viernes, 12 de septiembre de 2014

EL ATAQUE DE NELSON A TENERIFE: LA VERSIÓN INGLESA



                        





1797 julio 20.


INTRODUCCIÓN

Aunque el  ataque de  Nelson a  Tenerife fue  una operación menor, tiene su  importancia porque permite conocer detalles de su  personalidad que, de  otra forma, podrían pasar desapercibidos.  Es  más, estoy convencido de  que  este  ataque, y las  operaciones que  realizó en  el  Mediterráneo como capitán de  navío, comodoro y luego como almirante, conformaron su  personalidad, de  forma que  sus  decisiones en  Trafalgar fueron resultado de  sus  experiencias en  estas operaciones. Por  eso,  me  parece conveniente repasar estas experiencias, tanto más cuanto que éstas incluyen la  única derrota que  sufrió Nelson, que  esto fue, sin  paliativos, el resultado de  su  ataque a Tenerife en  1797.


Nacido en  1758, la  carrera de  Nelson en  la  marina real  británica empezó, como era  normal en  aquella época, cuando era muy joven: en  1770, a la edad de  doce años, embarcó en  el navío  que  mandaba su  tío,  Maurice Suckling, que  tuvo gran in fluencia sobre él durante sus  primeros años en  la marina. Tras unos años duros como guardia marina, en  abril de  1777  aprobó  el  examen para el  ascenso a  teniente de  navío, aunque en realidad no  podía haberse presentado,  pues la  edad mínima para ejercer ese  empleo era  20  años. Es  cierto que   le  faltaba poco tiempo para cumplirlos, pero sin  duda lo más importante debió ser  que   el  presidente del  tribunal fuera su  tío  Maurice Suckling. El  año siguiente fue  nombrado  primer  teniente1   y como tal  consiguió su  primer mando. El  11 de  junio de  1779, a los  21  años aprobó el  examen para el  ascenso a  post-captain (capitán de  navío, que  estaba capacitado para mandar indistintamente navíos o fragatas), y se  le dio  el mando de  una fragata.  Como no  pudo tomar el mando porque su  fragata no  estaba en  el  puerto en  el  que   él  se  encontraba, se  incorporó a  una fuerza que  debía tomar un  puesto español en  el  río  San Juan en  Nicaragua. Nelson sobrevivió de  milagro la  expedición, ya que  ésta fue  el  blanco de  la  fiebre de  modo que  de  los  1.800 hombres que  la  formaban sólo  quedaron 380.  Fue  evacuado a Inglaterra, y una vez  curado consiguió en  1781  el  mando del Albemarle. Fue  con  su  barco a la costa de  Canadá y allí  conoció a otros dos  hombres que  iban a intervenir en  su  carrera, el al- mirante Hood, y el guardia marina príncipe Guillermo, hijo  del rey  de  Inglaterra, que  luego usó  el título de  duque de  Clarence y que  después subió al trono de  Inglaterra como Guillermo VII.
Nelson consiguió de  Hood que  lo  destinara con  su  barco a las  Indias Occidentales, pero al poco tiempo se firmó la paz  con Francia y  tuvo que   regresar a  Inglaterra.

Volvió   a  las  Indias mandando el Boreas  y allí  empezó a manifestarse su  capacidad para hacerse incómodo a  sus  superiores, sobre todo a  los  que no  respetaba. Se  enfrentó a autoridades y comerciantes que  se habían acostumbrado hacer la  vista gorda a  los  barcos de  los rebeldes americanos que  seguían aprovechándose de  los  privilegios  de  los  que  habían gozado mientras se consideraban súbditos  de  Inglaterra, y los  comerciantes lo  demandaron por  unos daños de  40.000 libras que  decían haber sufrido por  los  barcos que  apresaba. A finales de  1787  regresó a Inglaterra, donde su barco pasó a  la  reserva y  él,  en  1788, cuando tenía 30  años.



TOLÓN

Cuando Inglaterra decidió rearmarse ante la  posibilidad de entrar en  la  guerra que  media Europa sostenía con  Francia en defensa del  rey  Luís  XVI y de  su  familia, el duque de  Clarence ejerció toda su  influencia para que  se le diera a Nelson el mando  de  uno de  los  navíos que  se  estaban armando, en  lo  que  lo apoyó el almirante Hood, que  lo  reclamó para su  escuadra. El 30  de  enero de  1793   fue   nombrado comandante del   navío Agamemnon, que  once días después estaba listo para desempeñar comisión. Efectivamente, fue  asignado a  la  escuadra  del almirante Hood, y la primera operación en  la que  participó con la escuadra inglesa del  Mediterráneo fue  la del  socorro de  Tolón, ocupado por  realistas, que  estaba amenazado por  tropas republicanas que  luego lo sitiaron y que  había pedido la  protección de  las  escuadras inglesa y española, que  mandaba Lángara y fue en  esta ocasión aliada de  la  inglesa. Las  dos   escuadras, con otros aliados, entraron en  Tolón, y colaboraron en  su  defensa. Nelson no  participó en  las  operaciones de  la  defensa de  Tolón, sino que  realizó una serie de  misiones diplomáticas cerca de  los pequeños estados de  la  península italiana que  le encargó el co- mandante en  jefe  de  la escuadra inglesa, almirante Hood. Cuando  los  aliados abandonaron Tolón, tras quemar y volar el arsenal  y los  barcos franceses, en  contra de  la  opinión de  Lángara, Nelson se incorporó a la escuadra inglesa y empezó la parte más brillante de  su  carrera. Es  curioso que  la  reconquista de  Tolón por  los  republicanos franceses fuera también el inicio de  la fulgurante carrera de  Napoleón, cuya actuación como comandan- te  de  la artillería republicana fue  determinante para la conquista de  Tolón.


CÓRCEGA

Durante su  estancia en  Tolón, el  almirante Hood ya  había pensado en  utilizar Córcega como base en  caso de  verse obligado  a abandonar ese  puerto, de  modo que  después de  la evacuación de  aquella plaza, y el malestar que  reinaba en  Córcega con la  República, agudizado por  la  ejecución del  rey  Luís  XVI,  la escuadra de  Hood se presentó ante la isla  a principios de  1794. Estaba formada por  un  total de  24 barcos, mercantes y de  guerra, entre los  que  se  encontraba el Agamemnon de  Nelson.

El  general Dundas, que  mandaba las  fuerzas del  ejército inglés  desembarcadas en  Córcega, no  quería atacar Bastia antes de  recibir refuerzos de  Gibraltar, pero Nelson informó a Hood que  creía que  con  los  infantes de  Marina embarcados y los  soldados de  la  infantería inglesa, que  habían embarcado de  Real Orden para suplir la falta de  infantes de  marina, y contando con la ayuda de  los  barcos, se podría tomar Bastia. Hood aprobó la idea de  Nelson, reclamó a Dundas los  soldados que  habían hecho  el papel de  infantes de  marina y el día  4 de  abril Hood puso en  tierra su  fuerza de  desembarco formada por  1.183 soldados de  ejército y de  infantería de  marina, más 250  marineros. Prueba  del  prestigio que  tenía Nelson ya entonces, y de  la confianza que  en  él depositaba su  almirante, fue  que  Hood lo nombró jefe de  esta fuerza de  desembarco. El  asedio duró algo  más de  mes y medio, y el 24  de  mayo los  4.500 soldados franceses que  defendían Bastia se  rindieron a  los  menos de  1.000 ingleses que la  atacaban. Que  el asedio fue  un  ataque serio lo demuestra el hecho de  que  los  ingleses hicieran con  su  artillería muy cerca de  20.000 disparos, entre balas rasas y granadas2. Una  vez  tomada Bastia, que  está situada en  el NE  de  Córcega, los  ingleses se  trasladaron al  NW  de  la  isla,  para sitiar Calvi.  Los  soldados ingleses ante Calvi  estaban mandados por  el general Stuart, que aparentemente no  puso dificultades a la participación de  Nelson en  el asedio, bien porque ya  hubieran llegado los  refuerzos de Gibraltar que  había esperado Dundas o bien porque Stuart pensara que, de  hacerlo,  Nelson, que   mandaba el  destacamento naval que   había desembarcado, le  arrebataría la  gloria de  la victoria, como le había sucedido a Dundas. El  día  10 de  agosto, los  franceses se rindieron a los  ingleses después de  un  asedio en el que  Nelson perdió la  visión del  ojo  derecho. El  resultado in- mediato de  las  tomas de  las  ciudades corsas fue  que  Córcega quedó bajo la  soberanía del  rey  de  Inglaterra.

Pero muy pronto los  corsos se sintieron descontentos con  los ingleses, sobre todo cuando el virrey inglés les  impuso tributos e impuestos, ya que  ellos  esperaban que, al haberse liberado de los  franceses, quedarían también libres de  impuestos y cargas económicas. Por  eso,  llegó  un  momento en  que  los  ingleses decidieron que  sus  tropas abandonaran Córcega y se  trasladaran a la  isla  de  Elba.



