martes, 13 de mayo de 2014

EFEMERIDES CANARIAS



UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1911-1920



CAPITULO-XVIII




                                Eduardo Pedro García Rodríguez

1913.

Sagrada Musa

Cuando en 1913 José Rodríguez Moure publicó el libro Historia de la devoción del pueblo canario a Nuestra Señora de Candelaria concibió un capítulo exclusivo para recoger varias piezas literarias dedicadas a enaltecer a la patrona del archipiélago. Este apartado lo tituló bajo el apelativo «Corona poética», aseverando en unas breves notas preliminares que el propósito de esas cuartillas no era otro que el de juntar algunas obras ofrecidas por la «musa canaria» a esta advocación mariana. Con la expresión musa canaria Moure se refería a la inspiración de distintos vates isleños, recopilados por él mismo en un catálogo personal sobre el tema. Pero si nos adentrásemos en la etimología del vocablo comprobaríamos de inmediato que el mencionado término posee una raíz sagrada. En la mitología griega, las musas eran las deidades que protegían las ciencias y las artes liberales, en especial la poesía. No en vano, el sentido de musa ha quedado fijado en el uso actual de la lengua entre estas dos acepciones: de una parte, la de su origen filológico (diosas míticas valedoras del talento), y de otra, el fruto emanado de ellas (o numen lírico).

En 1604 Antonio de Viana se ocupó de la imagen adorada por los guanches en su poema épico Antigüedades de las islas afortunadas. En este libro introdujo por primera vez el nombre de la Virgen de Candelaria en una amplia composición en verso, al menos de las que se han conservado hasta la actualidad. Una de las particularidades más sugerentes de aquel texto es que designó sagrada musa a la talla descubierta en las playas del valle de Güímar. Si en este momento retomásemos los dos significados de musa citados con anterioridad, se podría afirmar que desde aquellas lejanas fechas la efigie escultórica de la Candelaria se convirtió a la vez tanto en divinidad celestial como en plectro poético. Y será, ahora, la Sagrada Musa quien establezca las coordenadas para el análisis bibliográfico de los textos vinculados a su figura. Desde el siglo XVI, historiadores, eruditos, literatos y los más iluminados fieles han dejado testimonio de los fulgores candelarieros. Todos ellos no son más que resplandores de esas otras musas, como la «canaria», recolectada hace casi cien años por el prenotado Rodríguez Moure. Estas líneas sólo ambicionan perfilar dicho repertorio —ya iniciado por el benemérito sacerdote tinerfeño—, ligando una musa (la sagrada) con las otras (las artísticas).

Por este motivo, el nuestro será un tránsito por la literatura que exalta a la Virgen y no tanto por la interpretación historiográfica.

Como el itinerario es largo y muchos son los caminos que aún se encuentran por desbrozar, sólo queda esperar que esas otras musas nos asistan durante el trayecto.

En todo lo apuntado no se debe perder de vista que la Candelaria es el culto mariano más extendido —y probablemente de mayor arraigo— en la geografía canaria. Incluso fue llevada a numerosas localidades de la América hispana por emigrantes isleños, los cuales trataron de emular en sus nuevos hogares el terruño perdido con la evocación de su representación plástica.

Tengamos en cuenta, no obstante, que, sensu stricto, la primera poetización de la Virgen de Candelaria conocida es anterior a Viana. Ya en los poemas preliminares de la Historia de Espinosa aparecen tales referentes, además de las propias composiciones de la pluma del dominico insertas a lo largo del libro. Las diseminados en cada una de las demarcaciones insulares. En La Palma, por ejemplo, el núcleo poblacional del municipio de Tijarafe aparece denominado en la documentación del siglo XVII como Candelaria. Aunque la parroquia de dicho lugar se dedicó a la patrona de Canarias, este uso permite entrever algunos rasgos de la piedad popular del momento. Otros signos de la profunda devoción que despertaba la imagen en las islas se comprueba en referencias a pinturas y otros objetos semejantes vinculados a la devoción más íntima practicada en viviendas particulares.

En cuanto al «fervor» bibliográfico, es necesario mencionar en primer lugar el manuscrito de fray Gil de Santa Cruz (hoy perdido), donde se relataba la descripción de cincuenta y siete milagros atribuidos al influjo virginal. En este códice, denominado en su época «borrador antiguo» y custodiado durante el siglo XVI en la biblioteca del convento dominico de Candelaria, es probable que figurasen también informes acerca del descubrimiento e historia de la talla o, incluso, cabría sospechar, algunos datos concernientes con la fundación del cenobio de la Orden de Santo Domingo en aquel paraje del sur de Tenerife6. El «borrador» fue aprovechado por autores posteriores, en especial por Alonso de Espinosa.

De unos años más tarde es la referencia de Martín Ignacio de Loyola (h. 1550-1616), clérigo franciscano nacido en Eibar y futuro obispo de Asunción (Paraguay). En 1581 Martín Ignacio se embarcó en el seno de una expedición ordenada por Felipe II para dar la vuelta al mundo. En el transcurso de la misma hizo escala en las islas y aprovechó la parada marítima para tomar algunas notas sobre el archipiélago. Entre esas apostillas (tituladas como Itinerario), efectuó una descripción de la aparición de la Candelaria.

Según la narración de este fraile seráfico, la imagen fue hallada por un único pastor guanche en una cueva, en cuyo trance, tras intentar dañarla (asustado por aquella visión) se le paralizó el brazo; a continuación reseña cómo el objeto escultórico acabó recibiendo la veneración de los indígenas. De todo ello y de otros temas surgidos durante el viaje, Martín Ignacio dejó un relato autógrafo, el cual fue aprovechado cuatro
años después por el agustino Juan González de Mendoza para insertarlo en su Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reino de la China (Roma: Bartolomé Gras, 1585). A través de esta última obra la leyenda de Candelaria se trasladó a otras dos publicaciones de dilatado calado: la edición corregida y ampliada que Diego Pérez Mesa preparó del libro de Pedro de Medina Grandezas y cosas notables de España (Alcalá de Henares: Juan Gracián, 1590); y el tratado del dominico portugués João dos Santos, Ethiopia oriental e varia historia de cousas notaueis do Oriente (Lisboa: Manuel de Lira, 1609).

