sábado, 31 de enero de 2015

EL MENCEYATO DE TEGUESTE



APUNTES PARA SU HISTORIA


Capitulo XI-III



El primer cementerio municipal de Tegueste
“Dejar de enterrar en los recintos sagrados constituyó un cambio brusco en una costumbre secular, cambio al que generalmente se oponían el clero rural y los vecinos, fuertemente apegados a la tradición, a lo que, en el caso de los curas, se unía el temor de perder una fuente de ingresos importante para las parroquias, de la que habían sido los únicos administradores.

Sin embargo, desde el inicio de la cuestión de los cementerios a principios del siglo XIX, en Tegueste el apoyo a su construcción fue siempre declarado, al menos por parte del ayuntamiento y de los párrocos.

Curas antecesores del Prebendado defendieron también la conveniencia de contar con un campo santo, pero no cabe duda que el tenaz empeño puesto para su realización por parte del Ayuntamiento viene a coincidir con las cartas y exposiciones enviadas por el párroco desde que tomó el cargo en 1842. De hecho una de las primeras diligencias del nuevo cura frente al ayuntamiento fue abogar por su construcción. Es más, el vecindario, al contrario de lo que ocurrió en otras zonas rurales, no se oponía a los enterramientos fuera de la iglesia, pues según palabras del Prebendado apetece y desea con ansia dicha obra.

El problema de la ubicación

Los cementerios, desde las primeras disposiciones legislativas en esta materia, debían construirse en las afueras de las poblaciones, aunque podrían levantarse cerca de las parroquias siempre y cuando se situaran en sitios ventilados y distantes de las casas. Sin embrago, son muchos los pueblos donde no se cumplieron estas normas. En el caso del antiguo cementerio teguestero, la búsqueda de un lugar adecuado para ubicarlo se traduce en un capítulo más del choque entre las necesidades de los vecinos del pueblo
(sanitarias, de abasto público) y los intereses de los grandes propietarios.

A lo largo de la primera mitad del siglo XIX se propusieron dos ubicaciones, ambas en el Casco del pueblo: en primer lugar en terrenos situados en la Placeta y, en segundo lugar, donde por último se construyó, enfrente de la iglesia parroquial.

La primera propuesta, en la zona de la Placeta, data de 1814 y fue desechada por no reunir condiciones óptimas para tal fin: lugar poco ventilado y proximidad de casas y varios caminos7 y, por la oposición del Marqués de Casa Hermosa debido a la cercanía a la cabezada de su casa.

Este emplazamiento que ocupaba parte de la hacienda del marqués, se vuelve a proponer siete años después, en 1819.

Cuando ya la Casa Consistorial estaba construida y la Plaza de San Marcos alineada10, en 1845, el síndico personero propone construir el cementerio en terrenos situados en la propiedad de Lorenzo de Montemayor y Roo, enfrente de la iglesia parroquial. Montemayor se opone por tener intención de construir una casa cerca del terreno señalado, y ser el cementerio un vecino muy poco agradable y nada conveniente. El Ayuntamiento sin embargo continúa con su propósito de construir el cementerio en dicho terreno, alegando que don Lorenzo tiene otra casa en el pueblo.

Por fin se nombra al doctor Pedro Vergara, médico titular de Santa Cruz, para la elección del lugar más adecuado, y de nuevo elige el terreno señalado por el Ayuntamiento: frente a la iglesia, dentro de la propiedad de Lorenzo de Montemayor, por las siguientes razones: porque, sobre estar a sotavento de la población, está también inmediata a ella, evitando por consiguiente así los estorbos y obstáculos que son inherentes a una larga distancia, ya en las temporadas del calor, ya también en los rigores del invierno.

Debido a las continuas dificultades puestas por el propietario del terreno, el Ayuntamiento termina por solicitar la expropiación forzosa. Por fin, en octubre de 1847 Lorenzo de Montemayor se aviene a hacer la demarcación de la parte de terreno necesario para el cementerio, según lo decretado por la Diputación.