CÁDIZ

Las  victorias de  Napoleón en  Italia, y la  pérdida de  Córcega hicieron insostenible la situación de  los  ingleses en  el Mediterráneo, y decidieron abandonarlo. Nelson participó en  la  evacuación las  fuerzas del  ejército inglés, que  estaban en  Elba, y des
pués de  ponerlas a salvo  se incorporó al bloqueo de  Cádiz en  la nueva guerra que  enfrentaba a España e Inglaterra después del breve episodio de Tolón. Allí, como comandante del  bloqueo, hizo gala  de  su  iniciativa y agresividad, saliendo en  su  bote por  las noches para inspeccionar las  situaciones de  las  fragatas que cerraban el  bloqueo. Una  noche fue  sorprendido por  una lancha española, y en  la lucha que  siguió en  la que  parece que  llevó  la  mejor parte, hasta el  extremo de  hacer prisionero al  comandante español, su  vida  corrió un  serio peligro. Él mismo dijo que  el patrón de  su  bote le había salvado la vida  en  dos  ocasiones. Pero ni  el  bloqueo ni  el  bombardeo dieron el  resultado apetecido por  los  ingleses, que  era  la  salida de  la  escuadra española.

EL  VIRREY DE  LA  NUEVA   ESPAÑA

El  14 de  febrero de  1797  Nelson, ya  comodoro, participó en el  combate de  San Vicente en  el  que  Jervis derrotó a  una escuadra española mandada por  Córdoba.

Después del  combate de San Vicente, la escuadra inglesa, ante la imposibilidad de  entrar en  Lisboa debido a  vientos contrarios, fondeó en  Lagos, rada abierta en  la  costa del  sur  de  Portugal, y sólo  pudo entrar en Lisboa el 28  de  febrero. En  Lagos o ya  en  Lisboa, Jervis debió encontrarse con  noticias a consecuencia de  las  cuales el mismo día  ordenó a Nelson que  saliera a la  mar con  tres navíos de  línea, dándole la  misión de  tratar de  interceptar al  virrey de  la Nueva España, que  según las  noticias se  dirigía a  España con todos sus  tesoros y que  traía consigo otros tres navíos de  línea, dos  de  ellos  de  tres puentes. Desde el 5 de  marzo hasta el 12 de abril Nelson estuvo cruzando entre el  cabo San Vicente y  la costa de  África, manteniendo más afuera de  la  línea de  navíos un  dispositivo de  fragatas y barcos pequeños para avisarle si se presentaban los  barcos del  virrey. Según sus  informes a Jervis, cubría cada día  entre 35 y 55 millas. Es  interesante el comentario  de  Nelson cuando se  enteró que  quizá tuviera que  enfrentarse con   dos   navíos de  tres puentes: dijo   en  una carta que «cuanto mayores fueran los  barcos mejor blanco (para la  artillería), y ¿quién no  combatiría por  unos dólares?» (sic). De  todas formas, ya  en  marzo Nelson dudaba que  el virrey se dirigiera a Cádiz, y temía que  sus  planes fueran ir  a Tenerife3.
Mientras Nelson estaba en  la mar esperando al virrey, Jervis le tenía informado de  las  noticias que  recibía. Así, el 31 de  marzo le escribió que  era  seguro que  habían salido de  Veracruz y La Habana barcos que  él calificaba como «rich  ships»; barcos ricos, y para que  no  hubiera dudas citaba el que  creía era  nombre del virrey: Braca Forte. Este nombre estaba bastante cerca de  la realidad, ya que  el virrey era  Don  Miguel de  Grúa y Talamanca, marqués de  Branciforte, que  por  cierto era  cuñado de  Godoy. Le informaba además que  había enviado a  Tenerife a  las  fragatas Terpsichore y Dido  para ver  si había llegado allí  el virrey.

IDEA  INICIAL   DE  NELSON

Mientras Nelson estaba con  sus  barcos esperando al  virrey, se  estaba terminando la  evacuación de  las  últimas fuerzas del ejército inglés que  permanecían en  el Mediterráneo, y que  eran las  que  habían estado de  guarnición en  la  isla  de  Elba. La  seguridad del  viaje   que   las  transportaba era   una preocupación para Jervis y para Nelson, y éste  le sugirió a  aquel el envío de una escuadrilla para protegerlo, ofreciéndose voluntario para mandarla. Y el  12  de  abril, aceptando la  propuesta del  propio Nelson, Jervis lo envió a encontrarse con  el convoy que  traía a Gibraltar la  guarnición de  Elba. Pero eso  no  significaba que Jervis hubiera abandonado la  idea de  interceptar al  virrey, y el mismo día  12  de  abril le había pedido a Nelson un  anticipo de su  plan para el ataque a Tenerife. Y en  una curiosa coincidencia  de  fechas el mismo día  12,  Nelson explicó a Jervis su  idea, que  decía se  basaba en  el ataque de  Blake en  1657  a una flota de  Indias que  había arribado a Tenerife.

Fue  éste  uno de  los  combates más valorados por  la  marina real  inglesa, aunque la  versión española no  permite pensar lo mismo. A primeros del  año 1657  volvía  de  las  Indias una flota formada por  dos  galeones y nueve naos mercantes, transportando  diez  millones de  pesos en  plata, además de  carga general de las  Indias. Las  noticias de  la presencia en  aguas canarias de  la escuadra de  Blake hicieron que  el  capitán general de  la  flota, don Diego de  Egues, decidiera arribar a  Tenerife. Como la  es- cuadra de  Blake era  muy superior a la suya, ya  que  estaba formada por  unos 33 barcos de  guerra, los  mayores con  64,  54,  52 y 50  cañones, y supongo que  recordando el  apresamiento por Piet  Heyn de  la flota de  don Juan de  Benavides en  Matanzas el año 1628, Egues decidió desembarcar la  plata y depositarla en los  almacenes reales de  Santa Cruz. Una  Real  Cédula coincidió con  la  decisión de  Egues, diciendo «...os  ordeno y mando que precisa  y puntualmente  hagáis poner  y pongáis en tierra  realmente  y  con  efecto  toda  la  carga  que  viene  en  la  Capitana y  Almiranta de esa  flota  y todos los  navíos de su  conserva ...».  Al mismo  tiempo, y como debió suponer que  Blake desembarcaría en Santa Cruz para apoderarse de  la  plata, y dando por  perdidos los  mercantes, accedió a  la  petición del  gobernador de  Santa Cruz y ordenó que  estos desembarcaran 24  piezas de  artillería para reforzar la  de  la  plaza4, que  así  llegó  a los  99  cañones. Y, por  supuesto, también ordenó a los  mercantes que  desembarcaran sus  cargas para que  no  cayeran en  poder del  enemigo. En la  mañana del  día  30  de  abril, cuando ya  estaba en  tierra toda la  plata y demás carga, se  presentaron en  Santa Cruz unos 33 barcos de  la  escuadra de  Blake. Los  barcos españoles estaban fondeados cerca de  tierra, los  mercantes sin  artillería, y sólo  con las  armas de  sus  guarniciones, que  estaban a  bordo parapetadas  en  las  bordas y fuera de  las  vistas de  los  ingleses, y sólo  los dos   galeones con   su  armamento  completo para mantener el honor de  las  armas del  Rey.  Cuando los  ingleses intentaron  el abordaje fueron recibidos por   las  descargas de  los  arcabuces españoles, que  les causaron muchos muertos y heridos, pero sólo los  galeones pudieron presentar una resistencia firme. De  los barcos españoles, los  dos  galeones los  volaron los  españoles una vez  llevada al  extremo su  defensa, de  los  mercantes cuatro se salvaron atracándose a  tierra y varando; tres fueron incendia- dos,  aunque no  se sabe muy bien si por  los  españoles para impedir su  toma por  los  ingleses, o por  éstos en  los  combates5,  y dos  fueron apresados por   los  ingleses y remolcados fuera del puerto, pero Blake ordenó su  hundimiento para no  tener que enseñar en  Inglaterra tan menguado botín. Aunque los  ingleses confesaron 60  muertos y 200  heridos, fuentes españolas cifraron las  perdidas inglesas en  más de  500  hombres.

El  plan que  Nelson remitió a Jervis el 12  de  abril era  ahora más ambicioso que  el  de  Blake: En  vez  de  apresar los  barcos fondeados, tal  vez  por  suponer que  habían desembarcado ya  la carga, pretendía tomar Santa Cruz y apoderarse de  las  mercan- cías  que  hubiera en  los  almacenes reales o que  pertenecieran a dueños extranjeros. Para esta operación pidió a Jervis soldados de  ejército y le decía expresamente que  se refería a los  3.700 que procedían de  Elba y que  estaban ya  embarcados en  los  transportes en  viaje  a  Gibraltar. Calculaba que  para toda la  operación se  necesitarían unos tres días, por  lo  que  los  barcos y las fuerzas de  ejército sólo   estarían  alejados de  la  escuadra una quincena.



