lunes, 28 de abril de 2014

LAS ISLAS DESVENTURADAS






Lanzarote, Fuerte ventura: He aquí dos pedazos de la tierra canaria, a quienes la ironía de los hombres denomina "Afortunadas". Tal vez, allá, en edades pretéritas de la Atlántida, cuando formaban parte del delicio­so jardín que producía los frutos áureos, tan codiciados por el dios He­racles, pudieran haber disfrutado de sin igual y paradisiaca ventura, pe­ro desde que el caballero normando Juan de Bethencourt, en nombre de Enrique III de Castilla, clavó su bandera de conquista en sus arenosas y dilatadas playas, parece que las últimas Hespérides huyeron despavori­das llevándose las pocas manzanas de oro que abandonó en su célebre robo el hijo de Júpiter. La historia no cuenta si la bota de los soldados castellanos al hollar la sagrada tierra de los guanches, cegó también sus cantarínas fuentes de trans­parente linfa, que mantenían el perenne verdor de aquellos campos. ¡Quizá fuera la maldición de los dioses guanchinescos espantados ante el crimen y el despojo de aquellos conquistadores! Lo que sí no deja lugar a dudas, es que desde ese momento histórico las ínsulas de Fuerteventura y Lanzarote fueron marchitándose poco a poco, desapareciendo sus hermosas selvas, cubriéndose con un manto de dolor y de muerte, como si sobre ellas hubieran pasado escalofriantes y extermi-nadores los jinetes del Apocalipsis. Tal es la visión que ellas ofrecen en la actualidad. La crisis que están atravesando estas islas hermanas es verdaderamente trágica. Su grito de an­gustia y desesperación llega en vano a los gobiernos españoles que nunca se han ocupado de estas "Afortunadas" sin fortuna. El hambre y la mise­ria pasea su cortejo de espectros sobre aquellas islas por las largas y perti­naces sequías que están agostando sus campos, los cuales ya no producen trigo, el principal o casi único alimento de los pobres hogares canarios. En Fuerteventura hay pueblos enteros que no tienen una gota de agua. Es necesario traerla de otras islas, pero como no hay un servicio organizado efi­ciente, la llegada del ansiado líquido sufre las consiguientes demoras y las funestas consecuencias que esto trae consigo. La pipa de agua se está pagando a cinco y a seis pesetas, precio exorbitante para las familias necesitadas. Vense por los caminos grupos de mujeres y niños hambrientos imploran­do un poco de gofio y un cántaro de agua. El poco ganado que queda, los bue­yes, tan apreciados por el agricultor canario para el laboreo de sus predios se está muriendo por la sed y la falta de pastos. Como no llueve y los campos no se riegan es inútil arrojar simientes a los surcos. Nuestros paisanos inte­rrogan sin respuesta a la inclemencia del cielo y al corazón de los hombres... « TOMAS CAPOTE, TC, La Habana, octubre de 1930.

Maria Gómez Díaz
Abril de 2014.

No hay comentarios:

Publicar un comentario