miércoles, 22 de julio de 2015

LEYENDAS ABORÍGENES EN LA PLUMA DEL CRONISTA ALFONSO DE PALENCIA



Carolina Real Torres

ALFONSO DE PALENCIA Y LA HISTORIOGRAFÍA CANARIA


 Cabe destacar la necesidad de recuperar materiales que por alguna razón hallan caído en el olvido, como es el caso de las crónicas dentro de la historiografía general. La conquista de Canarias es un tema de gran interés para nuestra historiografía y las primeras referencias históricas que se escribieron son las crónicas.1  Mucho se ha escrito sobre la colonización de las  Islas,  pero  Alfonso  de  Palencia  es  un  autor  al  que,  a  pesar  de  haber  participado directamente en el proceso de la conquista, no se le ha prestado la debida atención en la tradición historiográfica canaria. Por su labor como secretario y cronista de los Reyes Católicos, nos proponemos recuperar la documentación recogida sobre los indígenas a lo largo de su obra y demostrar que su testimonio debe incluirse entre las principales fuentes de estudio.

El escaso interés que los investigadores han prestado a las crónicas antiguas, cuyas noticias califican como “vagas” o “confusas” cuando, en realidad, constituyen una valiosa información sobre el modo de vida de los aborígenes, ha determinado que testimonios como el de nuestro cronista hayan sido relegados a simples citas o breves comentarios sobre su obra. Y, aunque es cierto que las noticias referentes a Canarias no constituyen el tema fundamental de su crónica, sino que preferentemente se centra en aquellos hechos que se relacionan con la política  exterior  de  España,  su  obra  constituye  una  fuente  complementaria  de  indudable valor.2

Al igual que otros cronistas de su época, Palencia estuvo vinculado a los círculos oficiales y su obra responde al interés y encargo de los monarcas. Su conocimiento de la historia se debe a la estrecha relación que mantuvo con importantes personajes que tomaron parte en estos sucesos, así como a su participación directa en los acontecimientos, pues interviene como cronista oficial de los Reyes Católicos en la conquista de Gran Canaria entre 1478 y
1480. Años más tarde, participa también en la organización de la conquista de La Palma.3

Las  cualidades  de  Palencia  como  cronista  son  muchas.  La  información  que  nos proporciona, a pesar de que se refiere sobre todo a la etapa final del proceso de colonización y de que su obra está escrita lógicamente desde una mentalidad occidental, no es en modo alguno superficial ni partidista. Al contrario, cabe destacar el hecho de que no pertenecía a ninguna orden religiosa, con lo cual refleja una visión laica y analítica de la historia, así como su implicación en la conquista de Gran Canaria, por lo que su testimonio representa una fuente directa. Hallamos numerosas referencias a Canarias en varias de sus obras: además de su correspondencia epistolar, que contiene interesante información sobre las Islas, su fundamental aportación a la historiografía canaria se halla en dos obras en particular, los Anales de la Guerra de Granada y las Décadas. Estas referencias aluden principalmente a los conflictos que mantuvieron castellanos y portugueses durante todo el proceso de la conquista y a la posterior fase de ocupación.4 Por lo que respecta a su relato sobre Gran Canaria, isla por la que el autor muestra una especial predilección, la importancia del texto, escrito hacia 1490, radica en el hecho de que es la primera fuente histórica de la que tenemos constancia para este período.5