En  su  opinión, la  costa de  Tenerife no  permitía un  fácil  acceso, pero era   tan acantilada que   los  transportes se  podrían acercar a muy poca distancia, y desembarcar toda la  fuerza de desembarco en  un  solo  día.   Según él,  Santa Cruz presentaba una vulnerabilidad decisiva: el suministro de  agua se hacía por acequias de  madera desde fuentes lejanas, de  modo que, si  se cortaban  estas acequias, la  ciudad se  rendiría  enseguida; él concedería buenos términos para la  rendición: garantizaría la propiedad privada de  los  isleños, y exigiría solamente la entrega de  dineros y géneros públicos y de  los  que  fueran propiedad de mercaderes extranjeros. Como era  lógico y costumbre en  aquellos  tiempos, añadiría la amenaza de  destrucción absoluta de  la ciudad si se  disparara un  solo  cañonazo.

Nelson reconocía lo  dificil que  sería conseguir la  participación del  general de  Burgh, jefe  de  las  tropas que  regresaban de Elba, y sugería a Jervis que  le dijera que  las  ganancias que  podría conseguir el ejército de  esta operación, si tuviera éxito, serían la mitad de  los  seis  o siete millones de  libras en  que  Nelson cifraba el  botín. Si  no  podía convencer al  general, en  la  flota había 600  infantes de  marina, de  modo que  si  podía disponer de  ellos  y de  otros 1.000 soldados más, serían suficientes para hacer el trabajo, por  lo que  habría que  recurrir al  comandante en  jefe  de  Gibraltar para conseguirlos6.

Pero Jervis muy pronto  se  convenció de  que   el  virrey no había llegado a Tenerife, como le habían dicho, y de  que  no  iba a ir  allí,  y el 6 de  mayo le decía a Nelson que  un  barco genovés que  procedía de  Tenerife había informado a Bowen, comandan- te  de  la  Terpsichore, y a  Troubridge, comandante del  Culloden, que  dos  barcos de  la  Compañía de  Filipinas habían entrado en Santa Cruz y estaban fondeados en  el puerto sin  haber desembarcado su  carga, y que  Bowen había arrumbado rápidamente a Tenerife. Jervis le decía a Nelson, además, que  Tenerife, al no estar allí  el virrey, ya  no  era  un  objetivo del  valor que  se  le había  supuesto inicialmente, pero no  le  prohibía seguir adelante con  su  proyecto7. Es  más, en  cuanto Jervis se enteró de  las  noticias del  barco genovés, destacó a Tenerife a las  fragatas Lively y Minerve para que  tratasen de  apresar los  barcos que  hubiera en  Santa Cruz8.



EL  GENERAL GUTIÉRREZ

El  adversario de  Nelson en  Tenerife fue  el  teniente general D. Antonio Gutiérrez, que  mandaba hacía seis  años en  el archipiélago como comandante general y gobernador. Se  sabe poco de  su  carrera por  no  haber aparecido en  los  archivos militares su  expediente personal, pero se  puede reconstruir por  algunos documentos sueltos.

Nacido en  1729, estuvo en  las  guerras de  Italia desde 1743, probablemente empezando como cadete pues tenía entonces 14 años, hasta su  terminación en  1748.

Ocupó destinos en  varios regimientos de  infantería, y en  1770, cuando los  ingleses ocuparon Puerto Egmont en  la  Malvina Grande, mandó, como teniente coronel, la  fuerza de  desembarco de  infantería y artille- ría   españolas que   se  envió en  cuatro  fragatas desde Buenos Aires  para desalojarlos. Las  negociaciones que  siguieron al desembarco español, cuidadosamente medidas por   ambas partes para evitar bajas inútiles debido a  la  desigualdad de  fuerzas, desembocaron en  la capitulación de  la guarnición británica después de  unos pocos disparos para guardar las  formas. No  estará de  más decir ahora que, cuando en  Inglaterra se  levantó un clamor de  protestas por  el abandono de  las  Malvinas, y se llegó en  los  dos  bandos, España e Inglaterra, al  borde de  la  guerra, Francia, que  conocía y había alentado las  intenciones españolas,  dio  marcha atrás y  dejó   sola   a  España. Luís   XV  intentó explicarlo destituyendo a  su  ministro, el  duque de  Choiseul,  y escribiendo a Carlos III  que  aunque su  ministro quería la  guerra, él no,  con  lo cual demostraba el respeto que  le ofrecían los compromisos del  Pacto de  Familia firmado hacía sólo   nueve años. Es  inevitable que  todo este  asunto nos  traiga a la  memoria  el muy reciente del  islote Perejil. Gutiérrez participó también en  la  desastrosa expedición a Argel  el año 1775, de  donde tuvo la gran suerte de  salir sólo  con  una herida grave, librándose de estar entre los  aproximadamente 5.000 muertos españoles que se contaron ese  funesto día.  Luego, ya  de  brigadier, fue  coman- dante militar de  Menorca. En  1790  ascendió a mariscal de  campo,  y al  año siguiente fue  nombrado comandante general y gobernador de  Canarias, donde el  año 1793  ascendió a  teniente general, empleo que  tenía cuando el ataque de  Nelson.

Santa Cruz de  Tenerife, capital de  la  isla  este  nombre, estaba  protegida entonces por  catorce fuertes y baterías, y por  dos castillos. Tanto éstos como los  fuertes y las  baterías estaban relativamente bien dotados de  artillería ya  que  disponían en  total de  84  cañones y 7 morteros, aunque el estado de  unos y otros dejaba que  desear en  algunos casos. Sin  embargo, la eficacia del armamento durante los  combates fue  razonablemente buena.

Por  lo que  respecta a las  tropas, su  base, o por  mejor decir su  masa, la  constituían las  milicias provinciales, que  eran entonces la  solución que  adoptaba España para tener un  ejército gratis, ya  que  los  milicianos no  cobraban sueldo ni  estaban racionados más que  cuando prestaban servicio activo. No  hay  que extrañarse de  tal  solución, pues creo que  es necesaria si se quiere  tener un  ejército profesional, y así  la  están empleando hoy los  Estados Unidos, que  no  podrían llevar a cabo las  guerras que hemos visto  si no  contaran con  la  Guardia Nacional. Las  milias  del  ejército español llegaron a contar con  un  total de  80.000 soldados, y las  de  Tenerife estaban formadas entonces por  cinco regimientos de  infantería, cada uno con  10  compañías, dos  de las  cuales eran de  granaderos y  cazadores, con   una plantilla total cada regimiento de  840  hombres. Las  milicias de  artillería eran tres compañías con  un  total de  205  artilleros.

El  ejército profesional estaba representado desde 1793  por  el batallón de  infantería de  Canarias, que  servía de  escuela para las  milicias. Sus  soldados eran  «veteranos»; es  decir, soldados profesionales a sueldo, que  generalmente procedían de  las  milicias. Su  plantilla era  de  600  hombres, pero desde su  formación no  había pasado de  los  300.  El  total de  la  infantería que  intervino  en  la  defensa de  Santa. Cruz, tanto veterana como de  mi- licias, estaba razonablemente bien armada, ya que  sabemos que en  1790  había depositados en  los  almacenes de  Tenerife 1.998 fusiles, 1.897 bayonetas, y balas y cartuchos más que  suficientes  para todos los  fusiles.

El  capitán general había señalado hacía ya tiempo que  en  el caso de  una guerra con  Inglaterra sería conveniente reforzar la guarnición de  las  islas con  tropa veterana. Como no  había recibido este   refuerzo, ya  declarada la  guerra decidió reforzar la guarnición de  Santa Cruz, como zona más amenazada de  la isla, con  las  compañías de  granaderos y cazadores de  los  cinco regimientos de  milicias que  había en  la  isla.  Estas compañías estaban formadas por  soldados escogidos, de  forma que  eran lo más parecido a  soldados veteranos que   se  podía encontrar en  un regimiento de  milicias. Además, el mismo general Gutiérrez había  enviado a  la  Península en  1793  una columna formada por 700  granaderos y cazadores de  los  regimientos de  milicias de Canarias, que  había participado en  la  campaña de  Cataluña  y el Rosellón contra los  franceses entre los  años 1793  y 1795. Por lo  tanto, hay   que   suponer que   por   lo  menos parte de  estos granaderos y cazadores, aunque milicianos, estaban ya  foguea- dos,  y acostumbrados a la  guerra.

Tuvo  también la  suerte el capitán general de  recibir inesperados refuerzos. Después de  la declaración de  guerra llegaron a la isla  dos  partidas de  reclutas, con  un  total de  60 hombres, que iban destinados a  La  Habana y a  Santiago de  Cuba y que   se quedaron en  Santa Cruz para contribuir a su  defensa. Todavía más inesperada fue  la  ayuda de  la  dotación de  la  corbeta de guerra francesa La  Mutine9, que   entró en  Santa Cruz y  de  la que   hablaremos  más adelante. En   la  defensa de  Santa Cruz participaron aproximadamente 100  de  sus  marineros.

