba surto el mercante inglés Warrior, que acudió en su ayuda, ordenando su capitán darle un cabo para hacer posible la botadura, operación que se realizó con escaso acierto, pues el cabo se enredó entre la hélice de éste y el timón de la otra, provocando que la goleta quedara sin gobierno y acabara varada en la orilla del Guiniguada.

La goleta Gran Canaria pudo ser reflotada y reparada y poco después inició sus singladuras en la línea de Cuba, trayendo, en los viajes de vuelta, cocos, caoba, azúcar, ron, melazas, mantones de Manila y otras sedas y joyas de la China y el Japón, y como bien dice Martín Moreno, "todo lo demás bueno y bien visto que de las Antillas venía en aquellos tiempos".

En 1874, tras el fracaso de la cochinilla, la goleta Gran Canaria participó en el tráfico de la emigración a Cuba, llevando en cada viaje a unas cuatrocientas personas, atraídos por el trato exquisito que dispensaba la tripulación del capitán Pedro Arocena, pese a las estrecheces del espacio donde habían de moverse, y eso que, por entonces, los trasatlánticos franceses y los españoles competían entre sí por la preciada carga humana.

Al igual que sucediera con el capitán Eduardo Morales Camacho, al capitán Pedro Arocena Lemos también quisieron involucrarlo en el comercio de esclavos. Consta que a finales de febrero de 1884 arribó la goleta Gran Canaria a La Habana con unos quinientos isleños a bordo, braceros casi todos, que en su mayoría iban contratados por el conde de la Reunión para emplearlos en sus colonias e ingenios. Considerados como víctimas de un tráfico "esclavista", se le quiso hacer "pagar el gasto" al capitán Arocena Lemos. Llegaron a decir que los emigrantes se habían visto entre la espada del conde y la pared del armador, al no dejarlos en libertad para elegir a otros patronos, sino rendirse a las exigencias del "más o menos aristocrático negrero", según escribió Néstor Álamo.

A su vuelta a Las Palmas, Pedro Arocena explicó detalladamente a la opinión pública canaria cuál había sido su parte en el asunto y dejó clara la personal integridad que le distinguía.

María Luisa Arocena Ley de Roca -bisnieta del ilustre capitán palmero- conserva en su casa de Las Palmas el cronómetro marino de la Gran Canaria, sobre el que existe una placa que dice: "Al capitán don Pedro Arocena, por su valor y buen comportamiento en salvar las vidas de los pasajeros y la tripulación del Dácila, el 27 de abril de 1851.

Presentan esta memoria sus amigos de Tenerife". Martín Moreno estima que es probable que tan humanitario servicio lo prestara Pedro Arocena cuando estaba al mando del bergantín Las Palmas.

En el domicilio del doctor Fernando Navarro Arocena se conserva en perfecto estado el escritorio de la Gran Canaria y otro bisnieto del célebre capitán palmero, Juan Esteva Arocena, honorable cónsul de la República de Chile en Gran Canaria, muestra con orgullo el reloj de bolsillo, el catalejo y el sable usados a bordo por su bisabuelo. Y, como si hubieran sido escritas ayer mismo, conserva celosamente todas las cartas que Pedro Arocena dirigió a sus hermanos cuando navegaba, en las que trata temas profesionales y personales.

En noviembre de 1885, la goleta Gran Canaria zarpó de La Habana al mando del capitán Pedro Arocena Lemos, llevando como piloto a Enrique Rodríguez y José Palenzuela de contramaestre. Al atardecer del día nueve, cuando navegaba por el mítico Golfo de las Yeguas, el tiempo comenzó a presagiar un huracán. Se dispuso la maniobra y todo quedó preparado para afrontar el temporal en las mejores condiciones posibles. Esa misma noche se desató la furia del huracán y al amanecer del día siguiente, montañas descomunales de mar embravecida amenazaban insistentemente con envolver para siempre a la Gran Canaria, que navegaba frágil entre las moles fabulosas.

Las velas volaron como pedazos de papel y la arboladura sufrió graves daños. En medio de rezos y promesas, los tripulantes y los pasajeros de la Gran Canaria se encomendaron a Dios, despavoridos en la unánime comprensión de que se encontraban ante las puertas de la Eternidad.

Con las escotillas cerradas y en medio de infernales golpes de mar, el barco -buen barco, legítimo orgullo de La Palma y Gran Canaria- resistía sin que el capitán Arocena cediese en su cumplimiento de marino avezado. Contaba entonces 68 años de edad y a medianoche comenzó a amainar el temporal y con ello se devolvió la esperanza a los expedicionarios. Al amanecer del día 11, con el viento bastante calmado y las aguas más tranquilas, la euforia reapareció en los rostros de aquellos asustados tripulantes y pasajeros que, mirando al cielo, todavía no creían salvadas sus vidas.

La goleta Gran Canaria, uno de los veleros más famosos de la flota isleña ochocentista, parece que acabó sus días como pontón en el puerto habanero. Y su intrépido capitán, Pedro Arocena Lemos, falleció el 31 de julio de 1902, a la avanzada edad de 85 años.