Una última cita que enlaza con estos peritos marianos es la referida a Juan de Córdoba, religioso de la Orden de Predicadores y evocado en alguna ocasión como uno de los autores que han tratado la Virgen de Candelaria. De momento, no hemos sido capaces de dilucidar la identificación de este autor.

Pero centrándonos en Canarias, se debe subrayar que en la década postrera del siglo XVI vio la luz una de las obras cardinales sobre este tema. Nos referimos al libro Del origen y milagros de la santa imagen de Nuestra Señora de Candelaria (Sevilla: Juan de León, 1594) del padre fray Alonso de Espinosa. Nacido en Alcalá de Henares en 1543, aún niño y en compañía de sus progenitores se trasladó hasta Guatemala. Allí, Espinosa ingresó en 1564 en la Orden de Predicadores, recibiendo nueve años más tarde la tonsura sacerdotal.

Durante este tiempo tuvo la oportunidad de vislumbrar el pensamiento de su hermano en la regla dominica Bartolomé de las Casas.

Es probable que la personalidad de este escritor se identifique con la del dominico Juan de Córdoba (1503-1595), responsable —según Simón Díaz— de un par de tratados sobre la lengua zapoteca durante el siglo XVI. Cabría reseñar aquí el error que Moure comete con el libro El hijo de David más perseguido, atribuido por el clérigo tinerfeño a un autor denominado «Presentado Correa». Por el contrario, El hijo de David…es obra de Cristóbal Lozano. El error consiste en que existe una continuación de este libro titulada El grande hijo de David Christo señor nuestro, escrito por Antonio de Lorea. Este autor firma la obra como «el P. Presentado Fr. Antonio de Lorea», por lo que Moure lo confunde con un tal Presentado Correa y le asigna el título de la obra de Lozano (Rodríguez Moure [1913], p. 16). (1484-1566), entonces obispo de Chiapas y gran defensor de los indígenas.

La influencia de estas ideas, junto al encargo por la jerarquía eclesiástica de revisar algunos manuscritos que debían ser impresos con posterioridad, le serviría con el paso del tiempo para redactar el prenotado libro acerca de la imagen de Candelaria.

Hacia 1580 Espinosa había arribado a Tenerife, donde mostró una naturaleza inquieta, documentándose su presencia por variados asuntos en Gran Canaria y La Palma. Sin embargo, en ocasiones este carácter se reveló como imprudente. Fue precisamente una conducta indecorosa la que le llevó entre 1590 y 1592 a ser procesado por la Inquisición y a ser reprendido en público: había efectuado unos descuidados comentarios relativos a un reo. Con anterioridad, en torno a 1588, se trasladó al convento dominico de Candelaria, donde desempeñó el cargo de predicador. En este cenobio quedó seducido por la historia de la escultura mariana. Entre los anaqueles de la librería conventual se hallaban los mencionados apuntes de Gil de Santa Cruz e, indudablemente, otras notas acerca de la venerada efigie. Aquí debió de concebir su obra, iniciando las pesquisas para recoger testimonios verbales sobre el origen de la imagen o el relato de hechos sobrenaturales relacionados con ella. Con los pertinentes permisos profundizó en los rastreos de campo, certificando las declaraciones de sus informantes mediante la presencia de un escribano. En unos pocos años debió de concluir la redacción del texto. Así, una vez que el pleito que le abrió el Santo Oficio pudo ser resuelto, marchó a Sevilla para supervisar la impresión de su obra, quedando rematada y lista para su venta en 159411. Poco después moriría Espinosa.

La monografía Del origen y milagros apareció dividida en cuatro tratados o libros: I) descripción de la cultura prehispánica, II) descubrimiento de la talla por los guanches, III) noticia de la conquista de Tenerife e historia de la isla hasta 1558, y IV) memoria de los milagros de la Virgen, compilados hasta el expresado año de 1558. En relación con la Candelaria, el texto recoge tanto la aparición de la imagen, su historia y fundación del convento, como una nómina de los prodigios atribuidos a la misma. Estas contribuciones se deben relacionar, además, con dos aspectos de método muy novedoso y de mucho mérito dadas las características sociales del momento: el que recurriese a fuentes orales para componer su historia y el que entre ellas hubiese antiguos guanches y sus descendientes. Esto último viene a propósito de la poca consideración que tenían éstos en el tejido social del momento. Espinosa, sin saberlo, reivindica por primera vez la voz de los marginales en Canarias como antes lo había efectuado De las Casas en América. Aparte, compila otras obras como la de Gil de Santa Cruz, interpola composiciones en verso o establece una segunda versión acerca de la aparición de la talla (la primera fue  la de Fray Alonso de Espinosa: Del origen y milagros de la Santa Imagen de nuestra Señora de Candelaria… [Sevilla, 1594]. El Museo Canario, Las Palmas de Gran Canaria Martín Ignacio de Loyola) en la que cuenta que la efigie fue hallada por dos pastores en una peña e idolatrada más tarde por menceyes y lugareños.

Con posterioridad, el libro de Espinosa ha sido editado en numerosas ocasiones: en 1848 por la Imprenta Isleña; hacia 1940 por Valentín Sanz, con nueva impresión en 2001 y estudio introductoria de José Miguel Rodríguez Yanes (estas tres tiradas omiten algunos fragmentos y todo el libro IV referente a los milagros); y en 1952 y 1967 de manera íntegra por Goya Ediciones, la primera con la supervisión de Elías Serra Ràfols, Buenaventura Bonnet y Néstor Álamo, y la más reciente bajo el cuidado de Alejandro Cioranescu (con reimpresión en 1980). En 1907 se publicó una traducción al inglés hecha por Clement Markham. Esta edición británica, que también suprimió el libro IV, fue además la primera que modificó el título original por otro más comercial: The guanches of Tenerife: the holy image of our lady of Candelaria and the Spanish conquest and settlement. Lo más relevante de ello es que desde entonces todas las ediciones insulares procedieron del mismo modo que la anglosajona, rectificando el encabezamiento: La primitiva historia de Tenerife en unos casos (1940 y 2001) o Historia de Nuestra Señora de Candelaria en otros (1952, 1967 y 1980)12.

Por último, cabría reseñar que de la cuarta parte se publicaron algunos fragmentos en la revista religiosa La Candelaria (1889), donde también se editaron otras partes del texto de Espinosa y algunos extractos del de Viana.

