sábado, 26 de abril de 2014

EFEMERIDES CANARIAS






UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1911-1920



CAPITULO I



Eduardo Pedro García Rodríguez

1911. Se establece la comunicación telefónica entre Hermigua y Agulo. Se concluye el pescante de Vallehermoso en la Isla de La Gomera.
1911. Ondea una bandera independentista canaria (la azul con siete estrellas blancas), en el Ateneo de La Laguna.
1911. Inglaterra recordaba su interés en salvaguardar su posición en Gibraltar En las negociaciones que referentes a Marruecos mantuvo en 1911 García Prieto como Ministro de Asuntos Exteriores español con Geoffray, Embajador francés, el Ministro opuso a la pretensión francesa de que España le cediera Ifni -si deseaba disfrutar de los beneficios del acuerdo franco-alemán que daba a los franceses libertad de acción en Marruecos- la dificultad de acceder a ello por tratarse de un territorio de la más alta importancia para España y cuya concesión significaría la pérdida de control de la costa africana situada frente a Canarias -control que siempre se había reivindicado, desde 1884 para facilitar la explotación de las pesquerías canarias, y más recientemente en las negociaciones de 1904-, con la incertidumbre subsiguiente en que queda ría la situación del Archipiélago. El punto de vista español fue comprendido, no desinteresadamente, por Inglaterra, que presionó a su aliado en la Entente para que buscase su compensación en el Sur de Marruecos. Cabe suponer que los intereses ingleses en Canarias no desempeñaron un papel desdeñable en esta toma de postura.
1911. Se hizo cargo de la Capitanía General-virreynato de la colonia de Canarias, nombrado por la metrópoli, el criollo José March y García de Mesa, nacido en Eguerew n Chinech (La Laguna-Tenerife), que fue nombrado por la metrópoli capitán general-virrey de la colonia de Canarias. Fue voluntario a Cuba, participó en numerosos combates, fue herido, enfermó de cólera, obtuvo numerosas condecoraciones y tres ascensos por méritos de guerra en Cuba. Estuvo en Cuba en seis ocasiones. Cuando cumplía el tiempo máximo de residencia en la isla, pedía volver de nuevo. La rendición española le sorprendió en el cargo de general gobernador militar de la zona militar que comprendía el importante enclave de Puerto Príncipe.
1911.
¡Nace en Los Realejos Tenerife Carmen Lorenzo Hernández.
La historia de Carmen, es una historia de esas que a menudo pasan desapercibidas, una de esas vidas de mujer que jamás encontrarán un lugar en las páginas de un libro de Historia. Pero esas vidas, como la suya, sencillas que se quedan en el olvido suelen contener la importancia ejemplarizante de haber vivido, en este caso sobrevivido, a una de las épocas más duras acaecidas en nuestras islas.
Carmen es la voz de aquellas mujeres que pasan a nuestro lado tan cotidianamente y tan silenciosamente que extinguen sus días sin contar sus experiencias. Es la voz de aquellas mujeres, que además de serlo eran pobres, sin estudios, y por tanto quedan alejadas de los grandes acontecimientos de su tiempo que, por otra parte, tanto determinan su manera de vivir y estar en el mundo.
Así como considero que la Historia es patrimonio de todos y de todas, creo que debe ser, por tanto, el relato de los hechos y acontecimientos que han vivido todos los hombres y todas las mujeres en este caso de nuestras islas, a menudo la situación de marginalidad de las mujeres canarias en el discurso histórico proviene de su ausencia en las principales fuentes históricas, es nuestro deber buscarlas allá donde podamos rescatar la más mínima referencia de sus quehaceres, ya que nuestras mujeres, las mujeres anónimas de nuestro pasado han forjado con su trabajo gran parte de nuestra historia. Es necesario extender este homenaje, tanto a la familia de Carmen Lorenzo Hernández, como a todas aquellas mujeres de nuestro entorno que han llevado una vida de humilde hormiguita que sin duda ha ayudado a mantener nuestros pasos en el camino. Es nuestra obligación dar voz a las sin voz.
