sábado, 25 de octubre de 2014

AMARO PARGO, UN CRIOLLO PIRATA Y HACENDADO TINERFEÑO



Capitulo III

Eduardo Pedro García Rodríguez


             Si grande debió ser la fortuna atesorada por el pirata, no menos debía ser las deudas contraídas con el cielo, como consecuencia de los métodos empleados en conseguirla, así, siguiendo las creencias y costumbres de la época, don Amaro se esfuerza en rebajar los números rojos en su cuenta corriente con el más allá y, además de los múltiples donativos realizados a iglesias y conventos, adquiere el patronazgo de la capilla de San Vicente Ferrer, en el convento de Santo Domingo, en cuya iglesia parroquial está ubicada la sepultura familiar y, en cuya lápida figura una calavera con dos tibias cruzadas, también donó la urna del Santo Entierro, según figura escrito en la misma <<Esta urna la mandó hazer el capitán don Amaro Rodríguez Felipe por su devoción este año de 1732>>. Como es bien sabido también costeo la urna que guarda el cuerpo incorrupto de sor María de Jesús como veremos más adelante. Fue así mismo benefactor de la ermita de San Amaro o del Rosario, aunque a decir verdad, no fue excesivamente generoso con éste modesto templo lugar de descanso de los peregrinos que desde diferentes puntos de la isla se desplazaban a Candelaria, y lugar de descanso también de la imagen en las ocasiones en que ésta era trasladada a la ciudad de La Laguna.  También fue hermano del Santísimo de los Remedios y de la Virgen del Rosario.

            Como la posesión de grandes riquezas lleva implícito la búsqueda del  reconocimiento social, el pirata decide dar lustre a sus apellidos y, así, aprovechando una de las frecuentes crisis económicas en que acostumbraban estar las monarquías españolas, inicia expediente de declaración de hidalguía, la que consigue en 1725, dos años después, obtiene certificación de nobleza y escudo de armas, dados en Madrid, (por supuesto a cambio de un sustancioso donativo para las arcas reales) y crea mayorazgos.

Uno de los aspectos mas conocidos en el ámbito popular de la vida de Amaro Pargo, fue su relación con la monja lega del convento de las clarisas María de León Delgado,  Sor María de Jesús, “ La sierva de Dios”. La fe popular ha venido creando en el transcurso de los siglos una serie de leyendas en torno a ambos personajes, en muchos casos alentadas y sustentadas por el clero. Veamos algunos sucintos rasgos biográficos de Sor María de Jesús: nace ésta en el Sauzal el 23 de marzo de 1648, siendo bautizada el 26 del mismo mes, sus padres fueron Andrés de León Bello y María Delgado, ambos descendientes de isleños según se desprende de una data otorgada en 1501 a Pedro de Vergara: <<...un pedazo de tierras que son junto con El Sausalejo linde con Pedro Hernández de las islas>> . Este Pedro casó con María Gutiérrez, quienes tuvieron a Pedro Hernández Perera y a Catalina Delgado, quienes entre otros hijos tuvieron a Andrés de León Bello, quien casó con María Delgado Perera quienes a su vez fueron padres de Pedro de León Delgado, Catalina de León Delgado, María de León Delgado y un hermano más cuyo nombre se ignora.

 Era frecuente que las familias extremadamente pobres, “colocasen” como criados  desde muy temprana edad a sus hijos pequeños al servicio de alguna familia pudiente, como medio de garantizarles la subsistencia. En este caso se vio Maria Delgado madre de la pequeña María, quien  con apenas siete años de edad tuvo que colocarla al servicio de la familia de un médico tinerfeño residente en La Laguna. Este médico posiblemente fue, el doctor don Bartolomé Álvarez de Acevedo, quien había estado ejerciendo su profesión en España donde probablemente casó, a juzgar por los calificativos que el biógrafo  de María don José Rodríguez Moure emplea al referirse a la esposa del doctor, a la que en unos pasajes denomina “peninsular” y en otros “española”. Este fue contratado por el cabildo de Tenerife en 1655 pero sus relaciones con el mismo no debieron ser muy buenas pues 1659 ya mantenía pleito con el mismo, y posteriormente,  le vemos gestionando el embarque con su familia para Indias, viaje que de llevarlo a cabo sería sin su esposa, pues ésta, ya había fallecido por estas fechas.