Coetáneo de fray Alonso de Espinosa fue el franciscano Juan de Abréu Galindo. La identidad de este autor se esconde aún tras el más absoluto misterio. Si bien la historiografía académica del archipiélago apunta unánimemente a la existencia real de este clérigo (que habría nacido en torno a 1535), por el contrario, en los últimos años, han surgido algunas voces que afirman que tras este nombre se esconde otro escritor: para unos Gonzalo Argote de Molina (1548-1596)13, para otros el doctor Alonso Fiesco (1532-1601)14. Sin entrar a valorar estas disquisiciones, lo cierto es que en la Historia de la conquista de las siete islas de Canaria de Abréu se registran tres capítulos concernientes con la aparición de la escultura, sus milagros, algunas notas históricas o las inscripciones del vestido de la Virgen. El texto de este ensayo debió de quedar concluido en la última década del siglo XVI. En lo tocante a la Candelaria, Abréu sigue en esencia a Espinosa, excepto en la interpretación de las letrerías, elucidadas en esta obra (según criterio de Argote) e indescifrables para el fraile dominico.

Otros historiadores posteriores se aproximaron al tema con una exposición mucho más sucinta, como Leonardo Torriani, que en su obra Descripción e historia del reino de las islas Canarias antes Afortunadas, con el parecer de sus fortificaciones (h. 1590) se limita a dar la noticia de la aparición de la imagen a los guanches.

En un ámbito muy distinto a los anteriores se encuentra Bartolomé Cairasco de Figueroa. Nacido en 1538 en Las Palmas de Gran Canaria, hijo de padre italiano y madre canaria, desde muy joven acreditó sólidos fundamentos dentro de la creación literaria. Sobre esta cuestión, no se debe olvidar que había sido educado en el seno de una familia poseedora de una desahogada posición económica, disfrutando de la oportunidad de consumar hasta tres viajes de estudios fuera del archipiélago (aunque en ninguno de ellos logró investirse de grado universitario alguno), de acceder a una exquisita formación cultural (cultivó la música, el teatro o el arte de la plática) o de que se le consiguiese una prebenda como canónigo del Cabildo Catedral de las islas estando aún en edad adolescente (1551)16. En referencia a la Candelaria, cabe anotar que le dedicó sesenta y tres estrofas bajo el epígrafe «La purificación de Nuestra Señora: Pureza» en el tomo primero de su libro primordial, Templo militante, editado en Valladolid por Luís Sánchez en 1602; y la segunda porción de Esdrujúlea, una composición poética inédita en tres partes y que rotuló «Diez y siete canciones en esdrújulos a la Sacratísima Virgen de Candelaria».

En otro orden, las aportaciones de Cairasco a la patrona de las islas no se quedaron en los panegíricos de estos dos libros. El canónigo dejó redactada, asimismo, una monografía dedicada a loar la imagen candelariera: la tituló Stella maris o Estrella del mar, debiendo de estar concluida hacia 1609, cuando Cairasco gestionó su impresión.

La muerte en 1610 del canónigo grancanario impidió que ello se llevase a efecto tal y como tenía planeado. Pero treinta y dos años más tarde de su óbito Juan Bautista Pérez de Medina, hacedor de las rentas decimales en Tenerife, ofreció a la casa dominica de la Virgen la entrega del manuscrito para su publicación. En dos escrituras notariales otorgadas en 1642 por los frailes del convento sureño se colacionaron los trámites para imprimir esta pieza que permanecía inédita.

Según refieren dichos documentos, fue deseo de Cairasco ceder el aludido texto al convento dominico de Candelaria con el propósito de que contribuyera a la exaltación de la talla y a la difusión de su culto. La condición era bien sencilla: la instauración de una capellanía para celebrar misas por el sufragio del alma del autor los días de la Encarnación y difuntos (o en su defecto el de su octava). El acuerdo de Pérez de Medina con la comunidad religiosa fue inmediato. De este modo, los frailes otorgaron una carta de poder a Francisco de Molina, teniente general y juez de Indias, y a Domingo de Herrera, de la Orden de Predicadores, para solicitar en la península las pertinentes aprobaciones oficiales y, una vez obtenidas éstas, concertar con algún establecimiento tipográfico de Madrid, Sevilla u otra localidad los ulteriores trabajos de impresión. El título de este libro, que tampoco vio la luz en esta ocasión, está inspirado en uno de los sobrenombres populares otorgados a la Virgen que su amigo, el poeta y médico tinerfeño Antonio de Viana, intercaló en las Antigüedades de las islas afortunadas.

En estrecha afinidad, pues, con Cairasco (al que además consideraba su maestro) se halla Viana, autor de la mentada Antigüedades de las islas afortunadas de la Gran Canaria, conquista de Tenerife, y aparescimiento de la ymagen de Candelaria: en verso suelto y octava rima, impresa en Sevilla por Bartolomé Gomes en 1604. Este texto recoge un poema épico en el que se narra la conquista de Tenerife y otros pormenores históricos24. La aparición de la efigie mariana es uno de los referentes primordiales de la obra y a ella se dedican amplias loas y alabanzas. En su discurso, Viana sigue casi en su totalidad las vicisitudes expuestas por fray Alonso de Espinosa en 1594, aunque critica en todo momento al dominico y las tesis que había desplegado sobre la familia Guerra de Tenerife. No podía ser de otra manera dado que dicho libro pudo ser escrito, como supone María Rosa Alonso, por encargo de Juan Guerra Ayala (1563-1615) con el objetivo de subsanar varios párrafos que entonces se consideraron ofensivos a su estirpe. Pero como Del origen y milagros era casi la única fuente para discernir la historia de Tenerife, amén del mejor referente bibliográfico, a su responsable no le quedó más alternativa que seguir al entonces irritante Espinosa.

Las Antigüedades de las islas afortunadas es una amplia composición en verso de un joven Viana (había nacido en La Laguna en 1578), en cuya páginas la Virgen de Candelaria aparece retratada como un paradigma de pureza. El poema se coronó en Sevilla, lugar donde el tinerfeño cursaba la carrera de Medicina. A pesar de que en sus estrofas se revela como una voz distintiva, en ocasiones brillante, Viana se apartó de manera voluntaria de la creación artística para consagrase por entero a la medicina, campo en el que disfrutó de una permanente reputación y merecido prestigio.