Uno de los barcos más famosos construidos en La Palma fue la fragata La Amistad, de 163 toneladas de arqueo y construida en 1828 por José Arocena Lemos, para el armador Manuel Buenamuerte González.
 
El erudito profesor Manuel de Paz Sánchez [La Ciudad. Una historia ilustrada de Santa Cruz de La Palma (Canarias), 2003] plantea la hipótesis, refiriéndose a uno de los motines de esclavos más importantes de la historia de la trata, acontecido a bordo de un barco llamado Amistad cuando viajaba de La Habana al puerto de Guanajay, frente a la costa septentrional de Cuba, si éste era, en realidad, La Amistad, nacido a orillas de la capital palmera.

Al histórico motín de 53 esclavos, casi todos del pueblo mende, originarios de la región a unos cien kilómetros tierra adentro del río Gallinas, se refiere el historiador Hugh Thomas, y habla de un barco construido en Baltimore, "un modelo sin igual por su velocidad, de unas ciento veinte toneladas", que iba al mando del capitán Ramón Ferrer. Manuel de Paz valora la viabilidad de su hipótesis y resulta interesante conocer sus planteamientos.

Thomas sigue, entre otros, el testimonio del cónsul británico para la represión de la trata Richard Madden, quien relata las peripecias de un viaje que, gracias a la rebelión encabezada por Cinqué, acabó en Nueva York, donde el barco fue retenido acusado de contrabando. Pese a las protestas del embajador español, que pidió que le fuera entregado el buque, el caso pasó a la Corte Suprema de EE.UU., donde el ex presidente John Quincy Adams -entonces diputado por Massachussets-, defendió con éxito la tesis de que los cautivos habían sido esclavizados ilegalmente, y por ello fueron puestos en libertad y devueltos a Sierra Leona.

El barco era, al parecer, un velero del tipo "Baltimore Clipper" y por investigaciones posteriores a las que se refiere al profesor De Paz citando al profesor Forbes, se supone que fue construido en Cuba, y no en Baltimore, en torno a 1835. La pista del velero La Amistad se pierde en la isla de Guadalupe, donde fue vendida en 1844 y utilizada para el transporte de mercancías, hasta que desapareció antes de 1850.

Tanto Juan B. Lorenzo Rodríguez [Noticias para la Historia de La Palma, 1975] como Armando Yanes Carrillo [Cosas viejas de la mar, 1953] coincidieron al señalar al buque La Amistad como uno de los barcos construidos en los astilleros de Santa Cruz de La Palma, aparejado de fragata y 163 toneladas de arqueo, propiedad de Manuel Buenamuerte González, "personaje de apellido tan pirático" que no figura como propietario de otros barcos mencionados en las relaciones citadas, aunque es posible que fuera hermano de José Buenamuerte González, que contrató la construcción de una goleta de 70 toneladas, nombrada Antonia y entregada en 1843.

En la relación publicada por Armando Yanes figura otro probable miembro de la saga familiar llamado J. Buenamuerte y Medero, que encargó a Fernando Arocena la construcción de un pailebote redondo de 80 toneladas, botado en 1842, al que puso el curioso nombre de Negrita y cuyo destino era Cuba.

Los nombres de los barcos se prestan, en ocasiones, a cierta confusión. Existe constancia, por ejemplo, de que Manuel de Armas Cabrera, capitán y maestre del bergantín-goleta español Los Dolores (a) Argos, de 99 toneladas, matriculado en La Habana, partió de Santa Cruz de La Palma para la capital cubana en febrero de 1836. Este hecho demuestra que el tráfico entre Cuba y La Palma se incrementó considerablemente durante la primera mitad del siglo XIX, "resultando posible -como señala el profesor De Paz-, que se fabricasen algunos barcos en la capital palmera para ser matriculados, más tarde, en la Perla de las Antillas".

En el caso del velero La Amistad, el investigador palmero sostiene que parece lógico aprovechar la economía de escala y la existencia de un comercio triangular entre este lado del Atlántico y el Caribe para sacar un máximo de rendimiento. Podría, por ejemplo, manufacturarse el buque en Santa Cruz de La Palma, que marchara después al golfo de Guinea en busca de esclavos y recalara, finalmente, en Cuba, donde la demanda de fuerza de trabajo cautiva para los ingenios era extraordinaria en estos años, especialmente de esclavos jóvenes, vendiendo allí no sólo la carga sino el propio buque, o bien regresara a las islas o a la Península con café, azúcar u otras mercaderías. "Sin duda -concluye el profesor De Paz-, se trataba de un negocio infame pero económicamente redondo, especialmente durante estos años, en los que la persecución de la trata por parte de Inglaterra hacía que las piezas de ébano alcanzasen muy elevados precios". (Juan Carlos Díaz Lorenzo, 2008)

1817 Octubre16.  El absolutismo reimplantado en la metrópoli devolvió las cosas en esta colonia Canaria a su antiguo estado y propicia la resolución firme de este pleito socioagrario por parte del Tribunal de la Real Audiencia de Canarias en favor de la casa de Nava-Grimón sentenciando firme que "el Concejo y vecinos de La Aldea de San Nicolás no han probado bien y cumplidamente su acción y demanda". Siguió luego un largo período de tranquilidad a lo que contribuyó también el ciclo depresivo que caracteriza la economía del período 1820-1850, al contraerse las compras de grano en el mercado insular y de Tenerife como consecuencia de la ruina vitícola y por un arancel incapaz de defender la oferta interior frente a las importaciones de granos y harinas extranjeros.