ACCIONES PREVIAS




El  23  de  enero de  1797  habían llegado a Santa Cruz las  fragatas de  la Real  Compañía de  Filipinas San  José  y Príncipe Fernando, que  venían a España con  géneros de  las  Indias Orienta- les,  y  cuyos capitanes  al  enterarse del  estado de  guerra con Inglaterra habían decidido arribar a  Tenerife. Por  razones que no  he  llegado a explicarme, los  dos  barcos de  la Compañía fondearon casi  fuera de  la  protección de  las  baterías de  la  plaza10, no  calaron masteleros ni  vergas; no  desenvergaron las  velas;  no emplearon para fondear amarras sólidas; no  admitieron a bordo  para su  protección los  destacamentos de  ejército que  les  ofreció  el gobernador, especialmente para la noche; y, lo que  es más grave, se  negaron a  desembarcar su  carga para depositarla en los  almacenes reales de  Santa Cruz. Sus  capitanes no  tomaron, en  fin,   ninguna de  las  precauciones que   tomaría un   marino prudente para evitar algo  como lo  que  sucedió y,  más que  de imprudentes, pecaron de  tontos. Quizá el general Gutiérrez estimó que  eran barcos de  Estado, por  estar asimilados legalmente  en  muchos aspectos a barcos de  la  Armada, y sus  capitanes a  capitanes de  mar y guerra, por  lo  que  no  los  forzó a  tomar las  precauciones citadas. Lo  extraño, y que  parece dar a entender  que  había alguna razón que  se  me  escapa para obrar así, es que  el 26  de  mayo llegó  a Santa Cruz la  corbeta francesa de guerra La  Mutine para hacer víveres y agua, y cuando fondeó lo hizo de  forma que  quedó expuesta al apresamiento. También participó en  la  defensa la  dotación del  bergantín correo Reina María  Luisa, que  llegó  a  Santa Cruz el  21  de  julio con  correspondencia para la  isla  y para la  América del  Sur.

Por  su  parte, las  fragatas  Terpsichore y Dido,  que  Jervis había  destacado a  finales de  marzo para comprobar si  había llegado a Tenerife el virrey de  la  Nueva España, llegaron a aguas de  Santa Cruz. En  la  noche del  17  al  18  de  abril enviaron seis botes con  ochenta hombres, que  abordaron la  fragata Príncipe Fernando entre las  dos  y las  tres de  la  madrugada, redujeron a los  19 hombres que  había de  su  tripulación a bordo, causándole tres muertos y dos  heridos graves, picaron sus  cables, larga- ron velachos y gavias y se hicieron a la mar con  la presa, aprovechando el  viento del  Norte, que   soplaba fresco. En   cuanto aclaró el día  las  baterías de  Santa Cruz abrieron fuego sobre los tres barcos, pero no  consiguieron dificultar su  maniobra.  Los ingleses retuvieron a bordo al  segundo comandante de  la  presa y a  dos  marineros españoles y tres portugueses, y al  resto los enviaron a Santa Cruz en  la lancha del  Príncipe Fernando. Tuvo su  importancia la  retención por  los  ingleses de  los  marineros, pues el  cadáver de  uno de  ellos,  un  tagalo o  malayo, apareció en  el muelle después del  ataque. La  Compañía de  Filipinas no perdió el  total de  la  fragata, porque despachó un  comisionado  a Gibraltar, a donde había llegado la  presa, y la  rescató pagando 75.000 pesos por  la carga y el barco, mientras que  solamente la carga valía  3.063.826 reales11. Posteriormente  llegaron a  Santa Cruz las  fragatas que  había destacado Jervis, pero se equivocaron, y en  vez  de  apresar al otro barco de  la Compañía, que  por  cierto ya  había desembarcado su  carga, en  la  madrugada del  29  de  mayo seis  botes de  las  fragatas inglesas Lively  y Minerve, que   llevaban embarcados 80  hombres, abordaron la Mutine, cuando tenía a  bordo 113  hombres de  su  dotación de un  total de  145,  la  apresaron y la  remolcaron a  alta mar12. El día  4  de  junio los  ingleses desembarcaron  en  Santa  Cruz los prisioneros franceses y españoles y embarcaron los  prisioneros ingleses que  había en  Tenerife.

EL  ATAQUE

Cuando a principios de  junio, Jervis advirtió a Nelson que, si recibía el refuerzo de  seis  navíos de  línea que  había pedido, lo destacaría con  cuatro navíos y tres fragatas a Tenerife para realizar el ataque a Santa Cruz, Nelson le contestó que  sólo  necesitaba algunos cañones de  campaña con   su  munición correspondiente, y añadió a  su  petición algunos artilleros para que graduaran las  espoletas de  los  cañones de  campaña y algunas escalas de  asalto. Jervis debió atender a sus  peticiones, porque al  menos un  cañón de  campaña y una escala quedaron como botín de  guerra en  Santa Cruz, pero no  recibió los  soldados que había pedido varias veces.

El  día  15  de  julio, Nelson se  hizo a  la  mar con   destino a Tenerife. Llevaba consigo tres navíos de  74  cañones, a los  cuales  se  unió en  aguas de  Santa Cruz otro de  50  cañones, tres fragatas, una balandra y una bombarda. El  día  antes de  su  salida   había recibido las  instrucciones de  Jervis, en  las  que   le ordenaba tomar Santa Cruz, y usarla para exigir un  rescate a toda la  isla,  a  menos que  le entregaran todo el tesoro público, en  cuyo caso no  debía exigir ninguna contribución a sus  habitantes14.

Para aplicar esas  instrucciones de  Jervis, Nelson redactó durante el  viaje  la  Intimación formal a  la  rendición, que  Troubridge, comandante de  las  fuerzas desembarcadas, debía remitir a  las  autoridades de  Santa Cruz. Como en  ella  declaraba sus intenciones, creo interesante reproducirla:

«Al gobernador o comandante de Santa Cruz,  Intimación de Sir  Horatio Nelson, caballero de la Muy Honorable Orden del Baño, Contralmirante de lo Azul 15, y Comandante en Jefe de las fuerzas de tierra  y mar  ante  Santa Cruz,  fechada en el Theseus a 20  de julio  de 1797.

«Señor: Tengo  el honor de comunicarle que  vengo  a exigir la entrega  inmediata del barco  Príncipe de  Asturias, procedente de Manila y con  destino a Cádiz,  que  pertenece a la Compañía Filipina, con  toda  su  carga  completa, y también de todas las otras  cargas  y efectos que  hayan sido  desembarcados en la Isla  de Tenerife y que  no  estén  destinados al consumo de sus  habitantes. Y siendo mi  más sincero deseo  que ninguno de los habitantes de Tenerife resulte perjudicado por el inmediato cumplimiento de mis exigencias, ofrezco los siguientes términos honrosos y  liberales.   Si  se  rechazan, los horrores de la guerra  caerán sobre  los habitantes de Tenerife, y  sabrá  el  mundo que  serán   de  la  responsabilidad suya y sólo  suya, porque destruiré Santa Cruz  y las  otras  ciudades de  la  Isla  por  medio de  un bombardeo y  exigiré  una gran contribución de la Isla».

A este  preámbulo seguían los  términos de  la capitulación que proponía Nelson a Santa Cruz, que  no  creo necesario copiar a la  letra. Bastará con  decir que  incluían: Entrega de  los  fuertes, con  ocupación inmediata de  las  puertas por  una fuerza inglesa. Entrega de  las  armas de  la  guarnición, aunque los  oficiales podrían conservar las  suyas; la tropa sería transportada a España  o  se  quedaría en  la  isla,  como prefiriera. Si  se  entregaran las  cargas del  Príncipe de  Asturias y cualesquiera otras que  se hubieran desembarcado y que  no  fueran para el consumo de  la población, no  se exigiría contribución alguna a éstos, que  goza- rían de  protección para sus  personas y propiedades. No  habría interferencias con  la  religión católica. Las  leyes  y magistrados de  la  población permanecerían  como hasta  aquel momento. Aprobados estos términos, los  habitantes de  Santa Cruz depositarían sus   armas en  una casa, donde permanecerían  bajo la custodia del  obispo y del  magistrado principal. Y concedía a la ciudad media hora para contestar a estos términos.

Para comprender el significado de  las  instrucciones de  Jervis y de  la  Intimación de  Nelson, conviene citar unos ejemplos de situaciones similares en  las  que  los  ingleses ya  habían empleado  ese  sistema de  chantaje en  el pasado: A finales del  siglo  XVII una expedición inglesa tomó la ciudad de  Guayaquil, la saqueó y exigió una contribución o rescate para no  incendiarla; los  españoles pagaron el rescate, a pesar de  lo cual los  ingleses decapitaron a  los  prisioneros que  habían tomado como rehenes. A principios del  siglo  XVIII  otra expedición inglesa volvió  a tomar Guayaquil, a saquearla y a exigir contribución o rescate para no quemarla. Los  españoles volvieron a pagar, y esta vez  los  ingleses  cumplieron su  palabra y no  mataron a  los  prisioneros.

El tercer ejemplo fue  la  toma de  Manila en  1762. Cuando las  autoridades españolas rechazaron la  Intimación de  los  ingleses, éstos tomaron por  asalto la ciudad y la saquearon16. Al segundo día  de  saqueo, las  autoridades españolas pidieron términos de capitulación para que  los  ingleses detuvieran el saqueo, y estos exigieron la  entrega de  un   rescate o  contribución de  cuatro millones de  pesos. Estos ejemplos hacían que  las  Intimaciones a ciudades atacadas no  fueran palabras huecas sino que  sus  autoridades las  tomaban en  sentido literal, por  lo  que  la  amenaza contenida en  la  Intimación de  Nelson era  muy real, sobre todo para militares que  debían estar enterados de  su  significado.