Antes, en la ciudad del Betis, el galeno canario había tenido ocasión de conocer a Lope de Vega (1562-1635). De estos encuentros surgió una relación amistosa, cuyo testimonio más evidente es el soneto laudatorio que el Fénix de los Ingenios le brindó a Viana en los prolegómenos de sus Antigüedades. Y esa relación entre ambos fue la que predispuso por aquellas fechas a que Lope escribiese la comedia titulada Los guanches de Tenerife. La misma debió de ser compuesta entre 1604 y 1609 (una vez publicado el libro del vate tinerfeño). La pieza teatral se divide en tres actos, siendo en el último de ellos donde se escenifica la aparición de la Virgen. A lo largo de la trama Lope sigue a su amigo, aunque en ocasiones incorpora alguna digresión personal. Esta obra, considerada por la crítica como una pieza menor, se imprimió algún tiempo después (en concreto en 1618) dentro de los tomos generales en los que se editaban los dramas de Lope.

Otra comedia que ha sido atribuida a Lope de Vega es la rotulada Nuestra Señora de Candelaria. De igual manera que la anterior, se trata de una obra en tres actos, coincidente en unos años con la prenotada y en la que no falta la escenificación de alabanzas y elogios a la talla mariana. Sin embargo, se la privó de la fortuna de haber sido impresa. De la misma se conserva una copia en la colección de manuscritos de la Biblioteca Nacional de España, en cuya portada figura una anotación caligráfica antigua en la que se adjudicaba su autoría a Vega Carpio. Tras el estudio de este ejemplar, María Rosa Alonso llegó a la convicción de que no se trataba de una obra de Lope, datándola en la segunda década del siglo XVII28. Más recientemente, Fernández Escalona ha formulado de nuevo la hipótesis sobre la paternidad de Lope de Vega pero fijando, ahora, su terminación en torno a 1600 (enclavada, por tanto, dentro de una etapa más prematura) y como primera parte de una pieza dramática más amplia y no concluida, la cual más tarde el escritor madrileño aprovechó para apuntalar Los guaches de Tenerife. Esta sería la razón por la que la obra Nuestra Señora de Candelaria ha permanecido sin conocer la tipografía y, aún más, sin haber sido reconocida nunca por su autor.

Entrado el siglo XVII, la ancestral veneración a la talla tinerfeña continuó sirviendo como pretexto literario: unas veces como elemento de encomio en las dedicatorias de varios libros impresos y otras para desplegar su historia y vicisitudes. En el primero de los casos se encuadraría, por ejemplo, el sermón pronunciado por el dominico Antonio de Lucena (1568-1629) en 1620 durante las fiestas celebradas en el convento agustino de La Laguna por la beatificación del padre Tomás de Villanueva (Granada: Bartolomé de Lorenzana, 1620) y dedicado a la patrona de las islas30. De mayor transcendencia
fue la dedicatoria que el historiador Juan Núñez de la Peña (1641- 1721) ofrendó a la Virgen en su obra Conquista y antigüedades de las islas de la Gran Canaria (Madrid: Imprenta Real, 1676)31, en cuyas páginas preliminares aparece el expresado homenaje junto a numerosas notas desarrolladas en las partes primera y tercera. En otras ocasiones, por el contrario, la talla aparecida en la playa de Chimisay fue analizada como un icono enigmático: así lo prueba el manual ideado acerca de la Virgen María por el clérigo perteneciente a la Compañía de Jesús Alonso de Andrade (1590-1672), quien, además, había residido en las islas entre 1631 y 1633. El libro lleva por título Patrocino universal de la Santísima Virgen María (Madrid: José Fernández de Buendía, 1664) y reúne una serie de apostillas sobre la Candelaria tinerfeña. Entre las mismas se encuentra citada la curiosa deducción practicada por el también jesuita Atanasio Kircher (1601-1680) sobre los emblemas visibles de la efigie, de los cuales se infiere una naturaleza islámica: deduce, por tanto, para la talla de Candelaria, una procedencia arábiga o mudéjar (pp. 445-455). Y es que, desde que se tiene constancia de las letrerías que la escultura lleva en sus ropajes y prendas, eruditos como Argote de Molina o Núñez de la Peña han intentado descifrar su significado. Incluso, en 1702, el presbítero
grancanario Carlos Andrés Fernández del Campo consagró un trabajo monográfico al tema.

Nuevas alusiones son las recogidas en el libro Cielo estrellado de mil y veynte y dos exemplos de María (s.l.: s.n., h. 1655) del jesuita peruano Juan de Alloza (1597-1666).

En sus páginas se establece una relación entre las virtudes ejemplares de la Virgen y el conjunto de astros que, según las creencias de entonces, poblaban el firmamento33. De
manera coetánea a estas citas es la aparición de las primeras referencias a una literatura de tipo festivo donde la Virgen tomó protagonismo.

Una de las que se debe considerar es la titulada De dos humildes hijos de Madrid a la fiesta de Nuestra Señora de Candelaria: retrato en verso de una fiesta de Candelaria. Manifestaciones equiparables a éstas podrían ser los romances o romancillos populares que llegaron a circular informalmente en algunos momentos pero de los que se han conservado muy pocos, como el que nos ha llegado gracias a la copia decimonónica hecha por Agustín Millares Torres, con fecha original desconocida, o el recogido por Agustín Espinosa en 1932 y editado dentro de la serie Biblioteca canaria36, el cual podría datarse en la década de 1680 según su compilador. Por último, dentro de este tipo de manifestaciones no se debe olvidar el impreso La Candelaria entre guanchez, y Edipo atlántico (1707)37. Se trata de un modesto folleto de apenas cinco hojas en que se recoge una pequeña obra teatral que enlaza la aparición a los guanches con una especie de profecía sobre la llegada de los borbones a España.
Otro de los textos vinculados con la Estrella del Mar es el conocido como las «glosas», hallado entre los papeles personales del obispo de Canarias Bartolomé García Ximénez. Según el erudito Rodríguez Moure, sirvieron para celebrar la reedificación en 1672 del
nuevo templo sureño. Pocas autoridades eclesiásticas del archipiélago como este prelado desplegaron un culto tan exquisito y redundante hacia la efigie tinerfeña. Bajo su mitrado, comprendido entre 1665 y 1690, se promovieron obras, donaciones y fiestas en torno a la morada tinerfeña de la Virgen.

