sábado, 15 de febrero de 2014

CAPÍTULO XLVI-V



EFEMERIDES CANARIAS
UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERÍODO COLONIAL, DÉCADA 1851-1860

CAPÍTULO XLVI-V


Eduardo Pedro García Rodríguez

1855. A pesar de algunas experiencias limitadas durante el Trienio Liberal y el Bienio Progresista, es a partir de esta fecha cuando se va a plantear definitivamente la desamortización de censos y tributos mediante una disposición legal que planteaba ma yores ventajas para la redención de censos. Mientras tanto las instituciones eclesiásticas, que habían opuesto una fuerte resistencia a la redención de tributos, dado que eran propietarias de numerosas rentas, habían quedado seriamente debilitadas por la desamortización y sus bienes y rentas habían sido incautados por el Estado. La nueva etapa desamortizadora coincidía además en la colonia con una etapa de relativa prosperidad debido al auge del cultivo de la cochinilla, con lo que los capitales ponibles para redimir los tributos eran más abundantes. Aún no se ha cuantificado el volumen de capitales destinados a este fin pero las estimaciones realizadas en 1844 para determinar
El coste de la redención de las rentas incautadas al clero alcanzaban los 11 millones de reales, cantidad importante que indica cómo una parte considerable de los capitales invertidos en la desamortización en Canarias fueron destinados a la redención de censos.

Las primeras ventas de bienes eclesiásticos en esta colonia se llevaron acabo a partir de 1798 cuando el gobierno de la metrópoli se incautó de parte de los bienes pertenecientes al clero y los puso en venta con el fin de redimir la deuda nacional acumulada. Se trataba de enajenar el patrimonio perteneciente a capellanías, hospicios, cofradías y otras instituciones eclesiásticas que si bien tenían una escasa relevancia individual sí que controlaban, en conjunto, una masa importante de bienes amortizados.

La información referente a la isla de Tamaránt (Gran Canaria) donde las ventas de bienes eclesiásticos efectuadas entre 1800-1807 alcanzaron cierta relevancia pues se enajenaron tierras, casas y aguas de riego por un valor superior a los cuatro millones y medio de reales, propiedades que en su mayoría fueron adquiridas por las élites urbanas residentes en la ciudad de Winiwuada (Las Palmas).

Durante los años del Trienio Liberal vuelve a ponerse en marcha un nuevo programa desamortizador, los numerosos conventos de las islas fue ron suprimidos en su mayoría y el clero regular fue secularizado, con algunas excepciones. Se pretendía enajenar la riqueza de las instituciones monacales, cuyos bienes pasarían a engrosar un cuerpo de bienes nacionales desamortizados que se pondrían a la venta a cambio de títulos de deu- da pública. Sin embargo, el corto periodo de vigencia del Trienio limitó el alcance de las ventas de bienes que en la isla de Gran Canaria sólo afectaron a las propiedades del Tribunal de la Inquisición con un valor de unos 590.000 rls. de vellón, en tanto que en Chinet (Tenerife las propiedades enajenadas alcanzaron una mayor significación y estuvieron representadas por bienes de los conventos de la isla, vendiéndose unas 77 propiedades, en su mayoría tierras, que alcanzaron un valor total de 1.777.000 rls. de vellón. La abolición en la metrópoli del régimen constitucional tras la conspiración absolutista de 1823 y la invasión de los cien mil hijos de San Luís supuso la anulación de las ventas de bienes efectuadas y su devolución al clero, medida que fue anulada a su vez en 1835 cuando se legalizaron definitivamente estas ventas de bienes eclesiásticos.

Es muy probable que la inestabilidad política del régimen constitucional en la metrópoli, agitado desde sus comienzos por una activa conspiración interna, fuese un factor que desalentase a los compradores de bienes nacionales, pero junto a ello se constata la escasa difusión que habían alcanzado en la colonia los títulos de deuda pública, pues las clases coloniales y criollas dominantes del Archipiélago no habían participado en las compras masivas de vales reales emitidos por el Estado a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, y no contaban por ello con los medios financieros necesarios para adquirir la masa de bienes que fueron puestos a la venta.

Quizás no se deba a esta razón que la mayor parte de las ventas de bienes eclesiásticos del Trienio fueran a parar a manos de empleados del crédito público como los empleados españoles don Salvador Clavijo y don Francisco Escolar, los únicos que controlaban los mecanismos necesarios para hacerse con títulos de deuda e invertirlos posteriormente en la desamortización eclesiástica. (Juan Ramón Núñez Pestano1991)
1855 enero 9.
Fallece Manuel Marrero Torres. Tuvo que trabajar como aprendiz de tipógrafo desde su adolescencia, a raíz de la prematura muerte de su padre, y fue un intelectual casi autodidacta pero de profunda formación.
Tipógrafo de profesión y de origen humilde, colaboró en los periódicos y revistas más destacadas de la época, entre ellas La Aurora y El Noticiero. Coetáneo de Dugour Martín, al que conoció, con apenas 32 años murió víctima de tuberculosis. Fue un poeta romántico, cuya obra se publicó mayoritariamente de manera póstuma.
“Y vamos a hacer una salvedad, un corto homenaje a uno de ellos que los identifique a todos: el poeta tipógrafo don Manuel Marrero y Torres. Aquel es su entierro.