ALFONSO DE PALENCIA Y LOS PRIMEROS POBLADORES DE CANARIAS

Desde el punto de vista etnográfico, el propio perfil humanista de Palencia y su trato con tantos y tan variados personajes que intervinieron en la conquista, entre los que se incluyen algunos indígenas llegados a Sevilla por aquella época, hacen de sus comentarios noticias de primera mano. Pero, mucho antes de que Palencia arribara a nuestro archipiélago, ya circulaba por Europa una serie de relatos que catalogaban a los antiguos canarios como bárbaros en base a las pocas afinidades culturales que mostraban. Aquel extraño pueblo que se resistía a todo intento de colonización y que por sus costumbres se asemejaba a las tribus de salvajes, sorprendió por su valor y coraje a cuantos presenciaron u oyeron sus hazañas. Como afirma José Farrujía, el descubrimiento de grupos humanos que “practicaban costumbres totalmente contrarias a las enseñanzas cristianas pareció confirmar la tradicional visión medieval de que aquellos grupos (…) eran los que más lejos se hallaban de la revelación divina y, por lo tanto, los más degenerados moral y tecnológicamente” (Farrujía, 2004, p. 39). Esta visión degeneracionista, recogida ya por el genovés Nicoloso da Recco en 1341, se mantuvo en los testimonios etnohistóricos posteriores.6 Entre estos, Palencia fue el primer autor que designó explícitamente a los indígenas de Gran Canaria con el término de bárbaros, al afirmar que “en algunas ocasiones les es permitido a los marinos, según acuerdo, conversar breves momentos con aquellos bárbaros (…) para conseguir orchilla” (Morales, 1993, p. 475). La idea que subyace  bajo  este  calificativo  implicaba  que  los  habitantes  de  estas  islas  debían  ser colonizados y evangelizados, lo que nos lleva a pensar que nuestro autor, en la misma línea que otros cronistas coetáneos como Fernando del Pulgar, Mosén Diego de Valera o su mentor Alvar García de Santa María, describe a los indígenas como bárbaros con el único objetivo de justificar la intervención de España en las Islas. Añadiríamos una tercera razón, el hecho de que, durante los siglos XIV al XVI, los isleños constituyeron un preciado botín para el tráfico de esclavos en los mercados de los núcleos peninsulares y de Europa.7 Sus cualidades físicas los convirtieron en objeto de frecuentes incursiones de negreros y corsarios, tal y como refleja Palencia que ocurre especialmente en dos de las islas del archipiélago, Tenerife y La Palma.8

También el comercio de la orchilla aparece registrado en varias ocasiones como uno de los principales motivos para la conquista del archipiélago.9

Por lo respecta al resto de la información etnográfica transmitida por Palencia, sabemos que los cronistas, por lo general, no son muy explícitos a la hora de describir el régimen económico o el modo de vida de los nativos. No obstante, en las décadas palentinas hallamos una serie de datos muy valiosos para conocer el modo de vida de los antiguos habitantes de nuestras islas. Las tres islas en cuya conquista de alguna manera interviene Palencia, Gran Canaria,  La  Palma  y  Tenerife  —esta  última  con  un  censo  de  sesenta  mil  habitantes—, aparecen como las más pobladas y las que ofrecen mayor resistencia al invasor. La Palma, en concreto,  por  su  peculiar  geografía,  cumbres  salvajes,  profundos  barrancos  y numerosos riscos, ofrece un paisaje que se adivina difícil para los castellanos. En cuanto a la isla de Tenerife consta que opuso una mayor resistencia por sus dimensiones mayores que las demás, así como por la beligerancia que mostraron sus habitantes. El carácter guerrero y la bravura de los  indígenas  son  también  una  cualidad  a resaltar de los  habitantes  de  Canaria  o  Gran Canaria, isla que Palencia considera muy superior a las demás por distintas razones —según sus palabras— “en salubridad y fecundidad”, así como por el ingenio y las cualidades físicas de sus habitantes.

En cuanto a la Geografía, comienza la descripción de las Islas señalando su situación geográfica para, luego, continuar narrando con detalle las características más sobresalientes de cada una. Palencia, como hicieron otros cronistas, destaca ante todo la fertilidad de la tierra y la abundancia de todo tipo de ganado, señalando como actividad principal el pastoreo y la agricultura (Décadas, IV,31,8, p. 333). Otros datos que aparecen registrados son la dieta alimenticia, basada fundamentalmente en carne, leche, gofio, miel y frutos, especialmente dátiles, así como el comercio de la orchilla, algunas referencias a la artesanía y a cierto tipo de construcciones  como  es  el  caso  de  la  existencia  de  graneros  en  Tenerife,  embalses  en Lanzarote y templos y torretas en Gran Canaria.

Respecto a la indumentaria aborigen, Palencia, al hablar de la isla de La Palma, describe a los nativos cubiertos con vestidos hechos de hojas de palma (Décadas, IV,35,2, pp. 337-39). Este dato no se encuentra en las fuentes escritas anteriores o contemporáneas a nuestro autor, las cuales los retratan por lo general desnudos o vestidos con pieles de animales.10 El uso de tejidos de fibra vegetal —sobre todo de palma y junco— ha sido atribuido a la isla de Gran Canaria, aunque fuentes arqueológicas indican la existencia en la isla de La Palma de un tipo de cerámica impresa que muestra la huella de tejidos vegetales (Diego, 1961, pp. 526-27).