Generalmente la contratación de niñas para el servicio doméstico tenía lugar cuando éstas rondaban en torno a los diez o quince años de edad, aunque se producían algunas excepciones como en el caso de María de León y de otra también de siete años e igualmente procedente de Acentejo, que fue contratada por la viuda Carmenatys, la que además exigió a la niña un periodo de prueba de doce días, al objeto de comprobar si la niña se adaptaba a las exigencias domésticas de la viuda. La duración de los contratos oscilaba entre los cinco o ochos años, durante los cuales los amos se comprometían a alimentar vestir y calzar de manera modesta a la joven criada, al final del mismo, la sirvienta recibía una pequeña cantidad de dinero o más comúnmente una modesta dote compuesta de ropas de cama generalmente elaboradas por las propias dotadas, y algunos modestos enseres domésticos, ya que el fin último de estas muchachas de servicio era el matrimonio, se acostumbraba a especificar en los contratos que las niñas estaban obligadas a prestar las labores propias de una casa tales como: lavar, fregar, cocinar, hacer mandados... <<de todo el serviçio de una casa  e de mandados e servicios honestos que se suelen hazer por muchachas que se ponen de serviçio  de cosas buenas e honestas en  cualquier casa e de mandados por las calles, e a las cuales se le ofrecen buena doctrina e honestas costumbres>>. A pesar de las aparentes buenas intenciones de la letra de estos contratos, la verdad es que, estas niñas, servían en un régimen de semi esclavitud, realizando trabajos superiores a sus fuerzas, y en unas jornadas laborales que solían durar desde el amanecer hasta las diez o doce de la noche, sin gozar de más asueto que el de alguna festividad celebrada por sus amos, o cuando éstos arbitrariamente decidían conceder algún descanso, además de daba la circunstancias en la mayoría de los casos de que sí la criada enfermaba, ésta estaba obligada a prolongar su servidumbre tantos días como hubiesen durado su enfermedad.



Plano de la Ciudad de La Laguna levantado por el ingeniero cremones Leonardo Torriani


La vida de la pequeña María con la familia del médico  no debió ser muy agradable, pues a pesar de que apenas contaba con 7 años de edad se le obligaba a realizar tareas domesticas propias de adultos, fregar, lavar, cernir la harina para el pan, e  incluso ensillar el caballo del doctor  empleando una banqueta para poder colocar la asilla en la grupa del animal. La madre de la pequeña al tener conocimiento de estos abusos, y ante la posibilidad de que se la llevasen a América,  trató de rescatar a su hija, pero la esposa del médico se negó rotundamente. Ante la decidida actitud de la española,  María Delgado tuvo que hacer uso de la astucia y, argumentando la celebración de las fiestas del Salvador en su pueblo natal, pudo convencer a la esposa del médico para que dejara marchar a la niña durante unos días, conseguida la autorización de la empleadora, no sin muchas cortapisas, la madre de la niña aprovechó  las circunstancias para enviar a su hija con unos parientes que tenía en la Orotava. La española –como la califica Moure- montó en cólera al tener conocimiento de la negativa de la madre de María a que esta volviese a su servicio, en cumplimiento del resto del contrato que por aquellas épocas acostumbraba a celebrarse. El despecho de la señora fue tal que llegó incluso a contratar a unos matones para que se trasladaran al Sauzal y secuestraran a la pequeña María, destino de la que se libró al encontrarse refugiada con  sus parientes en la Orotava.