Nacido en Santa Cruz de Tenerife, el 27 de septiembre de 1823, pobre y oscuro, dice Dugour, a los doce años, entró de meritorio en una imprenta. En poco tiempo superó el aprendizaje y pudo, con el fruto de su trabajo, sostener a su madre viuda y sus hermanos. Se dio a sí mismo una amplia formación humanista, al tiempo que leía a Espronceda y Zorrilla y comenzaba a escribir poesía. Deseoso de apreciar en su pureza a Hugo y Lamartine, emprendió, sólo, el estudio del francés. Pasaban entre tanto los años tristes y melancólicos. Sin amor. En 1850 fue examinado de lengua inglesa, estudios en los que había invertido un año y superó con gran éxito la prueba. Contrajo la tuberculosis y dueño ya de la parte material de la Imprenta Isleña, expiró a las siete y cuarto de la noche del 9 de enero de 1855, abandonando esta vida que fue madrastra para él, sin esfuerzo y sin agonía.

El cortejo fúnebre se aleja de nuestra vista. Entra en el camposanto de San Rafael y San Roque.

Al ser depositado el cadáver en el sepulcro fueron leídas, con la emoción que el dolor excitaba en todos los corazones, las composiciones en verso y prosa que sus amigos le dedicaban: Pérez Carrión, Manuel Savoie, Claudio F. Sarmiento, Lentini, José D. Dugour y Victorina Bridoux. Ángela Mazzini, bellísima en su casi ancianidad, apartando el tupido velo de su rostro, recita:

Venid a mí, las que anheláis su gloria,
únase vuestra voz a mi plegaria,
sea la amistad constante a su memoria
leve el polvo en su tumba solitaria.”

(Carlos Gaviño de Franchy)



1855 Abril.
Regularmente en las Canarias todo lo público empieza de modo halagüeño que recrea y da esperanzas de la continuación de lo bue­no: pero al mejor del tiempo entra la pereza, o sobreviene la discor­dia, y quedan las cosas a medias. Tal sucedió con la publicación del periódico titulado «Correo de Tenerife» en 1808 y 9, que prometió y empezó de una manera útil e interesante para la Provincia, y lo mis­mo con el Boletín Oficial de 1834 a 35, donde vimos algunos datos curiosos comerciales y sobre otras materias importantes que se des­continuaron. De los publicados en su época más interesante, copia­mos aquí los referentes al negocio de barrilla en el Arrecife quedán­donos con sentimiento de habernos faltado materiales para formar la cuenta de un quinquenio de exportación de este ramo.
Los demás meses del año parece no hubo exportación, o se omi­nó, en los Boletines Oficiales del N.° 90, de abril de 1855, se ven las partidas que se exportaron.