En lo que debió constituir una larga jornada, el 29 de octubre de 1847 Corporación municipal y propietario se reúnen para hacer señalamiento del almud de terreno necesario para la construcción del cementerio. De nuevo afloran las discrepancias. El terreno propuesto por Lorenzo de Montemayor se situaba en el sitio conocido como La Palmita, lugar que no le parece adecuado al Ayuntamiento por varias razones: primero, por lindar con dos barrancos; segundo, por estar distante de la parroquia y, tercero, por no cumplir con la disposición superior que había designado el terreno justo enfrente a la misma iglesia. Montemayor entonces señala la parte del terreno frente la Iglesia por el costado que linda con el camino real que se denomina de Ramírez, sitio que tampoco conviene al Ayuntamiento por estar inmediato a la corriente de un barranco o barranquera que puede perjudicar a la pared del cementerio, a pesar de haber ofrecido Montemayor quitar el agua dándole corriente por otro paraje distante. La cercanía de las casas de Pedro Vergara y de María Martel hacen desistir definitivamente de este sitio.

El Ayuntamiento propone entonces que se haga en un sitio intermedio entre el punto señalado y el caño que divide del frente de la plaza y junto al mismo camino ya referido.

Al final, don Lorenzo abandona la sesión por ser muy tarde del día y tener que restituirse a su casa.

El médico vocal de la Junta Provincial de Sanidad, Bartolomé Saurin, pasa a reconocer de nuevo el terreno señalado por Lorenzo Montemayor y no lo haya a propósito, por hallarse situado en paraje bajo e inclinado, mal ventilado e incluido en un barranco que lo expone a inundaciones; además de no distar sino como unos treinta pasos de las casas de la pertenencia de Doña Dolores Martel viuda de Don Juan Colombo, y don Pedro Vergara, vecinos de la Ciudad de La Laguna, (pero si halla a propósito) y sí ve adecuado el terreno que linda con la plaza:

conceptuando el mencionado doctor que el terreno de la plaza que linda por su frente con ella, con el sur con el expresado Vergara, por en naciente con tierras de don Pedro Enriques, vecino de La Laguna, y por el poniente otras del citado Montemayor, reúne todas las condiciones sanitarias que se requieren para las inhumaciones sin que se comprometa la salud pública, en atención a que este último terreno colocado en paraje más elevado que el que designó el precitado don Lorenzo Montemayor se halla también a mucha menor distancia de la Iglesia parroquial, y expuesto a los vientos del norte y nord-este que dominan este Lugar; y que presenta las circunstancias favorables para poder practicarse las excavaciones a la profundidad de cuatro a cinco pies que se
necesitan para los entierros.

La superficie debía ser el triple de la indispensable para los entierros de un año, no inferior a un almud (450m2) y debía separarse todo lo posible de un barranquillo que linda por el sur.

Por fin Francisco de Armas abaliza el terreno. Se evalúa el millo que había plantado en él para el pago de la indemnización y Juan Hernández de Armas aprecia el almud:
pase a la plaza de la parroquia de la cual aproximado a la pared de que forma linde que divide el terreno propio de Don Lorenzo Montemayor y Roo al frente de la puerta de dicha parroquia, mirando con bastante cuidado el consabido terreno y con el conocimiento que siempre he tenido de él, lo aprecié un almud en el extremo que forma
esquina con dicha plaza y camino que de ella sale hacia la Cairosa, sujetándome en este aprecio hasta el Barranquillo que baja por el propio terreno y frente de la casa mortuoria, repuntándole su valor el de 250 pesos por fanegada (...)

En agradecimiento, se acuerda que la obra llevara inscrito el nombre de Juan Saiz de Arroyal, Jefe Superior Político de la Provincia.

