lunes, 12 de enero de 2015

EFEMÉRIDES DE LA NACIÓN CANARIA




UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS

PERIODO COLONIAL 1491-1500

CAPITULO I-XXV



Eduardo Pedro García Rodríguez


1495.

Breve síntesis sobre las respectivas situaciones de guanches y españoles con relación a los sucesos ulteriores. Tercera campaña de Lugo. Combate de Las Peñuelas. Refuerza al ejército invasor unos dos mil voluntarios españoles. Escasez de víveres. El Real de La Laguna. Replegase el ejército al Real de Santa Cruz. Nueva penuria por escasez de vituallas. Resolución desesperada de los nobles ligueros. Batalla de La Victoria y sus consecuencias.

Anticipándonos a los sucesos vamos a dar una breve síntesis sobre las respectivas situaciones de guanches y españoles, para orientarnos respecto a las causas que determinaron el natural desarrollo de los acontecimientos hasta la conquista de la isla, que repetimos no fue por fuerza de armas como hacen entrever los cronistas y aún algunos interesados en sus informaciones de nobleza por estimarlo más honroso.

Ya dijimos que mientras vivió Bencomo fue como el eje alrededor del cual giraban sordamente la enemistad y el temor de los demás soberanos, los odios güimareros y la efervescencia de los siervos en sus avances de emancipación, pero que al desaparecer tan abrumadora personalidad desatáronse las pasiones en razón directa de lo que estuvieron refrenadas; con especialidad los siervos o villanos, más propiamente esclavos, que rompieron con su antigua mansedumbre.

Para comprender este movimiento social hay que tener presente sus condiciones de vida. Según las instituciones el noble guanche no tenía más ocupaciones que la guerra y la administración pública. Estábale prohibido todo trabajo manual como el labrar la tierra, el pastoreo, ordeño del ganado, oficios menestrales, etc., al extremo de que a la menor infracción quedaba descalificado con pérdida de los privilegios. Por esto la ley, en relación con la categoría de cada noble, le tenía adscrito uno o más siervos como bestia doméstica de trabajo para atender a sus necesidades. Está por demás añadir que el siervo no se le reconocía ninguna clase de derechos civiles, políticos, ni sociales, hasta el punto que dentro del régimen socialista en que estaban organizados no figuraban para el reparto de materias alimenticias, sino que dejaban cierto margen en la de los nobles para que los racionaran.

Al concepto de esclavitud que esta condición de servidumbre de los villanos merecía a Diego de Herrera, se debió su acto impolítico de disponer de los 81 que les facilitaron los reyes para los trabajos de la casa de contratación de Añaza.

Pero los siervos además de estar privados de todos los derechos y de soportar la pesadumbre de todos los trabajos, eran también utilizados como hombres de guerra. Es de presumir les agitaran de antiguo las ideas de emancipación, cosa que no se sabe aunque es probable más en la época a que nos referimos la propaganda de los españoles y los mismos campos de batalla les abrió los ojos, cayendo en la cuenta que a la par daban sus vidas por la patria y por la defensa de los aborrecidos privilegios, por lo que que clamaron contra éstos. Lo particular del caso no estuvo en que acogieran la doctrina contra la servidumbre prometida por los españoles, sino que siendo los invasores los que les ofrecían garantías de realizar la reforma, arraigó a la vez en los villanos las ideas de redención y de independencia.

Compréndese, por lo tanto, que los siervos se avisparan por una aspirada mejora que los sacaba de su miserable condición; así como el horror que sentía la nobleza por estas aspiraciones niveladoras, que sólo podemos avalorar por lo que hace 50 años experimentaba un blanco cuando su esclavo negro le hablaba de igualdad de derechos; como también se comprende el partido que podía sacarse de esta irritante tensión de ánimo entre nobles y siervos, así como de la enemistad de unas naciones con otras, fomentándolas con habilidad y haciéndoles imposible la vida común dentro de sus legendarias instituciones.