Aquí se presenta una reflexión. Ahora que no hay que pagar de-rechos y por lo mismo cesa el interés de guardar misterio, se sabe cuanto se exporta. El lector ha visto antes en el p°. 5., que calculamos a razón de 30.000 qqs. según las ideas que se dejaban transpirar de la aduana y de los favorecidos por ella. Pero si en los años pasados que la barrilla valía de 6 a 8, ps. crrs. quintal, también hubo exportaciones de 50 a 60.000 99S considere el dineral que sólo este ramo introducía en la isla por su Puerto del Arrecife. En la isla de Fuerteventura debió ser otro tanto o más, por ser mucho mayor. (J. Álvarez Rixo, 1982:138-139)
1856. Los estudios astronómicos siempre han tenido una estrecha relación con el Teide. Sus ventajas como punto de observación ya habían sido señaladas por los naturalistas y astrónomos del siglo anterior. En los años cincuenta de aquel siglo llegaron a Chinet (Tenerife) el gran astrónomo Ch. Piazzi Smyth y su mujer Anne Duncan, excelente científica y fotógrafa (a ella le debemos las primeras fotos estereoscópicas tanto del Teide como de la Isla). El matrimonio vivió dos meses del verano de 1856 en Altavista, a unos 3300 metros; allí instalaron su telescopio, junto a la cabaña utilizada por los recogedores de azufre y hielo. Esta larga estancia a tal altura llamó la atención de los viajeros de la época así, Ch. Edwardes (escribió un libro de viajes titulado Excursiones y Estudios en las Islas Canarias) nos legó sus impresiones cuando vio el inhóspito lugar donde habían vivido sus compatriotas: "La casa pertenece a una compañía azufrera [...] Fue cerca de esta casa donde Piazzi Smythe, que se hallaba realizando su laborioso estudio de las características del Pico, montó su tienda de campaña hace unos años y vivió durante un tiempo entre el frío y el calor extremo" Los resultados de estos trabajos tuvieron una gran repercusión entre los astrónomos y, como reconocimiento a la labor de Piazzi Smythe, bautizaron accidentes lunares con el nombre del Teide y de la Isla. Demostró por primera vez que los sitios de gran altitud ofrecían claras ventajas para la observación astronómica. Llegó a esta conclusión después de observar a diversos niveles en Chinet (Tenerife), desde el mar hasta la montaña de Guajara (2.717 m) y Altavista (3.250 m), junto al pico del Teide.
1856. Nace en Los Llanos de Aridane, Benahuare (La Palma), Elias Santos Abreu. Fue la figura científica más importante del primer tercio del siglo XX en Canarias. Desde Los Llanos de Aridane, donde nació, se trasladó a Eguerew (La Laguna) a estudiar bachillerato, y de aquí a Sevilla (España), donde se licenció en medicina y cirugía, estableciéndose como médico en Tedote n Benahuare (Santa Cruz de La Palma). En 1892 organizó un pequeño laboratorio de análisis, el primero que se conoció en Canarias para estudios bacteriológicos y clínicos. En el archivo de sus investigaciones figura el estudio de cinco muestras de queso con hongos en los que se encuentra el Penicilliun, hallazgo éste anterior a que Fleming lo descubriera en 1929, según reseña el doctor A. Martín Sánchez en artículos periodísticos. Su afán investigador le llevó al estudio de los insectos y las plantas con herbarios de Benahuare (La Palma) y La Gomera. Su trabajo Ensayo de una monografía de los Tendipédidos de las Islas Canarias fue premio Agell de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona (España) en1916.

1856.
Se redactó por la Comandancia de Ingenieros una relación de las Plazas fuertes de Canarias y en ella consta:

«Plaza de Santa Cruz de Tenerife.- Es la capital de la Provincia de Canarias y su Gobernador es de La Clase.- Está fortificada sólo por la parte del mar y consisten sus defensas en una línea formada por cuatro Fuertes principales, á saber: Paso-Alto en el
extremo Norte; en el centro San Cristóbal y San Pedro, y en el extremo Sur San Juan. Estos fuertes están ligados por un parapeto de seis piés de altura que sigue las sinuosidades de la costa misma, y en él están situadas varias baterías cuyo objeto es cru-
zar sus fuegos con los fuertes y aumentar el número de bocas de fuego en toda la extensión de la línea que próximamente es de 5.000 varas. Entre Paso-Alto y San Pedro, está el Fuerte arruinado de San Miguel, la Batería alta de Santa Teresa, el Pilar, San Antonio y Santa Isabel. A la izquierda de San Cristóbal la de Sto Domingo, Santa Rosa, á su derecha siguen las de la Concepción, las dos de Isabel II que defienden la desembocadura del Barranco de Santos, la de San Telmo y San Francisco, y por último, del otro lado de San Juan está la del Lazareto y la de Barranco-Hondo.- Todos estos fuertes y baterías están en buen estado de conservación á excepción del Fuerte de San Miguel y de la Batería de la Concepción, cuya muralla del mar está resentida y necesita
una gran reparación.- Hay además en esta isla las Fortificaciones siguientes.- Lo las que defienden el Puerto de la Orotava y las componen dos Fuertes, San Felipe y San Telmo hacia los extremos y la Batería de Santa Bárbara en la inmediación del pequeño muelle que por allí existe.- La Batería y Fuerte de San Telmo están ligadas por un parapeto de cuatro piés de alto, de mampostería.-

2 °. En Garachico está el Fuerte de San Miguel, cuyo objeto es defender el pequeño y mal tenedero á que en el día está reducido aquel puerto.- 3° la Torre de San Andrés, destinada á proteger la entrada del Valle del mismo nombre á 10.000 varas del Castillo
de Paso-Alto.- 4° la Batería de Candelaria, destinada también á defender la ensenada del mismo nombre.- Las obras y reparos aprobados para este año, importan 25.400 rs. de los cuales son 17.000 para esta plaza, 4.370 para el Puerto de la Orotava, 2.040 para Garachico, con más un presupuesto adicional de 4.800 rs para el mismo puerto y 2.000 para San Andrés». (José María Pinto de la Rosa, 1996)