El problema de la financiación

Ya no hay ningún escollo para la construcción del cementerio municipal, excepto el financiero, que termina por paralizar la obra. De hecho, la financiación de las obras de los cementerios constituyó un apartado más dentro de las controvertidas relaciones entre la iglesia católica y el poder civil representado por los ayuntamientos. Éstos, como garantes de la salud pública, debían velar por la conservación y salubridad de los cementerios, pero los gastos según la ley debían correr a cargo de las fábricas parroquiales; en caso de ser insuficientes sus caudales, los gastos se prorratearían entre los diezmos, fondos píos y fondos públicos. Como siempre cuando son varias las opciones para pagar, todos se excusan. En el caso de Tegueste, la escasez de recursos era generalizada. Ni la fábrica de la iglesia ni el ayuntamiento tenían fondos. Sin embargo, desde inicios del siglo XIX el ayuntamiento asume como propio el problema de la erección del cementerio a su costa. Amparándose en la R.O. de 14 de noviembre de 1832 por la que, en el caso de no existir fondos parroquiales ni municipales, los ayuntamientos podían establecer arbitrios especiales, el Jefe Superior Político autoriza una contribución vecinal para su construcción. Antes se barajó la posibilidad de enajenar terreno en la Placeta para sufragar las obras, lo que suscitó el rechazo de los vecinos temerosos de perder ese lugar de esparcimiento.

De hecho, con el tiempo debido al desarrollo de las competencias municipales, serán éstos los que se hagan cargo de los gastos de construcción y mantenimiento, aunque, hasta finales del siglo XIX, los gastos en su mayoría debían correr a cargo de los fondos parroquiales. R.C. 3 de abril de 1787, R.O. de 2 de junio de 1833 y de 13 de febrero de 1834.
A los ayuntamientos se le conferían nuevas competencias (construcción de cementerio, escuela de instrucción primaria, arreglo de caminos), pero no se les dotaba de fondos para llevarlas a cabo. Ante la insistencia de las autoridades superiores para que se construyese el cementerio, el consistorio alega la falta de dinero para acometerlas.

(...) y careciendo esta Municipalidad absolutamente de toda clase de fondos, y no pudiendo discurrir arbitrio alguno (...) no han podido establecerse en este Pueblo, un cementerio y continúan en el templo los enterramientos (...). Siendo sensible que viniendo a respirar la pureza de estos aires (gentes de otros pueblos) no sólo hallen sus paseos incómodos y su templo exhalando los vapores de los sepulcros (...)

Por fin, en 1850 dada la urgencia para la terminación del cementerio, se autoriza disponer de 500 reales de vellón en poder del depositario del Ayuntamiento, destinados a mejora y reproducción de los montes, y desviarlos para la obra del cementerio. A la postre, al igual que la casa consistorial, el cementerio se hace gracias a los vecinos.

En 1850, el Prebendado protesta porque sólo hay sitio para cinco sepulcros en la parroquia, y teme no tener sitio donde enterrar en caso de producirse una enfermedad contagiosa en la pueblo21. Impelidos por esta urgencia, a finales de 1850, ya se habían realizado los primeros enterramientos y, por tanto, el recinto estaba bendecido aunque no habían finalizado las obras, puesto que aún en la primavera de 1851 se urge al ayuntamiento acabarlo22. En 1856, aunque no estaba acabado, presentaba un buen estado para su uso.

El cementerio municipal como nuevo elemento arquitectónico

El cambio de mentalidad y de costumbres que supuso la inhumación en espacios diseñados expresamente para tal fin, dio lugar a un nuevo elemento arquitectónico, el cementerio municipal. Éste, junto a otras construcciones públicas (ayuntamientos, alamedas,…), renuevan el urbanismo urbano y se convierten pronto en imágenes distintivas de los pueblos.

Una muestra más del interés puesto por el Prebendado para que Tegueste contara con un cementerio, son los dos planos que realizó del mismo. A partir de uno de ellos el maestro de mampostería Pedro Pinto de la Coba, realizó el presupuesto de la obra en 1848. Uno de los planos presenta una planta triangular; el segundo, de planta rectangular, se asemeja más al que finalmente se llevó a cabo. Ambos reflejan el racionalismo en su diseño.

El cementerio de Tegueste se conformaba, pues, como un pequeño y sencillo camposanto rural, de planta rectangular, rodeado por un cerramiento de mampostería, que en la parte delantera se adorna con pilares rematados en punta y una entrada con frontis triangular rematado por una cruz. Según el plano del Prebendado contaba con un “anexo” para casa y sitio destinada a un vecino que cuide de enterramiento y aseo del cementerio.