Carmen nació en Los Realejos en 1911, a sus 97 años conservaba junto a una prodigiosa memoria, un espléndido sentido del humor y unas enormes ganas de vivir dentro de su ya ajado cuerpo. En las horas que compartí con ella charlando me contó como su vida se vio determinada cuando con 16 años sus padres decidieron casarla con un hombre 12 años mayor que ella, que había regresado de Cuba y cuya mayor riqueza era poseer un mulo: “… y yo me digo por qué me casaron tan luego, pero qué madres tan bobas, (…) porque una niña de 16 años que puede hacer con un hombre y una casa…”, a raíz de esto tuvo dos hijos, de los que sólo le sobrevivió uno, y cuatro hijas, a los 21 años ya tenía a todos sus hijos. Tras la pérdida del mayor cuando todavía era un bebé, Carmen reacciona ante la enfermedad de la segunda con una determinación admirable, ante la negativa del médico a que le diera de comer; ella cuando su hija le pide comida le va dando a escondidas y la niña se fue mejorando, entonces se planta ante el médico: “… Mire le he dado esto y esto, se me queda el médico mirando y me dice: «¿Qué está usted hablando?» Lo que le digo, si se me moría se moría, pero yo ya no podía más verla así, el desespero tanto que tenía…”. Esto supuso un acto de total rebeldía y osadía para ella, ya que Carmen jamás había cuestionado a ninguna autoridad, puesto que como relataba fue criada en unos tiempos en que las mujeres poco podían decidir por ellas mismas: “… Los padres no nos dejaban salir, sí nos dejaban por una fiesta con el día en la casa, si no había que encerrarlas. Eso los padres antes estaban mirando con quién hablabas, eso te tenían sujeta, muchacha, que no podías ni resollar, antes era otra vida…” Sobre el papel de las mujeres en su medio social destacaba la violencia continúa con que eran tratadas, ella se sentía afortunada porque su marido siempre la trató con respeto: “… Vale mucho uno tener tranquilidad sea casada, sea como sea, mi niña, antes los hombres le metían leña a las mujeres, se llegaban con un vaso de vino y le zumbaban (…) ¡Ay, bien pasaban las pobres! Ya por eso las mujeres no aguantan nada a los hombres, no lo pueden aguantar, (…) ya los esclavos se acabaron…”.
Antes de casarse, su vida trascurría entre las paredes de su casa, ya que su madre salía todos los días a trabajar porque su padre emigraba periódicamente a Cuba, así relataba el momento en que tras casarse se vio obligada a salir a trabajar: “… ¡Ay, Dios mío!, quién va a trabajar por fuera, que yo no estaba acostumbrada a que me vean trabajando, ¡mira me daba vergüenza! Porque yo estaba en mi casa siempre, porque era mi madre quién salía (…) Pues empecé a trabajar por fuera, ganaba tres pesetas, todo el día amarrando viña, pues iba para esos Palo Blanco hasta el Realejo Viejo, hasta el Guirre. ¡Tres pesetas!, pero aquello era un mundo porque con aquellas tres pesetas ya uno iba vigoneando la cosa a mejor, mas que sea pa´comer…”.
Relata Carmen, como gracias a sus vecinas va venciendo las trabas de la cotidianeidad y en tiempos del levantamiento militar franquista, ya Carmen había logrado montar un ventucho en su barrio, que mantenía ella sola en los momentos más duros de la posguerra: “… me iba bien en el ventuchito, vendía bien, y yo le compraba a Don Casiano…” hasta que por rencillas de su marido con el alcalde por asuntos de negocios, le retiran las cartillas de racionamiento que tenía para buscar provisiones en Santa Cruz, esto unido a los continuos robos que sufre hizo que se endeudara con Don Casiano, “… las raciones, no nos daban sino aquella cagada que no te daba, una vez y para siete personas y sin tener nada, las pasamos bien putas(…) y no había trabajo sólo te hablaban cuando tenían una zafrita de papas, de viñas… pero no es como hoy”.
Enumera los muchos esfuerzos realizados en su vida, los múltiples trabajos que tuvo que desempeñar para ir sacando a los suyos adelante, comenzando la jornada yendo a buscar pinocha y tronquitos: “… Había tronquitos así de chiquitos y nosotros los atábamos así y nos trajimos los saquitos de leña, porque no había ni leña, ni velas había, con las campochinas los cuartos ahumados ¡Ay Dios mío!...” Labor esta, de recogida de troncos, leña y ciscos (pinocha) para cocinar y calentar las casas, que realizaban las mujeres del barrio: “… Hambre sí pasé y trabajo, nos íbamos al monte, nos levantábamos a las dos de la mañana; esa calle allá afuera, todas, todas nos levantábamos… eso era una fiesta por allí arriba, todas al monte. Si nos trincaban los guardas nos quitaban las sogas, yo llevaba una dentro de la bata y otras viejas para hacer el lazo porque si llegaban los guardas, al momento que me quitaran la vieja, yo la nueva la tenía aquí dentro.”