1818. Tejeda y Artenara, Tamaránt (G.Canaria). Por la usurpación de las agua que bajan a la Aldea.

1818. Urbanización de la Plaza del Adelantado, en Eguerew (La Laguna), Chinetch (Tnerife).
1818 Febrero 16. El gobierno español ejercido por el absolutista de Fernando VII decretó el cierre de los puertos de la colonia de Canarias que no estaban habilitados en 1808 para comerciar con el extranjero. El de Añazu (Santa Cruz) no entraba en esta categoría; y al serle comunicada la real orden por la intendencia española en la colonia de Canarias, el ayuntamiento representó en este sentido, pidiendo se declarase su puerto depósito de manufacturas extranjeras de lícito comercio, valiéndose para ello del precedente de la real orden de 30 de marzo de aquel mismo año, que habían conseguido los puertos españoles de La Coruña, Santander, Alicante y Cádiz, que se hallaban en la misma situación. Su solicitud, informada favorablemente por el comisionado regio Felipe de Sierra Pambley, fue examinada con la acostumbrada lentitud administrativa y tuvo por efecto la real orden de 9 de noviembre de 1820, que le concedía la gracia de puerto de depósito de segunda clase. Esta gracia no pareció suficiente. Envalentonado por este primer éxito, y posiblemente todavía más por el retorno a la situación constitucional de 1813, el ayuntamiento solicitó en 1821 el título de primera clase que le fue concedido. Era una concepción  que recibía Santa Cruz del gobierno liberal de la Metropoli, por mano de José Murphy; pero las concepciones  de los liberales eran más bien peligrosos. Este duró tanto como el régimen constitucional. Al volver el absolutismo en España, el puerto de Añazu (Santa Cruz) no sólo perdió su categoría de puerto de primera clase, sino que lo más probable es que se quedó también sin el depósito de segunda, que le había otorgado el rey español. En efecto, el absolutismo anuló todo cuanto había innovado el liberalismo constitucional y en aquel naufragio es de sospechar que el ayuntamiento no se atrevió a levantar la voz, siquiera para defender lo que era legítimo desde el mismo punto de vista de los absolutistas.
1818 Julio 14.
Nace en Winiwuada el criollo Cristóbal Castillo y Manrique.  Era abogado y representó a la colonia en las Cortes españolas, afiliado al partido conservador en varias legislaturas (1851, 1853, 1857 y 1867). Obtuvo para Gran Canaria, con otros ilustres isleños, la división de la colonia en dos distritos administrativos en 1852, el decreto de Puertos Francos, escuela normal y otros grandes y trascendentales beneficios. Murió en Canaria el 28 de febrero de 1871.

Como un recuerdo de la división administrativa en aquella época, colocaremos a continuación los nombres de las principales autoridades coloniales que entonces gobernaban en Canarias: Generales: don Antonio Ordoñez (1851); don Eusebio de Calonge (1852). Regente, don Gabriel Ceruelo de Velasco. Fiscal, don Demetrio Villalaz. Juez de Iª instancia de Las Palmas, don Eugenio Perea. Juez de Santa Cruz, don Ruperto Mier y Terán. Subgobernador del primer distrito, don José Joaquín Monteverde. Subgobernador del segundo distrito, don Rafael Muro y Colmenares.


1819. La concentración del comercio en Santa Cruz de Te­nerife fue obra de don Lorenzo Fernández de Villavicencio, marqués de Valhermoso, quien trasladó al citado lugar y puerto la Comandancia Ge­neral de Canarias'. Pero, además, con la Reglamentación de 1718 quedó Santa Cruz de Tenerife como puerto único de regreso, lo que ocasionará roces entre las Islas:
"Los inconvenientes nacen entre Tenerife y Gran Canaria-La Palma. Estas dos últimas hacen lo posible por librarse de la centralización tinerfeña. Santa Cruz de Tenerife, centro comercial insular, se esfuerza por conseguir que los barcos al volver de América vayan directamente a su puerto contra lo dispuesto por el artículo II del Reglamento de 1718, que permite rendir viaje de regreso al misino puerto canario de donde zarparon. En 1770 se ratifica el contenido de dicho artículo. Ocho años después, el Cabildo pal­mero redacta un Memorial cuyo primer punto hace referencia al asunto que tratamos".