Esta parte nunca se construyó, así que del cementerio dibujado por el Prebendado sólo se construyó la mitad.

La construcción de la capilla, de planta cuadrada, incluida en el presupuesto de construcción, en 1859 seguía sin construirse. Según la normativa, en caso de no haber fondos suficientes, se podía prescindir de capillas y osarios.

El viejo cementerio se mantuvo hasta su demolición en la década de los sesenta del pasado siglo, aunque el nuevo cementerio de la Bardona comenzó a usarse en 1953.

El ciprés es árbol siempre asociado a la imagen del cementerio, asociación que refleja la célebre copla Cementerio de Tegueste / cuatro muros y un ciprés / tan pequeño y sin embargo/ cuanta gente cabe en él. Sin embargo, al parecer, según algunos vecinos, tal ciprés era un bellotero.

Planos realizados por el Prebendado. El que se llevó a cabo fue el segundo, aunque con modificaciones. No se construyó toda la zona marcada con el núm. 9, correspondiente a una casa y sitio para el enterrador y cuidador del cementerio.” (María Jesús Luís Yanes/Juan Elesmí de León Santana, 2011).

El Cementerio nuevo de Tegueste

El actual Cementero de Tegueste, Cementerio municipal de Bellavista. “Cementerio de Nuestra Señora de los Remedios, inaugurado en 1953, siendo alcalde de Tegueste de los elegidos dedo según las practicas franquistas   Rafael Suárez del Castillo.

Posteriormente debió ser sometido a reformas, como recoge la crónica de una reinauguración a la que asistió el entonces gobernador colonial Juan Pablos Abril, extremeño y médico de profesión, que había sido designado gobernador civil de la provincia de Santa Cruz de Tenerife en marzo de 1964, permaneciendo en el cargo hasta abril de 1966.

En el año 2012, el Ayuntamiento de Tegueste acomete obras de ampliación y acondicionamiento del Cementerio municipal ejecutando la construcción de tres nuevos módulos en el Cementerio, lo que se traduce en que estas instalaciones disponen de un total de 72 nichos más, lo que supone una clara mejora de los servicios e infraestructuras que ya tenía el Cementerio de Tegueste.

Los trabajos   llevados a cabo por la Corporación teguestera estuvieron  encaminados a la mejora de todos los jardines de las instalaciones funerarias y el arreglo del pasillo central, además de la colocación de algunos árboles, limpieza de cepas y raíces. Además, las obras van encaminadas a mejorar la accesibilidad al recinto.

Ignacia Rodríguez Díaz fue la primera persona inhumada en el cementerio nuevo en agosto de 1953. Archivo del Registro Civil de Tegueste. Tomo 20, f. 12,

La Secular lucha colonial por la posesión del agua

Las aguas de Tegueste

158.-Cabildo. f. 273 r.
21 de junio de 1511, dentro de S. Miguel. El Sr. Ado, su Alc. m.o. Muñoz, algo; Vergara, L. fernandes, Gallinato, Castellano, Valdés, Llerena, S. Páez, Regso; Zorroza, Pers., ante Vallejo. Luego entró B. Benites.

Se determinó lo pedido por Alonso de Samarinas en razón del agua de 1os Berros.

Dieron su poder a Vergara y al Br. P. Fernandes para que reciban cualquier petición o escrituras del dicho Samarinas para verificar los gastos que hizo para aprovechar el agua. f. 273 v.

Se platicó sobre el agua del Concejo, que va por Tegueste, con la cual se regaban las heredades de Tegina a donde el dicho Sr. Ad., con algunos de los Srs., fué a visitar porque diz que Axenxo Gomes impedía aquel agua, que decía tenía título de ella y para que no recibiesen tanto daño // otros que allí tienen heredades, mandaron que el dicho pueda regar hasta el quince de mayo, dejando agua en el arroyo bajo en que beban los ganados, y dende en adelante no toque ni tome de la dicha agua y que esto se manda sin perjuicio del derecho del Concejo, porque era suya el agua; y que sea notificado al dicho Axenxo. y que deje camino llano en las heredades, desde la entrada del Río hasta en fin de ellas, de ancho de veinte y cinco pies.