En cuestiones militares, hallamos algunos datos interesantes acerca de las primitivas armas de los canarios. Según la crónica palentina, estos portaban armas de madera y de piedra, en su mayoría palos  y lanzas  sin  especificar sus  características.  Asimismo,  se describe  que,  a menudo, luchaban con piedras y dardos, e iban provistos de teas y saetas (Décadas, IV,35,2), aludiendo posiblemente a la espada corta de tea tostada que los nativos manejaban con una sola mano y solían usar como arma arrojadiza.11 Palencia elogia la abundancia de madera por las grandes superficies de bosques, especialmente en La Palma y en Tenerife. A este respecto, sabemos que de los pinos canarios se extraía la madera de tea que, por su dureza, es la que más se utilizó para cortar y labrar la mayoría de las armas (Diego, 1961, p. 514). En cuanto a las tácticas militares, Palencia nos indica que los canarios preferían luchar desde los riscos o en terreno fragoso antes que un combate a campo abierto, donde eran inferiores. En general, los nativos son retratados como expertos  en  el manejo de las  lanzas  y en todo  tipo de lanzamientos, sobre todo de piedras.

En lo que a organización social se refiere, nos encontramos con sociedades más o menos complejas, divididas en estratos o grupos sociales que se distinguen entre sí por su diferente nivel de riqueza y grado de apropiación de los medios de producción, fundamentalmente la tierra y el ganado. Palencia confirma la existencia de dos grupos bien diferenciados: nobles y plebeyos, así como formas de jerarquización política basada en la monarquía en la isla de Tenerife o distintos jefes de clanes en el resto de las islas (Décadas, IV,31,8, p. 337). De su testimonio se desprende que en Tenerife existían jefes o encargados para la recolección del grano, al servicio del mencey, que poseía la propiedad de la mayor parte del ganado y, posiblemente, también la propiedad de las tierras de cultivo.12

SOBRE LA RELIGIÓN DE LOS INDÍGENAS

Antonio Rumeu de Armas (1998, p. 585) se queja de que los cronistas no se interesan por los aspectos religiosos ni por la acción que los misioneros llevaron a cabo en todo nuestro archipiélago. En efecto, Palencia, al igual que otros historiadores, no muestra un excesivo interés por estas cuestiones, pero desde luego no disimula en ningún momento su desprecio hacia los frailes. Estos hombres religiosos, en su mayoría franciscanos andaluces, fueron los encargados de relatar los acontecimientos, pero su testimonio, aunque valioso, introduce una serie  de  conceptos  monoteístas  con  connotaciones  propias  de  la  mentalidad  cristiana.13

Podemos suponer que nuestro autor conocía bien la manera de actuar de los clérigos, pues su estancia en Sevilla durante esa etapa de la conquista, bajo la protección del arzobispo de esta ciudad, le permitió conocer de cerca a la mayoría de los misioneros, en especial a los que evangelizaron en Tenerife a partir de 1458, quienes habían sido reclutados en el sur de la Península.  Nuestro  cronista  hace  responsable  del  fracaso  de  los  castellanos  a  la  mala actuación de los sacerdotes, como es el caso del obispo Juan de Frías, bajo cuyo mando participa en la segunda expedición a Gran Canaria. Al obispo, considerado por otros autores como el artífice de la conquista —o “verdadero fundador del pueblo canario moderno”, según lo  retrata  Wölfel  en  su  biografía  (Wölfel,  1953)—,  Palencia  por  su  parte lo  califica  de “hombre   estúpido”   y   “desconocedor   de   los   asuntos   militares”   (Décadas,   IV,35,2, pp. 366-369). Cuando Frías llega a Gran Canaria ya había establecimientos cristianos a cargo de misioneros mallorquines y catalanes. En esta segunda mitad del siglo XV, la repercusión que tuvo el establecimiento del núcleo misional en Telde, del que partirían los primeros evangelizadores hacia Tenerife, fue mínima, contrariamente a lo que defendió la mayor parte de los cronistas y etnohistoriadores.14 Esta es la visión que nos ofrece Alfonso de Palencia en sus Décadas cuando escribe: “Ni el hombre de fe más encendida ha podido convertir a los canarios a la verdadera religión, ni con las razones más convincentes, ni con la continua afabilidad  de trato;  antes  por lo  contrario,  dieron  cruel  muerte a muchos  de los  que lo intentaron, después de haberlos acogido con fingida amabilidad. Únicamente la perseverancia en una guerra futura era para los nuestros la sola esperanza de someter a Canaria” (Décadas, IV,31,9, p. 341). Tal vez nuestro cronista se refiera a la destrucción de las ermitas erigidas años atrás en La Isleta y en La Aldea.