1856. Sir Isaac Newton sugirió en Opticks (1730) que los telescopios debían ser instalados donde la atmósfera fuera más serena y estable, lo que sucede en las cumbres más altas de las montañas, por encima de la capa de nubes. Siguiendo esta sugerencia, en el verano de 1856 el profesor Charles Piazzi Smyth (Astrónomo Real de Escocia, denominación que hasta recientemente otorgaba la Corona británica a sus astrónomos más eminentes) organizó un experimento en el Monte de Guajara, en la isla de Chinet (Tenerife), a 2.715 m de altitud (cumbre más elevada del Teide, al sur de la Caldera de las Cañadas). Smyth, recién casado, se desplazó a esta montaña con su mujer. Posteriormente se trasladó a Alta Vista, cerca del actualmente conocido Pico del Teide.

El principal objeto de esta expedición era determinar cómo podrían mejorar las observaciones astronómicas eliminando el efecto de la baja atmósfera. Además, en esta expedición se tomaron medidas geológicas y metereológicas de la zona, observaciones de la Luna (las primeras infrarrojas), de los planetas, de estrellas dobles, de la luz zodiacal y de la radiación ultravioleta del Sol.

Smyth presentó estos resultados ante el Gobierno británico y ante la Royal Society, antes de publicarlos en 1857 en el libro titulado Teneriffe: An Astronomer's Experiment. En estos trabajos se ponen de manifiesto las claras ventajas de estas zonas de montaña, destacando la medición y detección de estrellas débiles, no detectables en Edimburgo, y la calidad de los anillos de difracción en el foco del telescopio (bajo seeing).

En junio de 1895, Knut Angström y sus colaboradores se instalan inicialmente en el antiguo emplazamiento de Piazzi Smyth, en Alta Vista, a una altura de 3.252 m. Es entonces cuando se realizan las primeras mediciones "fiables" de la radiación solar a diferentes altitudes (Alta Vista, Las Cañadas, el Puerto de la Cruz, Santa Cruz y Güímar (Angström, 1901).

1856 Enero 8. En una casa particular del Puerto de Garachico, se reúne la Corporación Municipal de este pueblo para tratar sobre la crecida del mar del día anterior y desaparición de la Casa Consistorial. Asiste su alcalde, don José María Brier, su teniente, don Faustino de la Torre y siete concejales más.

Después de un amplio comentario sobre lo ocurrido en la mañana del lunes día 7, sobre el ataque del mar al pueblo de Garachico, y de enumerar los daños ocurridos, se acordó dar cuenta de todo ello al señor Gobernador Civil, a la Diputación Provincial y a la Diputación de Hacienda: de las desgracias ocurridas en la población y, principalmente, de la pérdida de la Casa Ayuntamiento, su archivo y demás intereses que en ella había, “sin que ningún auxilio humano hubiese sido capaz de salvar lo que ella contenía de la furia de tan poderoso elemento”.

Redactadas las comunicaciones, al gobernador civil se le expuso “la indecible desgracia que acababa de experimentar la población a causa del crecimiento
del mar”, “recurrimos a V. I. –decía el escrito– se sirva concedernos aquellos recursos que estén a su alcance para atenuar, en lo que sea posible, tan lamentable calamidad (…), se pueden contemplar más de cincuenta casas arruinadas y entre ellas doce destruidas en su totalidad, incluida la Casa Capitular, que pereció con todos sus papeles e intereses (…), el cuadro de desolación que presenta la casa convento y templo del monasterio de religiosas de la Concepción, que también sufrió igual desgracia, con la circunstancia de haber quedado sepultada bajo sus escombros una religiosa, doña Rafaela de la Purificación Rodríguez, y dos criadas, salvándose, gravemente herida, una de ellas y falleciendo la otra, su sirvienta, Candelaria de León. Envueltas en lodo las efigies de sus retablos y socavado el pavimento por el impulso del
elemento destructor, que tuvo poder para levantar las losas, escombros y trozos de las puertas y arrastrarlas hasta el piso más elevado de la sacristía (…), es desgarrador el mirar a las calles y verlas convertidas en verdaderas playas obstruidas por los escombros, maderas y muebles de las casas que derribó el mar”.

Para más ampliar la información sobre este suceso, recogemos lo que el periódico El Eco del Comerciopublicó de un comunicante, don José de León Molina, el 16 de enero.
“Creo bastante interesante –comienza el informante– el detalle de las desgracias que el mar de leva ocasionó en este infortunado pueblo el lunes 7 del corriente.

