miércoles, 28 de enero de 2015

EL MENCEYATO DE TEGUESTE




APUNTES PARA SU HISTORIA

CAPITULO X-V




Eduardo Pedro García Rodríguez
Las epidemias y Tegueste
La primera epidemia pestilencial que afectó a Tegueste fue la conocida como modorra, de la que hemos hablado anteriormente.
Espinosa da fe de esta lamentable circunstancia: “En este tiempo, por el año de mil y cuatrocientos y noventa y cuatro, ahora fuese por permisión divina (que en castigo de la matanza que los años atrás los naturales en los españoles habían hecho), ahora fuese que los aires, por el corrompimiento de los cuerpos muertos en las batallas y encuentros pasados, se hubiesen corrompido e inficionado, vino una tan grande pestilencia, de que casi todos se morían; y ésta era mayor en el reino de Tegueste, Tacoronte y Taoro.
Una las preocupaciones del Cabildo colonial en aquellos momentos iniciales del asentamiento era las temibles epidemias que cíclicamente azotaban a Europa tales como la peste, las cuales eran introducidas en la colonia por vía marítima único medio de contacto con la metrópoli y con las otras islas del archipiélago. Ello motivo al Cabildo colonial a tomar decisiones en algunos casos drásticas, siendo por otra parte las únicas factibles en aquellos momentos en que la única defensa ante tales epidemias consistía en oraciones y encomendarse a algún que otro santo.
A nadie se le puede pedir más de lo que puede dar, y la medicina de entonces no daba para más. Bastante tenía que hacer con las enfer­medades. Entre las endémicas, parece que las más frecuentes eran el tabardillo y el flato. También era muy frecuente la sarna; según Glas, se explicaba por las cantidades de pescado salado que ingerían los isle­ños y, según otros, no era posible acabar con ella por existir una creen­cia vulgar, que afirmaba que a la persona que tuviese sarna le convenía guardarla. Hacia fines del siglo XVIII se habían multiplicado las en­fermedades venéreas, atribuidas por la opinión pública a la presencia en Santa Cruz de las tropas de ocupación veteranas y de muchos prisioneros extran­jeros.
Aparte algunas excepciones, son enfermedades corrientes en cualquier medio que ignore los principios de la higiene. (Ciuranecu, 1998).
En 1601 volvió a entrar la peste desde Andalucía, esta vez por el puerto de Garachico. Habían llegado allí dos navíos grandes de Sevi­lla, cuya entrada en el puerto quiso prohibir el Cabildo. Uno de ellos entró a pesar de las órdenes, y a los pocos días cundió la pestilencia en el lugar. La Laguna pudo evitarla esta vez, gracias al cordón sanitario que puso en el camino de Garachico; pero hubo algunos casos de pes­te en Santa Cruz y en las tres islas occidentales. (Ciuranecu, 1998).
El Cabildo colonial de Tenerife, con esta fecha 3 de octubre de 1603 decreta que: “Por enfermedad de pestilencia en Inglaterra, que no se admita en ningún puerto ropa de ves­tir, camisas, sábanas, manteles, pañuelos ni otro género de lana o seda.”
En 1506 hubo peste en las tres islas occidentales. Se dieron órde­nes para cerrar el tráfico de los puertos; pero se dieron tarde, cuando ya había enfermos en Santa Cruz y en La Laguna. Al no conocerse otro medio mejor para contener el contagio, del que se tenían ideas poco claras, se obligó a los que vivían en casas contagiadas de ambas poblaciones, a que se fuesen a vivir en Geneto, El Bufadera y el Valle de las Higueras (Abicore), donde había mejores aires: es decir que se mandó ha­cer lo contrario de lo que se hubiera debido hacer.
En las Actas del Cabildo colonial se hace referencia a la existencia de este contagio en la Isla Chinech queda reflejado en su sesión de fecha 16 de abril de 1507 dispone: “Los dichos señores ordenaron e mandaron que por rasón que son  ynformados que en la ysla de Grand Canaria mueren de pestilencia e modorra e asy mismo en otras yslas e en todos los puertos de Castilla, que ninguna per­sona, vezino ni morador ni estante en esta ysla que fuere a la dicha ysla de Grand Canaria e a otras partes a donde mueren que non buelva a esta ysla ni sean acogidos en ella; e ninguna persona, vezino ni morador de la dicha ysla de Grand Canaria ni de otras yslas ni partes de donde mueren, entren en esta ysla, so pena de ciento agotes, y el maestre que lo traxere so pena de perdi­miento del navio para la cámara e fisco de su Altesa y la persona a merded de la Reyna nuestra señora.
E la persona, vezino e morador e estante en esta di­cha ysla que acojeren alguna persona, asy de la ysla de Grand Canaria como de otra qualquier ysla e parte donde murieren, que sy fuere persona que tenga hasta cinco mili mrs. de hasyenda de ciento agotes e ser desterrado desta ysla por todos los días de su vida; y sy fuere de más hasyenda arriba que pierda todos sus bienes e sean aplicados a la cámara e fisco de su Alteza e que su per­sona e toda su casa sean desterrados desta ysla por todos los días de su vida; lo qual mandaron que se cunpla e guarde en toda esta dicha ysla y en todos los puertos della, lo qual mandaron pregonar públicamente porque todos lo sepan e ninguno pretenda ynorancia.”
Al año siguiente en 26 de mayo  tratan sobre el mismo tema; San Lázaro. “Se platicó de como se ávido noticias e información que en algu­nas partes de Castilla mueren e se pican de peztilencia así como Calis, el Puerto de Santa María, Sant Lúcar, e por esto se devía poner remedio por que todos los navios o la mayor parte dellos vienen de los dichos puertos.” Mandaron que no haya co­municación con los navios de Castilla hasta que sea determinado por la Justicia y los dos diputados. Y que los maestres no osen echar gente en tierra.
Estas medidas no siempre eran efectivas pues era práctica usual el desembarco de contrabando en zonas poco vigiladas que escapaban al control de los pocos europeos que componían la colonia en aquellos momentos. Uno de estos puntos era tradicionalmente en las costas de Anaga, principalmente en el Valle de Abicore (San Andrés), zona de aguada desde antes de la invasión para esclavistas y piratas, por este lugar el contagio de una de las primeras epidemias de peste que flagelo la Isla, lo que determino el aislamiento de la zona: “Ovieron plática en cabildo que hay cierta noticia que en Anaga, en las mora­das de Diego de Ibaute e Guaniacas e Fernando de Ibaute e sus hermanos a ávido e ay mal peztilencial de manera que en pocos días an fallescido muchos dellos e por remediar el daño que del comunicar con ellos se podría recrecer mandaron dar un mandamiento contra los susodichos para que estén en sus moradas e sitio donde moran e se entiende en todo el valle donde moran y no vengan a comunicar con las otras personas desta isla, ni salgan del dicho valle, ni se junten con ninguna persona otra y si alguna persona inorantemente fuere a hablar con ellos, que le avisen y se aparten dellos.”
En 10 de setiembre de 1508, Mandó el Sr. Gobernador que se pregonase lo de los navios que vienen a esta isla de tierra que no está sana y mueren de pestilencia, con mención especial de la isla de La Madera e Islas de Cabo Verde y de los Azores. Fue pregonado, Ts.: Pedro Fernández, escribano de la Reformación; Diego de Mendieta, Salvador Lorenzo, Alonso Fernández, Pero Fernández, Rodrigo de León y otros.”. (Actas del Cabildo de Tenerife).