Otra de las cosas que destaca de su pasado era la complicidad existente entre las mujeres de su barrio, a las que les agradecía haberle enseñado a desenvolverse en la vida y añoraba la solidaridad que practicaban incluso en los tiempos más duros de la posguerra: “… Sí, teníamos los vecinos si podíamos un caldito de papas nos dábamos. Y ella cada vez que tenía papas me daba un cestito de papas…”.
Esta mujer no dejó nunca de trabajar y de buscar soluciones para sacar a su familia adelante: “… Aprendí a calar, fíjate yo he batallado más, (…) Esto no puede ser, endrogada de la venta si tenía una raposa de papas la tenía que vender ya me quedaba sin comer pa´pagar la venta, le dije a mi marido: Hoy mismo voy a ir allá abajo, detrás de La Montaña, yo conozco una mujer que da calado, voy a ir a ver si me da un pañito y lo calo. Y él: “Ah, tú no vas a ir allá abajo a buscar calado” pues le digo: Esteban, no tenemos ni para una caja de fósforos, no tenemos nada ¿para donde vamos? Pues traje dos pañitos en el día, me estaba por la noche hasta las dos de la madrugada…” Por estos paños cobró diez duros y así fue aprendiendo a calar, noche tras noche, después de trabajar todo el día, aprendizaje que años después la llevaría a dar clases de calado a otras mujeres de la zona norte. “… Pues después empecé a calar los manteles grandes, me los pagaban a siete duros, ochos duros, me iba subiendo. Yo, como el afán mío era tener una perra, tener una perra y tener que comer, porque pasábamos hambre pues empecé así a calar y a calar. Y guardaba un durito, guardado a ver si lo podía aguarecer, pues así fuimos, y me fui espabilando…”. Reflexionando sobre tantos sacrificios Carmen decía en la tristeza de su viudez: “… Bien he trabajado yo, penas he pasado por ir a trabajar y hoy digo pa´que coño trabajé yo tanto, pa´que pasé hambre y ahora me quedé sin marido, ¿Esto es vida? ya hace nueve años que me caí y ni puedo salir al camino.”
Hablando de la Guerra Civil se indigna, para ella fue el resultado de tanta injusticia social que se vivía en las islas y que acabó con las reivindicaciones de la clase trabajadora de manera cruel y desproporcionada: “… después se metió la guerra y esos cabrones ricos mataban las personas, las mataban. No hacían sino llegar a tu casa abrirte las puertas y sacarte a tu marido y tus hijos y matarlos…”.
Sobre el levantamiento franquista resalta el miedo con que tuvo que aprender a vivir: “… hasta que después la guerra, los del gobierno (se refiere a los mandos franquistas) mataban la gente, no podían salir. Una vez un tío mío le dijo a mi marido: Esteban, no salgas esta noche porque todo el que trinquen esta noche lo meten allí. Los metían en una casa que tenían ahí y los llevaban a trabajar las carreteras…”
Sus testimonios nos acercan a una sociedad intimidada, temerosa, acallada y ultrajada de manera continua: “… No, pues no me voy a acordar eso fueron las últimas guerras, ahí íbamos a La Orotava, cuando eso tenía yo la venta… y en la plaza salía aquella gente con aquellas músicas y tenía uno que arrodillarse y poner la mano así (hace el saludo fascista) ¡Oh! Tenías que hacer lo que te decía el gobierno, tenía que ser y derechitas porque si te equivocabas, ¡qué va! Hubo quién la pasara mal. De aquí mataron un muchacho, de aquí de La Punta, un chico nuevo y él no hizo nada, sino porque dicen que era contrario al gobierno. Como era contrario ya lo tenían ojeado, lo llevaron a Santa Cruz y lo tuvieron preso.” De los falangistas cuenta como la mayoría eran unos arribistas que en muchos casos aprovecharon la ocasión para aumentar su estatus social sembrando el miedo entre sus convecinos: “… Los falange, cualquiera era falange, porque ellos se metían para que a ellos no los tocaran, pero después ellos sí tocaban…”, “… Los falange no eran sino unos verdugos, mataban a cualquiera…”
El relato de Carmen nos conduce a esas parcelas ocultas de la vida cotidiana de nuestro archipiélago, a esos pequeños rincones testigos de las miserias, del hambre, de los grandes esfuerzos, de la resignación de aquellas mujeres fuertemente sujetas por la sociedad misógina en que vivían y por la fiereza del régimen franquista que desde el levantamiento militar les incrustó el miedo y el silencio desde los atroces acontecimientos que presenciaban en sus barrios, en sus pueblos, cometidos por rostros conocidos para ellas y ante los que debían callar y mostrar sumisión. Es pues, por esto tan relevante prestar atención al relato de estas mujeres, que como Carmen aprendieron a sobrevivir en nuestros pueblos, sacando adelante a sus familias, cuando se desarrollaban los procesos más oscuros de la historia presente de nuestro Estado. Su historia es una callada lucha contra las trabas sociales que se iba encontrando, lo que hizo de ella que a sus noventa y siete años poseyera una visión de la vida sorprendente y una defensa activa del papel de las mujeres en su entorno, aceptando de buen grado todos los cambios que la democracia fue dando para construir una sociedad que ella consideraba más justa y más respetuosa con las mujeres.  Yanira Hermida Martín, 2010. En: Fundación Canaria MMXXI)
1911.