Durante la navegación con  destino a Tenerife, Nelson reunió a sus  comandantes para explicarles su  idea de  la maniobra, que consistía en  embarcar toda la  fuerza de  desembarco en  las  fragatas, que  debían llegar a cubierto de  la  oscuridad de  la  noche a una milla de  distancia de  la costa al norte del  castillo de  Paso Alto.  Desde allí  y todavía de  noche, la fuerza debía desembarcar en  los  botes que   llevarían a  remolque las  fragatas y tomar  el castillo por  la retaguardia, así  como la altura que  lo dominaba.

Una  vez  izada la  bandera inglesa sobre el  castillo, Troubridge debía enviar a  Santa Cruz la  Intimación que  ya  hemos visto  y que  le había entregado Nelson. Es  interesante que  Nelson recomendara que  el  mayor número posible de  marineros vistieran casacas o chaquetas de  infantería de  marina, y que  todos llevaran correajes, quizá para hacerlos pasar por  infantes de  marina,  más adiestrados en  el  combate en  tierra. Y por  último, en sus  órdenes finales encargaba a los  navíos que  se construyeran plataformas de  madera para cañones de  18  y de  9  libras, así como trineos para el  transporte de  las  piezas. Nelson, por  su parte, tenía la  intención de  aproximarse con  los  tres navíos y batir el castillo con  su  artillería para ayudar a su  conquista y a otras operaciones en  tierra.

Las  tres fragatas inglesas iniciaron su  aproximación a tierra en  la  noche del  21  al  22  de  julio llevando ya  a bordo la  fuerza de  desembarco, que   estaba formada por   los  250  infantes de marina de  todos los  barcos y marineros hasta completar un  total  de  unos 1.000 hombres. A media noche estaban a unas tres millas de  tierra, pero se  encontraron con  vientos y corrientes que  les  impidieron acercarse hasta una milla en  la  oscuridad, de  modo que  cuando pudieron hacerlo había amanecido el día

22 de  julio17. En  vista que  las  circunstancias no  eran las  supuestas  y había que  desembarcar de  día  perdiendo el factor sorpresa,  Troubridge aplazó el desembarco y esperó a que  se acercara

Nelson para presentarle una solución alternativa, de  modo que, a  las  seis   de  la  mañana, cuando éste   llegó   con   sus   navíos, Troubridge con  Bowen y otro capitán de  navío fueron a verle  y le propusieron atacar la altura que  había a retaguardia de  Paso Alto,  confiando en  que  su  conquista obligaría a  este  castillo a rendirse. Nelson dice  que  «consintió» en  esta solución, y así  los ingleses desembarcaron  a  las  nueve de  la  mañana, con  un  retraso de  tres horas con  respecto al  el horario previsto.

Veamos ahora cómo se vieron los  acontecimientos desde tierra. El  día  22  de  julio amanecieron enfrente de  Santa Cruz las fragatas inglesas, mientras que  los  navíos se  mantenían a  mayor  distancia. Las  lanchas estaban ya  en  el agua, formadas en dos  divisiones, una ya muy cerca de  tierra, pero las  dos  viraron y se  retiraron. Algún  tiempo después, volvieron a hacer rumbo a  tierra y desembarcaron sus  fuerzas en  la  playa del  valle  del Bufadero, fuera del  alcance de  los  cañones de  le  defensa. En cuanto Gutiérrez conoció la  presencia de  los  barcos ingleses, tomó dos  medidas: por  una parte, ordenar que  se ocuparan las Alturas del  Risco, que  son  las  que  hay  a la espalda de  Paso Alto y, por  otra parte, y ante la posibilidad de  fueran a dirigirse a La Laguna, enviar a  esta ciudad a  un   oficial del  regimiento de Canarias para que   reuniera a  cuantos milicianos y  rozadores pudiera y acudiera a cortar el paso a los  ingleses.

La  fuerza inglesa, que  el general Gutiérrez estimó en  1.200 o 1.300 hombres, subió efectivamente a las  alturas al Norte del barranco de  Valleseco, y ocupó la  cresta de  una montaña, pero se encontró con  que  las  de  las  Alturas del  Risco y las  del  Sur de ese  barranco, que  cerraban el camino a Paso Alto,  estaban sien- do  ocupadas por  partidas españolas que  llegaban de  Santa Cruz e incluso de  La  Laguna. Además, los  defensores habían subido a  brazo a  las  Alturas unos cañones de  pequeño calibre, que cambiaron disparos con  los  desembarcados por  los  ingleses, y al anochecer, después del  continuo proceso de  refuerzo español de  las  Alturas, a  los  cerca de  1.000 ingleses se  oponían unos 800  españoles y  franceses, que   tenían además la  ventaja del inaccesible terreno que   hacía imposible las  maniobras de  los ingleses. Convencidos éstos de  que  sería imposible llevar cabo su  idea, Troubridge decidió reembarcar, y así  lo  hizo en  la  noche  del  22  al  23,  tras de  lo cual toda la  escuadra se  alejo hacia el SW.

Nelson se encontraba en  una situación que  él no  había buscado y  que   no  le  gustaba lo  más mínimo. Pero puesto en  la disyuntiva de  retirarse y  renunciar a  las  operaciones contra Tenerife o montar otra operación completamente distinta con  la misma finalidad, optó por  la  segunda, y movido por  la  necesidad de  actuar «por  el  honor de  su  rey  y  por  el  de  Inglaterra», según escribió en  su  Diario, decidió hacer otro intento: Atacar frontalmente las  defensas de  Santa Cruz. Al tomar esta decisión era  consciente de  que  se  exponía a un  grave peligro, como expresó a su  jefe,  el almirante Jervis, en  una carta que  le escribió la  misma noche antes del  ataque, en  la  que  le decía que  al  día siguiente estaría coronado de  laureles o de  ciprés, es decir, victorioso o  muerto. Otra observación que  hay  que  hacer es  que aunque hablaba del  honor del  rey  y de  Inglaterra, pensaba sin duda también en  el  suyo propio, puesto que  Nelson se  refería en  sus  escritos con  mucha frecuencia a su  honor y fama, dándoles mucha mayor importancia que  a las  ganancias económicas  que  le producían sus  victorias.

La  escuadra inglesa, ya  reforzada por  el  navío Leander, de 50  cañones, que  acababa de  llegar aquella tarde, fondeó en  el mismo sitio en  que  lo  habían hecho antes las  fragatas, en  un intento de  engañar a  Gutiérrez, y trató de  reforzar el  engaño ordenando a la  bombarda abriera el fuego con  granadas sobre el castillo de  Paso Alto.  El  general Gutiérrez, sin  embargo, había   adivinado las  futuras intenciones de  Nelson, y  la  misma noche del  reembarco inglés había ordenado que  las  fuerzas de la  Altura del  Risco se  incorporaran a  Santa. Cruz. Y  acertó, porque a las  once de  la noche del  día  24 embarcaron 700  hombres en  las  lanchas de  los  barcos, unos 200  hombres en  la  balandra Fox  y 60  más en  una embarcación del  país, que  habían apresado el día  antes18. Esta fuerza de  desembarco, distribuida en  seis  grupos, estaba mandada por  cinco comandantes de  los barcos y por  el propio Nelson, al que  acompañaban en  su  bote dos  comandantes más. Los  infantes de  marina, como es lógico, iban armados con  sus  fusiles, y parte de la marinería iba  armada con  fusiles y el resto con  chuzos. Si se quiere hacer una comparación de las fuerzas que  se enfrentaron en este  segundo ataque, es difícil calcular cuantos fueron los defensores que  pelearon con los ingleses. Un número que  parece razonable, y que  da un  autor de  la época, puede ser  747  infantes del  ejército profesional y de las milicias, 387 artilleros también profesionales y de milicias, 110 marineros de la Marina Nacional Francesa de la dotación de La Mutine, 180  pilotos, contramaestres y marineros, y 180  campesinos de  La  Laguna armados de  rozadoras, instrumento de  labranza parecido a la guadaña, lo que  haría un  total de 1.669. Lo que  no es fácil  de estimar es cuantos estuvieron en contacto más o menos directo con  los enemigos, pues así  como éstos estaban concentrados en  el punto de  ataque, los  defensores estaban repartidos, al menos inicialmente, en  castillos y baterías.

