miércoles, 29 de julio de 2015

Canarios, residentes, foráneos y retornados


Francisco García-Talavera Casañas
El vigente Estatuto de Autonomía de Canarias (reformado en 1996), en su artículo 4.1, da la siguiente denominación de canarios: "Gozan de la condición política de canarios los ciudadanos españoles que, de acuerdo con las Leyes Generales del Estado, tengan vecindad administrativa en cualquiera de los municipios de Canarias".
De tal manera que -según nuestra Carta Magna, reformada en diciembre de 1996, cuando ya gobernaba en este Archipiélago Coalición Canaria (¿nacionalista?)- un señor de Valladolid que llega aquí con un puesto bajo el brazo (trabajo que le ha quitado a un nativo) se empadrona en Arona, y al mes ya es canario.
Por lo visto, en ese corto período le ha dado tiempo de hacer cursos intensivos de canariedad. Ya habla y siente como nosotros, goza con nuestras costumbres, se olvida de su tierra de origen y, por lo tanto, ya está integrado y es un canario más. Con su certificado de residencia recién obtenido se beneficia, como canario que es, de los descuentos correspondientes en sus frecuentes desplazamientos a su añorada península y en sus viajes de negocios a otras islas.
A efectos legales administrativos este señor, de la noche a la mañana, tiene los mismos derechos que un viejito de Taganana cuyos tatarabuelos ya sembraban la tierra en ese bellísimo rincón de Anaga. ¿Es esto lógico? Lo normal sería esperar un adecuado período de tiempo hasta que esa persona se haya integrado y adaptado definitivamente a vivir en esta tierra, como se hace en cualquier país de nuestro entorno político.
Y aquí empiezan las contradicciones, pues según la Constitución española y el Estatuto de Autonomía de Canarias que se pretende reformar, este señor tiene todo el derecho del mundo a llamarse canario y acogerse a todas las prerrogativas que lo amparan.
Señoras y señores del Comité de Expertos (?) para la reforma estatutaria: ¿Han pensado en ello?. Por la misma regla de tres, también son potencialmente canarios los 40 millones de españoles. Basta con que lo deseen.
Por otro lado, foráneo es un término que se viene utilizando últimamente con frecuencia desde las instituciones canarias, cuando se dan noticias o datos referentes a la inmigración. Este sí que es un tremendo problema, yo diría que el principal que nos agobia a los canarios en estos momentos, ya que de él derivan otros tan importantes como la inseguridad, el paro, la superpoblación, el deterioro de nuestro patrimonio natural y cultural, las deficiencias en sanidad y educación…
Aquí nuestros gobernantes hablan de foráneos refiriéndose a los miles y miles (30.000 en 2003) de emigrantes extranjeros que, de manera legal e ilegal, nos están invadiendo, y se olvidan de los miles (otros 30.000) de españoles que también están llegando. Según ellos, éstos no son foráneos. Como si llevaran aquí toda su vida o aparecieran por generación espontánea.
Nuestro pequeño país archipielágico, de tan sólo 7.500 kilómetros cuadrados no puede seguir acogiendo cada año a 60.000 nuevas personas, ni soportar densidades de población de más de 400 y 500 habitantes por kilómetro cuadrado en Tenerife y Gran Canaria. Estamos ya a la altura de las islas más densamente pobladas del mundo. ¿Es esto compatible con el desarrollo sostenible? ¿O es realmente insostenible?
En 1987 publiqué en 'El Día' el artículo "El gorrión desplaza al canario", que fue ampliamente difundido, en el que ya apuntaba gran parte de lo que ahora está sucediendo. En islas como Fuerteventura -donde los auténticos majoreros son sólo 20 o 25.000 (muchos de los que figuran como tales son "foráneos" residentes) de una población total que ronda los 80.000 habitantes - el presagio se ha cumplido, y en otras como Lanzarote van camino de ello.
Otra lacerante realidad la tenemos en los "retornados" que es como llamamos ahora a los canario-venezolanos y sus descendientes, que han decidido regresar a su tierra. Y lo están haciendo forzados por las actuales circunstancias político-económicas adversas, como antaño las sufrimos los canarios. Al respecto, también publiqué en 'El Día', en 1989, otro artículo titulado: "Bienvenidos, hermanos", que aludía al mal tratamiento que en aquellas fechas se daba a nuestros emigrantes, a su regreso de un país venezolano que ya empezaba a tener problemas.
Pues bien, en estos momentos a los miles de canarios y descendientes que están "retornando" al Archipiélago se les está tratando como extranjeros, sin tener en cuenta que son nuestros hermanos, padres y abuelos que en su día se vieron obligados a labrarse un futuro fuera de estas depauperadas islas. Olvidándose también, que fueron ellos, con su esfuerzo y con los bolívares que nos enviaban, los que contribuyeron, en gran medida, a que los que nos quedamos en Canarias saliéramos adelante en unos años de fuerte crisis económica. Una vez aquí, se encuentran con todo tipo de trabas y papeleos -entre otras cosas, no se les convalidan estudios, ni siquiera el carné de conducir (mientras a los marroquíes sí)- a la hora de formalizar la reinserción en "su" patria.
Señor presidente de Canarias: Ese pueblo que tanto nombra -pienso que para darle un barniz nacionalista a su discurso- en su último artículo sobre la reforma del Estatuto, le está demandando soluciones urgentes a problemas tan importantes como los derivados de la brutal inmigración que estamos sufriendo y que, por lo visto, a usted y a sus asesores se les han pasado por alto, pues ni los menciona.
Creo, efectivamente, que es prioritaria la delimitación de las aguas archipielágicas para definir y limitar nuestro territorio, como venimos insistiendo hace más de 20 años.


En eso estamos de acuerdo, pero otro gallo hubiese cantado y mucho se habría avanzado en nuestras reivindicaciones si, desde hace tiempo, los altos mandatarios del Gobierno de nuestra nación canaria hubiesen actuado con reflejos de jefe de Estado (como supo hacerlo usted en su extraña visita a Marruecos), con la dignidad de auténticos nacionalistas, tratando de tú a tú a los gobernantes españoles y europeos. Sin embargo se han contentado con un tímido discurso presupuestario, de insularidad, de lejanía y de ultraperifericidad (no ultraperificidad).

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