En faz de los Regs. Valdés y L. Fernandes, notifiqué lo susodicho a Axenxo Gomes, el cual dis que era el agua suya y apela de ello. Ts.: Alonso Lorenzo y Martin Gonzalo.

El comendador fray Francisco de Quintanilla dice que en razón del agua del Pino que le fué quitada le mandó su señoría dar información, la cual dió ante Sebastián Paez; pide sea restituido en su posesión. Mandaron que traiga la probanza que tiene hecha ante Paez.

Sobre una agua que es en Tegueste, bajo el agua con que ha regado Axenxo Gomes que parece que impide Gonçalo d' Oporto, proveen que la deje libre para que beban los ganados y se cerque, de manera que no reciba daño y que cuando regase sea de noche, por que no enturbie el agua de día en el barranco debajo de las dichas aguas, que deje un camino por donde entren de día los ganados y que haga acequia por do despina el agua de día y vaya al abrevadero. Que se le ha de notificar a él y sus consortes y que no pueden beber puercos.// Otrosí que debajo de estas aguas hay otras, que aquellas los puercos puedan beber. (Acuerdos del Cabildo colonial de Chinech=Tenerife, t.II)

Las aguas del Borgoñon

“En la Historia de Canarias, el agua, la lucha por conseguirla, ha sido siempre una constante: Trabajos para captarla, conducirla o almacenarla, y pleitos para adquirirla en propiedad, demandas judiciales nacidas por la indefiniciones, complejidades y lagunas de los repartimientos de tierras y aguas durante la colonización, que se continúan en el tiempo y que sirven a los grandes propietarios para hallar resquicios para hacerse con el control de aguas que históricamente habían sido de uso comunal.

En pueblos como Tegueste el conflicto se acentúa debido al asfixiante régimen de propiedad de la tierra, caracterizado por grandes haciendas en manos de propietarios absentistas, cultivadas por vecinos del lugar como arrendatarios. Los contendientes se repiten en numerosos procesos: por un lado, el vecindario y sus necesidades de abastecimiento. Por otro lado, los grandes propietarios y la necesidad de riego de sus haciendas. En medio de ambos, como humildes peones en una situación que no debía resultar muy cómoda, los medianeros de los hacendados, generalmente brazos ejecutores de la “distracción” de las aguas para el riego de las tierras de sus señores.

No podemos olvidar tampoco, un nuevo elemento en las disputas, nacido con la nueva organización territorial de la isla y la creación de municipios independientes: el Ayuntamiento, garante del abastecimiento de agua al vecindario, defensor del interés público a pesar de las dificultades monetarias y humanas para hacer frente a los procesos judiciales. La parte contraria era poderosa; grandes propietarios absentistas
quienes, aparte del ingente poder que les confería ser dueños de la mayoría  de las tierras del municipio, gozaban de gran influencia en los poderes públicos administrativos y judiciales.

El Ayuntamiento acostumbrado a las continuas alegaciones contra sus decisiones en el tema del abasto y conducción del agua para el mantenimiento de los vecinos, tema por otra parte de competencia puramente municipal, algunas veces se cura en salud remitiendo a las autoridades superiores las actas plenarias sobre el tema, con el fin de que las ratifique. En este sentido, sorprenden las manifestaciones de la Corporación, si no subversivas si al menos llenas de descontento resignado, cuando se queja del gran temor que tienen los pequeños pueblos en llevar acabo las funciones que les competen, por la falta de estudios de los miembros de los ayuntamientos y la falta de fondos para seguir pleitos contra cualquier despojo de los señores hacendados que se crean ofendidos en sus derechos y que prefieren que padezca un pueblo que el recibir un débil
perjuicio, y así es que en tal estado estamos, que si la superioridad con el lleno de sus
facultades no toma cartas en que se corrija este mal, cierto es que vamos a perecer1.