Mientras la  bombarda tiraba sobre Paso Alto  y sus  alturas, las  lanchas, acompañadas por  la  balandra Fox,  que  iba  en  cabeza, se dirigían al muelle, donde debía realizarse el desembarco.  A eso  de  las  dos  de  la  mañana, la  fragata San   José,  de  la compañía de  Filipinas, y el  castillo de  San Pedro, en  el  límite Nordeste de  la ciudad, avistaron a los  ingleses y abrieron fuego, al que  se sumaron todos los  cañones y fusiles de  la izquierda de la  línea española. La  mayoría de  los  botes ingleses no  vieron el muelle y, arrastrados por  el viento y la corriente, llegaron a tierra más al  sur  .El  grupo de  Nelson y el  de  otro de  sus  capitanes, con  un  total de  cuatro o cinco botes, logró llegar al  muelle, y en  el preciso momento en  el que  Nelson iba  a desembarcar un   casco de  metralla o,  según una tradición que   perdura en Santa Cruz, una esquirla de  piedra arrancada del  muelle por una bala de  cañón, lo hirió en  el codo derecho. Una  de  las  lanchas evacuó a Nelson a su  buque insignia, donde le amputaron el brazo. En  el trayecto de  regreso, se oyó  un  griterío en  el agua que  originaban los  náufragos de  la  balandra Fox,  que  se  hundía  en  esos  momentos alcanzada por  un  balazo en  la flotación. A pesar de  su  estado, Nelson insistió en  que  se salvara al mayor número posible de  náufragos y en  supervisar su  salvamento19.

Las  lanchas que  atracaron al muelle desembarcaron su  gente  bajo el  fuego español y atacaron la  batería de  la  punta del muelle, que  tomaron de  revés con  relativa facilidad y clavaron los  seis  cañones de  24  libras de  la  batería 20, pero faltos de  protección en  el muelle e incapaces de  avanzar y asaltar el castillo de  San Cristóbal, quedaron expuestos al  mortífero fuego de  los cañones y fusiles españoles, en  el que  se  destacaron dos  cañones  violentos a cargo de  dos  pilotos. El  propio Nelson dijo  en  su informe que  se  vieron sometidos a un  fuego tan nutrido de  fusil  y de  metralla procedente del  castillo y de  las  casas de  la  entrada del  muelle que  no  pudieron avanzar y casi  todos ellos  resultaron muertos o heridos. Allí murieron el Capitán de  Navío Bowen, que  al  mando de  la  fragata Terpsichore había apresado la fragata de  la compañía de  Filipinas y otros seis  oficiales. Resultaron  heridos, además de  Nelson, otros  dos   Capitanes de Navío comandantes,  un  oficial, y un  guardia marina, además de muchos muertos y heridos de  marinería y de  infantería de  marina, y allí  murió el chino o malayo, que  de  ambas maneras lo llamaron ingleses y españoles, que  apresaron aquellos y que  les sirvió de  práctico, probablemente en  el bote de  Nelson, y cuyos consejos fueron también probablemente la razón de  que  el grupo  de  éste  atracara al  muelle. Los  pocos supervivientes se  defendieron como pudieron desde una caseta del  muelle y acabaron por  izar bandera blanca y rendirse.

Los  otros cuatro grupos ingleses fueron arrastrados  al  SW del  muelle y llegaron a tierra en  dos  agrupaciones que  desembarcaron la  de  Troubridge en  la  Caleta, y la  otra en  la  Carnicería,  y en  el barranquillo y barranco de  Santos. La  mayor parte de  las  lanchas se  atravesaron por   el  fuerte oleaje, normal en aquellas costas rocosas y  se  desfondaron, y  muchos  ingleses murieron ahogados; a los  que  sobrevivieron se les  mojó la munición en  sus  bolsas, por   lo  que   sus  fusiles y  otras armas de fuego quedaron prácticamente inútiles, excepto los  que  podían usar las  municiones cogidas a los  españoles que  hicieron prisioneros. En  los  puntos de  desembarco se sucedieron furiosos combates, con  fuego de  fusil  y de  dos  cañones violentos por  parte española, y combates cuerpo a  cuerpo, como fue  el contraataque  de  los  defensores mandado por  un  cabo primero de  milicias que  hizo 17  prisioneros ingleses y se  apoderó de  varias armas, de  una caja de  guerra o tambor y de  un  cañón de  campaña. Y en  una huida hacia adelante, ya  que  no  podían retroceder, los ingleses se adentraron en  la ciudad, se reunieron y, acosados por los  defensores, se refugiaron en  el convento de  Santo Domingo, hoy  demolido pero que  estaba en  la  plaza del  Teatro.

Troubridge, por  su  parte, consiguió reunir una columna, que se  dirigió a  tambor batiente21  a  la  plaza del  Castillo e  intentó atacarlo, pero por  no  tener escalas, ya que  las  había perdido en la  rompiente al  desembarcar y al  verse blanco del  fuego de  los defensores renunció al  ataque, con  lo  que  terminaron las  operaciones ofensivas de  los  ingleses en  Santa Cruz.

Posteriormente, Troubridge informó a Nelson que  cuando se hizo de  día,   después de  haberse reunido los  dos  grupos, sólo contaba con  80  infantes de  marina, 80  marineros armados con chuzos y otros 180  marineros armados con  fusiles22. Desde allí, Troubridge, que   era   quien mandaba la  fuerza de  desembarco después de  la herida y evacuación de  Nelson, envió dos  ultimátums a  Gutiérrez exigiéndole la  rendición de  la  plaza, bajo la amenaza de  incendiarla. Aun  tuvo Troubridge en  estos momentos  un  motivo para la  esperanza, que  fue  cuando se  avistaron unas quince lanchas que  enviaba Nelson con  los  restos de  las fuerzas que  podía desembarcar, pero la artillería española de  la punta del  muelle, que   los  artilleros españoles habían  desclavado23, abrió fuego contra ellas  y hundió tres, y las  lanchas restantes regresaron a  los  barcos. Esto es  un  punto oscuro, creo que  el único en  el relato de  la  acción en  Santa Cruz. Sabemos por   la  carta del  guardia marina Hoste que   a  las  cuatro de  la mañana regresaron al  Theseus varios botes cuya gente no  había  podido desembarcar debido al  fuego enemigo; y sabemos que, ya  amanecido, los  cañones españoles dispararon contra unos botes que  se dirigían a tierra y que  hundieron tres, por  lo que  los  botes regresaron a  sus  barcos. En  los  documentos ingleses no  hay  referencia a  este  nuevo intento de  desembarco, por  lo que  no  podemos asegurar su  existencia ni  tampoco si los botes que  regresaron a los  barcos ante el fuego español fueron obligados a volver a la  playa o fueron botes que  estaban realizando sus   misiones entre los  barcos. Desilusionado, cuando Gutiérrez rechazó orgullosamente los  ultimátums, y cuando las tropas españolas empezaron a  cercar el  convento, Troubridge envió al  capitán de  navío Hood para capitular. Acordada la  capitulación, terminó el  ataque y los  ingleses reembarcaron con armas y banderas, para lo que  el puerto tuvo que  proporcionar embarcaciones menores, ya  que   los  atacantes habían perdido muchas lanchas, y las  que  habían sobrevivido a las  rompientes habían sido  desfondadas por  orden del  capitán de  puerto.

Pero los  ingleses no  recuperaron todas sus  armas y banderas. Después de  los  combates, los  tinerfeños entregaron en  los reales almacenes, que  los  pagaron convenientemente, dos  banderas, una de  ellas  perteneciente a  la  fragata Emerald, un  cañón de  desembarco, 80 fusiles, 77 bayonetas, 9 pistolas, dos  cajas de  guerra o tambores, que  entonces se consideraban un  glorioso  trofeo de  guerra y dos  escalas de  asalto. Y dejamos para el final la cuenta de  bajas. Los  ingleses tuvieron 123  heridos y 226 muertos, de  los  que  aproximadamente la  mitad fueron ahoga- dos,  mientras que  las  bajas españolas fueron 25  muertos y 33 heridos.



CONCLUSIONES

No  puedo sustraerme a la  tentación de  imaginarme cuál sería  la  actitud de  Nelson justo antes del  ataque a  Santa Cruz. No  habían pasado seis  meses de  sus  éxitos en  el combate de  San Vicente, en  el que  la  actuación de  Nelson, que  encabezó el trozo de  abordaje de  su  barco y apresó a dos  navíos españoles, tuvo gran repercusión en  Inglaterra. Y llovía  sobre mojado: El  hecho de  haber intervenido de  forma determinante en  la conquista de un  reino para su  soberano tuvo que  haber sido  un  motivo de orgullo que  pocos hombres habrían experimentado. Por  si fuera poco, estas operaciones habían tenido lugar en  un  escenario que no  era  familiar a la mayoría de  los  oficiales de  marina, de  modo que  la  confianza en  si mismo que  sin  duda era  una parte muy importante de  su  personalidad tuvo que  verse grandemente re- forzada después de  las  operaciones (me  resisto a llamarlas conquista) de  Córcega.