El 30 de agosto de 1510 el acta del Cabildo colonial de esa fecha recoge:  Se platicó sobre razón de una nao que está surta en el puerto real de esta isla, que vino de Lisbona donde morían y que, de mandamiento del Cabildo, por el algua­cil de la villa de Santa Cruz le fue requerido que luego alzase velas y se fuese y que no lo han querido hacer el maestre y gente de ella; y que porque era gran peligro gente que venía de donde morían que estuviese en el puerto, porque comunicarían con la gente de la isla y con los navios que estuviesen en el puerto o viniesen a él y que podría ser, lo que Dios no quisiese, que esta isla recibiese daño, por tanto acor­daron que se debía cometer a A. de Las Hijas para que fuese con un escribano al dicho puerto y que hubiese su información cerca de ello, y que si pareciese ser ver­dad venir de Lisbona la dicha nao y que en la dicha ciudad había pestilencia [in margine: “Mandaron se testase por que por otro requerimiento que hizo A. de Las Hijas se le dio comisión etc.”]

Porque la isla recibiría mucho perjuicio. Y acatando lo susodicho y más que es bien que cuan­do algún navio viniere al puerto no se desembarquen sin licencia, mandaron que cualquier navio o caravela que viniere al puerto de Santa Cruz sean obligados de echar la barca en tierra y hacer relación de donde vienen y quien son los que ende vienen y si vienen sanos o de parte o lugar enfermo, y que para información se re­ciba juramento del maestre y de otras dos personas de las principales que en el dicho navio vengan; de manera que no salten en tierra sin que se haga la dicha diligencia, lo cual cometieron al alcalde de Santa Cruz y a Lope de Salazar o a su hijo Luís de Salazar y Juan de Benavente, los cuales todos hallándose juntos lo hagan o aquél o aquéllos que ende se hallaren. (Escribanía del Cabildo de Tenerife).

La temible “peste de Landres”,  a comienzos del siglo XVII amenazó Canarias, esta epidemia aparece clínicamente definida en 1572.

En 1582  en tal año, unos tapices traídos de Flandes por el Gobernador colonial de Tenerife, Lázaro Moreno, provocaron, al ondear en el día del Corpus, una terrible epidemia de peste bubónica (o de “Las Landres”). Durante poco más de un año, las víctimas se contaban por centenares; afectando a La Laguna y  sus pagos, diversos estudios han demostrado que el Valle de Tegueste  se vio afectado por la citada epidemia, y en alto grado. Según las actas del Cabildo, en febrero de 1583 todavía se encontraban afectados los dos Teguestes (El Viejo y el Nuevo), Tejina y Tacoronte, extendiéndose también por  La Punta del Hidalgo, Taganana y Tabares. Los documentos demuestran fehacientemente que Tegueste, como el resto de la comarca, sufrió los estragos de la terrible epidemia de landres.

