viernes, 2 de mayo de 2014

LA REAL JODIENDA NO TIENE ENMIENDA







Capitulo III

Felipe III
Rey de España y Portugal 1598-1621 


Un 14 de abril de 1578 nace en Madrid Felipe  fue el único hijo sobreviviente de Felipe II y de su cuarta esposa Ana de Austria. En 1582 se le designó heredero al trono, cargo que ocupó el 13 de septiembre de 1598. Como era habitual en las cortes europeas de la época, recibió su educación de aristócratas y eclesiásticos, que le forjaron un carácter religioso extremadamente fanático.
Felipe III tenía dieciocho años, y era necesario casarlo. A esta decisión llegó Felipe II, al ver a su único hijo varón vivo llegar a la mayoría de edad. Pero tenía que ser una mujer capaz, que supliera las claras deficiencias que ya demostraba el príncipe.
Para ello se centró en alguna de las hijas de su primo el archiduque Carlos, que tenía cuatro hijas posibles. En un principio la inseguridad del príncipe, hizo que se jugara a suertes quien sería su futura esposa, saliendo elegida por pura suerte Margarita. El rey al enterarse de esto monta en cólera, y decide elegir él mismo a su futura nuera, eligiendo a las dos mayores.
Esto se explica de la siguiente manera, el rey elige a la mayor, pero cuando van a establecer las negociaciones para el matrimonio se enteran de que ha muerto de gripe. 


Por lo que el rey elige a la siguiente en edad, pero vuelven a enterarse de que también a muerto, así que la siguiente en la lista era Margarita. Curioso que la que había sido elegida por pura suerte, terminase siendo elegida finalmente.
El 18 de abril de 1599 en Valencia Carlos contrae matrimonio con su prima Margarita de Austria, tuvo ocho hijos, el tercero de ellos, Felipe, a su muerte, sería proclamado Rey de España como Felipe IV. Con el sistema de gobierno de los primeros Austrias, el Consejo de Estado fue reorganizado en 1600 con un mayor protagonismo en la política general.
La reina de España cumplió con sus funciones maritales y maternales, lo que es digno de mención, ya que en su matrimonio tuvo ocho embarazos, quedando completamente débil y enferma, debido a los continuos excesos de sus prácticamente interrumpidos embarazos. Al final al ponerse de parto de su octavo hijo, la reina completamente exhausta termina muriendo, siendo seguida poco después por su último hijo.
Felipe de carácter tímido, su poca capacidad y su gran afición a la caza, anuló un gobierno personal en favor de un delegado o favorito sin cargo específico. Desde 1598 gobernó como valido el duque de Lerma, su amigo personal, que desde los primeros momentos recibió autorización para firmar en su nombre. Así controló todos los órganos de la administración tomando decisiones ejecutivas. El reparto de gracias y mercedes permitió a Lerma formar una poderosa facción política. Se dice que para escapar a las críticas que se lanzaban en Madrid contra él, se explica el traslado de 1601 a 1606 de la corte a Valladolid.
La suspensión de pagos de 1607 marcó el inicio de un periodo pacifista. El 9 de abril de 1609 se firmó una tregua de doce años con los Países Bajos, reconociéndose oficialmente la existencia de Holanda. Ya antes se llegó al fin de hostilidades con Inglaterra, tras la muerte de Isabel I. En 1609.
 Felipe III cambia en el año 1618 a Lerma por su hijo, el duque de Uceda, con menos libertad de acción en la tramitación de las consultas y con un mayor protagonismo de Baltasar de Zúñiga en los asuntos exteriores, el rey se reservó el despacho de mercedes.
En relación a la figura de Felipe III el historiador Juan Eslava Galán nos ofrece el siguiente bosquejo: “Felipe II fue, ya lo hemos visto, uno de esos empresarios obsesivos que pretenden controlarlo todo en su negocio, incapaces de delegar en sus subordinados. Como no se fiaba de nadie, nunca enseñó a gobernar a su hijo. El príncipe, cuando accedió al trono, ignoraba el oficio y prefirió descargar la pesada tarea de reinar en manos de un hombre de confianza. Ya lo había sospechado su padre. Poco antes de morir, comentó amargamente al marqués de Castel-Rodrigo: “¡Ay, don Cristóbal, que me temo que me lo han de gobernar!” En efecto, como en la antigua Córdoba califal visitada por el lector páginas atrás y ya quizá olvidada, el gobierno del Estado volvió a estar en manos de hombres de confianza o privados, elegidos a dedo, y a menudo equivocadamente, por el rey. Él firmaba los documentos, como su padre, pero sin leerlos previamente ni discutirlos.
Felipe III salió a su padre en lo piadoso, cristiano sincero y gran rezador, pero el parecido se detuvo ahí porque no era trabajador y sólo le interesaban las fiestas y los saraos.
Vayamos ahora al gobierno. El primer valido real fue el duque de Lerma, que lo hizo tan mal como lo pudiera haber hecho el rey en persona, si no peor. Su incompetencia era conmovedora, pero se mantuvo en el cargo sobornando y comprando el silencio de los que podían descubrir su ineptitud. El cohecho y la corrupción alcanzaron extremos nunca vistos.
Se dice que Felipe III murió prematuramente, a los cuarenta y tres años de edad, por culpa de uno de los muchos usos absurdos que imponía el rígido protocolo de la corte Austria. (...) Era marzo, que en Madrid puede ser mes crudo y siberiano, y habían colocado un potente brasero tan cerca del rey que éste comenzó a sudar copiosamente en su sillita de oro. El marqués de Tobar hizo ver al duque de Sessa que quizá convenía retirar un poco el brasero, que “su majestad se nos está socarrando”, pero, por cuestiones de protocolo, ese preciso cometido correspondía al duque de Uceda.
Buscaron al duque de Uceda, pero se había ausentado del Alcázar, y cuando pudieron localizarlo y traerlo, el rey estaba ya empapado de sudor. Aquella misma noche se le presentó una erisipela que se lo llevó al sepulcro.
Hablar del protocolo de la corte Austria sería cosa de nunca acabar. Otro ejemplo bastará para poner de relieve hasta qué absurdo extremo puede llegar el endiosamiento de las personas. En una ocasión, un pueblo famoso por las medias que fabricaban sus artesanos quiso regalar a la reina un lote de esta prenda, pero el presente fue rechazado airadamente por el mayordomo real: “Habéis de saber -dijo- que las reinas de España no tienen piernas.” En la corte Austria nadie podía volver a montar un caballo en el que hubiese montado el rey, y la misma ley se hizo extensiva a las amantes reales, lo que determinó que muchas de ellas, pasados los ardores del monarca, ingresaran en conventos de clausura.” (Juan Eslava Galán, 2002).
Felipe III falleció el 31 de marzo de 1621.