Las reivindicaciones del Cabildo palmero se mantendrán hasta bien avanzado el siglo XIX, y ello a pesar de que el comercio con América "languidecía hasta perecer con el tiempo", aunque no debe olvidarse la importancia que para las Canarias continuarán teniendo las relaciones comerciales con el Caribe español. (Manuel de Paz-Sánchez, 1994)

1819.
Diez y seis casas altas había ya en 1819, en el Puerto de Arrecife (Lanzarote),  dos de ellas de tejado, las demás de azotea, muy buenas, con sus aljibes dentro; otras terreras también bastante cómodas. Y de las primeras la perteneciente a Brito, alhajada a todo costo, con objeto de que fuese casa de gobernador, para lo cual hizo traer de Londres muebles y vajillas primorosas. (J. Álvarez Rixo, 1982:56)

1819.
Y con motivo de haber tratado de nuestros bárbaros vecinos los berberiscos, relataré la aventura acaecida con ellos el año 1819; para las oportunas precauciones en aquellos puntos más poblados. La goleta «Juana» propia del Cap", de Puerto del Arrecife Dn. Antonio (ile/.. Bermúdez, hacía su pesquería fondeada en aquellas aguas del A (rica. Y como sea uso de enviar las lanchas a pescar por diversas 1,1 las distantes de la nave principal, los tripúlanos de una de ellas tu­vieron la imprudencia de bajar a tierra a reposar, o tomar agua fres­ca: Cuando repentinamente se vieron asaltados de moros armados, que los cautivaron y se apoderaron de la lancha. Embarcáronse en esta los enemigos remando hasta la goleta, de la cual se posesionaron v de dos o tres hombres que había en ella. Vuelta la otra lancha de pesear, observó que estaba su barco lleno de moros, y sin atinar como pudo ser, viró de bordo alejándose aunque sin víveres, con la esperanza de hallar otro buque isleño. Así fue, y regresaron a Lanzarote llenos de sentimiento, el cual se comunicó a las familias y cono­cidos de los cautivados que derramaron muchas lágrimas.

Inmediatamente Mariano de Brito, hijo mayor del Salvador San­tiago arriba nombrado en su bergantín, «S. Antonio», se equipó de algunos pedreros y fusiles, e hizo vela a intentar traer la goleta, y al­gunos de los cristianos que pudiese. Pero llegado al África tuvo el dolor de ver que la nave que buscaba, los moros que no son marine­ros la habían encallado y desmantalado para aprovecharse de su he­rraje y madera. Fondeó Brito no obstante, por si algún cautivo logra­ba escaparse a nado recogerlo. Era la noche oscura aunque serena, y a la media, gritó Domingo Bolaña, que hacía guardia a proa: Moros! moros!... Oyóse un fusilazo el acabar el grito, y cayó muerto el pobre marinero vigilante. Saltaron de la cámara y rancho los demás cristia­nos, echando mano cada cual al arma que pudo, y lucharon con al­gunos moros que ya habían subido al bergantín, a los cuales quitaron algunas armas repeliendo su asalto con denuedo. También están per­suadidos que alguno de los faluchos o lancha que trajeron hubo de irse a pique, por el mucho material que le arrojaron dentro.

Viendo Brito la inutilidad del viaje regresó a Lanzarote. Y cuan­do creyó que le agradecerían su buena intención; el gobierno no le quiso admitir, porque había tenido roce con los moros; e intentaron forzarle a ir a Puerto Mahón. Mas como no estaba el barco en dispo­sición ni con víveres para tan largo viaje, falto de piloto que le cos­taría un dineral, se negó a partir, y le conminaron cuarentenas con que casi arruinaron a este buen hombre.

Por más que digan, mucho deben valer los espíritus españoles, cuando a pesar de tantas experiencias funestas se atreven a intentar algo bueno. No hay mayor maldición para ellos que las que les pro­vienen de las instituciones que llaman de Gobierno!

Los cautivos de la goleta «Juana» fueron regresando después por vía de Mogador redimidos por los P. P. de la Redención, lo mis­mo que algunos otros procedentes de una lancha de la goleta «Antoñita» propia también del citado Bermúdez, desgraciada con posterio­ridad a la primera, a causa de otro descuido. (J.A. Álvarez Rixo, 1982:147-148)


1819. Se crea el Obispado Nivaríense, con sede en Eguerew (La Laguna).

1819.  Hasta esta fecha la secta católica en colonia canaria constituía un solo Obispado con sede en Tamaránt (Gran Canaria), donde se situaba también la catedral.

El clero católico que servía el culto en la catedral constituía el escalón superior de la red eclesiástica de la colonia. Estaba dotado con 33 prebendas distribuidas entre 6 dignidades -deán, arcediano, chantre, tesorero, maestrescuela y prior-, 18 canónigos y 12 racioneros, todos ellos con importantes rentas procedentes de los diezmos de todo el Archipiélago, lo que hacía que fuesen cargos muy apetecidos. Ahora bien, si el nivel superior de la estructura eclesiástica en la colonia estaba constituido desde finales del siglo XV y se mantuvo prácticamente sin variaciones hasta comienzos del XIX, la red parroquial fue modificándose lentamente a fin de abarcar lo nuevos centros de población colonial que iban formándose.