            Fallecida la madre de María de León, ésta, continuos algunos años viviendo en compañía de la familia de Inés Pérez sus parientes de la Orotava, con quienes sin duda, adquirió conocimientos de medicina popular y de la consiguiente utilización de plantas medicinales, conocimientos que más adelante empleó no solo en beneficio de sus compañeras de claustro, sino que, ayudó a ciudadanos que la con consultaban sobre determinadas dolencias, entre los que figuraba un conocido médico a quien curó de una enfermedad cutánea.

             Pasados unos años, se presentan en casa de la familia de María, en la Orotava, dos misteriosas “damas” procedentes de La Laguna que portaban una carta supuestamente escrita por su tío Miguel Pérez Perera, su pariente, y casado con su tía Catalina Delgado, hermana de su madre, residentes en la ciudad, hombre económicamente bien situado, en ella se le pedía a la joven que se trasladara a La Laguna para vivir con los mismos. La joven María y las dos misteriosas damas inician a píe el camino de regreso a La Laguna, haciendo un alto de descanso en el Sauzal, llegadas a la ciudad, las dos mujeres, aprovechando el desconocimiento que María tenía de la población, en lugar de acompañar a la joven directamente a casa de sus tíos, comenzaron a vagar por las calles hasta  que en un callejón que existía a espalda de la parroquia de los Remedios y, que hoy está ocupado por parte del altar mayor de la Catedral, en él, se encontraron con un misterioso caballero, con el cual las dos mujeres mantuvieron avivada conversación, llegado a un punto en que, el caballero exigió ver el rostro de la joven María, la cual  como era habitual por esas fechas llevaba cubierto. Por los retazos de conversación que pudo oír la joven María, comprendió que de lo que estaban tratado aquellas arpías y el supuesto caballero era nada y nada menos que la venta de su virginidad, horrorizada, salió corriendo de aquel callejón y preguntando a un viandante sobre el domicilio de Pedro Bello, tío suyo a quien recordaba, obtenida la información se dirigió a casa de éste.

             Grande fue la sorpresa de Pedro Bello cuando se encontró con su sobrina, y mayor fue la de sus otros tíos Miguel Pérez y Catalina Delgado, cuando por aviso de aquél supieron que estaba en su casa; y aunque extrañados de que a píe y sin orden suya hubiera hecho aquel largo viaje, enterados de lo ocurrido, alojaron a la joven en su domicilio. Por otra parte, es evidente que Fr. Jacinto de Contreras que con el tiempo fuera el confesor de la- ya- sor María de Jesús, conoció la identidad de las dos “Celestinas”, pero por “caridad” es decir, por no herir la vanidad de algún acrisolado linaje familiar de La Laguna, se guardó de consignarlos en la biografía  que de la monja estaba escribiendo cuando le sorprendió la muerte.

             Instalada María en casa de sus tíos, fue destinada a las labores propias de la casa, no distinguiéndose de los esclavos y criados que sus tíos tenían, así transcurrieron algunos años,  hasta que por mantener el buen nombre de la familia éstos decidieron  buscar acomodo a la chica con el matrimonio, pero María era poco proclive al mismo, así que optaron por hacerla profesar como monja en el convento de Santa Clara sirviendo como criada de su prima, la hija de sus tíos Miguel Bello y Catalina Delgado, que ya había profesado como monja de velo. Ignoramos las causas que motivaron en María el rechazar la entrada en el convento de las Claras, optando por hacerlo en el Santa Catalina, donde hacía falta una lega que se hiciera cargo del cuidado de una monja anciana y enferma, así pues una mañana del domingo 22 de febrero de 1668, entró al servicio de Sor San Jerónimo (es curioso el que por esas fechas a las monjas se les impusiesen nombres de Santos varones,) con gran disgusto de sus tíos que, veían así privada a su hija de los servicios de la criada que le habían destinado. Una vez ingresada, le fue destinada una celda infestada de ratas e insectos, en la cual vivió hasta que pudo comprarse otra más decente en el propio convento por el precio de 500 reales. Es indudable que en esta ocasión los conocimientos que María tenía sobre herboristería les fueron muy útiles para librarse de las plagas de ratas e insectos mediante algunos sahumerios, aunque algún biógrafo interpreta que dicha liberación se produjo por la intervención de algunos ángeles.