La Real Audiencia celebra en Tegueste dos reuniones huyendo de la epidemia de peste que azotaba la isla, este hecho a dado motivo para designar a la casa donde se celebraron dichas reuniones circunstanciales como “Casa de la Audiencia”, siendo asumida como un hecho histórico notable, casi trascendental para este antiguo pago rural.

Fueron tales sus estragos, que en una sola huerta junto a la ermita de San Cristóbal, que se había tomado para este efecto, se habían enterrado más de 2.000 víctimas. Como los habitantes huían despavoridos por todas partes, parece milagro que no se haya propagado la epidemia más allá de San­ta Cruz y de Tacoronte.

En este último lugar y en La Laguna duró más de un año y parece haber cesado por septiembre de 1583, mien­tras seguía con toda su violencia en Santa Cruz.

Para evitar el regreso del contagio, el Cabildo colonial acordó cortar las comunicaciones de la ciudad con el puerto, poniendo guardas en el camino y fijando penas al que fuere osado de venir desde Santa Cruz, de 200 azotes no siendo noble, y de muerte si lo fuese. Es verdad que, más que acordonamiento sa­nitario, parece medida de represalia por la orden similar, pero en senti­do inverso, que habían dictado en meses anteriores el alcalde y el al­caide de Santa Cruz.

Pero como el día de la festividad de S. Juan Bautista no se produjo defunción alguna, el Cabildo colonial acordó edificar una ermita en honor al Santo. No acabaron aquí las medidas sanitarias tomadas por la corporación pues, haciéndose eco del clamor popular, decidió traer en 1583 la Virgen de Candelaria a La Laguna. Como medida de precaución en esta visita con respecto a las anteriores: en esta ocasión se impidió el concurso de los fieles, para evitar el contagio.

Santa Cruz sufrió en 1701 una epidemia de fiebre amarilla o vó­mito negro, importada de Cuba y que se extendió luego a toda la isla, causando más de 9.000 muertes. En 1703 cundió otra epidemia de tabardillo, probablemente de la especie que llamaban pintado o tifus exantemático; debió de ser grave, ya que, según un testimonio con­temporáneo, “la más de la vecindad murió”. En 1726 y 1727 se volvieron a tomar las medidas de rigor, a raíz de la epidemia de peste que asoló Napóles y el Mediterráneo oriental. La fiebre amarilla volvió en 1771 - 1772, otra vez procedente de La Habana, acompañada por el hambre y la escasez. No había terminado bien, cuando apareció “una especie de tabardillo, de que han muerto en este año y los antecedentes, con especialidad en esta capital y lugar de Santa Cruz” y que los médicos suponían se había introducido con las tropas estacionadas en el lugar.

Las epidemias de viruelas de que se hace mención en Santa Cruz fueron principalmente las de 1709, 1720, 1731, 1744, 1759 y 1780.

La última fue traída por el barco correo que había llegado de España el 3 de junio. Como procedía de regiones contaminadas, no se le ha­bía permitido bajar pasajeros; pero hubo algunos individuos del lugar que subieron a bordo, y por ellos se esparció el contagio, que pasó a La Laguna a principios de agosto. En noviembre había terminado, después de haber ocasionado 300 muertos en la ciudad y 240 en Santa Cruz, “número mucho menor que en las últimas”. En la epidemia anterior, la de 1759, se había experimentado por primera vez en Santa Cruz y en Canarias la inoculación, por un médico inglés que iba en un barco en tránsito.

En el verano de 1782 habían aparecido con carácter epidémico unas “calenturas malignas o petequiales que llaman tabardillo y otras sanguíneas o sinocales, que tuvieron su origen en el puerto de Santa Cruz” y duraron varios meses. El médico del lugar opinaba que era epidemia; pero había cundido principalmente entre los más necesita­dos, de modo que cabe pensar en alguna enfermedad provocada por la desnutrición. Otra vez hubo viruelas en 1788 y luego en 1798, co­municadas por un barco procedente de Mogador. La primera de estas dos epidemias fue bastante fuerte para preocupar a los vecinos. El al­calde de Santa Cruz ofició en 4 de febrero al corregidor, pidiendo li­cencia para hacer procesión y rogativas en la iglesia al señor San Sebas­tián, a quien había elegido el lugar por especial abogado, y en efecto consiguió la autorización que solicitaba. Es ésta la primera ocasión en que consta la organización en Santa Cruz de rogativas en tiempo de enfermedades, con elección de un santo intercesor.” (Alejandro Ciuranescu, Historia de Santa Cruz, 1998.t.11: 345 y ss.).
 


No hay comentarios:

Publicar un comentario