Con las diferentes noticias aparecidas en prensa y con las menciones en otros medios a Tenoya (Gran Canaria) en 1911, intentaremos acercarnos un poco a la mentalidad de la época y hacernos una somera idea de cuáles eran los acontecimientos que se desarrollaban en aquel año así como quienes eran algunos de los habitantes de nuestro pueblo.
Pero antes vamos a hacer un recorrido por algunos de los acontecimientos que sucedieron en el mundo en 1911.
El 25 de marzo de ese año en New York, durante una huelga de trabajadores en la fábrica textil Triangle Shirtwaist se provoca un incendio por parte de la patronal, en el cual pierden la vida 126 mujeres casi todas inmigrantes.
Después de este acontecimiento se designa el día (de marzo como día de la mujer trabajadora.
En Mayo se procede a la botadura en Belfast del Titanic, aún desprovisto de chimeneas para terminar su estructura en el río Galan. Tras diez meses en el depósito Harland Wolff, en donde se le darán los acabados finales, el Titanic estará listo para navegar en abril de 1912.
En julio el arqueólogo norteamericano Hiram Bingham descubre la ciudad inca de Machu Picchu.
En octubre comienzo la Revolución China que dará final a la dinastía Manchú, dándose nacimiento a la República China.
En México es elegido presidente Francisco Madero, quien un par de años después es ejecutado por los alzados golpistas liderados entre otros por Emiliano Zapata.
En diciembre el noruego Roald Admundsen  y cuatro hombres más con la ayuda de 24 perros alcanza el Polo Sur, convirtiéndose en los primeros seres humanos que llegan a él.
También en ese año es fundada la ciudad india de Nueva Delhi, por el rey Jorge V de Inglaterra.
También en la India tiene lugar por primera vez el trasporte de correo por vía aérea.
Marie Curie, recibe el Premio Nobel de química por el descubrimiento del radio y del polonio.
Nacen entre otros, Ronald Reagan, presidente de EE.UU entre 1981 y 1989; Tennessee Williams, escritor; Mario Moreno (Cantinflas), actor; Ernesto Sábato, novelista; el  Premio Nobel William Gerald Golding y Konstantin Chernenko, político soviético.
En España tenían como monarca a Alfonso XIII.
En abril, se celebró la IX edición de la Copa del Rey  en España, siendo ganador de la misma el Athletic Club.
En mayo se desarrolla el Raid Paris-Madrid en avión, los cuales tenían que recorrer 1.170 km. (www.realaeroclubdeespaña.org)
La moneda española utilizada era la peseta, la cual estaba realizada en plata y dividida en monedas inferiores realizadas en cobre de 1 céntimo, 2, 5 (denominada perra chica), 10 (denominada perra gorda) y 50 céntimos  (llamada media peseta).
Como monedas superiores estaban las 2 pesetas (realizada en plata), las 5 pesetas (denominado duro y también realizado en plata); las 20 pesetas realizadas en oro y las 100 pesetas también de oro.
Antes de entrar de lleno en lo que respecta a Tenoya, hemos de recordar que pertenecíamos al municipio de San Lorenzo, en donde don José Rivero Viera era alcalde, como secretario de municipal  teníamos a don Miguel Padilla y que como juez municipal estaba don Diego Betancor. 
Habían en Tenoya unos 1.565 habitantes.
Pertenecíamos a la Parroquia de San Lorenzo cuyo párroco era don Jacinto Falcón Navarro y como coadjutor desde hacía aproximadamente un año estaba don Pedro Marcelino Quintana.
Don Juan Medina Nebot, era el médico y como maestro en Tenoya  ejercía don Evaristo Martín Ypola, en la escuela de niños, ya que aún las niñas no asistían a clase.
También hemos de añadir que uno de los entretenimientos  más importante no sólo de los tenoyeros sino me inclino a decir que de todos los isleños, (aún no se había incorporado con toda su fuerza el futbol) eran las peleas de gallos, así que no es de extrañar que la primera mención a Tenoya en la prensa de aquel año fuera en concreto el 20 de enero y que en ese día ya se concertaran riñas de gallos entre los partidos de Guía dirigido por don José Estévez y don Agustín Domínguez  y el de Tenoya dirigido por don Nicolás Lezcano Acosta.