Frente a tales conflictos guanches hallábase indudablemente un enemigo astuto. Tuvo el general Lugo el mérito de hacerse cargo del estado de cosas y la gran virtud de la constancia para sostener su plan a prueba de las mayores privaciones, de los desdenes de los émulos y hasta de la calumnia de sus detractores, que lo motejaban por la lentitud de sus operaciones militares. Aspiraba a conquistar una isla en que sólo dominaba lo que pisaba, sin poblaciones que tomar, quebrada y montuosa con un principal camino o trocha que no le llevaba a ninguna parte; no debiendo aventurar su ejército en los bosques, desfiladeros y barrancos por otro lado sin objetivo estratégico, ni fraccionarlo ante un enemigo tan osado como valeroso que lo acechaba sin descanso; lo que unido al convencimiento de que no lograría reducirla por fuerza de armas dados sus recursos, hay que reconocer tuvo un gran acierto en la conducta que se trazó como ya dijimos: permanecer acantonado cuanto era posible en el Real de Santa Cruz; recorrer algunas veces al año la trocha con su ejército en orden de batalla incitando a  los guanches al combate y sostener con los triunfos su influencia moral, mientras azuzaba por todos los medios las disensiones internacionales y sociales.

Ya referimos cómo después de la batalla de La Laguna marchó el ejército español sobre el Real guanche del Peñón, donde durante dos horas se provocaron al combate pero sin abandonar ninguno sus respectivas posiciones; hasta que al fin un aguacero determinó al general Lugo levantar el campo para contramarchar al Real de Gracia y de allí, el mismo día, al de Santa Cruz.

Según los autores los fríos, tormentas y lluvias mantuvo recluido al ejército hasta fines de Enero del nuevo año de 1495, en que el general Lugo quiso abrir su tercera campaña disponiendo que una fuerte columna de 500 infantes y 40 caballos, mandada respectivamente por Hernando Trujillo y Gonzalo del Castillo, practicara un reconocimiento por la laguna y campos limítrofes, procurando a la par apoderarse de algún ganado porque ya sentían un tanto la escasez. Prescindiendo del supuesto cuadro lúgubre que se encontraron los expedicionarios en la laguna, de los perros devorando los cadáveres abandonados como dicen los cronistas y que nosotros no creemos, como cuanto acontecía por aquella época revestía el aspecto de lo extraordinario, añaden que los soldados oyeron a una mujer que les gritaba en lengua guanche desde lo alto del risco de la Atalaya: «¿Qué hacen cristianos! ¿Cómo no entráis y os apoderáis de la tierral Todos los guanches se van muriendo y no hallaréis con quien pelear».

Tal incidente nos parece poco serio y hasta una prueba improvisada del soñado espectáculo de muertos insepultos, pero como no afecta a lo sustancial seguiremos a la expedición, copiando a Serra de Mora-tín, que a su vez lo hace de Viana:

«Dudaron... los jefes de lo que decía aquella mujer, pero habiendo subido «... las Peñuelas descubrieron a sus pies, y en el mayor silencio, el valle de Tegueste; y a excitación de Castillo determinaron bajar a él. Sólo encontraron chozas y cabanas abandonadas, en las que había pequeñas cantidades de gofio, queso y cebada; pero oyendo lamentos en una cueva cercana penetraron en ella y encontraron a un anciano venerable, que acompañado de una niña y dos niños se deshacían en lágrimas junto al cadáver de su madre que acababa de morir... Por este viejo se enteraron de que el príncipe Zebenzuy y el mencey ¡Tegueste! se encontraban en el barranco de Tejina; y que la mayor parte de los ganados se hallaban recogidos detrás de las montañas que se ven en el centro del valle. Con tal noticia tomaron los españoles el camino de la Goleta y se echaron sobre los referidos ganados. De retorno volvieron a la cueva en que habían encontrado al viejo, el que en su ausencia había matado a los tres niños y él se había atravesado un dardo de tea por el vientre, pues más quería (tales fueron sus palabras) perecer con sus hijos que verse con ellos en una esclavitud desdichada».