En 1836, se acordó que los arrendatarios de los hacendados no regaran los ñames y otros frutos con el agua del Nieto y el Caidero, ni que cortasen el natural discurrir de las aguas con paredes, con lo que sobre todo en época estival se mermaba en demasía el caudal destinado al abasto público. Asimismo, se señalan los puntos por donde se debía alistar el agua, primero para las necesidades de los vecinos, segundo, para abrevar el ganado y, por último, para el lavado de ropa. Este acuerdo se remite a la superioridad en previsión de las quejas de los grandes propietarios, no obstante, como se ha dicho, de que el arreglo y disfrute de las aguas y demás aprovechamientos comunes era competencia municipal.

A la falta de preparación de los ediles municipales, se unía las dificultades monetarias para hacer frente a los procesos judiciales. Así, en 1827, en el pleito que la Corporación mantuvo con José González de Mesa por la posesión de aguas, la falta de fondos para hacer frente a los gastos del litigio obliga a pedir donativos en especie o dinero a los vecinos.

El agua del barranco del Borgoñón

La fuente del Borgoñón surtía de agua potable a Tegueste el Nuevo y al pago del Borgoñón, a través del barranco del mismo nombre. En éste también confluían las aguas de las fuentes de Tornero, los Álamos, del Camino y del Mulato, aunque, al tener sus nacientes en las cumbres que rodean el Valle por la parte Este, a unos 2 km. del barranco, sus aguas apenas llegaban a él debido a las cantidades que se consumían o perdían antes de llegar. De modo que las aguas de la fuente del Borgoñón eran las que mayor caudal daban al barranco, una pipa por hora en verano. Los sobrantes, junto con las aguas de lluvia, discurrían por el barranco donde formaban charcos que servían como lavaderos y dornajos4. Son numerosas las citas en que aparece el Barranco del Borgoñón como lugar donde abreva no sólo el ganado de Pueblo sino también de fuera. Otras fuentes de la zona servían de dornajos, como a la Fuente del Medio, del Castaño y
de los Crespos.

El pago del Borgoñón aparece como entidad separada de Tegueste el Nuevo en algunos padrones. En 1779 contaba con 84 habitantes y en 1830 con 63. Este drástico descenso del número de habitantes podría deberse a que en el primer padrón se englobaba todo El Infierno. En el segundo se diferencia el Borgoñón de la Caldera y El Infierno. A mitad del siglo XIX seguía contando con 58 personas.

En ocasiones, acuciados por la escasez, los vecinos y en su nombre el Ayuntamiento, solicitan a los grandes propietarios que les “presten” agua de su propiedad. En una carta dirigida al alcalde por el gran propietario José González de Mesa relativa al agua que tiene en su hacienda del Borgoñón, afirma que no se niega debido a la escasez a darla para el abasto de ganado, pero que también hay otros puntos cercanos para abrevar y debería pedírsele también a sus dueños que presten ese servicio al Pueblo.

El tomadero del barranco

Un capítulo más de la larga lista de conflictos por el agua en Tegueste lo constituye el pleito entablado entre el Ayuntamiento y uno de los 5 En 1849, los vecinos de El Portezuelo se quejan por el mal estado de la Fuente del Medio y la suciedad de las fuentes del castaño y de los Crespos. La inspección de las fuentes revela que había suficiente agua para el abasto público pero no para lavar y beber los ganados; el mal estado se debe a la destrucción del arbolado y la llegada de ganado de todas clases. Se acuerda plantar nuevos árboles, cercar la fuente y prohibir el ganado. Se oficio al alcalde de Valle Guerra para que los vecinos de dicho Pueblo retiren sus estercoleras.

Grandes propietarios de la zona, Tomás Martel Colombo, dueño de la finca denominada Carriazo, por el agua del barranco del Borgoñón. La hacienda no lindaba con el barranco pero era la primera propiedad que atravesaba un tomadero situado mucho más abajo de la fuente, en el lado Oeste del barranco, que desde tiempo inmemorial, recogía el agua de lluvia que a través de canales utilizaban varios vecinos para el riego de las viñas en invierno. El agua de la fuente que sobraba del abasto publico corría por el centro del barranco hasta llenar las charcas que se situaban tanto por debajo como por arriba del tomadero, siendo las más cómodas las primeras por estar más cerca del Socorro.