A pesar de que Palencia centra su interés en el proceder de estos clérigos, nos deja algunas impresiones sobre distintos aspectos de las manifestaciones religiosas de los indígenas como, por ejemplo, la existencia de ídolos o figuras posiblemente vinculadas a prácticas religiosas, especialmente en Gran Canaria (Navarro, 2005, pp. 80-82). En esta isla, Palencia confirma la presencia de templos “bien cargados para sus supersticiones”, situados en las cumbres de Tirajana y Thirma.15 Sabemos que muchos lugares de culto estaban en la cima de montañas, consideradas medianeras entre la tierra y el cielo, y asimismo nos consta también la existencia en esta isla de dos grandes santuarios en lo alto de impresionantes riscos: Tirma, en Agaete, y Umiaga en los Riscos Blancos de Tirajana. Respecto a los templos fortificados a la manera de castillos de los que nos habla Palencia, en la cima de algunas montañas se han descubierto diversas construcciones y recintos fortificados a los que se ha atribuido funciones rituales (Navarro, 2005, pp. 70-71).

ACERCA DE ALGUNAS LEYENDAS ABORÍGENES

Entre el conjunto de supersticiones de los indígenas canarios se conservó una serie de relatos  que  fueron  conformando  su  identidad  cultural  y  que  contribuyó  —como  afirma Antonio Tejera (1995, p. 75)— a su “singularización como grupo étnico bien diferenciado”. Entre estos mitos que formaron parte del patrimonio cultural de las antiguas poblaciones prehistóricas de Canarias podríamos destacar varios relatos de la pluma de nuestro cronista.

Palencia, sin llegar a profundizar en el posible origen de los isleños, hace algunas observaciones sobre la organización política y territorial de la isla de Tenerife, confirmando un dato ampliamente recogido por otras fuentes históricas: la división de la isla en nueve reinos o menceyatos.16 Desde una perspectiva diacrónica, este sistema de organización de tipo segmentario que presenta la isla en el momento de su conquista, con el tiempo convertido en relato histórico por las distintas fuentes que lo transmiten, es, en la opinión de algunos investigadores, el resultado de un proceso del que desconocemos sus inicios, lo que nos hace pensar que forma parte de su mitología o conjunto de relatos legendarios, precisamente en los que se apoyó Diego de Herrera para levantar el acta de posesión de la isla en 1464. Este documento servirá de base a los cronistas posteriores para afirmar la división de Tenerife en nueve reinos.17

Un segundo relato de tipo legendario que merece ser destacado por su singularidad se refiere a la isla de La Palma. Sabemos que nuestro cronista siguió de cerca todo el proceso de su conquista, ya que participó en la organización junto con el Asistente de Sevilla Diego de Melo. En su crónica nos habla de la existencia de un grupo de mujeres guerreras que, por su bravura, nos recuerdan a las amazonas de la mitología clásica. De estas asombrosas mujeres destaca ante todo su carácter belicoso y la gran corpulencia física que les permitía enfrentarse a  cualquier  hombre.18   La  indumentaria  de  estas  amazonas  consistía,  según  el  texto  de Palencia, en una especie de coraza, fabricada con cortezas de árboles, y armadas con largas pértigas que empleaban para avanzar sobre el terreno, en su mayor parte constituido por riscos y desfiladeros.

La belicosidad de las mujeres auaritas es un hecho insólito en la sociedad canaria, donde la presencia femenina se distinguió más en el plano espiritual o religioso que en lo material (Pérez, 1997, pp. 13, 236 s.). No obstante, el poder de la mujer está mucho más acentuado en la isla de La Palma, donde hombres y mujeres guerreaban por igual, a diferencia de lo que ocurría en otras islas del archipiélago en las que las mujeres únicamente colaboraban en actividades  auxiliares.19   Avalan  este  relato  testimonios  posteriores  al  de nuestro  cronista como, por ejemplo, el de Leonardo Torriani, quien escribe que “las mujeres iban por delante de los hombres en los combates y peleaban virilmente, con piedras y varas largas” (1959, p. 224), o el de Abreu Galindo, quien pensaba que la estructura social era próxima al matriarcado, lo que hacía posible la existencia de mujeres guerreras entrando en combate, mujeres  —según  sus  palabras—  de  “ánimos  varoniles”  y  cuya  “ferocidad  ejecutaba  sin perdón a los cristianos” (1977, p. 275).20  Ejemplos puntuales de la predisposición bélica de las auaritas, anteriores a la conquista, quedaron también reflejados en la obra de este autor, como es el caso de la hermana del capitán palmero Garehagua,21  en el término de Tigalate (Mazo), o de Guayanfanta22 en Aridane, mujer “de grande ánimo y gran cuerpo, que parecía gigante”, apresadas ambas por los herreños durante una de tantas incursiones en busca de esclavos.