A comienzos del siglo XVI el número de clérigos llegados a la colonia era escaso; las islas contaban entonces con 11 parroquias –tres en Tamaránt (Gran Canaria) y Chinet (Tenerife) y una por isla en el resto-, pero ni siquiera este corto número de parroquias estaban ocupadas por curas encargados de servir el culto e impartir los sacramentos del rito católico. Incluso en los núcleos más poblados, que contaban con parroquia dotada con un beneficio eclesiástico desde la conquista, existían problemas: para el mantenimiento del culto, pues en muchos casos estos beneficios habían recaído en clérigos que contaban con prebendas en otros lugares, y si bien percibían la renta de los beneficios de las islas, no estaban dispuestos a hacerse cargo personalmente de su parroquia.

En los núcleos más importantes de las islas, donde existían algunos conventos fundados entre fines del siglo XV y comienzos del XVI, era el clero regular el que sostenía el culto e impartía los sacramentos, pero allí donde no había clérigos regulares, estas funciones simplemente no se celebraban. La reforma del sistema de provisión de beneficios y el aumento del número de parroquias constituyen una queja constante de los colonos durante el primer tercio del siglo XVI. Tal reforma se enfrentaba eviden temente a los intereses de los beneficiados de las parroquias ya existentes que veían cómo la creación de nuevas parroquias significaba una redistribución de las rentas decimales entre mayor número de clérigos y consiguientemente una disminución de sus ingresos. (Juan Ramón Núñez Pestano; 1991)

1819. Marzo 30. La corbeta "Unión del Sur", registrada en numerosas ocasiones como "Unión", fue construida en Baltimore (Maryland, Estados Unidos), uno de los enclaves fundamentales, si no el más importante, del corso argentino en el Atlántico Norte (como base de aprovisionamiento y de armamento de buques), armada por Juan Pedro Aguirre y puesta inicialmente bajo el mando de Clemente Cathele o Calhell. Después de arribar a Buenos Aires, en junio de 1817, se hizo cargo de su mando Juan Browm, con quien operó por Canarias. Contaba con una tripulación de ochenta y un hombres y doce cañones de a 18.
      Una de sus singladuras por aguas de nuestro Archipiélago llevó al mencionado buque a la bahía de Las Palmas, donde, el 30 de marzo de 1819, apresó y sacó del puerto al místico español, proveniente de Cádiz, "Nuestra Señora de los Dolores" del capitán José Ortiz. El 3 de abril, el corregidor y subdelegado de reales rentas, el inefable Salvador de Terradas, se dirigió al gobernador de las armas, Simón de Ascanio, en los siguientes términos:

"A V.S. consta se halla quasi a la vista la Corbeta de Guerra Insurgente la Unión, que sacó de este Puerto la noche del treinta de Marzo último, el Místico Español su Capitán Don José Ortiz, y que últimamente ha apresado varios Bergantines de esta Isla que dio libertad quedándose con las lanchas. Hoy se ha cundido la voz de que daría libertad a dicho Místico luego que realizase sus intenciones, según han dicho algunos individuos de los Buques apresados; y como en este caso no debemos despreciar la más ligera noticia sea, o no, verdadera para asegurar la tranquilidad de los habitantes de esta Isla, y con más motivo teniendo como tengo presente la orden de diez y ocho de Febrero de mil ochocientos diez y ocho comunicada al Tribunal Superior de esta Real Audiencia por el Excmo. Sr. Comandante General de esta Pro­vincia; en su consecuencia me ha parecido prudente molestar la atención de V.S. manifestándole existen en la Real Tesorería cerca de dos millones de reales, que su guardia es muy reducida, y que sería conducente precavernos de un daño con la fuerza. Bajo la custodia de V.S. está la defensa de esta Isla, y en mí auxiliarle en cuanto necesite del paisanaje; este está pronto a su disposición, y yo mismo, a todo lo que sea en obsequio de ella y del Soberano; teniendo como tengo dadas todas cuantas providencias están al alcance de mi facultad, reducido a entregar una corta porción de chuzos que existen en este Ilustrísimo Ayuntamiento, para que sirvan en caso de inva­sión, y del mismo modo espero de la atención de V.S. se sirva acusarme el recibo de este oficio".

Ascanio contestó, sin dilación, el día 5. Manifestó que ya había tomado  precauciones ante cualquier "temeraria sorpresa", pero que necesi­taba refuerzos, en concreto un retén nocturno para la tropa de guarnición de 50 hombres, y 45 artilleros más para la Batería de la Línea. El costo de cada una de estas plazas ascendía a dos reales de vellón diarios, pero que  habiendo acudido en casos semejantes al administrador de reales rentas, éste le había indicado que no tenía órdenes para ello. No obstante, si Terradas, como subdelegado, podía allanar el problema quedaría la defen­sa en mejor estado. Además, respecto al paisanaje indicó que su opinión, "en tales circunstancias, es que se aliste por Barrios, Manzanas o Calles, que a cada una de aquellas porciones en que juzgue V.S. deberle dividir se le nombre un cabo, o jefe, y que en cada noche desde la de este día esté pronto un número como de ciento o doscientos hombres armados con los chuzos..., y con las demás armas que puede facilitar el Ilustrísimo Ayun­tamiento, que a la menor señal de alarma acuda al cuartel del Regimiento de mi accidental mando, sito en la Calle de la Carnicería e incorporarse a la primera Compañía que dormirá allí, y maniobrar bajo las órdenes del oficial que yo señale para mandar aquella, y a quien comunicaré mis ins­trucciones" .