Felipe IV 


Nació el 8 de abril de 1605 en Valladolid. Hijo de Felipe III y de Margarita de Austria, la cara de alelado, la mandíbula eminente y el  belfo caído que Velásquez tanto retrató con piadosos y cortesanos pinceles.
Si bien Felipe IV, apodado el Rey Planeta por su vasto imperio, fue un rey culto preocupado por el arte, la ciencia y la cultura, también fue un mal gobernante que delegó sus poderes en un valido.
En 1615, en Burgos, a los diez años de edad, Felipe se casó con Isabel de Borbón, hija del Rey Enrique IV de Francia y de María de Médicis.
El abuso de matrimonios con parientes cercanos, la consanguinidad, dio lugar a taras genéticas q explican la aparente mala suerte del monarca. Felipe IV tuvo como hemos visto ocho hijos de su primera mujer, Isabel de Borbón: María Margarita murió siendo bebé, Margarita María Catalina no superó la infancia, María Eugenia murió a los dos años, Isabel María Teresa falleció también siendo una niña, Baltasar Carlos, Príncipe de Asturias murió a los 17 años, María Ana Antonia sólo llego a cumplir un año de vida y María Teresa la única que llegó a adulta, vivió 47 años y fue esposa de Luís XIV de Francia.
Pero la historia de su prole no termina ahí. Felipe IV se casó, en segundas nupcias, con  su sobrina Mariana de Austria en 1649, que le dio cinco hijos: Margarita vivió hasta los 22 años y se casó con el emperador Leopoldo I, María Ambrosia de la Concepción murió con meses de vida, Felipe Próspero, Príncipe de Asturias, sólo cumplió 4 años, Tomás Carlos falleció con un año y Carlos sobrevivió y llegó a ser Rey de España como Carlos II, aunque tuvo una salud muy delicada y fue apodado “el hechizado”, por sus continuas enfermedades.
Al igual que su padre, cedió los asuntos de Estado a validos, entre los que destacó Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares, quien realizó una enérgica política exterior que buscaba mantener la hegemonía española en Europa. Su reinado fue un periodo de lujo, fiestas y exaltación de la corte. En 1633 fue inaugurado el palacio del Buen Retiro. Durante su reinado se participó en la guerra de los Treinta Años, y se reanudó la guerra en Flandes. La crisis llegó debido a la falta de recursos y a la intervención de Francia en la guerra. Tras La Paz de Munster en 1648,  perdió las provincias del norte de los Países Bajos (Holanda). Algunos meses antes de morir, la derrota de Montes Claros o Villaviciosa trajo consigo la pérdida de Portugal. 