Recelosos los españoles del silencio que les rodeaba, Hernando Trujillo dividió las fuerzas en cinco columnas de a 100 hombres, que precedida de los batidores rompieron la marcha escalonadas, apoyándose unas a otras, colocando la caballería a retaguardia y conduciendo el ganado apresado entre la cuarta y quinta columnas postreras. Mientras tanto el achimencey Tegueste y su hermano Sebensuy se habían emboscado con 1.200 hombres (cifras que dan los autores y creemos muy exagerada). Aunque de lo alto de Las Peñuelas observaron el buen orden que llevaban los castellanos, embistieron repentina y furiosamente.

El resultado del combate fue 60 guanches y 12 españoles muertos, muchos heridos por ambas partes y prisionero el capitán de a caballo Gonzalo del Castillo; a quien le mataron el caballo de una pedrada. Durante la refriega el rebaño apresado se dividió en dos manadas, una que se corrió al valle de Tegueste que recobraron los indígenas, y la otra ganó la vega de La Laguna que después se llevaron por delante los españoles. Cuanto al prisionero el capitán Castillo, fue enviado por Tegueste al rey de Taoro Benytomo con un destacamento de 40 hombres mandados por su hijo Teguaco; y a las pocas horas retornaba libremente al Real de Santa Cruz montado en un caballo que le regaló Benytomo, de los seis que poseían desde la batalla de Acentejo o de La Laguna, según Viana.

Ésta fue la única ocasión que los españoles abandonaron el camino de la trocha algunos kilómetros fuera de la vía y no estimaron prudente repetir la suerte.
* *
Día tras día irán destacándose con mayor relieve hechos muy significativos, que si bien en la apariencia contradictorios hállanse subordinados a relaciones de causalidad.

Efectivamente, debido en parte a la resonancia de las batallas épicas libradas entre guanches y españoles, a las dificultades de la conquista de Tenerife que interesó el espíritu aventurero de la época, y en parte a las gestiones del influyente Diego de Cabrera, acudieron en la primera quincena de Marzo a reforzar a los castellanos como 2.000 soldados; y sorprende a primera vista que con un ejército alrededor de 3.000 españoles, sin contar los aliados güimareros, no aparezca el general Lugo dando gran actividad a la campaña; máxime cuando las vituallas, no siendo abundantes, con tan crecido número de consumidores los metía con frecuencia en la miseria. La escasez llegó en ocasiones a los extremos que vimos en la información de nobleza de la casa de Guerra, en una nota con motivo de la batalla de Acentejo, en la que hay testigos declarando que «fue tanto el trabajo, que se pasaba a cada soldado siete higos de cada ración» y que padecieron «mucha necesidad de hambre y de sed, comiendo yerbas y palmitos». Viana refiriéndose a este particular dice:

«Sólo un pequeño puño de cebada
y cinco higos para todo el día,
y con silvestres yerbas, y con esto
pasaban, y los días que faltaba
la cebada, hacía a remedio
de las raíces del helécho secos
una harina, y remolido polvo
muy semejante al gofio, y desta suerte
el tiempo referido padecieron
sin dejar el intento de conquista,
por el punto de honor y juramento
solemne que hicieron aquel día
que aportaron segunda vez al puerto».

Por lo transcrito se echa de ver experimentaron los castellanos privaciones; y aunque suele ser moneda corriente dar a esta clase de sucesos un subido colorido, extremando las faltas o generalizando lo excepcional, no puede negarse sufrieron grandes penalidades y que hicieron heroicos sacrificios.

¿Cómo explicar, repetimos, que hallándose constantemente amenazados por el agotamiento de las vituallas, permaneciera en la apariencia inactivo tan crecido ejército? Porque el hecho es que después de la batalla de La Laguna a mediados de noviembre de 1494, salvo el reconocimiento y combate de Las Peñuelas, figura unos siete meses acantonado en el Real de Santa Cruz donde dejando una guarnición en la segunda quincena del mes de junio del 95, sentó el Real de La Laguna sobre el morro de la Concepción. Allí estuvo el general Lugo hasta septiembre ordenando de vez en cuando reconocimientos ofensivos a lo largo de la trocha sin resultados decisivos, y de nuevo apremiado por la falta de víveres levantó el campamento y se encerró otra vez en el Real de Santa Cruz.