             Para su subsistencia  dependió siempre de las limosnas que desde el exterior le remitían, pues  la comunidad no se hacía cargo de su alimentación, a pesar de los trabajos que la lega realizaba en el convento después de la muerte de su ama sor San Jerónimo.

             Esta ampliamente recogido por los biógrafos de la monja, las labores de sanación llevadas a efecto por sor María de Jesús, en las que, independientemente de la mística, demostró un amplio conocimiento de las plantas medicinales y de las enfermedades a que debían aplicarse, curando incluso a un doctor como hemos dicho, de unas afecciones que padecía en la piel.
           
La piedad popular de la época fomentada por el clero, llegó a atribuir a la monja el don de la bilocación, don empleado por  sor María de Jesús, no sólo para proteger al pirata Amaro Pargo, sino incluso sus “empresas” y colaboradores, conforme se desprende de determinadas leyendas atribuidas a la moja como veremos a continuación.

Estando Amaro Pargo desarrollando sus actividades habituales en alta mar, fue sorprendido por una tormenta que estuvo a punto de hacer naufragar al navío, en tan grave trance recordó que llevaba consigo unos objetos de sor María de Jesús, que él consideraba como reliquias las arrojo al mar, implorando la intervención de la monja, inmediatamente se calmó la borrasca,  la nave recobro el rumbo arribando felizmente al puerto de Santa Cruz.

En otro de sus viajes, abordan un navío mercante de manera decicidida; arrojan los garfios y asaltan a la presa, la tripulación de ésta opone una dura resistencia  entablándose un sangriento combate cuerpo a cuerpo entre ambas tripulaciones, y auque los piratas hicieron gala de una gran bravura, era tal el valor y denuedo de los contrarios, que les obligaron a batirse en retirada, cuando estaban próximos a rendirse, Amaro Pargo oye una voz que le decía <<anímate, no temas, Dios está de tu parte>> este mensaje hizo que el pirata recobrara bríos y animando a su gente, arremetió de nuevo contra la presa con tal ímpetu que consiguieron reducir y apresar al navío. Llegados triunfalmente al puerto de Santa Cruz de Tenerife con la embarcación apresada un sábado Santo. En memoria de tal acontecimiento, el pirata dotó perpetuamente con parte de sus bienes el costo de exponer al Santísimo Sacramento, el lunes y martes de la pascua de Resurrección de cada año, en la Iglesia del Monasterio Santa Catalina, por atribuir la victoria obtenida a la intercesión de sor María de Jesús a quien fue a visitar y dar las gracias, y dando relación detallada de los pormenores del combate, entendiendo el pirata que la sierva había tenido revelación del combate y del peligro que éste había corrido y quizás permiso del Señor para ir a alentarle.

Otra de las ocasiones en que Amaro Pargo fue objeto de la protección de la monja, a decir de los biógrafos de ésta, tuvo lugar en La Habana cuando el pirata enfrascado en alguna de sus “empresas”; una noche, Amaro Pargo es atacado por un desconocido en una taberna, quien le tiró varios golpes de daga de los cuales salió ileso, huyendo el agresor acto seguido, Dando gracias Dios por salir bien librado de la agresión, quedando extrañado de no haber sido herido; al día siguiente le dirigió un hombre y le preguntó <<si no era él la persona con quien en la noche anterior había tenido unas palabras y si no le había resultado algún daño>>, contestándole que sí, y que a Dios gracias estaba ileso. El agresor confuso, le suplicó le dijera que devoción particular tenía que le había librado de tanto peligro, a lo que el pirata contestó diciéndole que en un Monasterio de Tenerife había un alma justa, que creía le encomendaba siempre a Dios; oído lo cual, el hombre le rogó marcara el día, y conmovido le confesó que le había agredido creyendo que lo había dejado muerto.