Seguramente esa  fue  la  razón por   lo  que tomó la  evacuación de  esta isla,  escenario de  sus  éxitos, como una ofensa personal, de  forma que  cuando salía con  el último bote inglés, se despidió de  los  corsos con  una retahíla de  insultos.  El  mismo Nelson escribió con  evidente satisfacción que  en ningún momento de  su  carrera había habido un  tiempo en  el que  hubiera ejercitado tanto su  valor personal ante el enemigo como en  estas operaciones. Durante esta parte de  su  carrera  y hasta su  muerte en  Trafalgar se destacó por  su  iniciativa, agresividad, confianza en  si mismo, y claridad de  miras respecto a la guerra, características que  conserva la marina inglesa, que  se considera aun hoy  su  heredera. Inculcaba a  sus  subordinados que  su  principal misión era  aniquilar a  los  enemigos, pero los respetaba y cuidaba una vez  vencidos. Pero, a pesar de  esto, él fue  consciente de  que  se estaba forjando una leyenda a su  alrededor (él  mismo habló del  Nelson touch, el toque de  Nelson) y ante la  posibilidad de  que   se  exageraran estas características suyas, escribió «No  se imaginen que  soy  uno de esos  insensatos que  se arriesgan a combatir en  manifiesta inferioridad y sin  un objetivo adecuado».

Pero en  esta ocasión se  arriesgó, y si  es  cierto que  el  éxito tapa muchos defectos, como dijo  el mismo Nelson24, el fracaso los  deja al descubierto o más bien los  destaca. Así sucede con  la derrota en  Tenerife, que  deja al  descubierto fallos en  el planea- miento y ejecución del  desembarco que  probablemente habrían quedado ocultos por   su  victoria, de  haberse producido. Para empezar, creo que  esta frustrada intentona no  se  ajusta al  carácter de  Nelson. Él  mismo pareció darlo a  entender, por   no decir que  se  disculpó, cuando escribió en  su  Diario de  Operaciones que  el  plan se  lo  habían propuesto tres de  sus  coman- dantes en  una reunión que  habían tenido en  el  barco insignia poco antes del  desembarco, y que  él había «consentido» en  ello. Y, además, es  interesante que  cuando se  vio  obligado a replantear su  plan de  ataque y escogió uno suyo, sin  influencias ajenas, eligiera un  ataque al  centro, punto que  iba  a  ser  decisivo en  el  combate, como hizo, por  cierto, en  Trafalgar. Parece ser que  él dijo  posteriormente que  si hubiera estado presente en  las lanchas que  desembarcaban la  fuerza en  las  proximidades de Paso Alto,  el resultado del  ataque a Tenerife hubiera sido  muy distinto. Es  cierto que  la indecisión de  Troubridge, que  esperó a que  Nelson le autorizara a cambiar su  misión, le costó tres horas  preciosas, que  Gutiérrez aprovechó magistralmente para ini- ciar el refuerzo sin  perder ni  un  momento, de  modo que  cuan- do  desembarcaron los  ingleses ya  era  tarde para recuperar el retraso, y así  lo reconoció Troubridge, que  reembarcó sin  haber apenas cambiado disparos con  los  españoles. Un  gran historiador   de  temas navales aprovechó esta conducta de  Troubridge para subrayar el contraste entre un  gran jefe,  Nelson, y un  oficial,  Troubridge, experto y valeroso, pero nada más25.

Pero eso  no  quiere decir que   el  éxito de  Nelson estuviera garantizado. Para empezar, no  tenía los  medios suficientes para la misión, y él lo sabía. Ya hemos visto  que  había pedido 3.700 soldados de  ejército que  estaban disponibles en  Lisboa. Sabía que  iba  a ser  difícil convencer a su  general, porque, según decía,  los  oficiales del  ejército estaban acostumbrados a ejecutar las  órdenes que  alguien les  daba, mientras que  los  oficiales de la  marina real  actuaban con  más iniciativa, pensando sólo  en el bien de  la nación. Efectivamente, Jervis no  pudo darle tropas de  ejército y  un  escritor inglés dijo  que   el  ataque había sido como una ballena tratando de  hacer el papel de  un  elefante. Y esta escasez de  medios se refiere no  sólo  a una supuesta misión de  conquista de  toda la isla  de  Tenerife, que  Nelson ni  pensó ni intentó, ya  que, en  contra de  lo  que  dicen algunos autores es- pañoles, no  hay  ningún dato que   haga suponer que   la  intención de  Jervis ni  la de  Nelson fuera ésta, aunque no  pueda descartarse que   en   circunstancias  muy favorables lo  hubieran intentado. Pero las  pruebas apuntan a todo lo contrario: Nelson pidió soldados de  ejército para realizar el  saqueo, legal   pero completo, de  Tenerife, y llegó  a predecir el máximo tiempo que permanecería alejado de  la escuadra. Al no  conseguirlos, se encontró en  la  desesperada situación de  carecer de  los  fusiles necesarios para poder armar con  uno a cada asaltante, por  lo que no  le quedaba más remedio que  tomar al abordaje el castillo de San Cristóbal en  Santa Cruz, y cualquier otro que  fuera necesario. Hemos visto  que  Troubridge lo intentó y fracasó.

Por  otra parte, no  parece que  el plan de  Nelson fuera realista.  Ni siquiera el precedente de  Córcega tenía que  garantizar el éxito en  Tenerife. En  Córcega las  circunstancias eran completamente distintas: Ya  había tropas inglesas en  tierra y la  población civil  estaba de  parte de  los  ingleses, mientras en  Tenerife no   sucedía ni  una  cosa ni  la  otra.  Nelson desembarcó en Córcega con  1183  soldados de  ejército e infantería de  marina  y con  250  marineros, mientras que  en  Tenerife la  proporción se invirtió: fueron  unos 250  infantes de  marina con   unos 900 marineros. El  desembarco en  Córcega fue  sin  oposición, y en Tenerife se  encontraron con   una defensa que   les  clavó en  la montaña sin  posibilidad de  avanzar. El  reembarque de  Troubridge fue  lógico, y forzó a Nelson a tomar una decisión. La  que tomó equivalía a jugarse el todo por  el todo, y él la justificó por la necesidad de  mantener el honor de  su  rey  y la reputación de la  marina inglesa, pero con  una defensa alertada,  fogueada y que  había dado pruebas de  prontitud en  su  reacción, el segundo  intento pareció un  suicidio, y casi  lo  fue.  Nelson, si  no  terminaba coronado de  ciprés, se  exponía a  quedarse con  la  mayor  parte de  su  fuerza, incluyendo a comandantes y oficiales, en tierra y sin  posibilidad de  comunicación con  sus  barcos, como efectivamente sucedió.

El  fondeo de  toda la  escuadra al  norte de  Paso Alto,  tratando  sin  éxito de  engañar a  Gutiérrez, obligó a  la  balandra y a las  lanchas a realizar su  aproximación navegando cerca de  tierra, para distinguirla en  la  oscuridad de  la  noche y localizar el muelle, punto previsto del  desembarco, y desfilando por  delante de  las  baterías y de  los  barcos españoles fondeados. Ello  exponía  a  las  lanchas a  un  descubrimiento prematuro, que   fue  lo que  les  sucedió, de  forma que  el final de  la  aproximación y el desembarco tuvieron que  realizarse bajo el fuego de  los  defensores, con  efectos desastrosos para los  atacantes.

El  embarque en  la  balandra Fox  del  respeto de  munición, víveres y escalas portátiles, todos ellos  parte esencial del  equipo de  asalto, hacía depender el éxito de  la operación de  que  pudiera entregar a  las  fuerzas en  tierra el  material que   llevaba a bordo. Esto, que  podía ser  posible en  caso de  que  hubiera tenido  éxito el primer intento de  desembarco, pasaba a ser  muy dificil  en  un  desembarco nocturno en  el muelle contra un  enemigo alertado y en  fuerza. Así resultó que  muchos de  los  atacantes que   desembarcaron en  las  calas al  sur   del  muelle cayeron al agua cuando sus  lanchas se atravesaron y volcaron en  la playa, por   lo  que   gran parte de  la  fuerza inglesa sólo   contaba con cartuchos mojados.

Vistas las  dificultades con  las  que  iba  a encontrarse Nelson, no  es  de  extrañar que  Jervis, aun dejándose llevar por  el entusiasmo de  éste, que  tenía fama de  hacer lo  que  quería con  sus jefes26, no  se mostrara excesivamente optimista sobre el resulta- do  de  la  expedición a  Tenerife, como lo  demuestra la  carta en la que  le daba las  órdenes para esta operación, en  la que  decía:
«Estoy seguro  de que  merecerá el éxito. A los  mortales no  se nos ha  dado  el poder  de exigirlo»27.

Pasemos ahora  a  la  actuación española. La  actuación de Gutiérrez, preparando sus  fuerzas y dirigiéndolas en  el combate parece impecable, aunque es cierto que  una vez  distribuidas las fuerzas para las  dos  fases del  combate poco tuvo que  hacer, pero eso  lo hizo muy bien.