Era por aquella fecha tal la penuria que muchos de los últimos voluntarios se marcharon y hubo de los antiguos quien pensara en abandonar la conquista retirándose a Canaria; pero el general recordando en un consejo de guerra a sus oficiales el juramento que habían hecho de morir antes que volver la espalda a Tenerife, reanimó los espíritus, acordándose continuar la guerra y comisionar a Juan de Sotomayor, con poderes de Alonso de Lugo y de Estupiñán que mandaba la gente del duque Medina Sidonia, para que marchara a Canaria a obligar el cumplimiento del contrato a los proveedores genoveses.

A virtud de ese acuerdo trasladóse inmediatamente Sotomayor a Las Palmas y demandando ante la justicia a la compañía de comerciantes para que le facilitasen provisiones, manifestaron ante Gonzalo García de la Puebla, escribano público de la referida isla de Canaria: «Que era constante no haber faltado a los conquistadores ocasiones muy favorables para terminar aquella empresa, pero que las habían malogrado todas inclinados siempre a una afectada lentitud: que en el presente año habían acudido casi dos mil hombres de las islas vecinas, y que no habían querido emplearlos en las operaciones de la campaña; finalmente que los armadores estaban imposibilitados de suministrar los socorros que se le exigían para una conquista interminable de que no sacaban provecho».

Sin embargo de lo alegado por los armadores, como a todos constaba lo difícil de la empresa, la sentencia fue condenatoria; por lo que tuvieron que expedir un buque con harina, bizcocho, cebada, armas, etc. que llegó a Añaza el 1a. de Diciembre con Sotomayor, recibido con aclamaciones de júbilo.

Tan interesante documento confirma, no sólo la lentitud de las operaciones militares que echaban en cara al general Lugo, sino un particular muy importante consignado por las tradiciones, de negarse en absoluto a hacer esclavos guanches desde que pisó la isla, que no otra cosa significa la frase de que era «una conquista interminable ¡de que no sacaban provecho!».

Por otra parte, ¿cómo contando los españoles con el recurso del ganado de la isla, que se comprobó más tarde montaba de 200.000 mil cabezas y lo sabían por sus aliados los güimareros, no se apoderaron de él?, ¿porqué no iban a buscarlo? Todo prueba claramente de que el general Lugo no se atrevió, ni debía atreverse, aventurar el ejército fuera de la trocha abierta entre Añaza y Taoro; y como de no salir de la trocha no era posible conquistar la isla por fuerza de armas, a despecho de los impacientes mantuvo su plan de sostenerse a la defensiva a lo largo del referido camino, fiado en que las disensiones de los propios guanches le darían el triunfo: era cuestión de tiempo y víveres.

Pero si el general Lugo fiaba la victoria a las discordias intestinas y a la acometividad de los guanches atrayéndolos a combatir en campo abierto, éstos aleccionados ajustábanse a los acuerdos tomados no aceptando el terreno elegido por el enemigo para su caballería. Así hemos visto que no abandonaron sus posiciones del Peñón cuando los provocaron al combate, sino que a su vez provocaban a los españoles para que los atacaran, que eligieron el terreno quebrado de Las Peñue-las para caer sobre Hernando de Trujillo y no la senda desmontada en la parte llana de la vega; y que durante los tres meses que permaneció el ejército castellano en el Real de La 'Laguna, practicando a lo largo de la trocha reconocimientos ofensivos marchando en orden de batalla y excitándolos a la pelea, ellos no desamparaban sus puestos, si como es posible aparecían a la vista del enemigo.