ConEFEMERIDES CANARIAS

UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

ÉPOCA COLONIAL: DECADA 1911-1920



CAPITULO-XVIII


                                Eduardo Pedro Garcia Rodríguez


1913.

Sagrada Musa

Cuando en 1913 José Rodríguez Moure publicó el libro Historia de la devoción del pueblo canario a Nuestra Señora de Candelaria concibió un capítulo exclusivo para recoger varias piezas literarias dedicadas a enaltecer a la patrona del archipiélago. Este apartado lo tituló bajo el apelativo «Corona poética», aseverando en unas breves notas preliminares que el propósito de esas cuartillas no era otro que el de juntar algunas obras ofrecidas por la «musa canaria» a esta advocación mariana. Con la expresión musa canaria Moure se refería a la inspiración de distintos vates isleños, recopilados por él mismo en un catálogo personal sobre el tema. Pero si nos adentrásemos en la etimología del vocablo comprobaríamos de inmediato que el mencionado término posee una raíz sagrada. En la mitología griega, las musas eran las deidades que protegían las ciencias y las artes liberales, en especial la poesía. No en vano, el sentido de musa ha quedado fijado en el uso actual de la lengua entre estas dos acepciones: de una parte, la de su origen filológico (diosas míticas valedoras del talento), y de otra, el fruto emanado de ellas (o numen lírico).

En 1604 Antonio de Viana se ocupó de la imagen adorada por los guanches en su poema épico Antigüedades de las islas afortunadas. En este libro introdujo por primera vez el nombre de la Virgen de Candelaria en una amplia composición en verso, al menos de las que se han conservado hasta la actualidad. Una de las particularidades más sugerentes de aquel texto es que designó sagrada musa a la talla descubierta en las playas del valle de Güímar. Si en este momento retomásemos los dos significados de musa citados con anterioridad, se podría afirmar que desde aquellas lejanas fechas la efigie escultórica de la Candelaria se convirtió a la vez tanto en divinidad celestial como en plectro poético. Y será, ahora, la Sagrada Musa quien establezca las coordenadas para el análisis bibliográfico de los textos vinculados a su figura. Desde el siglo XVI, historiadores, eruditos, literatos y los más iluminados fieles han dejado testimonio de los fulgores candelarieros. Todos ellos no son más que resplandores de esas otras musas, como la «canaria», recolectada hace casi cien años por el prenotado Rodríguez Moure. Estas líneas sólo ambicionan perfilar dicho repertorio —ya iniciado por el benemérito sacerdote tinerfeño—, ligando una musa (la sagrada) con las otras (las artísticas).

Por este motivo, el nuestro será un tránsito por la literatura que exalta a la Virgen y no tanto por la interpretación historiográfica.

Como el itinerario es largo y muchos son los caminos que aún se encuentran por desbrozar, sólo queda esperar que esas otras musas nos asistan durante el trayecto.

En todo lo apuntado no se debe perder de vista que la Candelaria es el culto mariano más extendido —y probablemente de mayor arraigo— en la geografía canaria. Incluso fue llevada a numerosas localidades de la América hispana por emigrantes isleños, los cuales trataron de emular en sus nuevos hogares el terruño perdido con la evocación de su representación plástica.

Tengamos en cuenta, no obstante, que, sensu stricto, la primera poetización de la Virgen de Candelaria conocida es anterior a Viana. Ya en los poemas preliminares de la Historia de Espinosa aparecen tales referentes, además de las propias composiciones de la pluma del dominico insertas a lo largo del libro. Las diseminados en cada una de las demarcaciones insulares. En La Palma, por ejemplo, el núcleo poblacional del municipio de Tijarafe aparece denominado en la documentación del siglo XVII como Candelaria. Aunque la parroquia de dicho lugar se dedicó a la patrona de Canarias, este uso permite entrever algunos rasgos de la piedad popular del momento. Otros signos de la profunda devoción que despertaba la imagen en las islas se comprueba en referencias a pinturas y otros objetos semejantes vinculados a la devoción más íntima practicada en viviendas particulares.

En cuanto al «fervor» bibliográfico, es necesario mencionar en primer lugar el manuscrito de fray Gil de Santa Cruz (hoy perdido), donde se relataba la descripción de cincuenta y siete milagros atribuidos al influjo virginal. En este códice, denominado en su época «borrador antiguo» y custodiado durante el siglo XVI en la biblioteca del convento dominico de Candelaria, es probable que figurasen también informes acerca del descubrimiento e historia de la talla o, incluso, cabría sospechar, algunos datos concernientes con la fundación del cenobio de la Orden de Santo Domingo en aquel paraje del sur de Tenerife6. El «borrador» fue aprovechado por autores posteriores, en especial por Alonso de Espinosa.

De unos años más tarde es la referencia de Martín Ignacio de Loyola (h. 1550-1616), clérigo franciscano nacido en Eibar y futuro obispo de Asunción (Paraguay). En 1581 Martín Ignacio se embarcó en el seno de una expedición ordenada por Felipe II para dar la vuelta al mundo. En el transcurso de la misma hizo escala en las islas y aprovechó la parada marítima para tomar algunas notas sobre el archipiélago. Entre esas apostillas (tituladas como Itinerario), efectuó una descripción de la aparición de la Candelaria.

Según la narración de este fraile seráfico, la imagen fue hallada por un único pastor guanche en una cueva, en cuyo trance, tras intentar dañarla (asustado por aquella visión) se le paralizó el brazo; a continuación reseña cómo el objeto escultórico acabó recibiendo la veneración de los indígenas. De todo ello y de otros temas surgidos durante el viaje, Martín Ignacio dejó un relato autógrafo, el cual fue aprovechado cuatro
años después por el agustino Juan González de Mendoza para insertarlo en su Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del gran reino de la China (Roma: Bartolomé Gras, 1585). A través de esta última obra la leyenda de Candelaria se trasladó a otras dos publicaciones de dilatado calado: la edición corregida y ampliada que Diego Pérez Mesa preparó del libro de Pedro de Medina Grandezas y cosas notables de España (Alcalá de Henares: Juan Gracián, 1590); y el tratado del dominico portugués João dos Santos, Ethiopia oriental e varia historia de cousas notaueis do Oriente (Lisboa: Manuel de Lira, 1609).

