viernes, 12 de septiembre de 2014

ARTURO MACCANTI.


Cuando muere un poeta se enciende una estrella


 Lo último que escribí ayer fue una despedida para dos compañeros que, cada uno en su estilo y en su terreno, fueron tenaces luchadores, de esos que Bertolt Brech estima como imprescindibles porque su lucha dura toda una vida. Hoy me despierto con otra noticia de esas partidas irremediables que dejan tristeza en el corazón, la de Arturo Maccanti, morador de esa Gurea anímica que es el trasunto de su/nuestra añeja ciudad de Aguere.
 La última vez que hablé con él fue, como casi siempre, en una esquina lagunera, esta vez en la Concepción frente a su casa,  cuando, amable, cariñoso y humilde, con esa humildad innata que solo tienen los buenos y los grandes, me agradeció un artículo que le había dedicado, impregnado con la ira que la injusticia crea, cuando solicitaba “una simple pensión para vivir” –malviviendo- porque se le negaba por la administración colonial la pensión que se había ganado con más de 30 años de cotización, artículo que reproduzco de nuevo a continuación como homenaje a su memoria. El Ayuntamiento de Aguere ofertó a su hijo adoptivo una colaboración económica a cambio del trabajo que más le gustaba, introducir en el mundo de la poesía a los alumnos de los colegios laguneros,  exiguo apoyo a uno -con Feria y Padorno- de los mejores poetas de la generación de los 50, al que le viene a la medida el nombre,  de reminiscencias místicas, de la editorial que fundara con Antonio García Ysábal y Manuel Glez. Sosa “La fuente que mana y corre”. Estos alumnos, representados por los del Colegio de Guamasa y la Federación de Asociaciones de Vecinos de Aguere le han devuelto parte del cariño y admiración de todos los laguneros en forma de una placa de bronce, esculpida por Fernando García Ramos –autor también de la de Secundino Delgado que le encargamos la CCT para el Cementerio Viejo chicharrero- y que colocaron en la pared exterior de su casa en la Concepción el pasado febrero.
 El enorme corazón de Arturo ha ido a encontrarse con el de aquel niño que se mueve solitario en un columpio vacío y que marcó gran parte de su peculiar quehacer poético, pero cuando muere un poeta siempre se enciende una estrella y en ella queda grabada su voz resonando eternamente “el eco de un eco de un eco de un resplandor” porque, como nos decía Mercedes Sosa, “Si se calla el cantor, calla la vida”
 Gomera a 12 de septiembre de 2014
Arturo Maccanti. La amargura del creador en una colonia

 No he hablado mucho con Arturo Maccanti. Si mal no recuerdo las últimas veces fueron en alguna de tantas ilustradas esquinas laguneras, una en compañía de Alberto Pizarro y, la última, con Fidel Campos antes de que pasara a habitar en la memoria de los amigos. No sería, por lo mismo, nada más que un simple conocido de nuestra Guerea a quien saludas al entrar o salir del Ateneo y vas a oírle algún recital poético en la sala San Borondón,  por lo que puede entenderse que lo que diga sobre él nada tiene que ver con la amistad sino con la dignidad. Arturo es para mi generación –que sucede a la suya- un paradigma de muchas cosas. Luchador incansable por la cultura de esta insulana patria, desde editoriales como el Taller de Ediciones JB que tanto hizo por el resurgir poético de esta tierra tras la larga noche fascista o la editorial “La fuente que mana y corre” con García Ysábal y González Sosa; como traductor de la moderna literatura italiana; como organizador de aquella magna concentración poética que fue La Laguna, Ciudad de Poesía” que congrego a más de un centenar de poetas en nuestra Guerea; como mantenedor poético en innúmeras fiestas; colaborador activo en aquellos dos inolvidables“Congresos de Poesía Canaria” en el Ateneo lagunero –lo recuerdo recitando en el Primero el mismo día de 1976 que lo hacía Pedro García Cabrera- y, sobre todo, como POETA, con mayúsculas, actividad intelectual que le valió el Premio Canarias y su nombramiento como miembro de la Academia Canarias de las Letras.
Pudo haber nacido a la sombra del Bosque de Varrámista pero fue la del Nublo sobre Inagua quien lo arrulló. Pudo corretear de niño cerca de una playa del Alentejo luso, pero fue la dorada arena de Las Canteras, la Barra y la Peña de la Vieja los escenarios de sus juegos infantiles junto a los Padorno, Millares, Monzones y Gallardos, atemorizados por los lejanos ecos de la Guerra de España y los cercanos de los campos de prisión de la Isleta y los lamentos desde los Pozos de Arucas. Desde luego que la elección de Gran Canaria para nacer correspondió a sus padres, pero la de ligar en su corazón a Las Palmas con Aguere fue suya personal. Tan de Aguere que una vez, comentando hace años en Tamarán con Antonio García Ysábal –habitante ya también de memorias y estrellas- sobre poesía isleña y africana, me dijo de Maccanti “ese es más lagunero que tú”. Realmente fue ese,  de Maccanti con Guerea, un amor correspondido pues La Laguna lo hizo su hijo adoptivo.
Poeta mezcla de lo abstracto y lo muy concreto, doliente escritor en y de soledad, con el alma siempre trabada en un columpio que se mece sin niño que lo ocupe. Él mismo nos lo dice “Me golpeó el dolor con guantelete/ de acero en pleno rostro/..../Me encontré solo y escribí poemas”. Su raíz es universal, cosmopolita, pero su corazón siempre ha estado en este “Mi pequeño país de inmenso cielo/ de inmenso mar”, pero este pequeño país heptainsulano es, como todos los colonizados,  un pequeño Saturno que devora a sus hijos, sobre todo cuando los medianeros de la finca colonial son unos pobres ignorantados de sumiso espíritu y la metrópoli que lo controla y diseña ha perdido cualquier sentido de dignidad y humanidad y regatea hasta los medicamentos de sus pensionistas y los maestros de sus hijos. A Arturo se le niega hoy una mísera pensión tras largos 30 años de cotización y, colmo de la infamia de feroces fenicios mentales, hasta el apoyo aún más misérrimo de la ayuda no contributiva y no hay autoridades (¿?) de ningún tipo que respondan a la angustiosa llamada de auxilio, llena de dignidad y dolor que ha realizado en Radio San Borondón: “Soy mayor y no tengo porqué ocultar a los canarios el dolor que estoy sufriendo. Creo que he hecho mucho por mi país, por mi pueblo canario, aunque sea desde el ámbito poético e idealista. Ahora es el país el que tiene que ayudarme, no estoy pidiendo yates, ni cacerías, sino que me concedan una mínima pensión con la que vivir”. ¿Quemarán luego sus libros los pseudonacionalistas que nos desgobiernan en un tenebroso auto de fe? ¿Lo permitiremos los que sabemos que sin poetas no hay vida ni futuro, los que amamos a esta tierra y a su cultura?
Anímicamente estos cipayos del pensamiento ya han disparado sobre el Premio Canarias e Hijo Adoptivo de Aguere que nos dejó escrita su esperanza tras su lucha por la cultura de esta atribulada colonia:
“Me he desangrado sobre ti.
Tú siempre me has devuelto duplicada la sangre
 y más claro mi sueño”
Con ira en Guerea, arquetipo de Canarias, a 26 de abril de 2012.
Francisco Javier González. 


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