La respuesta de Terradas no se hizo esperar. Indicó que había elevado un escrito al Comisionado regio (Intendente), que el paisanaje estaría preparado "en caso de alarma por cualquier invasión de los insurgentes", pero que "habiendo tropa en la Isla, clamarían por esta fatiga diaria", y se ofreció para, en caso de apuro, costear con sus propios intereses los gastos de los retenes, "en obsequio del Rey y de la Isla".


Ascanio, ni corto ni perezoso, le tomó por la palabra y le contestó que, "atendiendo a la generosa oferta con que concluye de que en un caso apurado serán satisfechos por V.S. los cuarenta y cinco artilleros que guarnezcan por las noches las Baterías de la Línea, añadiré que en mi concepto estamos y estaremos en ese caso apurado siempre que los Insurgentes permanezcan a la vista de las vigías".

Terradas respondió, solícito, que "deseando yo por mi parte evitar todo insulto, para que las Reales Armas, por falta de pago, no sufran el más ligero desprecio, desde luego estoy pronto a satisfacer de mis propios intereses hasta concluir con la última alhaja de mi casa" 8S. Sin embargo, no tuvo que cubrir, en solitario, el costo del retén, porque José de Quin­tana y Llarena se ofreció, y le fue aceptado, a acompañarle en los pagos durante dos días.

No obstante, el corregidor Terradas tuvo que hacer frente a otro donativo personal por mor de las circunstancias y como presidente de la Junta 'de Sanidad, pues decidió socorrer al capitán del bergantín "La Vicenta", de la matrícula de Bilbao, José Antonio de ligarte, quien, con seis miembros de su tripulación, pasaba la cuarentena en Gran Canaria tras haber sido apresados y "completamente robados", el día 3, por "una de las corbetas de guerra insurgente que bloquean a estas Islas". El donativo ascendió a 300 reales de vellón, "para que sirva de socorro a esta pobre tripulación digna de toda gracia, por tener el honor de haber sido tan leales que han preferido su ruina a tomar partido con los enemigos del Trono".

Por fin, a fines de mes, se recibió el oficio de Sierra Pambley, quien aprobaba las gestiones de su subordinado, le felicitaba por su celo y le autorizaba a cubrir los gastos habidos con motivo de la amenaza corsaria con cargo al departamento. Terradas, sin embargo, no quiso aceptar. Con­sideró sus gastos como un donativo a la Corona y ponderó sus deseos de contribuir, como buen vasallo, a evitar "vejámenes al distinguido nombre de la Nación". El Ayuntamiento, sin embargo, envió el testimonio al Consejo de Castilla, cuyo fiscal informó que "el Consejo, siendo servido, les manifieste quedar satisfecho de su leal conducta, excitándole a conti­nuar sus servicios en beneficio del Rey y del Estado". (Manuel de Paz-Sánchez, 1994)

1816. Julio 20. De los corsarios argentinos considerado pionero en las incursio­nes marítimas por Canarias y Azores fue el capitán Miguel Fcrreres, origi­nario de Ragusa, comandante de la goleta “Independiente”, que ya había servido en la campaña de Montevideo, en la cual capitaneaba el "Itatí"-. Este corsario, como otros de sus compañeros, frecuentó la ruta de Canarias para —entre otros objetivos- bloquear la línea de la Compañía de Filipinas y apoderarse de sus codiciados buques. En julio de 1816, dice Bealer, llegaban a Londres quejas y lamentos de las islas Canarias: "Barcos inde­pendientes rodean nuestras costas. Los corsarios de Sud América mero­deaban en las proximidades de las Canarias y habían "arruinado completamente allí el comercio español".