El puerto de Garachico fue en otro tiempo el emporio del comercio de la Isla, el recinto de algunos muy buenos edificios y la morada, por varias épocas, de sus principales autoridades. Este puerto, que parecía entonces el hermoseado por la naturaleza, sólo presenta hoy a nuestros ojos el cuadro más fidedigno de la desolación y del terror. La mano del Omnipotente con sus incomprensibles designios ha descargado sobre él, en distintas épocas, los castigos de que ha sido víctima hasta dejar de su auge únicamente tristes, aunque históricos, vestigios.

Un mar de leva, en el primer tercio del siglo que atravesamos (s. XIX), entró furiosamente y arrasó una parte de la calle de El Puerto, construida nuevamente sobre la lava que el volcán dejó, destruyendo, a la vez, las traseras de otras casas contiguas.

Casi todos sus habitantes han abandonado este lugar, que parece maldecido del Señor, y los pocos que en él quedaron se creían ya tranquilos, si en medio de la desgracia se puede hallar la calma, contemplando con respeto y estupor las ruinas de su patria que les inspiraba mayor apego cuanto más grandes habían sido sus adversidades.

Ya se figuraban que no tenían nada que temer; ya se creían que este pueblo, casi al borde de un sepulcro, no recibiría nuevos acontecimientos de desgracias ¡Pero cuánto se equivocaban! Le restaba el postrero que sufrir y llegó para ello el día 7 del corriente. Eran las diez de la mañana de un día oscuro y nebuloso. El mar, aunque bastante agitado, no parecía pronosticar que dentro de unos momentos vendría a llenarlo todo de llanto y de luto.

Cumplió tan triste misión arrasando una muralla recientemente construida, pasó una larga huerta plantada de nopales, quebrantó sus muros y se estalla en la pared del edificio de las monjas de la Concepción; que, cediendo a su impulso, cae desplomando las habitaciones contiguas, envolviendo en sus ruinas a una religiosa y su criada y dándole paso para entrar hasta el interior del monasterio. Destruyó las dos puertas del templo y arrancó todos los altares, retablos e imágenes que adornaban aquella iglesia, viéndolas en el momento flotar por las calles entre los escombros que sobrenadaban y tría ya de otras casas. El resto de la comunidad, casi todas ancianas, se le veía en lo alto del convento, arrodillado y bañado en llanto, implorando la misericordia del Altísimo, cuando entró la autoridad local y lo obligó a salir de aquel peligro, yendo en consternación y desorden al convento de San Francisco.

Se esperaba un momento de calma, o más bien un momento en que el mar dejase de agitarse en la iglesia para llegar al sagrario y aún con el agua a bastante altura, fue el venerable beneficiado don Miguel de la Peña, rompió aquél y condujo al Santísimo Sacramento a la iglesia parroquial.

Urgía en aquellos instantes ir al Ayuntamiento (cuyas murallas habían sido ya destruidas por el ímpetu de la misma ola que arruinó el convento) a salvar sus papeles. Dispuestos ya para este fin, el alcalde y varios vecinos, llega el furioso mar y en el espacio de dos segundos arrasa la Casa Consistorial por sus cimientos, llevándose sus archivos, por cierto curiosos e interesantes, el arca del depósito, que contenía varias sumas (de dinero) y todos los enseres pertenecientes a dicha casa. De manera que un destino providencial, por diferencia de unos momentos, dejó de hacerlos víctimas de su celo y de su arrojo.

Contiguo y frente a ésta arrasó, casi totalmente, una casa de don Antonio de Monteverde, en cuyos escombros, por poco, no perece su señora, que actualmente se hallaba en cama con una enfermedad de bastante cuidado.

Destruyó otra casa de don Gaspar Benítez, otra de don José González del Pino, otra de don Felipe Adán, otra de don Lorenzo Monteverde, otra de doña Micaela Fleitas, otra de don Manuel de Monteverde, una bodega del mismo don José González del Pino y la casa en que vivía el mencionado don Gaspar Benítez se desplomaba ya por uno de sus ángulos en el momento en que a él y a su hija se les ayudaba a salir de ella, siendo terrible el instante de incertidumbre entre el peligro del mar que entraba y salía cual un torrente y el verse aplastados por los techos que caían como una lluvia sobre sus
cabezas.

La noche se aproximaba, el mar siempre furioso ostentaba su bravura y espanto. El pueblo estaba conmovido, abatido el espíritu de sus habitantes y todo presentaba terror y desolación. Las campanas no cesaban de llamarnos a la oración y las mujeres de todas las clases y edades, que no encontraban asilo seguro en ninguna parte, corrían al templo a interponer sus plegarias entre la ira de Dios y este infortunado pueblo.

En aquella triste noche sus habitantes, llenos de confusión y aturdimiento, vagaban por las calles, más para lamentar su ruina que para precaver sus desgracias, puesto que el enemigo curiosamente atentaba, sin cesar, contra su tranquilidad y sosiego.