 (Debemos hacer un pequeño inciso para decir que don Nicolás Lezcano era hijo de don Andrés Lezcano  y de doña Ana Acosta. Había nacido en  1834 (4). Siendo militar de carrera, llegó a desempeñar el cargo de alcalde del Ayuntamiento de San Lorenzo en 1.897.
Murió en diciembre de 1928.
Dichas riñas se desarrollarían en Las Palmas de Gran Canaria  desde el día 5 de febrero en adelante, ya que este fue el primer domingo de febrero.
Las mismas serían en el circo del Paseo de los Castillos (la actual calle de Bravo Murillo), a partir de las 12 del mediodía, salvo las celebradas el 19 de febrero que debido a una Asamblea que se desarrolló en la Plaza de Santa Ana a las 2 de la tarde, el horario de las peleas se adelantaría para las 11 de la mañana.
Como dato curioso hay que decir que las riñas de dicho día fueron ganadas por el partido de Guía.
Con el paso de los días, en marzo, Antonio Henríquez Ramos, de 65 años y vecino del Puerto de la Luz muere ahogado en la Playa del Rincón que en aquellos años pertenecía a la jurisdicción de Tenoya, mientras pecaba, y en el mes de junio tienen lugar dos robos en el pueblo, uno a comienzos de mes, en la casa de doña Dolores de Armas Ramos (9).
Fue acusado del mismo, Sinforoso González Travieso de 30 años, el cual con amenazas de muerte roba 160 pesetas, pero es apresado por la Guardia Civil policía de Arucas y es entregado en el Juzgado.
Unos días después se perpetra un segundo robo en la tienda de don Francisco Santana Ruiz, en esta ocasión, lo robado asciende a 115 pesetas en metálico, un frasco de ginebra, una botella de vermout y una lata de dulces (11). En esta ocasión no hay constancia del autor de los hechos.
En julio, don Francisco Dávila, famoso pirotécnico de Tenoya es felicitado por la confección de cohetes y voladores que hizo para la fiesta del barrio marinero de San Cristóbal.
A finales de julio, la comisión evaluadora creada al efecto desde el Ayuntamiento para valorar los conocimientos de los escolares de Tenoya, certifica que los resultados académicos no eran nada satisfactorios debido a la mala preparación que tenían los alumnos así como también dejaron constancia de la mala asistencia de los mismos a la escuela.
Las fiestas en honor de Ntra. Sra. de la Encarnación de 1911, se celebraron en el mes de septiembre, en concreto los días 16 y 17  y tuvieron el  siguiente programa:
Festas de Tenoya
Día 16 de septiembre: A las 12 de la mañana, repiques, cohetes, globos y una comparsa de gigantes y cabezudos recorrerá el Valle.
Al toque de oraciones, solemne función religiosa, rosario y plática; al terminar estos actos lucirá la Plaza y calles adyacentes una iluminación a la veneciana, quemándose un escogido número de fuegos artificiales.
Día 17 de septiembre: A las 6 de la mañana retreta; a las 8 reparto de pan a los pobres, a las 10 solemne función religiosa a toda orquesta y predicando un noble orador sagrado.
Terminados estos actos saldrán en procesión las imágenes de Ntra. Sra. de la Encarnación, San Juan y San Pedro recorriendo las calles de costumbre y quemándose a su paso infinidad de tracas y gran número de cohetes.
Por la tarde carreras de cintas a caballo y a bicicleta. Estas cintas están bordadas por señoritas de la localidad. Por la noche baile en los salones de la sociedad La Amistad.
Los actos populares serán amenizados por  la banda de música de Arucas.
También en septiembre, el Ayuntamiento decide cerrar las escuelas de su jurisdicción debido a una epidemia de gripe que se padecía.
Para finalizar este recorrido por las noticias de 1911, tenemos otro suceso en el que se vieron involucrados Ventura Quintana  y los hermanos Agustín y Miguel Vera, también en septiembre.
En la finca de don Domingo Marrero los antedichos, se subieron a una higuera con la intención de comerse algunos higos, pero con tan mala suerte que los tres subieron en el mismo gajo que de pronto no pudo resistir el peso  y los hizo caer al suelo.
Los peor parados fueron Agustín y Ventura que tras caer al suelo estuvieron más de una hora sin conocimiento, por otro lado, Miguel  sólo tuvo una contusión en la cara.