El juego era conocido por ambos jugadores; y no es difícil adivinar cuál hubiera sido el desenlace del problema, cuyos términos manifiestos eran la virtud de la paciencia por un lado y los recursos económicos por otro, de no atravesarse un tercer factor o séase la guerra social entre nobles y villanos, que decidió los destinos por el momento del pueblo guanche. Cierto es que esa guerra no la ventilaban aún en el terreno de las armas como aconteció más tarde, pero se le veía avanzar a pasos agigantados. Mientras por una parte los güimareros y gomeros castellanizados conspiraban a favor de España, por otra se unió a los gomeros patriotas la influyente clase sacerdotal de los babilones para exaltar a los villanos al grito de igualdad e independencia; lo que produjo en la sociedad guanche una confusión espantosa, tal tensión moral entre las clases que desapareció la armonía. Trató la nobleza, no ya de los reinos invadidos sino de aquellos que todavía no habían hollado los españoles, ahogar el movimiento con persecuciones y castigos como en los tiempos de Bencomo, pero fueron ineficaces. Aún señalan en Fasnia, en el Roque del Chopin del menceyato de Abona, el sitio «donde emparedaron a un villano por querer emparejarse a los nobles».

Desesperados los jefes de la Liga con este insostenible estado de cosas, cada momento más amenazador, intentaron contrarrestarlo concentrando la atención de todos en el interés supremo de la defensa de la patria, haciendo una guerra activa a los españoles; pero como éstos no invadían los territorios ni abandonaban la trocha, viéronse obligados por las circunstancias a volver sobre su acuerdo para presentarles batalla en el primer reconocimiento que practicaran. Éste fue el motivo que, mal a su pesar, impulsó a los ligueros a librar la batalla de La Victoria; en la que dice con razón fray Alonso de Espinosa, aunque ignorando la verdadera causa, que «los naturales peleaban como desesperados y como aquellos que querían desta vez concluir...».

A los 23 días de retornar Sotomayor de Canaria con los subsidios que alcanzó de los proveedores por sentencia judicial, o séase el 24 de diciembre, con una hermosa y despejada mañana emprendió el ejército castellano uno de tantos reconocimientos a lo largo de la trocha, llegando a las 9 a Tacoronte y entre 11 y 12 a los llanos de Acentejo, donde determinó acampar la marcha en orden de batalla sin perder las filas, precedido de exploradores.

Como los guanches tenían la tierra atalayada, no sólo iban desalojando los pastizales limítrofes a la trocha a medida que se aproximaban los españoles, cumpliéndose la orden de no dejarse ver al punto de parecer deshabitadas las campiñas, sino que noticiosos los jefes reunieron los contingentes de los tres reinos para atacarlos en la amanecida del siguiente día 25 de Diciembre. Conocedores los castellanos del proyecto de los guanches, por un prisionero que hizo Lope Hernández de la Guerra de una emboscada que le asaltó al practicar una descubierta, se prepararon para recibir al enemigo.

Refiere fray Alonso de Espinosa «...y habiéndose los nuestros (como hombres apercibidos) prevenido la noche antes de lo necesario, sabiendo que habían de ser acometidos por dos partes, se dividieron, poniéndose en un sitio el gobernador con parte de la caballería y peones, y en otro Lope Hernández de la Guerra con el resto de la gente. Pelearon los unos y los otros valentísimamente: porque los naturales peleaban como desesperados y como aquellos que querían desta vez concluir y ver para cuanto eran, y los nuestros como gente acostumbrada a vencer y que les iba a la honra en salir con victoria, por ser casi en el mesmo lugar la batalla que había sido la primera los años pasados... y en agradecimiento desta victoria fundaron en el propio lugar una ermita, que llamaron Nuestra Señora de la Victoria... '», (1).

Murieron sobre el campo de batalla 64 españoles y fueron muchos los heridos, porque no hay que olvidar el armamento europeo de que disponían varios cientos de guanches; y de éstos, como siempre, no faltan autores que los cuentan por millares cuando no se supo en rigor. Indudablemente sus bajas fueron superiores, pero no tantas que ascendieran a 2.000 como supone caprichosamente; cifra que aún nos parece excesiva reduciéndola a la mitad entre muertos y heridos.