Miguel Ferreres protagonizó, en efecto, diversas acciones en las pro­ximidades de Canarias durante este período. El 20 de julio de 1816, el capitán de puerto de Santa Cruz de Tenerife comunicó al Comandante General que, desde el amanecer había aparecido, a unas siete u ocho millas al Este de la Plaza, una “goleta con dos bergantines por sus aguas y que cruzando dos botes con frecuencia de ella a uno de los bergantines, aparentaban ser estas gestiones algún saqueo. A las dos de la tarde, habiendo recalado uno de los barcos menores del tráfico de esta Isla a la de Canaria le dio caza y lo hizo atracar a su costado, y a poco rato lo largó, y dirigién­dose el referido barco a esta Rada, salí a su encuentro y puesto al habla me informó su Patrón ser el nombrado San Juan que venía del Puerto de Gáldar de Canaria con carga de 33 animales vacunos, 100 carneros y varias aves; que la dicha goleta era una de los corsarios que habían salido del Río de la Plata; que hacía cuatro días había apresado sobre el Salvaje al bergantín nombrado Rosario, uno de los del tráfico interior de esta Provincia, que salió del Puerto de Garachico en esta Isla cargado de maderas, y se dirigía a la de Lanzarote y que en la noche anterior apresó igualmente, en las inmediaciones de la Punta de Anaga, al bergantín español nombrado Ju­liana, su capitán don Sebastián Badaró que salió de esta Plaza para Mo-gador la misma noche; que durante el tiempo que permaneció atracado a la goleta observó que su artillería eran cuatro obuses dos por banda y un cañón como del calibre de a 12 al medio giratorio, que su tripulación se componía como de 50 individuos de todas Naciones, que según supo, el capitán era raguseo, casado en Buenos Aires, y el segundo, gallego; que de su barco le quitaron 69 carneros, tres animales vacunos, cuantas aves. huevos y manteca encontraron, los barriles de la aguada y la lancha".

Al día siguiente, el capitán de puerto santacrucero volvió a informar, con nuevos detalles, a su superior. Después de las once de la noche del día anterior, habían fondeado dos lanchas en el Puerto llevando a bordo las tripulaciones de los dos bergantines apresados por la goleta corsaria. En la del bergantín "Rosario" venía su patrón. Marcos Cabrera, y doce marineros más. Cabrera relató que, al amanecer del día 17, hallándose de seis a siete millas al Sur del Salvaje, se encontró bajo el alcance del cañón de una "goleta de gavia y juanete a proa, y en el mayor escandalosa, en cuyo peñol tremolaba una bandera angloamericana". El corsario le disparó un caño­nazo con bala y, puesto a la voz, le "mandó poner a la capa y echando una canoa armada, llegada a su costado le mandó arriar la bandera nacional que había largado y le dijo era prisionero del Gobierno de las Provincias Unidas de Buenos Aires, a cuyo tiempo, arriando la goleta la bandera que se ha dicho, enarboló en el peñol de la cangreja de la mayor, otra bandera con dos listas azules, que dijeron era la que usaban los buques de aquel Gobierno". Seguidamente se apoderaron del bergantín y "marinaron" con diez individuos, mientras los prisioneros fueron pasados a la goleta enemiga.

Durante su viaje a bordo del barco enemigo, observó que su "tripu­lación se componía de diferentes naciones, así españoles como angloame­ricanos, romanos, ragusos, genoveses, portugueses y criollos de Buenos Aires", entre otros datos. A la artillería había que añadir que la tripulación del buque estaba bien armada con armas blancas y de chispa, y que el barco tenía "su fondo forrado de cobre, su costado negro con siete portas, una lista blanca muy estrecha y sin palo de atajamar". Además, según le dijo su Capitán, "había salido del Río de la Plata el 5 de abril, y que su buque era el 56 de los corsarios que se habían armado contra los Españoles de Europa, que en las aguas del cabo de San Vicente al de Santa María había hecho dos presas, habiéndose retirado de aquel crucero por haberle dado caza un Bergantín de guerra a quien tuvo por inglés".

Cabrera relató también que, el día 19 por la noche, estando a poca distancia de Santa Cruz de Tenerife, habían tratado de apoderarse de una de las embarcaciones —en concreto una polacra—, que estaba fondeada en la rada, pero desistieron por la "mucha calma" y la cercanía a la batería de la Plaza; que, por último, les habían puesto en libertad en la lancha, sólo con lo puesto, a excepción del lanzaroteño José Manuel Delgado, "uno de sus tripularios", quien, "según vio y entendió, se quedó en la Goleta por haber tomado plaza en ella", y que "el capitán le dio un papel de condena, el que presenta y se remite a V.E., por el que se ve se llama la Goleta la Independencia (a) La Invencible de las Provincias Unidas del Río de la Plata".
En el expediente figura, efectivamente, el siguiente recibo firmado y rubricado por Miguel Ferreres:
"Yo abajo firmado Comandante de la Goleta llamada Independencia alias la Invencible de las Provincias Unidas del Río de la Plata:
Declaro haber apresado al Bergantín el Rosario en las aguas de las Islas Salvajes, y para que conste en cualquier parte que se presente y le sirva por su resguardo, dado en a bordo de la dicha Goleta en frente de Santa Cruz de Tenerife, el día 20 de Julio de 1820.= Miguel Ferreres".

En la otra lancha se presentó don Sebastián Badaró, junto con los once tripulantes de su bergantín "Juliana", que en la noche anterior había salido para Mogador cargado de mercancías. Describió que, estando a cuatro millas al Sur de la Punta de Anaga, descubrió a la goleta y al bergantín apresado y trató de huir -porque podía ser la goleta que cruzaba por estas Islas y "apresó al bergantín Carmen sobre la de Lanzarote"-, pero la mar en calma le impidió ganar tierra.