Debido a nacer en un barranco público, no se podía cortar el agua de la fuente del Borgoñón, que sólo debía utilizarse para beber, lavar, abrevar y bañar ganados, y siempre que no se interrumpa su curso.

Intentos de desvío del curso de las aguas

En 1859 Tomás Martel Colombo construyó una atarjea desde la fuente hasta su propiedad por la parte superior del tomadero, sustrayendo las aguas que debían pasar a los charcos, y llevándolas después a su estanque con tubos de lata. Este fue el inicio del conflicto entre los vecinos y el Ayuntamiento con el propietario de la hacienda de Carriazo, sucediéndose durante una década las multas, comisiones de inspección y destrucción de obras hechas por Martel quien, según el ayuntamiento, pretendía regar en todas las estaciones, de modo que cuando no entraba agua por el tomadero debido a la falta de lluvia, se aprovisionaba directamente del curso del barranco a través de atajadizos de piedra.

En mayo de 1860, bajo la excusa de arreglo de la pared del tomadero, Martel construye una pared de argamasa desde el centro del barranco al borde de éste, cortando no sólo las aguas sino el curso del camino que atravesaba el barranco. El Ayuntamiento acuerda comisionar al teniente de alcalde Francisco Molina para que impida toda clase de trabajos en dicho barranco y deje las cosas tal como estaban11. En 1861 se realiza un escrupuloso examen al notar la escasez de agua para el abasto público en el caserío del Borgoñón. Al año siguiente, en junio, teniendo en cuenta de nuevo la escasez de agua para el abasto en el caserío, se comisiona de nuevo al teniente de alcalde para que con la ayuda de varios vecinos se proceda a la limpieza y formación de los charcos necesarios para dornajos y lavaderos.

Un hecho que se reproduce en buena parte de los litigios por agua en Canarias, la destrucción por parte del vecindario de atarjeas y otras obras de aprovisionamiento, se repite también en este caso. El desbaratamiento de las obras se hacía en principio bajo los auspicios del Ayuntamiento quien, ante la escasez de agua, decide la destrucción de las atarjeas; los vecinos las destruían y los peones de Tomás Martel las vuelven a construir incluso de noche. Un tira y afloja que al parecer no llegó a tomar el carácter de asonada como si ocurrió en otros casos de pleitos por el agua en Tegueste.

Como se ha apuntado, para los trabajadores y medianeros de los dueños de haciendas que intentan aprovechar las aguas públicas para el riego de sus predios, la situación debía ser cuanto menos incómoda como miembros de la comunidad vecinal que defiende su derecho a abastecerse de dichas aguas. En este caso, los ejecutantes del fuerte para el alistamiento de las aguas son Juan y Saturnino Hernández Martín, colonos de Martel, y es sobre ellos sobre quienes recae la multa por la construcción de tales obras.

Debido a las protestas de la Corporación municipal y de los vecinos, el propietario de la hacienda propone hacer obras de conducción a cambio de la obtención de derechos sobre las aguas. Tengamos en cuenta que éstas obras eran difíciles por la orografía del terreno y caras para las depauperadas arcas municipales. Tomás Martel solicita que se le permita conducir aguas desde los nacientes de Tornero, Álamos y Borgoñón, que se reúnen en el barranco del Borgoñón, por medio de atarjea, sustituyendo a su costa con abrevaderos y lavaderos de argamasa o abiertos en la tosca los charcos llenos de inmundicias y mal sanos evitando a la vez la molestia de andar siempre cogiéndose la delantera unos a otros por temor de encontrar las aguas revueltas por los primeros a causa de estar los charcos al nivel del piso y tener los animales que meterse dentro para beber, todo con el fin de conciliar el interés particular con el general: el vecindario se proveería de agua en los puntos acostumbrados y los sobrantes van al riego. Además, aduce interés propio por el abastecimiento doméstico pues el reside largas temporadas de verano con su familia en las inmediaciones del caserío. Obviamente, no se acepta tal proposición.” (María Jesús Luís Yanes/Juan Elesmí de León Santana, 2011)


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