Una última cita que enlaza con estos peritos marianos es la referida a Juan de Córdoba, religioso de la Orden de Predicadores y evocado en alguna ocasión como uno de los autores que han tratado la Virgen de Candelaria. De momento, no hemos sido capaces de dilucidar la identificación de este autor.

Pero centrándonos en Canarias, se debe subrayar que en la década postrera del siglo XVI vio la luz una de las obras cardinales sobre este tema. Nos referimos al libro Del origen y milagros de la santa imagen de Nuestra Señora de Candelaria (Sevilla: Juan de León, 1594) del padre fray Alonso de Espinosa. Nacido en Alcalá de Henares en 1543, aún niño y en compañía de sus progenitores se trasladó hasta Guatemala. Allí, Espinosa ingresó en 1564 en la Orden de Predicadores, recibiendo nueve años más tarde la tonsura sacerdotal.

Durante este tiempo tuvo la oportunidad de vislumbrar el pensamiento de su hermano en la regla dominica Bartolomé de las Casas.

Es probable que la personalidad de este escritor se identifique con la del dominico Juan de Córdoba (1503-1595), responsable —según Simón Díaz— de un par de tratados sobre la lengua zapoteca durante el siglo XVI. Cabría reseñar aquí el error que Moure comete con el libro El hijo de David más perseguido, atribuido por el clérigo tinerfeño a un autor denominado «Presentado Correa». Por el contrario, El hijo de David…es obra de Cristóbal Lozano. El error consiste en que existe una continuación de este libro titulada El grande hijo de David Christo señor nuestro, escrito por Antonio de Lorea. Este autor firma la obra como «el P. Presentado Fr. Antonio de Lorea», por lo que Moure lo confunde con un tal Presentado Correa y le asigna el título de la obra de Lozano (Rodríguez Moure [1913], p. 16). (1484-1566), entonces obispo de Chiapas y gran defensor de los indígenas.

La influencia de estas ideas, junto al encargo por la jerarquía eclesiástica de revisar algunos manuscritos que debían ser impresos con posterioridad, le serviría con el paso del tiempo para redactar el prenotado libro acerca de la imagen de Candelaria.

Hacia 1580 Espinosa había arribado a Tenerife, donde mostró una naturaleza inquieta, documentándose su presencia por variados asuntos en Gran Canaria y La Palma. Sin embargo, en ocasiones este carácter se reveló como imprudente. Fue precisamente una conducta indecorosa la que le llevó entre 1590 y 1592 a ser procesado por la Inquisición y a ser reprendido en público: había efectuado unos descuidados comentarios relativos a un reo. Con anterioridad, en torno a 1588, se trasladó al convento dominico de Candelaria, donde desempeñó el cargo de predicador. En este cenobio quedó seducido por la historia de la escultura mariana. Entre los anaqueles de la librería conventual se hallaban los mencionados apuntes de Gil de Santa Cruz e, indudablemente, otras notas acerca de la venerada efigie. Aquí debió de concebir su obra, iniciando las pesquisas para recoger testimonios verbales sobre el origen de la imagen o el relato de hechos sobrenaturales relacionados con ella. Con los pertinentes permisos profundizó en los rastreos de campo, certificando las declaraciones de sus informantes mediante la presencia de un escribano. En unos pocos años debió de concluir la redacción del texto. Así, una vez que el pleito que le abrió el Santo Oficio pudo ser resuelto, marchó a Sevilla para supervisar la impresión de su obra, quedando rematada y lista para su venta en 159411. Poco después moriría Espinosa.

La monografía Del origen y milagros apareció dividida en cuatro tratados o libros: I) descripción de la cultura prehispánica, II) descubrimiento de la talla por los guanches, III) noticia de la conquista de Tenerife e historia de la isla hasta 1558, y IV) memoria de los milagros de la Virgen, compilados hasta el expresado año de 1558. En relación con la Candelaria, el texto recoge tanto la aparición de la imagen, su historia y fundación del convento, como una nómina de los prodigios atribuidos a la misma. Estas contribuciones se deben relacionar, además, con dos aspectos de método muy novedoso y de mucho mérito dadas las características sociales del momento: el que recurriese a fuentes orales para componer su historia y el que entre ellas hubiese antiguos guanches y sus descendientes. Esto último viene a propósito de la poca consideración que tenían éstos en el tejido social del momento. Espinosa, sin saberlo, reivindica por primera vez la voz de los marginales en Canarias como antes lo había efectuado De las Casas en América. Aparte, compila otras obras como la de Gil de Santa Cruz, interpola composiciones en verso o establece una segunda versión acerca de la aparición de la talla (la primera fue  la de Fray Alonso de Espinosa: Del origen y milagros de la Santa Imagen de nuestra Señora de Candelaria… [Sevilla, 1594]. El Museo Canario, Las Palmas de Gran Canaria Martín Ignacio de Loyola) en la que cuenta que la efigie fue hallada por dos pastores en una peña e idolatrada más tarde por menceyes y lugareños.

Con posterioridad, el libro de Espinosa ha sido editado en numerosas ocasiones: en 1848 por la Imprenta Isleña; hacia 1940 por Valentín Sanz, con nueva impresión en 2001 y estudio introductoria de José Miguel Rodríguez Yanes (estas tres tiradas omiten algunos fragmentos y todo el libro IV referente a los milagros); y en 1952 y 1967 de manera íntegra por Goya Ediciones, la primera con la supervisión de Elías Serra Ràfols, Buenaventura Bonnet y Néstor Álamo, y la más reciente bajo el cuidado de Alejandro Cioranescu (con reimpresión en 1980). En 1907 se publicó una traducción al inglés hecha por Clement Markham. Esta edición británica, que también suprimió el libro IV, fue además la primera que modificó el título original por otro más comercial: The guanches of Tenerife: the holy image of our lady of Candelaria and the Spanish conquest and settlement. Lo más relevante de ello es que desde entonces todas las ediciones insulares procedieron del mismo modo que la anglosajona, rectificando el encabezamiento: La primitiva historia de Tenerife en unos casos (1940 y 2001) o Historia de Nuestra Señora de Candelaria en otros (1952, 1967 y 1980)12.

Por último, cabría reseñar que de la cuarta parte se publicaron algunos fragmentos en la revista religiosa La Candelaria (1889), donde también se editaron otras partes del texto de Espinosa y algunos extractos del de Viana.