En tal ansiedad, la autoridad local sólo pudo tomar, entre otras medidas, las de poner centinelas y guardias en toda la población, mandar iluminarla y desalojar las casas de aquella desgraciada parte con el objeto de evitar nuevas
muertes y aciagos acontecimientos.

El martes 8, aún se sentían los grandes sacudimientos de mar y este vecindario
creía ser aún espectador de más desgracias, puesto que las olas encrespadas encontraban ya fácil y expedito tránsito para hollar de nuevo el territorio que habían asolado. Sin embargo, en medio de su conmoción y desgracias, llegó al fin a experimentar un momento de sosiego, el furioso elemento se había calmado.

En medio de tal incertidumbre, no quedaron desapercibidos los lamentos y ruegos de las religiosas, que desgraciadamente habían salido de su monasterio, las que deseando con ardiente vocación vivir en clausura, conforme a sus institutos, pidieron a las autoridades su traslación al convento de Santa Clara, de este mismo pueblo. Numeroso público, no sólo de este vecindario, sino de los pueblos inmediatos, atraídos por tan lamentable acontecimiento, corrió a prestar el auxilio que la compasión y las relaciones sociales les sugerían. Tributamos un testimonio de gratitud a todos y en particular a algunos vecinos de Icod y a su autoridad local, por las ofertas que personalmente hicieron a este pueblo en tan terrible conflicto.

El cuadro que ese día presentaba y que hoy ofrece el puerto de Garachico es tenebroso y capaz de arrancar lágrimas de dolor al corazón más insensible.

Sus habitantes errantes y sin hogares, sus calles convertidas en una playa de abrojos, cincuenta de sus edificios arrasados y averiados en mucha parte, su fortaleza (castillo) socavados los cimientos, su plaza contigua atravesada de zanjas, su desembarcadero imposibilitado y derribada una porción de sus murallas. (José Velázquez Méndez)

1856 Febrero 6.
Si se hubiese de juzgar la situación de la colonia por las polémicas que sostenían los periódicos de Tenerife y Canaria desde el día en que cesó la división administrativa, hubiera sido muy triste la idea que de ellas se formara. Mientras El Eco de Santa Cruz, agotando todos los argumentos que le sugería su celo patriótico para probar la justicia y
conveniencia de aquella supresión, sin escasear las burlas contra la isla vencida, El Omnibus. periódico de Las Palmas, denunciaba un día y otro día las vejaciones de que era objeto aquella ciudad en todos los ramos de interés público, especialmente en elecciones y en asuntos marítimos y comerciales.

En medio de esta lucha incesante, que absorvía lastimosamente todas las fuerzas vivas del país, llegó a las islas la noticia (septiembre de 1855) de que él ministerio de la gobernación de la metrópoli iba a presentar a las Cortes Constituyentes españolas un nuevo proyecto de división, más amplio y completo que el de Beltrán de Lis. Y en efecto, así sucedió. El 6 de febrero de 18561eía en el Congreso el ministro don Patricio de la Escosura una exposición, de la cual copiamos los párrafos más importantes:

A LAS CORTES

La situación de las Islas Canarias está llamando hace algún tiempo la atención especial del gobierno de S. M., y reclama muy particularmente de las Cortes Constituyentes.

La excelente posición geográfica de aquel Archipiélago, situado como punto de escala para todas las expediciones que desde Europa se dirigen al nuevo continente o a los mares de la India; la comodidad y abrigo de sus puertos; la benignidad de sus productos, son otros tantos elementos natura les que más que en otra época alguna, en la actual en que tanto incremento ha tomado la actividad comercial y la vida marítima de los pueblos, debiera haberlas confirmado el nombre con que la distinguieron los antiguos geógrafos.

Pero el gobierno de S. M. ha tenido ocasión de observar con profundo sentimiento que, a pesar de tan ventajosas condiciones, aquella importante porción de los dominios españoles, lejos de prosperar, se encuentra en manifiesta decadencia. Testigo irrecusable de ella es, sin necesidad de acudir otras pruebas, la considerable emigración a América de sus habitantes, emigración que va tomando un excesivo incremento, que algunas de aquella islas apenas contienen la décima parte de la población que podría cómodamente mantener .

Este estado llamó naturalmente la atención del ministro antecesor del que sucribe, el cual se dedicó con especial cuidado a investigar las causa: del mal y buscar su remedio.

Este estudio le persuadió de la necesidad de alterar el sistema administrativo de las islas, y con este objeto acordó la resolución que el actual gobierno de S. M., conforme en un todo con el pensamiento del anterior tiene la honra de someter a la decisión de las Cortes.