Felipe IV había cumplido los dieciséis años cuando heredó el trono y ya estaba casado desde los quince con Isabel de Borbón, una atractiva francesa, algo mayor que él. Nunca le bastó, porque el muchacho era un obseso sexual, que buscaba compulsivamente amantes. Se calcula que a lo largo de su vida engendró treinta y siete hijos bastardos y once legítimos, seis con su primera mujer y cinco con la segunda, Ana María de Austria. Sin embargo, su gran amor, si es que amó a alguien, fue una cómica famosa, María Inés Calderón, la Calderona, cuyo hijo, Juan José de Austria, fue el único bastardo real que el rey hizo educar como príncipe de sangre.
El mozo era tan ambicioso que concibió el desatinado plan de suceder a su padre en el trono y, para ir allanando el camino, tuvo la desfachatez de solicitar al rey la mano de una infanta, es decir, de su hermanastra. Felipe IV, escandalizado, lo apartó de la corte y no volvió a recibirlo.
Felipe IV fue un hombre que gozó sin medida de cuantos placeres puso la vida a su alcance, y su reinado fue un periodo de lujo, fiestas y exaltación de la Corte. 
Le gustaban los toros y las mujeres —no por ese orden—. Más que de ninguna otra diversión gustaba del teatro, y, desde luego, de las actrices. Desde su infancia participaba en las representaciones que se hacían en palacio. Más tarde comenzó a acudir a los palcos de los teatros populares de Madrid: el Corral de la Cruz y el Corral del Príncipe, a los que iba de incógnito en busca de placeres mundanos y aventuras amorosas. Durante una de aquellas visitas secretas el monarca se quedó prendado de María Inés Calderón, conocida popularmente como “ la Calderona ”, con la que tendría al bastardo don Juan José de Austria. 
En el blog De Reyes Dioses y Heroes, podemos leer: “El calendario de fiestas, romerías, ferias y verbenas fue muy amplio durante su reinado.
Sólo se trabajaba una media de 272 días al año, y las celebraciones duraban frecuentemente varias jornadas. Se adornan los edificios, se cubren con ramas verdes los barrizales de las calles, se erigen arcos triunfales y a veces el rey paga el vino de los ciudadanos. 
Los paseos eran la esencia de la vida social. Los lugares más frecuentados eran los Jardines del Buen Retiro, La Alameda del Prado y La Huerta de Juan Fernández. 
Una de las diversiones de la Corte era recrear batallas navales en el lago del parque del Retiro. Allí disfrutaba la familia real y los cortesanos navegando por los canales. La creación del real sitio se debió al deseo del conde-duque de Olivares de erigir una villa cercana a la Corte capaz de ofrecer un complejo programa de diversiones destinadas al entretenimiento de Felipe IV. Los festejos solían tener el empuje de valido, puesto que con ellos no sólo se trata de divertir y distraer al pueblo, sino también al propio rey y a su corte para distraerlos de otros asuntos. De ese modo cualquier suceso o acontecimiento era pretexto para organizar celebraciones y desfiles. 
En tiempos de Felipe IV, se celebraban también numerosas fiestas en las que intervenían los caballos. Una de ellas era la llamada encamisada. José Deleito Piñuelo dice que "Era cierta fiesta que se hacía de noche con hachas por la ciudad, en señal de regocijo, yendo a caballo… se efectuaba La Encamisada en la Corte y en las ciudades principales y preferentemente para conmemorar a todos los príncipes y magnates, o bien otros acontecimientos". 
 