Coetáneo de fray Alonso de Espinosa fue el franciscano Juan de Abréu Galindo. La identidad de este autor se esconde aún tras el más absoluto misterio. Si bien la historiografía académica del archipiélago apunta unánimemente a la existencia real de este clérigo (que habría nacido en torno a 1535), por el contrario, en los últimos años, han surgido algunas voces que afirman que tras este nombre se esconde otro escritor: para unos Gonzalo Argote de Molina (1548-1596)13, para otros el doctor Alonso Fiesco (1532-1601)14. Sin entrar a valorar estas disquisiciones, lo cierto es que en la Historia de la conquista de las siete islas de Canaria de Abréu se registran tres capítulos concernientes con la aparición de la escultura, sus milagros, algunas notas históricas o las inscripciones del vestido de la Virgen. El texto de este ensayo debió de quedar concluido en la última década del siglo XVI. En lo tocante a la Candelaria, Abréu sigue en esencia a Espinosa, excepto en la interpretación de las letrerías, elucidadas en esta obra (según criterio de Argote) e indescifrables para el fraile dominico.

Otros historiadores posteriores se aproximaron al tema con una exposición mucho más sucinta, como Leonardo Torriani, que en su obra Descripción e historia del reino de las islas Canarias antes Afortunadas, con el parecer de sus fortificaciones (h. 1590) se limita a dar la noticia de la aparición de la imagen a los guanches.

En un ámbito muy distinto a los anteriores se encuentra Bartolomé Cairasco de Figueroa. Nacido en 1538 en Las Palmas de Gran Canaria, hijo de padre italiano y madre canaria, desde muy joven acreditó sólidos fundamentos dentro de la creación literaria. Sobre esta cuestión, no se debe olvidar que había sido educado en el seno de una familia poseedora de una desahogada posición económica, disfrutando de la oportunidad de consumar hasta tres viajes de estudios fuera del archipiélago (aunque en ninguno de ellos logró investirse de grado universitario alguno), de acceder a una exquisita formación cultural (cultivó la música, el teatro o el arte de la plática) o de que se le consiguiese una prebenda como canónigo del Cabildo Catedral de las islas estando aún en edad adolescente (1551)16. En referencia a la Candelaria, cabe anotar que le dedicó sesenta y tres estrofas bajo el epígrafe «La purificación de Nuestra Señora: Pureza» en el tomo primero de su libro primordial, Templo militante, editado en Valladolid por Luís Sánchez en 1602; y la segunda porción de Esdrujúlea, una composición poética inédita en tres partes y que rotuló «Diez y siete canciones en esdrújulos a la Sacratísima Virgen de Candelaria».

En otro orden, las aportaciones de Cairasco a la patrona de las islas no se quedaron en los panegíricos de estos dos libros. El canónigo dejó redactada, asimismo, una monografía dedicada a loar la imagen candelariera: la tituló Stella maris o Estrella del mar, debiendo de estar concluida hacia 1609, cuando Cairasco gestionó su impresión.

La muerte en 1610 del canónigo grancanario impidió que ello se llevase a efecto tal y como tenía planeado. Pero treinta y dos años más tarde de su óbito Juan Bautista Pérez de Medina, hacedor de las rentas decimales en Tenerife, ofreció a la casa dominica de la Virgen la entrega del manuscrito para su publicación. En dos escrituras notariales otorgadas en 1642 por los frailes del convento sureño se colacionaron los trámites para imprimir esta pieza que permanecía inédita.

Según refieren dichos documentos, fue deseo de Cairasco ceder el aludido texto al convento dominico de Candelaria con el propósito de que contribuyera a la exaltación de la talla y a la difusión de su culto. La condición era bien sencilla: la instauración de una capellanía para celebrar misas por el sufragio del alma del autor los días de la Encarnación y difuntos (o en su defecto el de su octava). El acuerdo de Pérez de Medina con la comunidad religiosa fue inmediato. De este modo, los frailes otorgaron una carta de poder a Francisco de Molina, teniente general y juez de Indias, y a Domingo de Herrera, de la Orden de Predicadores, para solicitar en la península las pertinentes aprobaciones oficiales y, una vez obtenidas éstas, concertar con algún establecimiento tipográfico de Madrid, Sevilla u otra localidad los ulteriores trabajos de impresión. El título de este libro, que tampoco vio la luz en esta ocasión, está inspirado en uno de los sobrenombres populares otorgados a la Virgen que su amigo, el poeta y médico tinerfeño Antonio de Viana, intercaló en las Antigüedades de las islas afortunadas.

En estrecha afinidad, pues, con Cairasco (al que además consideraba su maestro) se halla Viana, autor de la mentada Antigüedades de las islas afortunadas de la Gran Canaria, conquista de Tenerife, y aparescimiento de la ymagen de Candelaria: en verso suelto y octava rima, impresa en Sevilla por Bartolomé Gomes en 1604. Este texto recoge un poema épico en el que se narra la conquista de Tenerife y otros pormenores históricos24. La aparición de la efigie mariana es uno de los referentes primordiales de la obra y a ella se dedican amplias loas y alabanzas. En su discurso, Viana sigue casi en su totalidad las vicisitudes expuestas por fray Alonso de Espinosa en 1594, aunque critica en todo momento al dominico y las tesis que había desplegado sobre la familia Guerra de Tenerife. No podía ser de otra manera dado que dicho libro pudo ser escrito, como supone María Rosa Alonso, por encargo de Juan Guerra Ayala (1563-1615) con el objetivo de subsanar varios párrafos que entonces se consideraron ofensivos a su estirpe. Pero como Del origen y milagros era casi la única fuente para discernir la historia de Tenerife, amén del mejor referente bibliográfico, a su responsable no le quedó más alternativa que seguir al entonces irritante Espinosa.

Las Antigüedades de las islas afortunadas es una amplia composición en verso de un joven Viana (había nacido en La Laguna en 1578), en cuya páginas la Virgen de Candelaria aparece retratada como un paradigma de pureza. El poema se coronó en Sevilla, lugar donde el tinerfeño cursaba la carrera de Medicina. A pesar de que en sus estrofas se revela como una voz distintiva, en ocasiones brillante, Viana se apartó de manera voluntaria de la creación artística para consagrase por entero a la medicina, campo en el que disfrutó de una permanente reputación y merecido prestigio.