No pudiendo, pues, tener su origen el malestar que en las Islas Canarias se experimenta en las condiciones del país, tan ventajosas en todos conceptos, era de temer que procediese de vicio en la administración. Así es realmente que la situación de las Islas Canarias adolece en la actualidad de un grave defecto administrativo, del que se han derivado muchos males, así políticos como económicos.

Este primer defecto consiste sin duda en la  unión de todo el Archipiélago en una sola provincia y bajo un solo centro administrativo. Las siete islas que constituyen el Archipiélago tienen una extensión equivalente a la vigésima parte de de Península, aún prescindiendo de la anchura de los diferentes brazos de mar que las separan. El menor de los dos grupos en que la naturaleza las ha dividido, tiene en leguas cuadradas doble mayor superficie que las tres Islas Baleares, y excede la de veintiocho provincias de la Península, habiendo algunas de éstas que son más reducidas que cualquiera de las islas de Gran Canaria, Tenerife o Fuerteventura…

Consecuencia precisa de esta falta de división territorial han sido las rivalidades entre los diferentes isleños, que, no disfrutando con igualdad de los beneficios de la administración, atribuyen al egoismo de los habitantes de la capital y a parcialidad de
las autoridades en su favor, el abandono en que se encuentran. ..

La conveniencia de cortar de raíz este motivo de discordia es tan grande, que bastaría por sí sola, si otras circunstancias no la apoyasen, a inducir al que suscribe a proponer una división territorial de las Islas Canarias. De esperar es que, formados dos distritos con la actual provincia y disfrutando todos sus habitantes de los beneficios de la admi- nistración, cesarán las rivalidades que hoy los aniquilan, convirtiéndose en motivos de noble emulación y de estímulo las mismas circunstancias que dan lugar a sus desavenencias. Pero además de este mal político que, aunque gravísimo, sólo afecta a los habitantes de las islas, la unión administrativa actual de las Canarias ocasiona al Estado otro mal económico, por el escaso rendimiento de las rentas públicas y la sensible disminución de valores en todos los ramos de la recaudación.

El ministro que suscribe tiene la honra de presentar datos que demuestran más pormenor esta verdad; pero hará desde luego notar dos muy importantes: el 1º , que siendo el cupo anual correspondiente por la contribución territorial a las tres islas de Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura de 1.575.227 rvn., el descubierto en que estas islas se hallaban al crearse la división administrativa en 1º de julio de 1852, ascendía, incluso los recargos, a 3.921.196 rvn.; y e1 2º , que en un país en que por todas sus condiciones debía ser grande el movimiento industrial y de comercio, el subsidio que por estos conceptos se satisfacía, apenas pasaba en la época cítada de la mezquina suma de 300.000 rvn. A todos los argumentos expuestos se agrega en el caso presente el testimonio ir recusable de la experiencía. Sabido es que a principios del año de 1852, el gobierno de S. M. tomando en consideración la situación de las Islas Canarias, resolvió, en virtud del real decreto de 17 de marzo, reformar la administración de las islas creando dos subgobiernos, el 1º de los cuales comprendía las islas de Tenerife, La Palma, Gomera y Hierro, y el 2º las de Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote. Los resultados confirmaron bien pronto el acierto de esta división, tan adecuada a lo que la misma topografía del país está indicando; y el excesivo aumento que todas las rentas públicas experimentaron en los dichos años de su existencia, hicieron patente cuál era la necesidad real y positiva del Archipiélago...

Las pasiones políticas y el funesto espíritu de partido, vinieron desgraciadamente en aquella época a cortar el vuelo de esta naciente prosperidad. El ministerio de 1853 había acogido las Islas Canarias como punto de confinamiento de muchos de sus adversarios, queriendo que la vigilancia de la autoridad militar sobre los desterrados fuese más eficaz y discreta, suprimió la división, disponiendo que el capitán general de las islas se encargase del mando administrativo, como gobernador civil de la provincia.

No tardaron en hacerse sentir los efectos de esta resolución. Paralizóse la actividad comercial; hízose pesada la cobranza de las contribuciones y las rentas empezaron a descender. El subsidio industrial y de comercio para el año.de 1855 (pues como consta a las Cortes Constituyentes, el cupo correspondiente a este ramo se fija antes de comen- zar el año en que se recauda), sólo fue de 566.483 rvn., es decir, que apareció ya una baja de 68.725 rvn. con respecto al año anterior.

El actual gobierno de s. M., queriendo a la vez acudir al remedio de estos males e igualar con las demás provincias de la monarquía la administración de estas islas, se apresuró a enviar a la que nos ocupa un gobernador civil; pero esta medida ha sido ineficaz para contener el desaliento del espíritu público y la decadencia de aquellos pueblos.