Los guanches replegáronse sobre Santa Úrsula sin ser perseguidos; encaminándose los contingentes a sus respectivos reinos y tago-ros a hacer la vida ordinaria. Cuanto a los españoles, después de una permanencia de nueve días en el campo de batalla curando sus heridos, en la madrugada del 4 de Enero del nuevo año en 1496 contra-marcharon al Real de Santa Cruz, donde llegaron en la tarde del mismo día.

¿Qué trascendencia en los destinos de Tenerife puede concederse a este hecho de armas, desde el punto de vista militar? Las cosas continuaron lo mismo que venían. No avanzaron los españoles ni una pulgada fuera de la trocha, ni extendieron el radio de influencia ampliando su primitiva base de operaciones de los navios, el Real de Santa Cruz y su alianza con los güimareros. Cuanto al ejército liguero que era de unos 4.000 hombres, deducida una baja prudencial de 300 o 400 por muerte en la batalla, seguía constando más o menos de unas 3.500 plazas de soldados aguerridos y cada día mejor armados.

Así, pues, aunque perdida la batalla por los guanches no alteró sustancialmente las respectivas situaciones entre invadida e invasores; ¡y sin embargo, fue decisiva para la contienda que sostenían nobles y villanos, que envolvió el porvenir de la isla!

NOTAS

1 Esto no es exacto si la ermita a que se refiere se hallaba emplazada donde hoy está la iglesia parroquial, bastante alejada del antiguo camino y de los llanos de Acentejo. El sitio en que se libró la batalla es el aún conocido por Llano de la Reyerta, de
donde se replegaron los guanches sobre Santa Úrsula. Todavía emplean por La Victoria y Sta. Úrsula ciertos días, un estribillo en sus canciones coreadas alusivo a dicha batalla:
«Santa Úrsula capitana donde feneció la batalla».

ANOTACIÓN

(1) A propósito de la construcción de esta iglesia nos dice D. Agustín Díaz Núñez:
«Bien sabido es por la historia que para cumplir el comandante D. Alonso Fernández de Lugo el voto que ofreció por su triunfo sobre los guanches en el llano de Acentejo, tan pronto como logró la pacificación de Tenerife hizo construir en el mismo punto (denominado ya La Victoria, por el enunciado acontecimiento) una ermita dedicada a Nuestra Señora de los Angeles, y su campana se colgó de un pino inmediato, que aún se conserva. A su alrededor se fueron situando desde luego algunas familias, halagadas por el buen terreno que se les presentaba, y no tardaron mucho en constituir un pago numeroso del Sauzal, hasta que, aumentado considerablemente, se patentizó la conveniencia espiritual de segregaría de su matriz y erigirlo en curato, sirviendo la mencionada ermita, con más capacidad y decoro, de parroquia primitiva, cuyo primer párroco hubo de ser el presbítero D. Sebastián Báez, y, aunque no se sabe con certeza la fecha de esta instalación, consta del libro más antiguo de bautismo que existe, haber sido su primera partida en 8 de Setiembre de 1592...tiene confraternidad del Santísimo y dos ermitas, una de San Juan Bautista y otra de Nuestra Señora de Guía, en estado regular...». [Agustín Díaz Núñez. Memoria cronológica del establecimiento, propagación y permanencia de la Religión Católica Apostólica Romana en Islas Canarias. Madrid: Imprenta La Esperanza, 1865; pp. 274-275].

En cuanto a la fecha de fundación del citado templo de Nuestra Señora de La Victoria hay que matizar algunos datos, como los citados a continuación:

«El templo fue fundado en 1537 merced a la devoción de Gonzalo de Salamanca, vecino del lugar, que dejó para ello sus bienes; pero en 1581 esta construcción se perdió en un incendio. Se emprendió a continuación la reedificación, de modo que el 7 de Noviembre de 1628 Francisco Hernández, mayordomo de la iglesia, sacaba a subasta la obra de la capilla mayor...».

[María del Carmen Fraga González. La Arquitectura Mudejar en Canarias. Santa Cruz de Tenerife: Aula de Cultura de Tenerife, 1977; pág. 255]. (En: Juan Bethencourt Alfonso, Historia del Pueblo Guanche, tomo III)


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