Antes, en la ciudad del Betis, el galeno canario había tenido ocasión de conocer a Lope de Vega (1562-1635). De estos encuentros surgió una relación amistosa, cuyo testimonio más evidente es el soneto laudatorio que el Fénix de los Ingenios le brindó a Viana en los prolegómenos de sus Antigüedades. Y esa relación entre ambos fue la que predispuso por aquellas fechas a que Lope escribiese la comedia titulada Los guanches de Tenerife. La misma debió de ser compuesta entre 1604 y 1609 (una vez publicado el libro del vate tinerfeño). La pieza teatral se divide en tres actos, siendo en el último de ellos donde se escenifica la aparición de la Virgen. A lo largo de la trama Lope sigue a su amigo, aunque en ocasiones incorpora alguna digresión personal. Esta obra, considerada por la crítica como una pieza menor, se imprimió algún tiempo después (en concreto en 1618) dentro de los tomos generales en los que se editaban los dramas de Lope.

Otra comedia que ha sido atribuida a Lope de Vega es la rotulada Nuestra Señora de Candelaria. De igual manera que la anterior, se trata de una obra en tres actos, coincidente en unos años con la prenotada y en la que no falta la escenificación de alabanzas y elogios a la talla mariana. Sin embargo, se la privó de la fortuna de haber sido impresa. De la misma se conserva una copia en la colección de manuscritos de la Biblioteca Nacional de España, en cuya portada figura una anotación caligráfica antigua en la que se adjudicaba su autoría a Vega Carpio. Tras el estudio de este ejemplar, María Rosa Alonso llegó a la convicción de que no se trataba de una obra de Lope, datándola en la segunda década del siglo XVII28. Más recientemente, Fernández Escalona ha formulado de nuevo la hipótesis sobre la paternidad de Lope de Vega pero fijando, ahora, su terminación en torno a 1600 (enclavada, por tanto, dentro de una etapa más prematura) y como primera parte de una pieza dramática más amplia y no concluida, la cual más tarde el escritor madrileño aprovechó para apuntalar Los guaches de Tenerife. Esta sería la razón por la que la obra Nuestra Señora de Candelaria ha permanecido sin conocer la tipografía y, aún más, sin haber sido reconocida nunca por su autor.

Entrado el siglo XVII, la ancestral veneración a la talla tinerfeña continuó sirviendo como pretexto literario: unas veces como elemento de encomio en las dedicatorias de varios libros impresos y otras para desplegar su historia y vicisitudes. En el primero de los casos se encuadraría, por ejemplo, el sermón pronunciado por el dominico Antonio de Lucena (1568-1629) en 1620 durante las fiestas celebradas en el convento agustino de La Laguna por la beatificación del padre Tomás de Villanueva (Granada: Bartolomé de Lorenzana, 1620) y dedicado a la patrona de las islas30. De mayor transcendencia
fue la dedicatoria que el historiador Juan Núñez de la Peña (1641- 1721) ofrendó a la Virgen en su obra Conquista y antigüedades de las islas de la Gran Canaria (Madrid: Imprenta Real, 1676)31, en cuyas páginas preliminares aparece el expresado homenaje junto a numerosas notas desarrolladas en las partes primera y tercera. En otras ocasiones, por el contrario, la talla aparecida en la playa de Chimisay fue analizada como un icono enigmático: así lo prueba el manual ideado acerca de la Virgen María por el clérigo perteneciente a la Compañía de Jesús Alonso de Andrade (1590-1672), quien, además, había residido en las islas entre 1631 y 1633. El libro lleva por título Patrocino universal de la Santísima Virgen María (Madrid: José Fernández de Buendía, 1664) y reúne una serie de apostillas sobre la Candelaria tinerfeña. Entre las mismas se encuentra citada la curiosa deducción practicada por el también jesuita Atanasio Kircher (1601-1680) sobre los emblemas visibles de la efigie, de los cuales se infiere una naturaleza islámica: deduce, por tanto, para la talla de Candelaria, una procedencia arábiga o mudéjar (pp. 445-455). Y es que, desde que se tiene constancia de las letrerías que la escultura lleva en sus ropajes y prendas, eruditos como Argote de Molina o Núñez de la Peña han intentado descifrar su significado. Incluso, en 1702, el presbítero
grancanario Carlos Andrés Fernández del Campo consagró un trabajo monográfico al tema.

Nuevas alusiones son las recogidas en el libro Cielo estrellado de mil y veynte y dos exemplos de María (s.l.: s.n., h. 1655) del jesuita peruano Juan de Alloza (1597-1666).

En sus páginas se establece una relación entre las virtudes ejemplares de la Virgen y el conjunto de astros que, según las creencias de entonces, poblaban el firmamento33. De
manera coetánea a estas citas es la aparición de las primeras referencias a una literatura de tipo festivo donde la Virgen tomó protagonismo.

Una de las que se debe considerar es la titulada De dos humildes hijos de Madrid a la fiesta de Nuestra Señora de Candelaria: retrato en verso de una fiesta de Candelaria. Manifestaciones equiparables a éstas podrían ser los romances o romancillos populares que llegaron a circular informalmente en algunos momentos pero de los que se han conservado muy pocos, como el que nos ha llegado gracias a la copia decimonónica hecha por Agustín Millares Torres, con fecha original desconocida, o el recogido por Agustín Espinosa en 1932 y editado dentro de la serie Biblioteca canaria36, el cual podría datarse en la década de 1680 según su compilador. Por último, dentro de este tipo de manifestaciones no se debe olvidar el impreso La Candelaria entre guanchez, y Edipo atlántico (1707)37. Se trata de un modesto folleto de apenas cinco hojas en que se recoge una pequeña obra teatral que enlaza la aparición a los guanches con una especie de profecía sobre la llegada de los borbones a España.

Otro de los textos vinculados con la Estrella del Mar es el conocido como las «glosas», hallado entre los papeles personales del obispo de Canarias Bartolomé García Ximénez. Según el erudito Rodríguez Moure, sirvieron para celebrar la reedificación en 1672 del
nuevo templo sureño. Pocas autoridades eclesiásticas del archipiélago como este prelado desplegaron un culto tan exquisito y redundante hacia la efigie tinerfeña. Bajo su mitrado, comprendido entre 1665 y 1690, se promovieron obras, donaciones y fiestas en torno a la morada tinerfeña de la Virgen.

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