viernes, 28 de noviembre de 2014

MUJERES AFRICANAS SINGULARES-LXII



Oso de Oro para la 'Carmen' africana

El premio del jurado recae en 'El pavo real', y los de interpretación, en Julia Jentsch y Lou Taylor Pucci


Éste ha sido un festival en el que las mejores películas eran de vuelo corto. Han ido pasando los 10 días sin que surgieran favoritas claras. Además, el jurado era tan heterogéneo que sus decisiones resultaban imprevisibles. Cualquier cosa podía ocurrir. Y ha ocurrido. En ninguna quiniela se había apostado por la película U-Carmen eKhayelitsha, es decir, una nueva versión de la ópera de Bizet, cantada en lengua xhosa, y con tan buenas voces como malos actores y actrices. Se trata de la primera película del director teatral Mark Dornford-May, de prestigio en su Inglaterra natal. Los premios de interpretación recayeron en Julia Jentsch (Sophie Scholl) y Lou Taylor Pucci (Thumbsucker).
Establecido en Suráfrica, Mark Dornford-May ha continuado su actividad en el mundo del teatro, hasta que finalmente se ha arriesgado a esta experiencia cinematográfica, que los críticos que a diario han ido puntuando la calidad de cada filme consideraron fallida, ni a tener en cuenta. Quizá nadie pueda convencer ya a Dornford-May, tras este inmerecido Oso de Oro por U-Carmen eKhayelitsha, que ha usurpado, de que el cine tiene un lenguaje propio, y de que él no lo conoce suficientemente. El resultado de su primera incursión en el nuevo medio es una película más exótica que interesante, o sólo interesante por exótica. Sus planos son pobres, no hay imaginación cinematográfica en la puesta en escena, sus protagonistas están poco dotados para la interpretación... Una paradoja, sin duda, habiéndola dirigido un experto hombre de espectáculo.
Mejor hubiese sido que se hubiera llevado el Oso de Oro la china El pavo real, dado que le ha correspondido el Gran Premio del Jurado, es decir, el segundo. El pavo real es una bella crónica sobre la vida de una familia obrera a finales de los setenta, que fue más aplaudida, sin duda, que la máxima ganadora. Y con razón.

Robo a Bouquet

No ha sido el Oso de Oro la única decepcionante sorpresa. Si algo estaba claro a la hora de los premios de interpretación es que el mejor actor correspondiera al francés Michel Bouquet por su extraordinaria composición del presidente François Mitterrand en los últimos tramos de su vida. Bouquet está sencillamente grandioso, a años luz del adolescente actor norteamericano Lou Taylor Pucci, de Thumbsucker, del también primerizo Mike Millis, que se pasa la vida chupándose el dedo pulgar. La película, simpática, y a ratos algo absurda, cuenta la crisis de este muchacho, que se chupa el dedo por no recibir las debidas atenciones de sus padres. No se entiende este premio, no se entiende.
Hasta los espectadores protestaron en voz alta, lo que no es frecuente en este festival con tan buena educación que se aplaude todo (ello no impide que los aplausos sean reconocibles, desde los de simple cortesía hasta la gran ovación). Este robo a Bouquet clama al cielo. ¿Qué habrán visto los 10 señores y señoras del jurado en el trabajo de Lou Taylor Pucci que los demás no hemos ni olido? Misterios.
Más acertado ha sido el premio de interpretación femenina. Puede que haya consenso en que la alemana Julia Jentsch lo merezca por su encarnación de la activista antinazi Sophie Scholl, cuyo nombre titula la película. Es una actriz suave, de trabajo interior, cuya mirada de perplejidad y rabia ante los militares y jueces que la interrogan contiene el más profundo sentido de la película. Que su responsable, Marc Rothemund, haya conseguido el premio al mejor director puede ser también correcto, pero había otros que se han quedado en la cuneta (por ejemplo, el húngaro Lajos Koltai por Sin destino, que cuenta emotivamente y con espléndida fotografía la terrible historia de un muchacho que sobrevivió al campo de Auschwitz).
Estaba cantado que Tsai Ming-Liang iba a ser condecorado por su extravagante La nube errante. Es un cineasta con adeptos, y carne frecuente de festivales. Este jurado entiende que su estilo supone "una sobresaliente contribución artística", y le ha concedido dos premios: al mejor guión y el Alfred Bauer por "haber conducido el arte cinematográfico por nuevos caminos". También el jurado de críticos internacionales considera La nube errante como mejor película. Quién lo hubiera dicho. Habrá que esperar a su próximo estreno en España para revisar esta rareza, a medio camino entre el porno y el musical kitsch.
Menos mal que existe el premio Ángel Azul para una película joven. De otra forma, la palestina Paradise now, que describe las vivencias y pensamientos de los kamikazes, se hubiera quedado in albis. Sin tratarse de una obra cinematográficamente modélica, tiene el valor añadido de discutir sin tapujos la necesidad o no de los ataques suicidas: dos muchachos deben inmolarse como represalia por un previo atentado israelí; sus perspectivas enriquecen el debate.
Esta 55ª edición del Festival de Berlín -"exactamente la mitad de la edad que tiene ahora el cine", declaró triunfante su director, Kieter Kosslick- no pasará a la historia. Poco bueno, mucho relleno, algunas películas simplemente disparatadas, y un jurado desconcertante.

Kubrick, lo mejor

Quizá lo más interesante del Festival haya estado fuera de las salas de cine, en una espectacular exposición sobre la obra del cineasta Stanley Kubrick. Cientos de metros de espacio divididos en tantas salas como películas Kubrick dirigió, más alguna otra destinada a proyectos que no llegó a realizar, como el que preparó sobre la vida de Napoleón. Justamente es en esta sala donde mejor se aprecia el rigor con el que Kubrick planeaba sus películas. Las notas manuscritas, los archivos con pormenorizadas informaciones, la biblioteca repleta de biografías en diversas lenguas, los apuntes de vestuario, los cuadros de época..., dan fe de la meticulosidad del autor, de su esfuerzo, baldío en este caso concreto.
En cada sala se exhibe la película correspondiente junto a vídeos con declaraciones suyas y de otros cineastas que le admiran. Se han reunido los guiones corregidos a mano, la correspondencia que mantuvo sobre cada filme, decenas de fotografías de rodaje (pueden verse las pruebas que sufrió Shelley Winters hasta encontrar la ropa que definía su pasivo personaje de Lolita), las cámaras reales y los objetivos que se usaron, piezas de vestuario (la túnica de Laurence Olivier en Espartaco, los trajecitos de las inquietantes niñas gemelas de El resplandor, la careta que usaba Tom Cruise en Eyes wide shut...). Se han reproducido decorados como el interior de la nave de 2001, o se han incorporado maquetas como la sala de control de Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú?, que asombra por su perfeccionismo, o la bomba de esa misma película sobre la que se lanza al vacío el militar tejano. Es un estudio físico, palpable, un homenaje inteligente, serio y espectacular.


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