Tras su viaje, cuando don Amaro llega a La Laguna, fue como en él era habitual a ver a sor María de Jesús, y contándole la experiencia vivida en La Habana, ella le mostró un cobertor que estaba acribillado de cuchilladas, haciéndole ver que, éste, había recibido los golpes dirigidos contra su persona, haciendo la moja esta manifestación al pirata por consejo de su confesor. Se dice que el pirata conservó el cobertor durante toda su vida llevándolo siempre consigo en todos sus viajes.

Otra de las situaciones en que el don de la bilocación permitió a sor María de Jesús, socorrer los intereses de la casa de Amaro Pargo, sucedió – según una  leyenda– que, arrollado por una tempestad un barco perteneciente a la flota del pirata, que venía de retorno para estas islas, el Capitán vio una monja que los socorría, superada la tormenta, el navío arriba felizmente a la isla, el Capitán da cuenta a don Amaro de los pormenores del viaje especialmente de la visión que tuvo durante la tormenta, afirmando que vio tan claramente a la monja que,  de volver a verla, la reconocería sin duda alguna. Llevado al convento de Santa Catalina por el confesor de la comunidad, fueron llamadas al locutorio las monjas, y en cuanto el Capitán fijo la vista en las monjas señaló a sor María de Jesús como la monja que había visto y les protegió durante la tormenta.

Creemos que es digno de significar el hecho que en los episodios referentes a la bilocación hasta aquí narrados, de manera directa o indirecta, siempre estaba presente la figura del confesor de sor María de Jesús. Ignoramos si éste lo era también de don Amaro Pargo.

Después de algunos intentos por abandonar el convento, María de León entró en una fase de tranquilidad espiritual, posiblemente fue en este periodo cuando comenzó a tener contactos con Amaro Pargo, quien visitaba a una hermana suya que compartía claustro con sor María de Jesús, esta hermana de Amaro, era conocida por Sor San Vicente Ferrer. Los lazos de amistad entre el pirata y la monja se fueron acrecentando con el tiempo, hasta el punto de que el pirata no dejaba de visitar y obsequiar a la monja cada vez que regresaba de sus “empresas” marítimas, y cuando decidió dedicarse a sus negocios en tierra, continuó frecuentado a la monja a quien solía consultar en momentos de dudas.


                                                          La siervita Sor María de Jesús

             En el año de 1731, un doce de febrero Sor María de Jesús entra en un trance en el cual se mantiene hasta el 15 del mismo mes, en que, entre las doce y las trece, fallece a los ochenta y cuatro años diez meses y veinticuatro días de edad. Era frecuente en la época que los cadáveres de las monjas fuesen enterrados sin féretros, pero en el caso de Sor María de Jesús, el opulento don Amaro Pargo dispuso que el cuerpo de la monja fuese sepultado en una caja.

            Es digno de encomio el afecto que, mostró siempre hacía la monja, el pirata, a los tres años de la muerte de la misma, hace gestiones antes los superiores de la orden de Santo Domingo en la Provincia para exhumar el cuerpo de Sor María de Jesús. Cumplidas todas las formalidades del caso, en la tarde del veinte de enero de 1734, se reunieron en el coro bajo del monasterio de Santa Catalina, el P. Provincial, Fr. Luis Leal, el Prior de Santo Domingo Fr. Pedro González Conde, el Regente de Estudios Fr. Luis Díaz, el Secretario Fr. Juan Bautista y el Secretario Eclesiástico y Apostólico don Miguel Hernández de Quintana, Prebístero;  también concurrieron al acto los seglares Dres. Don Francisco Barrios y don José Sánchez médicos, los Capitanes don Amaro Rodríguez Felipe y don Antonio de Torres, y los afectos al convento don Andrés José Jaime y don Juan Hernández, encargados de abrir la sepultura.


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