Pero durante todo el siglo  XIX  circuló la  opinión de  que  Gutiérrez había dejado escapar a los  ingleses demasiado fácilmente,  ya que  en  la Capitulación los  ingleses sólo  se obligaban a no volver a realizar operaciones contra Canarias. Yo creo que  hizo lo  correcto. Es  más que  probable que  para Gutiérrez fuera un problema la presencia, y no  digamos la custodia, de  los  supervivientes prisioneros militares ingleses, encuadrados por  sus  jefes. Basta recordar la  prisa que  se  dieron los  españoles en  enviar a Cabrera a los  prisioneros de  Bailén y los  supervivientes franceses  de  Trafalgar, en  cuanto pasaron de  aliados a enemigos, con las  consecuencias que  tuvo ese  confinamiento. Es  más, hay  que considerar que  los  ingleses, contando con  el domino del  mar, no consentirían durante mucho tiempo el  cautiverio de  sus  dotaciones, teniendo los  barcos y las  fuerzas de  ejército para impedirlo, lo cual podría haber sido  mucho más peligroso que  el ataque  de  Nelson. Además, la generación que  intervino en  Tenerife fue  la  última de  las  guerras entre caballeros, como lo demuestran los  intercambios o incluso la devolución de  prisioneros que realizaron las  fragatas, las  facilidades que  se  dieron en  Santa Cruz para el cuidado de  los  heridos y las  corteses cartas y obsequios que  se intercambiaron Nelson y Gutiérrez28. Eran caballeros   que   tenían sobre si  el  peso de  una tradición que   debían cumplir y que  duró hasta estas guerras de  la  Revolución y del Imperio. En  el  caso de  España, la  tradición se  rompió en  la guerra de  la  Independencia. Pero seguramente  lo  más grave para el general Gutiérrez, que  ya  se  había portado caballerosa- mente con   los  ingleses vencidos por   él  en  las  Malvinas, era el problema que  representarían los  prisioneros, mandados por sus  jefes  naturales, que  habría que  custodiar, alimentar y alojar, cuando no  tenía soldados suficientes para la defensa de  las islas.

(Carlos Vila Miranda, 2005)


Notas:
1 Los  oficiales del  cuerpo general embarcados en  la  marina inglesa eran sólo  capitanes y tenientes, y estos últimos ocupaban los  destinos de  primero,  segundo y tercer teniente. El  primer teniente era, por lo  tanto, el  sucesor  en  el  mando al  capitán, en  caso de  que   éste   no  pudiera ejercerlo, por lo  que   en  la  Armada española  equivalía al  segundo comandante. Además, el  primer teniente estaba capacitado oficialmente para mandar barcos que no  fueran los  navíos y las  fragatas.
pasó a  la  situación de  sin  destino y quedó en  tierra cobrando media paga. En  esta situación estuvo más de  cinco años.
2  Estas eran las  dos  clases de  proyectiles más empleadas por la  artille- ría  de  la  época. Las  balas rasas eran macizas, y se  disparaban con  una trayectoria rasa, mientras que  las  granadas, que  se  disparaban por elevación, eran huecas y estaban rellenas de  pólvora, que  debía explotar al  transcurrir el  tiempo para el  que   se  había graduado la  espoleta. Las  más empleadas por los  barcos eran las  primeras, y  las  segundas las  disparaban principal- mente barcos especiales llamados bombardas.
JAMES  S.  CLARKE   y  JOHN  M’ ARTHUR   en  The  Life  of  the  Admiral Lord Nelson, Londres,  1809, vol.  1,  pp.   355-356: Varias cartas  de  Nelson, entre las  que   son   interesantes la  del  16  de  marzo a  M’ Arthur, secretario del  al- mirante Hood, en  la  que  dice  Nelson «Two are  first-rates, but  the  larger  the ships, the  better  the  mark, and  who will  not  fight  for  dollars?», y otra del  22 de  marzo al  duque de  Clarence en  la  que   le  dice   «...  I fear  he  will   go  to Teneriffe».

CESÁREO FERNÁNDEZ  DURO,  Bosquejo biográfico del  Almirante D.  Diego de  Egues y  Beaumon,  Sevilla, 1892, pp.   49-50.

5 JOSÉ DE  VIERA  Y CLAVIJO,  Noticias de la historia general  de las  islas  Canarias, Santa Cruz de  Tenerife, 1860, vol.  3,  p.  235.  Dice  que  los  españoles incendiaron todas las  naves, mientras que  los  ingleses afirman que  lo  hicieron ellos
6  CLARKE,  ob.  cit.,  vol.  II,  pp.   8-9.
7   Ibid., pp.  8  y ss.
8   Ibid., p.  19.
9   Esta corbeta podría ser  uno de  los  seis  corsarios franceses que, según JOSÉ  DESIDERIO DUGOUR en  su  Historia de Santa Cruz  de Tenerife, se  habían dedicado al  corso en  aguas de  Canarias con   otros cuatro españoles y  habían metido un total de  42  presas en  Santa  Cruz de  Tenerife durante  el último quinquenio del  siglo   XVIII.  Los  nombres de  los  corsarios eran: los españoles  Huelva, Atrevido, Tajamar y Periquito, y los  franceses, Bonaparte, Espiegle, Mutine,  Allobroge, Abeille   y  Mouche.
10   FRANCISCO  XAVIER   ROVIRA,  Teniente de  Navío y profesor de  artillería en  la  Academia de  Guardias Marinas, en  su  Tratado de  artillería para  el uso de los  Caballeros Guardias Marinas en  su  Academia, editado en  1773  en  esta Academia, daba una tabla con  los  alcances de  la  artillería naval de  la  época,  apuntando por el  raso de  metales, que  estaba entre un máximo de  570 metros y  un mínimo de  325   metros, dependiendo del  calibre, con   mayor alcance a  mayor calibre, y traduciendo a  metros los  pies de  Castilla en  que viene la  tabla.
11   Cfr. M.  DÍAZ  TRECHUELO, La  Real  Compañía de  Filipinas, Sevilla, Es- cuela de  Estudios  Hispanoamericanos,  1965, pp.   92-93.
12   CLARKE,  vol.  II,  p.  19.
13   El  relato de  las  acciones inglesas está basado, a  menos que  se  especifique otra cosa, en  CLARKE   y M’ ARTHUR,  The  life  of  Admiral Lord  Nelson, from his   Lordship’s manuscripts,  Londres,  1809, vol  II,  pp.   30  y  ss.  El  de las  españolas se  basa en  FRANCISCO  LANUZA,  Ataque y  derrota   de  Nelson en Santa Cruz  de  Tenerife, Madrid,  c.  1953, pp.   117  y  ss.
14  «(...)   hold   the   island  to  ransom,  unless  all  public  treasure  were surrendered  to  his   squadron, in  which case  the  contribution to  the  inhabitants should not  be  levied», ALFRED   T.  MAHAN,  The  Life  of  Nelson, Londres, 1899, p.  256.
15   Las  escuadras británicas se  dividían, en  un orden que  tenía pocas con- secuencias prácticas, en  la  roja, la  blanca y la  azul. Esta misma prelación se  aplicaba los  almirantes que  las  mandaban, y Nelson, como recién ascendido, era   contralmirante de  lo  azul. La  bandera de  los  todos barcos de guerra  ingleses actuales es  blanca (la  conocida  por  White ensign) porque fue  la  que   Nelson arbolaba  en  Trafalgar.
16   En  los  usos y costumbres de la guerra  entonces en  vigor estaba admitido que   una plaza tomada por asalto podía ser   sometida a  saqueo para compensar a  las  fuerzas propias de  los  esfuerzos del  asalto, por lo  que  en fecha tan  tardía  como 1889, el  artículo 28  del  III  Convenio de  La  Haya prohibió expresamente esa   costumbre.
17   MAHAN,  ob.  cit.,  p.  250.
18   El  Leander sólo   contribuyó a  la  fuerza de  desembarco con   su  infantería de  marina.
19   MAHAN,  ob.  cit.,  p.  259.
20    Clavar un cañón era   inutilizarlo  metiéndole a  martillazos un clavo por el  fogón.
21   Quizá se  trate de  los  dos  tambores que  actualmente están en  el  Museo  Militar de  Tenerife.
22    Chuzo (en   inglés, pike): asta  de  2  a  3  metros de  longitud, con   una hoja afilada en  un extremo, es  decir, una  pica, que   empleaban todas las marinas para las  luchas cuerpo a  cuerpo en  los  abordajes.
23    Para desclavar un cañón se  le  introducía una carga reducida en  el ánima, se  tapaba ésta con  uno o varios tacos y se  daba fuego a la  carga. Los gases de  la  explosión debían salir por el  fogón, expulsando  el  clavo. Si  no era   así  después de  tres intentos, había que   taladrar el  cañón y  hacerle un fogón nuevo. Dice   mucho de  la  pericia de  los  artilleros españoles el  que hubieran sido capaces de  desclavar seis  cañones en  medio de  la  confusión de  los  combates en  el  muelle. Es  de  suponer también que  en  su  precipitación los  ingleses no  los  clavaran bien.
24   Selección y edición, WALTER   JERROLD, The  Nelson touch, Ed.  Londres,
1918, p.  29.
25   MAHAN, ob.  cit,  p.  257.
26   Nelson touch, pp.   21-22.
27   MAHAN,  ob.  cit.,  p.  256.
28  Nelson envió a  Gutiérrez un queso y un barrilete de  cerveza, a  lo  que Gutiérrez correspondió con  unas limetas de  vino. Además, Nelson se  ofreció  a enviar a Cádiz en  uno de  sus  barcos el parte de  Gutiérrez dando cuenta de  su  victoria, ofrecimiento que   fue  aceptado.



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