Los asistió el médico de Arucas Sr. Cuyas que no aconsejó  su traslado a Las Palmas por el estado en que se encontraban.
Ni que decir tiene que era otra época, pero que en los periódicos sólo aparecíamos en las páginas de deportes, sucesos y algún comentario en la época de las fiestas, las cosas han cambiado muy poco desde hace un siglo. (L. Lezcano Galindo, 2011).
1911.
Tras la publicación de su libro regresaran las hermanas Du Cane a Tenerife.
(Fragmento)
Muchas personas compartirían, probablemente, mi desilusión al recalar en Santa Cruz. Desde hacía mucho tiempo, yo había observado que pocos luga­res coinciden con las ideas preconcebidas. En este caso, la que me había forjado yo no era muy bella; pero, aun así, me sorprendió la absoluta fealdad de la capital de Tenerife.
Un cielo anormalmente despejado en el mar nos había ofrecido nuestra primera vista del Pico, alzán­dose como una montaña fantástica entre las nubes, a cien millas de distancia; pero, cuando nos acerca­mos a tierra, se habían concentrado aquellas nubes y el cono estaba envuelto en un velo de niebla. Vista desde el mar, no decepciona la primera impresión de la isla. La cadena de montañas, en dientes de sierra, parecía despeñarse sobre la costa, desgarrada por algún cataclismo natural; los profundos barrancos mostraban misteriosas sombras azul oscuro; un litoral profundamente dentado se extendía a lo lejos, y yo pensaba que aquella tierra tenía bien merecido el ser llamada una de las islas Afortunadas.
Cuando nuestro barco entraba en el puerto, Santa Cruz o, para consignar su nombre completo, Santa Cruz de Santiago parecía haber sido edificado la víspera, e, incluso, estar aun en construcción a pesar de ser una de las ciudades más antiguas de Canarias. Las casas bajas, de desteñido color ama­rillo y tejados rojos, descansan junto a la orilla, estre­chamente apiñadas; la extrema fealdad de la pobla­ción se alivia con las torres de un par de viejas igle­sias que miran con disgusto a las casas modernas que las rodean. Unas áridas laderas descienden, gra­dualmente, detrás de la ciudad, totalmente exentas de vegetación. Suspendido en una escarpada montaña, está el Hotel Quisisana, del que no puede decirse que añada belleza alguna al panorama, y yo sentí vol­carse toda mi compasión por los que, en busca de la salud, se hayan visto condenados a pasar todo un invierno en tan desolado paraje.
No hay, probablemente, ciudad extranjera alguna tan totalmente desinteresada de la atención a los viajeros. A la llegada, los objetos pintorescos que cap­tan la atención hacen sentir que, cuando se ha dado el último paso por la pasarela del barco, Inglaterra y todo lo inglés han quedado atrás. La multitud de tostados holgazanes que haraganean por el muelle, con ligeras ropas blancas o amarillas, son dignos hijos de una raza meridional que ríen y charlan ani­madamente con lindas muchachas de ojos negros. Fuertes campesinas cargan pesados bultos sobre sus asnos, y se disponen a treparse a lo alto y empren­der su viaje hacia las montañas.
Su típica vestimenta se caracteriza por un diminuto sombrero de paja, no mayor que un plato de postre, que sirve de apoyo para la carga que llevan en la cabeza, de la que cuelga un amplio pañuelo negro que flota al viento o se ciñe alrededor de los hombros, como un chal. Por todas partes, quedan casas antiguas, de cuando el comercio de los vinos estaba en su pleni­tud y, aunque muchas de ellas se han convertido ahora en sedes de consulados y oficinas de consig­natarios de buques, no están a tono con los edificios más baratos y más recientes que las rodean. En muchas de aquellas frescas y espaciosas viviendas, la abierta entrada permite ver las amplias escaleras y las profundas galerías que encuadran unos patios umbrosos. Al fondo de éstos, se almacenaban los vinos, y las habitaciones se abrían a los amplios pasillos, en el primer piso. En varios lugares, hay plazuelas abiertas, donde pimenteros de colgantes ramas dan sombra a unos bancos de piedra, lugares de reposo, pero todos y cada uno de ellos cubiertos de una espesa capa de tierra gris, que daba a la ciudad un triste aspecto. Calles angostas y mal pavimentadas, que obligan a trepar; unas mulas exhaustas arrastran pesados y ruidosos carros, y yo sacudo el polvo santacrucero de mis pies; pero no sólo éste, porque, a menos que haya llovido muy recientemente, el polvo se encuentra por todas partes. Un tranvía eléctrico se abre camino con lento andar, subiendo la pendiente que respalda a la ciudad, lo que da tiempo para con­templar el panorama.