El porqué del carácter belicoso de las auaritas es algo que aún no ha sido explicado aunque, como apunta Pérez Saavedra (1997, pp. 239-243), podría estar relacionado con la existencia de una sociedad matriarcal o el elevado estatus social del que gozaban las mujeres, similar al de otras sociedades primitivas. Tal vez la explicación más apropiada para este temperamento belicoso sea la que nos proporciona Abreu Galindo (1977, p. 275), quien concluye diciendo que “las mujeres, para su estado, se mostraban varoniles, y ellos, para los grandes cuerpos que tenían, no hacían tanto cuanto de ellos se esperaba”. Así pues, podemos afirmar que las mujeres palmeras superaban en agresividad, valor y bravura a sus compañeros del sexo opuesto, y esto es lo que sorprendió a cuantos tuvieron noticia de ello. Otro detalle que sorprendió a Palencia hasta el punto de inmortalizarlo en su obra es el hecho de que a las mujeres “no les es permitido, como a los hombres, evitar el peligro por medio de la huida”. Esta supuesta desigualdad de condiciones en la lucha podría finalmente explicar el extraordinario valor de estas mujeres.

Hasta aquí hemos intentado mostrar la necesidad de una revisión histórica de algunas fuentes importantes para la historiografía de nuestro archipiélago, como es el caso de las Crónicas de Alfonso de Palencia. Su vinculación con los círculos oficiales y eclesiásticos hizo posible su acercamiento al mundo indígena y a sus tradiciones, por lo que pudo ofrecernos detalles reveladores de gran riqueza temática. Podemos concluir diciendo que su aportación a la historiografía canaria radica, ante todo, en la fiabilidad de su testimonio. (Leyendas aborígenes en la pluma del cronista Alfonso de Palencia

XVIII Coloquio de Historia Canario-Americana)

BIBLIOGRAFÍA

ABREU GALINDO, Fr. Juan de: Historia de la Conquista de las siete islas de Canaria, Santa Cruz de
Tenerife: Goya Ediciones, 1977.

ÁLVAREZ DELGADO, Juan: “Alonso de Palencia (1423-1492) y la historia de Canarias”, Anuario de
Estudios Atlánticos, Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria, 9, 1963, pp. 51-79.

— “La división de la isla de Tenerife en nueve reinos”, Anuario de Estudios Atlánticos, Las Palmas de Gran
Canaria: Cabildo de Gran Canaria, 31, 1985, pp. 61-132.

ARÓSTEGUI SÁNCHEZ, Julio: La investigación histórica: teoría y método, Barcelona: Colección Historia y
Teoría, Editorial Crítica, 2001.

AZNAR VALLEJO, Eduardo: La integración de las Islas Canarias en la Corona de Castilla (1478-1520).
Aspectos  administrativos,  sociales  y  económicos,  La  Laguna:  Secretariado  de  Publicaciones  de  la
Universidad de La Laguna, 1983.

BERNÁLDEZ, Andrés: “Memorias del Reinado de los Reyes Católicos”, en MORALES PADRÓN, Francisco: Canarias: Crónicas de su conquista. Transcripción, estudio y notas, Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria, 1993, pp. 505-520.

BONNET REVERÓN, Buenaventura: “El mito de los nueve menceyes”, Revista de Historia, VII (abril- junio), 1938, pp. 33-47.

CORTÉS, Vicente: “La conquista de las Islas Canarias a través de las ventas de esclavos en Valencia”, Anuario  de  Estudios  Atlánticos,  Las  Palmas  de  Gran  Canaria:  Cabildo  de  Gran  Canaria,  1,  1995, pp. 479-547.

DIEGO CUSCOY, Luis: “Armas de madera y vestido del aborigen de las Islas Canarias”, Anuario de
Estudios Atlánticos, Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria, 7, 1961, pp. 499-536.

De LUCA LÓPEZ, Francisco P.: “Aspectos etnohistóricos y lingüísticos de la evangelización de Tenerife”, publicado en el suplemento “La Prensa”, El Día (9 y 16 de junio), 2007.

ESPINOSA, Fray Alonso de: Historia de Nuestra Señora de Candelaria, Introducción y notas a cargo de
Alejandro Cioranescu, Santa Cruz de Tenerife: Goya Ediciones, 1980.

FARRUJÍA DE LA ROSA, A. José: Ab initio (1342-1969). Análisis historiográfico y arqueológico del primitivo doblamiento de Canarias, Santa Cruz de Tenerife: Artemisa Ediciones, 2004.