Cuando el príncipe de Gales llegó en 1623 a la Corte con la intención de pedir la mano de la infanta María, los festejos que se organizaron para agasajarlo durante los cinco meses que duró su estancia fueron continuos: banquetes, bailes, ballets y demás celebraciones se sucedían sin apenas interrupción en el Salón Grande y en el de Comedias del Alcázar. 
El rey participaba en los carnavales. Es más: fue Felipe IV quien restauró estas fiestas, que habían sido prohibidas por Carlos I en 1523. Gaspar de Guzmán escribe que “ha solemnizado el carnaval habiendo salido de máscara el domingo pasado, con que se alegró el pueblo harto y mostró Su Majestad la gallardía y brío que Dios le ha dado aventajándose a los demás”. La permisividad que caracterizó a estas fiestas durante su reinado llegó a extremos insospechados. El martes de Carnestolendas de 1638, el Rey y toda la corte participaron en una boda fingida en la que el almirante de Castilla vestía de mujer, al igual que un grupo de nobles, el Conde-Duque de Olivares hizo de portero, el rey de ayuda de cámara y la reina de “obrero mayor” (La Dame Masquée).
Felipe IV viajó al hondo sur de la península ibérica en 1624. En lo más negro de la decadencia hispana, al rey le dio por visitar Andalucía, y avisó al duque de Medina Sidonia que iría a cazar a sus estados del coto de Doñana.
Las jornadas cinegéticas fueron muy provechosas. El rey, intrépido cazador, apuñaló a un jabalí cautivo mientras el animal era sujetado entre varios monteros, y abatió tres toros en un corral, disparando con su arcabuz desde el parapeto del burladero.La monarquía de los austrias continuó su imparable declive con el reinado de Felipe IV, acentuado por la extrema dejadez del rey a la hora de afrontar los asuntos más importantes.
La profunda crisis social y económica que sufría la sociedad española en aquella época tuvo el efecto de aumentar todo tipo de creencias supersticiosas, dando lugar a que surgieran de forma muy extendida un gran número de hechos sobrenaturales que alcanzaron una gran dimensión, pero que tenían muy poco que ver con la realidad.
“En el convento madrileño de San Plácido tuvo lugar uno de los casos de posesión diabólica más conocidos y escandalosos del siglo XVII. Este convento, también llamado “convento de la Encarnación Benita ”, había sido fundado en el año 1624 por dos personajes de dudoso pasado, Fray Francisco García Calderón y Teresa Valle de la Cerda.
La vida dentro del convento se caracterizaba por una extrema austeridad así como por la práctica de normas muy estrictas que favorecían el aislamiento, el ayuno y la penitencia.
Además, la mayoría de las monjas y novicias que formaban parte de la congregación habían sido seleccionadas por presentar una cierta inestabilidad emocional que aumentaba su inclinación hacia las experiencias espirituales más extremas.
Pocos días después de la fundación del convento, una de las monjas llamada “hermana Luisa María”, comenzó a mostrar diversos síntomas que los sacerdotes y médicos que la atendieron no dudaron en atribuir a una posesión demoníaca. Las declaraciones de la hermana Luisa María afirmando que ella no era la única que tenía demonios en el cuerpo provocó un efecto contagio entre el resto de las monjas.
La inevitable publicidad del asunto dio lugar a la apertura de un proceso que implicaba a algunos notables personajes de la época. Entre ellos se encontraba el conde-duque de Olivares, mano derecha de Felipe IV, y cuya implicación en aquellos acontecimientos provocó su caída en desgracia y su cese como valido del rey.
Otra de las consecuencias fue el descubrimiento de que el rey Felipe IV había mantenido relaciones amorosas con una de las internas, concretamente con una joven novicia llamada sor Margarita de la Cruz. Esta no debió ser la única ocasión en que el monarca mantuvo relaciones con religiosas, ya que por el Madrid de la época eran habituales los rumores que le relacionaban al menos con otras dos jóvenes novicias.
Poco tiempo después de estos sucesos, Felipe IV conoció en uno de sus viajes a sor María de Jesús de Ágreda, más conocida como la “Dama Azul”, convirtiéndola en poco tiempo en su confesora y asesora para asuntos políticos. La monja defendía fervientemente el origen divino del rey, y éste comenzó a acudir constantemente a ella en busca de respaldo moral y religioso, especialmente después de sus aventuras amorosas.
Sor María de Jesús entró de lleno en el campo de lo sobrenatural al afirmar que poseía la facultad conocida como “bilocación”, es decir, la capacidad de estar al mismo tiempo en dos lugares distintos y lejanos. Al parecer, durante tres años sor María de Jesús había estado evangelizando en Nuevo México, mientras que físicamente también permanecía en distintas poblaciones españolas.
A pesar de que nunca se hallaron pruebas físicas de la presencia de sor María de Jesús en Nuevo México, Felipe IV convirtió a la monja en su confidente y consejera política, en un intento desesperado por reconducir la realidad social, económica y política de una España que se desmoronaba de forma imparable.” (Imanol Paradela, 2013)
Felipe IV, el Rey Pasmado, tuvo once hijos legítimos, seis con Isabel de Borbón y cinco con Ana María de Austria, pero además tuvo numerosas amantes, con las que engendró nada menos que treinta y siete hijos bastardos. Otros historiadores dan un total de 43 hijos. España, ya decadente, todavía era grande. Tenía pasión por las novicias. Como queda dicho se encaprichó con Sor Margarita de la Cruz. Eso siendo pasmado, que si llega a ser espabilado….. En realidad lo de Pasmado era por la cara de orgasmo permanente, que tenía. Vamos, como la monja violada a la que por orden de la Superiora hubo que hacer la Cirugía estética para quitarle la cara de satisfacción que se  le había quedado. 