Las únicas plantas que parecen ambientadas en el seco y polvoriento suelo son las chumberas o nopa­les, recuerdos del cultivo de la cochinilla. En aquellos dichosos tiempos, los terrenos áridos fueron dedica­dos a aquel cultivo, y se plantaron cactus por todos lados. En el siglo dieciocho, los isleños consideraban a la cochinilla, simplemente, como una repugnante especie de plaga, y se prohibió recolectarla, porque se temía perjudicar a las chumberas; pero se olvidó aquel prejuicio y, cuando se vio que se había dado con una posible fuente de riqueza cultivando la Opuntia coccineltífera, que es el cactus idóneo para el insecto, comenzó la explotación. Como apenas había terreno disponible, se trabajó duramente para romper capas de lava, con el fin de sacar a la luz las tierras subyacentes; se terraplenaron colinas donde quiera que fue posible; se hipotecaron las tierras para adquirir nuevas propiedades. En realidad, los isleños creyeron que su suelo valía tanto como una mina de oro. Mr. Sander Brown ha dado las siguientes cifras, para mostrar la extraordinaria rapidez del desarrollo de este comercio. "En 1831, el primer embarque fue de 8 libras, siendo su primer precio de unas diez pesetas por libra; diez años más tarde, la exportación había aumentado a 100.566 libras; y, en 1869, había alcanzado un total de 6.076.869 libras, con un valor total de 789.993 libras esterlinas". La noticia del des­cubrimiento de los colorantes derivados de la anilina alarmó a los canarios; pero, durante algún tiempo, su producción, insuficiente, no afectó seriamente al comercio de la cochinilla, aunque la caída de los pre­cios hizo que los traficantes empezaran a temer la posibilidad de la sobreproducción. La crisis surgió en 1874, cuando el precio en Londres cayó a 1 chelín y 6 peniques, o 2 chelines, y la ruina de la industria de la cochinilla fue algo inevitable. El gusto del público había aceptado los colorantes de la anilina y, aunque se ha demostrado que la cochinilla es el tinte rojo más resistente a la lluvia y a unas condi­ciones de uso más duras, la demanda es ahora pequeña, y los comerciantes que habían comprado y almacenado el insecto seco se quedaron con sus invendibles existencias en las manos. El hundimiento, como hemos dicho, fue inmediato, repentino y total, y el productor, que había gastado tanto en adaptar, palmo a palmo, su tierra a aquel cultivo, vio que tenía que arrancar las chumberas, o hacer frente al hambre.
Probablemente, hay otras muchas personas tan ignorantes sobre el tema de la cochinilla como yo lo era al llegar a Canarias. Aparte del hecho de que la cochinilla es un tinte rojo utilizado, de vez en cuando, como colorante en la preparación de alimen­tos, yo no habría podido contestar, con seguridad, pregunta alguna sobre este tema. Me desagradó mucho saber que se trata de la sangre de un insecto parecido al resultado de un cruce entre la cochinilla de la humedad y la chinche, abultando como una pasa de Corinto. Creo que el procedimiento más corriente de cultivo consiste en dejar que el insecto se adhiera en primavera a un trozo de tela que se conserva en una caja de madera llena de "madres", dentro de una habitación a temperatura muy alta. La tela se sujeta luego a una pala de chumbera, mediante sus espinas. Una vez adherida a la hoja del cactus, la madre permanece inmóvil. Había dos dife­rentes maneras de matar los insectos para exportar­los: uno, consistía en ahumarlos con azufre y, el otro, en sacudirlos dentro de un saco. Una colonia de estos insectos sobre una pala de nopal recuerda a una mancha de pulgones agrupados, lo bastante desagradable como para que cualquiera decida no tomar jamás nada teñido con cochinilla.
El terreno, escalonado en terrazas, se dedica ahora a la producción de patatas y tomates para el mercado inglés, al haber cesado la lluvia de oro de los días de la cochinilla, aunque el cultivo del plá­tano parece hacer revivir aquella época dorada en otras partes de la isla.
La Laguna, a unos diez kilómetros de Santa Cruz, es una de las ciudades más antiguas de Tene­rife; fue la plaza fuerte de los guanches y el escena­rio de la lucha más desesperada contra los invasores. Hoy parece, meramente, una pequeña ciudad dormida, pero puede jactarse de poseer algunas bonitas iglesias antiguas, además del viejo convento de San Agustín, ahora convertido en un centro oficial de enseñanza —que contiene una amplísima biblioteca pública— y el Palacio Episcopal, con una bella fachada de piedra. La catedral parece estar en per­petuo estado de reparación o de reconstrucción pues, aunque empezaron a levantarla en 1513, aun no la han concluido. Una de las cosas más dignas de verse en La Laguna es el maravilloso drago, viejo árbol cuya edad se ignora, existente en el jardín del Semi­nario, anejo a la Iglesia de Santo Domingo. La pre­tina que ciñe su tronco habla, por sí sola, de su inmensa edad. A mí no me sorprendió oír que, ya en el siglo XV, era un ejemplar tan singular que el terreno donde se halla tomó el nombre de "huerta del Drago".