GÓMEZ ESCUDERO, Diego: “Historia de  la  Conquista de  Gran Canaria”, en  MORALES PADRÓN, Francisco: Canarias: Crónicas de su conquista. Transcripción, estudio y notas, Las Palmas de Gran Canaria: Ediciones del Cabildo Insular de Tenerife, 1993.

GONZÁLEZ ROLÁN, Tomás; HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, Fremiot y SAQUERO SUÁREZ-SOMONTE, Pilar: Diplomacia y Humanismo en el siglo XV. Edición crítica, traducción y notas de las “Allegationes super conquista Insularum Canariae contra portugalenses” de Alfonso de Cartagena, Madrid, 1994.

JIMÉNEZ GONZÁLEZ, José Juan: “Fuentes etnohistóricas canarias: crónicas, historias, memorias y relatos”, Anuario  de  Estudios Atlánticos,  Las  Palmas  de  Gran  Canaria:  Cabildo  de  Gran  Canaria,  44,  1998, pp. 199-266.

LÓPEZ DE TORO, José: “La conquista de Gran Canaria en la Cuarta Década del cronista Alonso de Palencia, 1478-1480”, Anuario de Estudios Atlánticos, Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria, 16, 1970, pp. 325-393.

MARTÍNEZ HERNÁNDEZ, Marcos: “Sobre el conocimiento de las Islas Canarias en el Trecento: el De insulis de Domenico Silvestre”, Philologica Canariensia, nº 0, 1994, pp. 239-279.

— Las islas Canarias de la Antigüedad al Renacimiento. Nuevos aspectos, Santa Cruz de Tenerife: Cabildo
Insular de Tenerife, 1996.

MILLARES TORRES, Agustín: Historia General de las Islas Canarias, I, Las Palmas de Gran Canaria: Edirca, 1975.

MORALES PADRÓN, Francisco: “Canarias en los cronistas de Indias”, Anuario de Estudios Atlánticos, Las
Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria, 10, 1964, pp. 179-234.

— “Los descubrimientos en los siglos XIV y XV y los archipiélagos atlánticos”, Anuario de Estudios
Atlánticos, Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria, 17, 1971, pp. 429-465.

—  Canarias: Crónicas de  su  conquista. Transcripción, estudio  y  notas,  Las  Palmas  de  Gran Canaria: Ediciones del Cabildo Insular de Tenerife, 1993.

NAVARRO MEDEROS, Juan Francisco: Los Aborígenes. Todo sobre Canarias, Santa Cruz de Tenerife: Centro de la Cultura Popular Canaria, 2005.

PÉREZ SAAVEDRA, Francisco: La mujer en la Sociedad indígena de Canarias, Santa Cruz de Tenerife: Centro de la Cultura Popular Canaria, 1997.

RAMA, Carlos M.: La Historiografía como conciencia histórica, Barcelona: Biblioteca de Divulgación
Temática, 4, 1981.

REAL TORRES, Carolina: “Las Islas Canarias en el Humanismo: Alfonso de Palencia”, Actas del Congreso Internacional “Humanismo y Renacimiento”, León: Servicio de Publicaciones de la Universidad de León, vol. I, 1998, pp. 617-624.

— “Situación social y política de España a finales de la Edad Media a través de las crónicas oficiales”, Actas do IV Congresso Internacional de Latim Medieval Hispánico, Lisboa (Portugal): Universidad de Lisboa,
2005, pp. 781-795.

RUMEU DE ARMAS, Antonio: Piraterías y ataques navales contra las Islas Canarias, Madrid: CSIC, 1947-
1950.

— La conquista de Tenerife, La Laguna, Tenerife: IEC, 2006.

— “Misiones y transculturación en las islas Canarias durante los siglos XIV  y XV”, Anuario de Estudios
Atlánticos, Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria, 44, 1998, pp. 583-612.

SILVA, A. Franco: “El esclavo canario en el mercado de Sevilla a fines de la Edad Media (1470-1525)”, VIII Coloquio de Historia Canario-Americana, vol. I, Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria,
1991, pp. 52-66.

SUÁREZ ACOSTA, José Juan; RODRÍGUEZ LORENZO, Félix y QUINTERO PADRÓN, Carmelo L.:
Conquista y Colonización, Santa Cruz de Tenerife: Centro de la Cultura Popular Canaria, 1988.

TEJERA GASPAR, Antonio: La religión de los Guanches. Ritos, mitos y leyendas, Santa Cruz de Tenerife, Asociación Cultural de las Islas Canarias, Graficolor, 1995.