Pero hay más todavía: diferentes puertos de las Islas Canarias fueron declarados francos por real decreto de 11 de julio de 1852, y como esta medida coincidió con la división de las islas en dos gobiernos, habría podido creerse que a ella principalmente era debido el aumento de las rentas y en especial el del subsidio de comercio. Los datos que acaban de presentarse acerca del descenso de éste, desde el momento en que cesó la división, demuestran que sería infundado este juicio, haciendo ver también que las más altas teorías sobre la libertad de comercio son insuficientes para fomentarlas, si una administración bien entendida por parte del gobierno no cuida al mismo tiempo de di rigirlo.

Otro hecho prueba igualmente que los ventajosos resultados obtenidos durante la división, no son la consecuencia de una acción fiscal más activa y celosa, sino del desarrollo del tráfico, del movimiento de las contrataciones y del fomento que en la división obtuvieron todos los elementos de riqueza. Este hecho consiste en el establecimiento, durante la división, de un buque correo que hacía dos expediciones mensuales entre las islas de Gran Canaria y Lanzarote, el cual era costeado por el comercio de Las Palmas y Arrecife, capitales de aquellas islas y que desde la suspensión de los distritos tiene que ser costeado por el gobierno.

Las Cortes Constituyentes, que por la ley de presupuesto de 25 de julio último acordaron la supresión de todos los partidos administrativos de la Península, teniendo en cuenta la topografía del país recomendaron al gobierno la conveniencia de establecer el de la ciudad de Las Palmas, cuyo gas- to asciende a 36.200 rvn. Esta medida no la con-
ceptúa el gobierno de S. M. suficiente para conseguir el fin que indujo a las Cortes a recomendarla, y fundado en las consideraciones expuestas propone la creación de dos gobiernos independientes, con la dotación del personal necesario para el servicio.

Esta división, que el gobierno de S. M. se cuidará de plantear sin aumento de los gastos de la administración, no perjudica, como equivocadamente podría creerse por algunos, la unidad provincial; porque ésta no la constituye la extensión del territorio, sino la uniformidad con que la máquina del gobierno funciona en las diferentes provincias.

Dichosas las Islas Canarias el día en que su importancia exigiese la creación en cada una de ellas de un centro administrativo.

El ministro que suscribe, fundado en las consideraciones que preceden, competentemente autorizado por S. M. y de acuerdo con el parecer del consejo de ministros, presenta a las Cortes el adjunto proyecto de ley.-Madrid 6 de febrero de
1856.-EI ministro de la gobernación, Patricio de la Escosura".

Las Cortes españolas, antes de resolver ,nombraron una comisión que estudiara este importante asunto y emitiese dictamen, habiendo sido electos para formarla los diputados Herrero, Caballero, Navarro, Sagasta, Torres y Acha, de los cuales desempeñaron los cargos de presidente y secretario Caballero y Sagasta. En 20 de junio preguntaba el diputado Gil Sanz, cuál era la causa de la dilación que se advertía en evacuar la comisión su informe, a lo que Sagasta contestó: "Cuando la comisión fue nombrada, al ver la importancia del asunto, se acordó pedir al gobierno los antecedentes que sobre esto hubiesen. El gobierno lo remitió pronto, y al ver un expediente tan voluminoso, la comisión acordó hacer un extracto. En esto se ha tardado mucho tiempo; pero, como conoce el Sr. Gil Sanz y los SS., diputados, tratándose de un expediente de
tanta entidad y que hace tanto tiempo se está instruyendo, el extracto debió tardarse tiempo en hacer. Hace unos quince se concluyó. Desde entonces ha podido adelantarse algo más; pero el presidente y algún otro individuo de la comisión pertenecen a otras, y sin duda por esto no se ha podido reunir tantas veces cuantas hubiese sido de desear".

Desgraciadamente la comisión no llegó a emitir dictamen. El ministerio cayó y envolvió en su derrota los proyectos de ley que había presentado.

La esperanza, sin embargo, no desapareció del corazón de los tenaces canarios, y aún había muchos para quienes la descentralización civil de la colonia era una base indispensable, no sólo de prosperidad futura, sino de sosiego, tranquilidad y reposo para todos los isleños y el único medio razonable de concluir con una lucha fratricida y de tan lamentables consecuencias. Favorecía el proyecto la misma estructura, por decirlo así, geológica del terreno, la separación de la provincia en siete porciones aisladas, los imperfectos medios de comunicación que entonces existían y la consideración importante de que no aumentaría los gastos del Tesoro; pero se oponía tenazmente a ello la isla de Tenerife, que veía de este modo mermada su influencia política y la supremacía que desde el principio del siglo había ejercido en el país. ¿Cuál sería el re- sultado de esta nueva lucha? (A. Millares, t.5, 1997).

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