La Calderona y Felipe IV 


Felipe IV la conoció en el 1627, en su debut teatral en un corral de comedias de Madrid, el Corral de la Cruz. A la sazón María estaba ya casada, y era amante de Ramiro Núñez de Guzmán, duque de Medina de las Torres, viudo de la hija del Conde Duque de Olivares.  María Inés Calderón, llamada popularmente “ La Calderona ”, fue una afamada actriz de teatro y la amante más famosa del rey Felipe IV de España. Madre del político y militar Juan José de Austria, que fue reconocido oficialmente como hijo del monarca en 1642.
María nació en Madrid en 1611. Era hija de Juan Calderón, personaje que se encargaba de preparar todo lo preciso para la acogida de las diferentes compañías de cómicos que llegaban hasta la Corte , e incluso de facilitarles los préstamos con los que hacer frente a sus primeras necesidades, antes de la recaudación del dinero por su trabajo. La Calderona creció y se formó dentro de este mundo de la farándula, entre la variada gente que se dedicaba a las representaciones teatrales.
Los amores entre Felipe IV y La Calderona llegaron a ser comidilla popular y la convirtieron en uno de los personajes más populares del Madrid de finales de aquellos años veinte. Su relación con el rey la obligó a abandonar los escenarios en pleno éxito. También dio lugar a incidentes como el enfado de la reina Isabel de Borbón, cuando el rey cedió a María un palco distinguido de la Playa Mayor de Madrid, justo al lado del de la reina, para la celebración de un espectáculo. A partir de entonces, Felipe la situó en un palco cercano del ocupado por la familia real y que el público no tardó en bautizar como “el balcón de Marizápalos””, por el título de una pegadiza canción que la actriz había popularizado desde la escena.
En la primavera de 1629, venía al mundo un niño, Juan José, que nacía en una casa de la calle leganitos, que el duque de Medina de las Altas Torres había proporcionado a la que era públicamente amante del rey. En su acta parroquial de bautismo, quedó el niño registrado como “Juan, hijo de la tierra”, que tal era la apelación que se daba a los nacidos de padres desconocidos.
A pesar de los deseos de María, el niño le fue apartado de su lado y entregado para su crianza a una humilde familia de León, ciudad en la que pasó los primeros años de su vida hasta que el rey decidió su traslado a Ocaña. La Calderona nunca lo volvió a ver.
Para entonces la pareja real había perdido varias hijas, muertas apenas nacidas, y Felipe debió pensar que aquel niño podía ser una salida de emergencia para el futuro de la dinastía, por lo que decidió darle una educación y una pensión correspondientes a su origen.
Tras el nacimiento del pequeño Juan José todo parece indicar que la relación del rey con María se había enfriado. Felipe IV ordenó el ingreso de su favorita en un convento. La Calderona , tras perder a manos del barbero su hermosa cabellera, ingresó en el monasterio benedictino de Valfermoso de las Monjas, Guadalajara, llegando a ser abadesa. Falleció en 1646. Otra versión de esta historia nos dice que María huyó del convento, abandonó Madrid y logró llegar hasta las inmediaciones del Monasterio de Santo Espíritu del Monte de Gilet, Valencia. La joven se instaló en el collado que separa las peñas de Guaita y Espartal, hoy llamado Calderona, lugar donde discurría el camino de herradura que unía la ciudad de Valencia y el camino real de Aragón. Su orografía hizo de la Sierra un auténtico nido de bandidos salteadores de caminos. La Calderona encontró refugio entre aquella gente de mal vivir y habitó una casa cuyas ruinas son visibles todavía hoy, muy cerca de la “font dels Ullalets”. Según cuentan algunas personas se convirtió en la jefa de los bandoleros.
“Lo que es bien cierto es que María Inés no se conformaba con ser una más de las muchas amantes de Felipe IV a pesar de ser una mujer muy joven y estar casada, teniendo diversos amantes, entre ellos como queda dicho el conocido Duque de Medina de la Torres que por coincidir en el tiempo con sus deslices amorosos con la Calderona , ponen en duda la paternidad de D. Juan José de Austria que en un primer momento como hemos visto tuvo de apellido de la tierra”.
Fuese quién fuese el padre, lo cierto es que fue un bastardo más, hijo de rey, esta vez en una época muy especial de la historia de lasa  Españas y consiguió ser el único hijo que obtuvo el regio reconocimiento de su paternidad a pesar de las dudas razonables que dejó la vida pecaminosa de María Inés Calderón que para su desgracia acabó encerrada en un convento.
Su vida está llena de batallas ganadas y perdidas en defensa siempre de las Españas, fue sin duda un grande de los reinos de España y de los primeros políticos en entender que la prensa escrita y los literatos del momento serían clave para cualquier gobierno.
D. José Ribera nos dejó una bella estampa de D. Juan José de Austria, hemos de mencionar que la hija del pintor mostró su amor a Juan José con el que tuvo descendencia y terminó en un convento, algo que en aquella época por desgracia era habitual para muchas mujeres, sobre todo si los amantes eran mujeriegos y nobles.