TEJERA GASPAR, Antonio; GONZÁLEZ ANTÓN, R.: Las culturas aborígenes canarias, Santa Cruz de
Tenerife: Ed. Interinsular Canaria, 1987.

TORRIANI,  Leonardo:  Descripción  de  las  Islas  Canarias.  Traducción,  introducción  y  notas  de  A.
Cioranescu, Santa Cruz de Tenerife: Goya Ediciones, 1959.

VIZCAYCA CÁRPENTER, Antonio: Textos históricos perdidos, Las Palmas de Gran Canaria: Publicaciones de El Museo Canario, 75-76, 1960, pp. 385-404.

WÖLFEL, Dominik Josef: Don Juan de Frías, el gran conquistador de Gran Canaria, Las Palmas de Gran
Canaria: Publicaciones de El Museo Canario, 1953, pp. 3-XLIX.


NOTAS

1  Consideramos que las crónicas como fuentes etnohistóricas forman parte de la historiografía general. Cf.
Aróstegui, 2001, p. 24; Rama, 1981, p. 7; Real, 2005, p. 781; Suárez et alii, 1988, p. 7.

2 Cf. Jiménez, 1998, pp. 203-205; Morales, 1993: 41-42; Real, 2005, p. 781.

3  Entre las principales relaciones que mantuvo Alfonso de Palencia se encuentran personajes tan destacados en la historia de nuestro archipiélago como Juan Rejón, Pedro del Algaba, Pedro de Vera, Diego de Melo, Hernán Darias de Saavedra, Juan Bermúdez, Juan de Frías, etc., y, en especial, su gran protector y amigo Alfonso de Cartagena, conocido defensor de los derechos de Castilla sobre las Canarias y autor de las Allegationes en contra de las pretensiones del rey de Portugal. Cf. Álvarez, 1963, pp. 56-60; Aznar, 1983, p. 42; Jiménez, 1998, pp. 205-212; Morales, 1964, pp. 179-234; id., 1993, pp. 21-42; Real, 1998, pp. 617-
618; Vizcaya, 1960, p. 392; Wölfel, 1953, pp. 6-8. Vid. González Rolán (1994).

4 Cf. Morales, 1971, p. 458; Real, 1998, p. 618 s.

5 Cf. López de Toro, 1970, pp. 325-29; Farrujía, 2004, pp. 78-79. Para los textos que citamos hemos seguido la selección que hace López de Toro en su artículo “La conquista de Gran Canaria en la Cuarta Década del cronista Alonso de Palencia (1478-1480)”, Anuario de Estudios Atlánticos, 16, 1970, pp. 325-393.

6  Nicoloso da Recco, genovés y segundo jefe de la primera expedición portuguesa a Canarias redactó un informe que fue publicado entre 1342 y 1345 por Giovanni Boccacio en una miscelánea titulada De Canaria et insulis reliquis ultra Hispaniam noviter repertis. Cf. Bernáldez, 1993, p. 510; Espinosa, 1980, p. 39; Farrujía, 2004, pp. 37-39; Navarro, 2005, p. 21.

7  Cf. Martínez, 1994, p. 246; id., 1996, pp. 168-170; Morales, 1971, pp. 446-49; Real, 1998, pp. 619-620; Suárez et alii, 1988, p. 54. Vid. Cortés, 1995, Rumeu, 1947-1950, Silva, 1991.

8 Décadas IV,31,8, p. 337; IV,31,9, p. 341; IV,32,3, p. 349. Cf. Real, 1998, p. 620.

9 Décadas, IV,31,8, p. 337; IV,32,3, p. 349.

10 Cf. Diego, 1961, pp. 521-22: “Los cronistas de Béthencourt, Boutier y Leverrier (1402-1406, ediciones de
1630, 1874; ver la ed. de Le Canarien, 1960), al narrar la campaña normanda de principios del siglo, hablan también de los vestidos tejidos con hoja de palma, pero señalan que, al mismo tiempo, muchas mujeres iban vestidas con pieles”. Cf. Navarro, 2005, pp. 46-47, 61-62.

11 Cf. Diego, 1961, p. 506; Navarro, 2995, pp. 49, 63.

12 Décadas, IV,31,8, p. 335. Cf. Morales, 1993, p. 63; Pérez, 1997, pp. 216-17.

13 Cf. Tejera 1987, p. 14; DeLuca, 2007.

14 Cf. Farrujía, 2004, p. 41; Millares, 1975, pp. 166-170; Rumeu, 2006, p. 33.

15 “Al día siguiente unos quinientos soldados con cuatrocientos jinetes, bajo el mando del Obispo, del Deán y de Fernando Peraza… avanzan y acometen a Tirajana, un pequeño pueblo montaraz y uno de los refugios de  los  canarios; el  otro  era  Thirma. En  ambas partes  se  alzaba  un  templo  bien  equipado para  sus supersticiones. Suben los nuestros a la cumbre del monte. En el cuerpo de guardia del templo, construido a manera de un castillo con toda clase de fortificaciones, no encontraron a nadie más que a un joven y a una bella muchacha que estaba con él… Los nuestros al punto se apoderaron de la joven y destruyeron el templo incendiándolo” (Décadas, IV,35,2, p. 371).