Ambos capitanes coincidieron, finalmente, en afirmar que la goleta y los dos bergantines seguían con rumbo al Oeste, para remontar por el Norte de Tenerife "con el fin de apoderarse de alguno de los buques me­nores que se ocupan en la conducción de vinos, de cuyo artículo estaban muy faltos".

El Comandante General informó cumplidamente a Madrid del suceso. y, acto seguido, solicitó de las municipalidades de Santa Cruz de Tenerife y del Puerto de la Cruz, a través del Real Consulado, que le facilitaran fondos para armar en corso un "precioso bergantín" que se hallaba fondeado en la rada, el "Arriero", sobre todo porque se esperaba la llegada de buques de La Habana "con intereses del Rey y de particulares". El Consulado alabó la idea, pero puso reticencias para contribuir con sus propios fondos, por estar muy merma­dos y por las disposiciones legales al respecto, como apuntamos más arriba.

La Buría, entonces, adoptó una táctica más severa. Escribió al alcalde real de la Villa y le ordenó que, en vista del poco éxito de sus gestiones, volviera a reunir a los comerciantes de la plaza y le "remitiera la lista de los que hubieren concurrido, y la de los que hubieren faltado, para dar cuenta a S.M.". A su vez, el Real Consulado, reunido el 1° de agosto, acordó que "con vista de los esfuerzos que haga el comercio para la seguridad de los buques que se esperan, se reunirá nuevamente la Junta a fin de resolver acerca de la cantidad con que (según sus fondos y facultades), pueda acudir a un objeto de tanta importancia".

También los comerciantes de la Villa santacrucera mostraron mejo­res deseos de contribuir. El capitán Echeverría había calculado los gastos de la operación en unos quinientos pesos, pero se consiguieron trescientos veinte y siete, por lo que, para cubrir el déficit, los propios comerciantes insistieron en la participación del Real Consulado en el asunto.

El bergantín "Arriero", de 180 toneladas y forrado en cobre, pudo hacerse, por fin, a la mar el día 3 a las ocho y media de la mañana. Su tripulación ascendía a ciento dos hombres, cuarenta pertenecientes a la dotación del buque, veintiocho voluntarios, diecinueve de la partida de Ultramar y trece de las Milicias provinciales, bajo el mando de Echeverría y del subteniente de la partida de Ultramar Ignacio Figueredo. El arma­mento estaba constituido por seis piezas de a 6 y dos de a 12, doscientos fusiles, cien sables, veinte pistolas y veinticuatro puñales, "con todas sus municiones y utensilios correspondientes".

Hasta el día 8, el buque recorrió las aguas del crucero insular sin que sus pesquisas dieran resultado alguno. Realizó algunas recaladas y dio protección a algunos barcos, pero no alcanzó a ver la vela del insurgente que, pocos días antes, había atemorizado a los navegantes isleños.

La Buría, sin embargo, cuando informó a la Corte, alabó repetida­mente la magnanimidad y el patriotismo del capitán Echeverría y, de paso, criticó la apatía del comercio y del Real Consulado. La empresa, según él, estaba plenamente justificada, pues pretendía "librar a este comercio y vecindario de la ruina que les amenazaba si eran apresadas varias expedi­ciones interesadísimas que se esperan tanto de nuestras Américas como de Francia, y entre ellas una fragata que conducía una gran porción de tabacos para el Rey..." . Quizá el "Arriero", aunque no protagonizó ninguna aventura digna de ser contada por Stevenson, sí contribuyó a mantener por unos días la seguridad que tanto requerían las aguas del crucero de las Islas Canarias.

Una seguridad que echaría en falta, entre otros, el comerciante inglés establecido en Gran Canaria, George Houghton, quien declaraba ante el cónsul inglés en Canarias, el 25 de junio de 1816, como unos días antes, viajando a bordo del barco español "Nuestra Señora del Carmen" del capitán Miguel Sánchez y a unas veinte millas de Lanzarote, había sido "saqueado de dinero y otras propiedades". El barco asaltante ostentaba una bandera "con dos bandas azules y una blanca en el centro", sus tripu­lantes hicieron fuego de fusilería, llamaron al abordaje y declararon a sus víctimas "prisioneros de Buenos Aires". Rápidamente procedieron a sa­quear la carga, registraron todas las cajas y baúles de los pasajeros en busca de dinero y desposeyeron al inglés de la cantidad de "3.600 dólares [pesos] fuertes de plata y cerca de 150 barras de viejas láminas" del mismo metal.

Ante las protestas de Houghton, que expresó su voluntad de reclamar al Gobierno británico, parece que, incluso, llegó a estar en peligro su propia vida. Tanto el barco asaltante como la mayoría de su tripulación eran norteamericanos y, a preguntas del deponente, "confesaron ellos mismos ser piratas" y que, al parecer, actuaban bajo pabellón no autorizado. (Manuel de Paz-Sánchez, 1994).

1 comentario:

  1. La fotografía del artículo corresponde a: Goleta desconocida en astillero desconocido de la costa NE de EE.UU (finales del siglo XIX)

    Leer más: http://www.navegar-es-preciso.com/news/la-goleta-aurica-de-4-mastiles-lucinda-sutton/

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