En el momento de su muerte, su deseo era estar en la Basílica del Pilar por el gran amor que sentía hacia el pueblo zaragozano, pero Carlos II lo enterró en el Escorial.
Se sabe que su corazón fue trasladado a la Basílica del Pilar y está enterrado en la verja que separa la imagen de los fieles, allí descansa un Grande de las Españas que nos dio mucho y su pueblo lo olvidó.” (Senovilla).
Con toda esta promiscuidad sexual, dejó Felipe IV un gran número de bastardos de los que sólo ocho o nueve están bien documentados, pero que según algunos autores llegan hasta los sesenta. Por su parte, Fernando González-Doria reduce la cifra de ilegítimos a treinta. Sólo se conoce el nombre de seis de ellos, todos con su tratamiento de don:
No es verdad que Felipe IV sólo reconociera a don Juan como hijo bastardo, pues también lo hizo (aunque póstumamente) con don Francisco Fernando, hijo de su primera amante conocida, la Charela , hija del Conde Chirel, el cual se encuentra enterrado en El Escorial en frente de don Juan José de Austria.
Don Francisco Fernando Isidro de Austria (Madrid, 1626 – Isasi, 12 de marzo de 1634), que fue el primero y que murió a los ocho años de edad en la villa de Isasi. Parece que fue muy amado por Felipe IV, que incluso le legitimó póstumamente, mandándole enterrar en el Real Monasterio de El Escorial, en el panteón de infantes (1) , lo que niega la afirmación que muchos historiadores mantienen sobre el hecho de que Felipe IV solo reconoció a don Juan José de Austria como hijo habido fuera del matrimonio. Don Francisco Fernando era hijo de la hija del Conde de Chirel o de Charela.
El primer amor extra-conyugal conocido de Felipe IV ocurre cuando aún no había cumplido los veinte años; se enamoró de la hija del Conde de Chirel, una niña de familia de ilustre prosapia, y para poder conseguir su propósito de llegar a una relación más íntima, envía al padre de la joven a Italia al mando de unas galeras. El padre, ignorante de la situación, zarpa orgulloso hacia su destino; la madre, que sabía perfectamente lo que ocurría y el porqué de esta distinción hacia su marido, calla y no pone obstáculo a lo que se avecinaba. Con el frecuente trato real llega un embarazo del que nace como hemos visto el primer bastardo real, al que se llamó Francisco Fernando de Austria, que murió niño, siendo seguido a la tumba por su madre poco tiempo después. La casa de la familia primero fue cerrada a cal y canto y posteriormente el Rey la convirtió en convento, y con el nombre de la “Concepción Real” fue entregado a las monjas Calatravas, conservándose todavía hoy este convento con este mismo nombre en la Calle Alcalá de Madrid.
Felipe IV murió a los 60 años, el 17 de septiembre de 1665 tras caer enfermo, probablemente, de disentería. Está enterrado en la Cripta Real del Monasterio de El Escorial.  

Felipe V 




Aficionados de siempre los españoles a las pendencias especialmente cuando median intereses económicos o de poder, no desaprovecharon la oportunidad que les brindaba el tema de la sucesión auspiciado por potencias europeas para enfrascarse en una guerra fraticida para dilucidar que bota les apretaría el cuello.
Se formó un bando dentro y fuera de España que no aceptaba al nuevo rey y apoyaba al pretendiente, el Archiduque Carlos de Habsburgo produciéndose un conflicto bélico a escala europea, denominado guerra de Succión (1701-1713).
El ascenso al trono de Las Españas de Felipe V representaba la hegemonía francesa y la temida unión de Los reinos de las Españas y Francia bajo un mismo monarca. Esta posibilidad indujo a Inglaterra y Austria a apoyar al candidato austriaco, que, por supuesto, era sustentado por los Habsburgo de Viena. Las diversas potencias europeas se posicionaron ante el conflicto sucesorio hispano.
Las perspectivas de gobierno de Felipe V abogaba por el modelo centralista francés apoyado en la corona de Castilla mientras que Carlos de Habsburgo preconizaba el sistema foralista apoyado en la corona de Aragón y especialmente en el condado de Cataluña.
Los doce años de contienda acabaron con el triunfo de los partidarios de Felipe V con las victorias militares de Almansa, Briguega y Vilaviciosa. Mientras tanto, Carlos de Habsburgo heredó en 1711 el Imperio alemán, desinteresándose de sus pretensiones al trono hispano. Pero como a “río revuelto ganancia de pescadores” los aliados de Carlos no renunciaron a la parte del pastel que creían corresponderles, dándose fin a la guerra con el Tratado de Utrecht. 


Mediante dicho Tratado de 1713 Felipe V era reconocido por Inglaterra y Austria como soberano de Las Españas, pero con las siguientes condiciones:
1º. Renunciar a cualquier posible derecho sobre la corona francesa.
2º. Los Paises Bajos y los territorios de Nápoles y Cerdeña pasaron a poder de Austria.
3º. El Reino de Saboya se anexiono la Isla de Sicilia.
4º. Inglaterra por su parte obtuvo El Peñón de Gibraltar, la Isla de Menoría el navío de permiso (derecho limitado a comerciar con las colonias españolas en América) y el asiento de negros, es decir, permiso para comerciar con esclavos en las colonias españolas.