16 “Toda la población, dividida en nueve bandos, obedece a nueve reyes, entre los cuales se desenvuelve una falsa nobleza que se aprovecha a fondo del trabajo de la plebe más desdichada, y que tiene por misión estimular los diversos partidos y agrupar en partes al populacho dividido” (Décadas, IV,31,8, p. 335).

17 Cf. Abreu Galindo, 1977, p. 292 s.; Álvarez, 1985, pp. 61-132; Bonnet, 1936, p. 57; id., 1938, pp. 33, 46; Espinosa, 1980, p. 33, 40-41. Cf. Álvarez Delgado 1945:72; Tejera, 1995, pp. 82-89.

18  “Niguaria ofrece pocas facilidades para que los nuestros capturen a sus habitantes para convertirlos en esclavos. Además, hace más difíciles estos intentos la fortaleza de las mujeres, que se distinguen por su forma maravillosa, por la fortaleza de sus cuerpos y el vigor de sus espíritus, aunque no les es permitido, como a los hombres, evitar el peligro por medio de la huida. Por ello, de cortezas de árboles, se tejen las mujeres una especie de coraza para cubrir su pecho y con largas pértigas se atreven a pelear con los invasores; y aun —si aquel ímpetu femenino no es entorpecido por alguna herida— se recurre a la lucha cuerpo a cuerpo, con tal superioridad de fuerzas por parte de ellas, que una sola mujer es capaz de coger por sorpresa a un hombre armado y aplastarlo o destrozarlo” (Décadas, IV,31,8, p. 337).

19 Para Tenerife, tanto Alonso de Espinosa (1980, p. 43) como Abreu Galindo (1977, p. 229) aseguran que la mujer guanche participaba en la guerra de forma auxiliar. “Aunque algunos antropólogos por las fracturas craneales de los esqueletos femeninos, deducen que tuvieron una participación directa” (Pérez, 1997, pp. 208-9). Para la isla de Gran Canaria encontramos testimonios similares: “Si [los enemigos] los seguían i buscaban peleaban bravísimamente hasta las mujeres, que tiraban / muchas piedras arrojadizas i dardos i mucho aiudaban. Venían con ellos a la pelea a traerles la comida i retirar los muertos suios i a el pillaxe de los caídos i a dar armas a sus maridos i hijos, i a dar voces i gritos i hacer visajes i echar retos y amenasas” (Gómez Escudero, 1993, p.  333).  En  Lanzarote, Torriani (1959, pp.  85-87)  menciona un episodio a propósito de hazañas realizadas por un grupo de mujeres con ocasión de las invasiones piráticas agarenas en los siglos XVI y XVII. Cf. Navarro, 2005, p. 51; Pérez, 1997, p. 169.

20 Otros textos donde se menciona la existencia de amazonas en las Islas Canarias son el de Cristóbal Colón (Diario de a bordo. Edición conmemorativa por el Instituto Gallach-Historia 16, Barcelona, 1985, pp. 45- 46), o el Itinerarium de Alejandro Geraldini, escrito entre 1521 y 1522 (Itinerarium ad Regiones sub Aequinoctiali plaga constitutas Alexandra Geraldini Amerini, Episcopi Civitatis S.Dominici, Roma: G. Facciotti, 1631).

21 “y los cristianos que fueron en su alcance prendieron un palmero y una palmera, [...]. La cual, como se vió presa, volvióse contra el cristiano herreño, que se decía Jacomar, y púsolo en tanto aprieto, que le convino favorecerse de las armas; y así le dió de puñaladas y la mató” (Abreu Galindo, 1977, p. 279).


22 “de grande ánimo y gran cuerpo, que parecía gigante, y era mujer de extremada blancura. La cual, como los cristianos la cercaron, peleó con ellos lo que pudo y, viéndose acosada, embistió con un cristiano y, tomándole debajo del brazo, se iba para un risco, para se arrojar de allí abajo con él” (Abreu Galindo, 1977, pp. 278-9).

No hay comentarios:

Publicar un comentario