Los viajeros consideran esta ciudad como un buen punto de partida para sus excursiones que, a juzgar por la lista de nuestra guía, son casi innume­rables. Se podría hacer fácilmente una gira hasta el bello pinar de La Mina, siempre que la vereda de suave lodo no esté resbaladiza por la lluvia. Después de una larga permanencia en Santa Cruz, e incluso en La Orotava, donde son escasos los grandes árboles, se siente uno a gusto en un monte arbolado por estos espléndidos pinos, Pinus canaríeasis, y en estos húmedos lugares, y se deleita con los heléchos y los musgos, tan diferentes de la vegetación a la que está habituado.
A Alexander von Humboldt, que pasó unos días en Tenerife de paso hacia Sudamérica, llegando a Santa Cruz el 19 de junio de 1799, le sorprendió mucho el contraste entre los climas de La Laguna y de Santa Cruz. Lo que sigue son unos párrafos de su relato del viaje que hizo, a través de la isla, para subir al Pico: "A medida que nos aproximábamos a La Laguna, íbamos notando el gradual descenso de la temperatura. Esta sensación nos resultaba muy agradable, porque habíamos encontrado muy ago­biante el aire de Santa Cruz. Como nuestros orga­nismos se sienten más afectados por las impresiones desagradables que por las gratas, el cambio de tem­peraturas se hizo más sensible a nuestro regreso de La Laguna al puerto; entonces nos parecía que íba­mos asomándonos a la boca de un horno. Sentimos la misma impresión cuando, en la costa de Caracas, bajamos del monte Ávila al puerto de La Guayra... Su permanente aire fresco hace que La Laguna sea considerada un delicioso lugar de residencia." "Situada en un pequeña llanura rodeada de jardi­nes, protegida por una colina coronada por un bos­que de laureles, arrayanes y madroños, la antigua capital de Tenerife está hermosamente situada. Nos engañaríamos si, por la lectura de relatos de algunos viajeros, la creyéramos a la orilla de un lago. A veces, la lluvia forma una balsa de considerable exten­sión, y los geólogos, que en todo contemplan más el pasado que el estado actual de la naturaleza, pueden creer que toda la llanura es una gran cuenca dese­cada."
"La Laguna ha decaído de su anterior opulencia desde que unas erupciones laterales destruyeron el puerto de Garachico, convirtiéndose Santa Cruz en el punto principal del comercio insular. Ahora sólo tiene 9.000 habitantes, 400 de los cuales son religio­sos distribuidos en seis conventos. La ciudad está rodeada de gran número de molinos de viento, señal del cultivo del trigo en estas zonas altas."
"La Laguna está rodeada por un gran número de capillas, que los españoles llaman ermitas. Sombrea­das por árboles de perpetuo verdor, y levantadas en pequeñas eminencias del terreno, estas capillas con­tribuyen al pintoresco efecto del paisaje. El interior de la población no es tan pintoresco. Las casas, sólidamente construidas, son viejas, y las calles parecen desiertas. Un botánico no prestaría atención a la anti­güedad de los edificios, distraídos porque los muros .y los tejados están cubiertos de plantas como los ele­gantes trichomanes, mencionados por todos los via­jeros. Estas plantas viven gracias a la abundante humedad..."
"El clima invernal de La Laguna es extremada­mente neblinoso, y sus habitantes suelen quejarse de frío. Pero jamás se ha visto una nevada, lo que parece indicar que la temperatura de esta ciudad debe exceder de los 19° C, es decir, que es más alta que la de Napóles..."
"Me sorprendió saber que M. Broussonet plantó un árbol del pan (Artocarpus indse) y unos cinamo­mos (Lauras cinnamomum) en el húmedo jardín del marqués de Nava. Estas valiosas especies de los Mares del Sur y de las Indias orientales se han acli­matado allí, así como en La Orotava."
Lo acostumbrado para ir a Tacoronte en route hacia La Orotava, destino más frecuente de la mayor parte de los viajeros, es seguir la carretera que con­duce al punto más alto poco más allá de La Laguna, a una altitud de unos 630 metros.
Continua.

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