La personalidad de este monarca

Felipe de Borbón y Wittelsbach de Baviera, duque de Anjou, nació en Versalles (Paris) el 19 de diciembre de 1683, siendo el segundo hijo del Delfín de Francia (Heredero del trono) Luís y de Maria Anna de Wittelsbach, duquesa de Baviera. Era nieto de Luís XIV “El Rey Sol” de Francia y de Maria Teresa de Habsburgo, Infanta de España, por lo que Felipe de Borbón era bisnieto de Felipe IV de las Españas.
Tras la muerte de su tío-abuelo, Carlos II de España, aceptó ser el nuevo rey español el 16 de noviembre de 1700. Pronto ordenaría que la reina viuda de España, Maria Ana de Neoburgo abandonara la corte española, ya que no quería contar con su presencia.
El 16 de noviembre de 1700 es proclamado Rey de las España en el Palacio de Versalles en Paris (Francia).
Juró como nuevo rey para la vieja corona de Aragón, en Barcelona, siendo reconocido como Felipe IV de Cataluña y Aragón, y jurando las constituciones de Cataluña. El nuevo monarca acepta la lengua catalana como principal idioma del levante español, donde habitualmente es hablado y es co-oficial con la lengua francesa en Cataluña y con la lengua castellana en el resto del levante y archipiélago balear.
Felipe V se casó al poco tiempo de llegar a las Españas, el 2 de noviembre de 1701 en Figueres (L’Ampurdà- Cataluña), con una princesa italiana, Maria Luisa de Saboya, con la que se compenetró muchísimo y estuvo junto a él en los muchos momentos difíciles de su reinado.
Tras enviudar de Maria Luisa, el 14 de febrero de 1714, se casó con la aristócrata italiana, Isabel de Farnesio, el 24 de diciembre de 1724, motivado por los intereses políticos de Parma, lugar donde era Isabel. De este nuevo matrimonio tuvo muchos más hijos, siete para ser más exactos, entre ellos Carlos III (1716-88).
La dependencia de Felipe V de las mujeres era excesiva, como se solía decir “el rey sólo necesita dos cosas para vivir, un libro ( la Biblia ) y una mujer. La princesa de los Ursinos, copera mayor de la corte, fue enviada por su propio abuelo para dominar tanto a los jóvenes reyes como para hacer de espía suya en la corte de Madrid.
El 22 de diciembre de 1714 en Jadraque, la segunda esposa de Felipe V expulsó a la Princesa de los Ursinos de la corte para que nadie la dominara como se hizo con la primera esposa real, María Luisa de Saboya, fallecida el febrero de 1714 de tuberculosis, y ser ella quien dominara a Felipe. Aquí entra en juego su obsesión sexual.
La joven Isabel, cuya descripción era de la de una muchacha regordeta y humilde, cuya única ambición era bordar y leer libros piadosos, era engañosa. En realidad era una mujer con bastante más carácter del que parecía y su intención era salir de las estrechas miras del pequeño principado italiano de la Toscana del que pertenecía, para unirse a una gran potencia y conseguir el dominio de Italia para sus hijos. La táctica que usó para dominar al rey fue sencilla: lo mantuvo sin consumar el matrimonio hasta que ya no pudo aguantar más la abstinencia sexual y le pidió  consumar el matrimonio. Felipe estaba derrotado. Desde ahora en adelante dependería de Isabel para siempre, y se complacía en considerarse “comme un image” de su esposa, que lo monopolizaba para ella y lo marginaba del resto de mundo, siendo ella la auténtica dueña de la política española.
Pero esta dependencia de las mujeres no implicaba amor hacia ellas, como escribe el Duque de Saint-Simon en 1714, tras la muerte de Luisa de Saboya:
“El rey de España se sintió muy conmovido, pero a la manera real. Le convencieron para que siguiera cazando y disparando, para que pudiera respirar aire libre. En una de sus excursiones, se encontró contemplando el séquito que conducía el cuerpo de la reina al Escorial. Lo siguió con la vista y luego continuó cazando. ¿Son los príncipes seres humanos?”
Según recoge el investigador Cristóbal Miró: “Felipe V comía a diario gallina hervida, que le era servida junto con un cúmulo de pócimas, brebajes y tónicos para estimular su actividad sexual. A tal efecto todos los días desayunaba cuajada y un preparado de vino, leche, cinamomo, yemas de huevo, clavo y azúcar. La actividad del rey era tan desenfrenada que llegó a ser motivo de preocupación en los círculos cortesanos. En 1716 el embajador francés en Madrid informaba a Versalles que el rey estaba agotado, al borde de la extenuación “por el uso demasiado frecuente que hace de la reina”.
Algunos médicos, como el francés Burlet, advirtieron al rey que tales excesos estaban poniendo en peligro su vida. Pero esta advertencia no sentó precisamente bien a la reina, Isabel de Farnesio, que al tener conocimiento de ello hizo salir inmediatamente al médico de la corte. Esta actitud de la parmesana señala hasta qué punto era consciente de dónde residía su poder sobre Felipe V. El monarca, apocado y abúlico, se convertía con facilidad en un juguete en manos de la persona que estuviese más próxima. De ahí que la reina no quisiese oír ni hablar de separaciones. Algunos contemporáneos afirmaban que ella misma se encargaba de agravar las debilidades de su marido para de esta forma poder controlar mejor su voluntad.
Felipe V fue cayendo en la melancolía, la hipocondría y la locura. Cada día era más dejado, más extraño. Sin embargo, hubo una fecha en concreto que parece que fue una especie de detonante para una cadena de manías que no le abandonaron nunca. Y es que el 4 de octubre de 1717, cuando cabalgaba por la mañana, creyó que el sol le atacaba.
