jueves, 19 de marzo de 2015

DOCUMENTOS RELATIVOS A LA HISTORIA COLONIAL DE CANARIAS-IX


Recopilados por Eduardo Pedro García Rodríguez
El galeón enterrado. Por Dulce María Loynaz:
[Destrucción del puerto de Garachico]

Era aquél un bello día de primavera. Una primavera tan lejana que pasó por la tierra hace doscientos cuarenta y nueve años... Pero todas las primaveras son semejantes, y aquélla tenía, como la de hoy, como la de mañana, delgado el aire, cantarines los pájaros, tamizada la luz. Era, pues, un bello día de la primavera de 1705, y era en el puerto de Garachico, la perla de Nivaria, el más próspero de la isla, donde fondeaban diariamente naves venidas de todos los confines del planeta. Tenía ese puerto una elegante curva de herradura con boca angosta seguida de buen ensanche y mejor calado, que permitíale albergar crecido número de embarcaciones, ofreciendo a la vez seguro resguardo para las contingencias de un mar siempre batido por el viento. Otras eran también las razones que contribuían al florecimiento de su litoral, entre ellas tres muy poderosas, como el abastecimiento de los navíos de vuelta de las Américas, el cultivo del gusano de seda y el de las viñas generadoras de los famosos vinos de Malvasía, los más apreciados en el mundo de aquella época y cuyo secreto desdichadamente parece que se perdió más tarde en la noche de los tiempos. Estos productos de la tierra se embarcaban por allí mismo con destino a los dos continentes, y, siendo como eran tan solicitados, no es de extrañar que se multiplicaran en el puerto agentes de compañías nacionales y extranjeras, consignatarios, armadores, casas de comercio y de contratación. Todos los oficios y profesiones en torno al manejo y desarrollo de esta riqueza del país estaban allí representados, y hacia Levante se extendían los barracones de los carpinteros de ribera martillando todo el día y calafateando el esqueleto de los barcos; hacia el Poniente los talleres de toneleros y talabarteros; al fondo, los bosquetes de moreras, y más al fondo, pegados ya a las faldas del Teide, cubiertas de viñedos, los grandes lagares, que sólo se permitían fuera del recinto urbano a causa de las emanaciones del zumo de la uva al fermentarse durante la época de la vendimia.

El preciado vino Malvasía:

Viera y Clavijo, el acucioso historiador del Archipiélago, nos cuenta que ya en el siglo XVI las cepas tinerfeñas eran famosas en Europa tanto como lo fueran en e mundo antiguo las de la griega Léucade y la risueña Cefalonia. Así se explica que, en el año 1535, el pirata Francis Drake entrara a saco en la isla con el único propósito de


llevarse mil botas de vino "para endulzar su viaje al estrecho de Magallanes y costas del Perú". En 1598, Shakespeare hace la evocación gozosa de estos espirituosos líquidos en su drama Enrique IV, complaciédose en proclamar que el Canary Sach era el favorito de todas las mesas desde el reinado de la gran Isabel. Más tarde, en La posadera, de Goldoni, deliciosa comedieta italiana del Settecento, vuelve a hacerse el elogio de la Malvasía, licor maravilloso que obra como un filtro de amor cuando lo escancia Mirandolina. De las excelencias de tan precioso caldo se escribieron en su día loas y ditirambos, en los cuales no habremos de extendemos; baste lo expuesto para hacerse idea de lo que llegó a significar su cultivo en las tierras que 1e eran propicias, o sea las del noroeste de Tenerife, puestas en sazón por misteriosos ingredientes volcánicos en la exacta medida esto es, ni crudas ni tostadas todavía como estaban ya en lo barrancos del Sur, donde toda vegetación era imposible. Delicia de corsarios y damiselas, de reyes y poetas, el vino era la sangre que hacía latir el corazón de la isla, el corazón estaba allí, justamente en aquella ribera soleada donde el mar se desposaba con la montaña. Florecía la primavera y florecía Garachico -que ya se llamaba Puerto Rico- frente al océano luminoso, esmaltado de velas y gallardetes. Florecía, en verdad, pese a lo poco halagadoras que era las últimas noticias llegadas de 

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