Eso le llevo a un proceso de degeneración en el cual no se dejaba cortar por nadie el cabello ni las uñas porque pensaba que sus males aumentarían. Las uñas de los pies le crecieron tanto que llegó un momento que ya no podía ni andar, y llegó a pensar que estaba muerto. De hecho preguntaba a sus guardias porqué no lo habían enterrado, dado que estaba muerto. Se mordía continuamente los brazos de ansiedad. Otras veces, decía que no tenía brazos ni piernas. Su conducta era cada vez más estrafalaria: mandaba abrir las ventanas en pleno invierno, se envolvía en mantas en verano, y algunas noches se creía convertido en rana. Sufría delirios y verdaderos ataques de histeria. Había opiniones para todos los gustos y el ambiente de la corte se encontraba enrarecido. La reina trataba de controlar la situación y evitar que ésta degenerara. Comenzó a circular un extraño rumor: se decía que la ropa blanca del rey y la reina irradiaba luz. El fenómeno afectaba a paños, sábanas, camisas… Como no se encontraba una explicación racional al suceso, se buscó otra de tipo más providencialista, llegándose a la conclusión de que se debía a que el número de misas dichas por el alma de Luisa Gabriela de Saboya, la primera esposa, había sido insignificante. Si tal era la causa, la solución era fácil: se ordenó decir doscientas mil misas por el eterno descanso de la reina difunta y, por si acaso, se renovó toda la mantelería y vestuario real afectado. Al parecer el fenómeno volvió a repetirse y Felipe V estuvo a punto de enloquecer. Ordenó establecer vigilancia permanente sobre su ropa personal y para evitar posibles hechizos su confección se encargó a monjas, pensando, sin duda, que manos tan celestiales sabrían evitar aquella obra del diablo. El rey se negaba a cambiar sus mudas de ropa interior hasta que las mismas, hechas jirones, quedaban inutilizables.
Poco después del matrimonio del primogénito, en 1721, el monarca entró otra vez en una fase de profundo abatimiento que le hizo desentenderse de todo lo relacionado con los asuntos de Estado. Pasaba largas temporadas en un palacio que se estaba construyendo en la frondosa zona de los pinares de Balsaín, en la sierra de Guadarrama, un palacio conocido como La Granja de San Ildefonso. Allí se retiraba en compañía de la reina. El duque de Saint-Simon nos presenta al monarca por estos años como un verdadero demente: el rostro desencajado, perdido el color a su consecuencia de su costumbre de vivir de noche y permanecer encerrado durante el día. Su físico estaba notablemente envejecido para un hombre que aún no había cumplido los 40. Nunca había tenido facilidad de palabra, pero ahora llamaba la atención la torpeza de su habla, que en algunos momentos le impedía hilar adecuadamente las frases. A todo esto venía a sumarse su falta de aseo personal y su indumentaria. No se mudaba de ropa, siguiendo en esto una tradición familiar iniciada por Isabel la católica.” (mjaramon,2005)
 “Felipe V,” El Guarro”, fue el primer Borbón y el primero de los reyes de las Españas en comenzar la moda de hacer negocios sin moral ni ética alguna, como luego se confesaba la iglesia siempre condescendiente con los poderosos le daba la absolución.  Pronto firmo un suculento contrato con la Compañía de Guinea, al igual que él, de nacionalidad francesa, se hizo socio criminal de otro Borbón, el rey de Francia Luís XV, por lo cual percibía cada Borbón el 25% de los beneficios de la organización esclavista.   Eso sí, todo de manera muy católica, los barcos en los que transportaban la “mercancía” debían ser católicos, así como la tripulación, por eso de que de ese modo los esclavos que no llegase a América, tuviesen la posibilidad de morir por la gracia de Dios.
La sociedad con su primo termino rompiéndose, por el tratado de Utrecht, tampoco le importo mucho al Borbón, pronto formalizo contrato con los ocupantes de Gibraltar y Menorca y creo la Compañía de Comercio, que actuaba de forma conjunta con South Sea, por este acuerdo fueron secuestrados unas 150.000 personas, que fueron vendidas como esclavos en pública subasta en las colonias españolas, en esta operación repartía beneficios con Ana Estuardo, reina de Inglaterra, no vayamos a creer que eran solo los unos impresentables los reyes de España.
Cuando se quedó  viudo de María Luisa Gabriela de Saboya, su viudez en cuestión de Estado, sobre todo en la corte, pues el apetito sexual del rey era irrefrenable y perseguía a las cortesanas con empeño enfermizo, para después de haberlas poseído tener escrúpulos de conciencia terminando después de cada polvo o correría arrodillado ante su confesor para que le perdonase sus correrías. como los cortesanos no estaban dispuestos a ser cornudos consentidos y criar hijos bastardos del rey fue prioritario buscarle al rey una nueva esposa que calmase los excesos sexuales del monarca  sin demora con la la que desahogarse, sin que le valieran los servicios de amantes o  prostitutas, que también las hubo, proporcionadas con gusto por los cornudos cortesanos. Por ello hubo que concertarle a toda prisa un matrimonio. La elegida fue Isabel de Farnesio, sobrina del duque de Parma. Esta segunda esposa,  era lo que en lo que se suele llamar “mujer  de armas tomar” tan bien supo manejar al demente rey y su acomplejada sexualidad pecadora,  que España se embarcó en nuevas guerras a fin de proporcionar sendos tronos a los hijos de su unión con el cochino rey francés de las Españas.”




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