domingo, 30 de agosto de 2015

DON JUAN BETHENCOURT ALFONSO (1847-1913)


ILUSTRE MÉDICO, PROFESOR, ANTROPÓLOGO Y PERIODISTA[1]

 El Dr. Bethencourt Alfonso fue una figura singular del Tenerife de su época, pues destacó por su condición de humanista, liberal y antropólogo. Se distinguió como buen médico, pero como indiscutible mejor conocedor del pasado insular; estudioso de la Arqueología y Antropología, precursor de los estudios folklóricos, investigador del romancero, profesor y periodista; docto en materia que en su tiempo era más bien de intuición sin derrotero metodológico, estando gran parte de ese conocimiento plasmado en su obra más importante “Historia del pueblo guanche”. Fue un claro representante de los pocos hombres dedicados a la investigación histórica, con sumas exigencias y buenos aciertos, preocupados por los aborígenes isleños.

NACIMIENTO

Nació en San Miguel de Abona, en una hermosa casa terrera de la plaza de la iglesia, el 31 de enero de 1847, siendo hijo de don Juan Bethencourt Medina, natural de Arona, y de doña Clara Alfonso Feo, que lo era de San Miguel. El 5 de febrero inmediato recibió las aguas bautismales en la iglesia del Arcángel San Miguel de manos del cura párroco propio don Francisco Guzmán y Cáceres; se le puso por nombre “Juan Evaristo de San José” y actuó como padrino su tío materno don José Alfonso Feo.
Don Juan Bethencourt creció en el seno de una familia acomodada, de gran prestigio en el Sur de Tenerife, que destacaba sobre todo por su arraigo en las Milicias Canarias, en las que ya había ocupado el empleo de Capitán su abuelo don Miguel Alfonso Martínez; a éste siguieron sus tíos maternos don Antonio, Comandante con grado de Coronel, don Miguel, Capitán con grado de Comandante, y don José Alfonso Feo, Subteniente de dichas milicias; además también fue militar su tío paterno don Evaristo Bethencourt Medina, que alcanzó el empleo de Capitán.
Por lo que se refiere al padre de nuestro biografiado, don Juan Bethencourt Medina fue un importante propietario agrícola que, como tantos otros canarios, emigró a Cuba a mejorar su fortuna antes de nacer su hijo (al que no llegó a conocer), sorprendiéndole la muerte en dicha Isla en febrero de 1852. De este modo, con tan sólo cinco años de edad, nuestro personaje se quedaría sólo con su madre, aunque bajo la protección de sus abuelos y tíos.
LICENCIADO EN MEDICINA Y CIRUGÍA
Tras cursar la primera enseñanza en la escuela pública del pueblo natal, pasó al Instituto provincial de Segunda Enseñanza de La Laguna, el Instituto de Canarias, donde cursó estudios y obtuvo el título de Bachiller; en este centro iniciaría algunas amistades que perdurarían a lo largo de su vida, como la establecida con la familia Pérez Galdós.
Luego, gracias a su nacimiento en el seno de una familia acomodada, en 1867 se pudo trasladar a Madrid, en cuya Universidad Central cursó la carrera de Medicina. Además, en la capital del Reino entró en contacto con las corrientes científicas europeas de la época. El 16 de enero de 1872 obtuvo el título de Licenciado en Medicina y Cirugía, que le capacitaba para ejercer como médico‑cirujano, y en ese mismo regresó a la isla y se estableció en Santa Cruz de Tenerife, ciudad donde el nuevo facultativo ejercería su profesión durante toda su vida. Incluso ejerció durante una corta etapa como médico militar, pues el 28 de marzo de 1872 el jefe de Sanidad Militar de Santa Cruz de Tenerife propone al capitán general:
          Teniendo que marchar para la Península el Médico auxiliar que sirve en el hospital militar de esta Plaza y Batallón Provisional D. Eduardo Domínguez y Alfonso, y no habiendo en esta localidad facultativo Castrense que pueda suplir su falta, si V.E. lo considera conveniente podrá quedar encargado de ambos servicios sanitarios durante su ausencia el Licenciado en Medicina y Cirugía D. Juan Bethencourt y Alfonso que reúne las condiciones necesarias para desempeñar las mencionadas plazas por lo que propongo a V.E. este nombramiento y si merece su superior aprobación le suplico se sirva comunicarlo al Sr. Intendente militar del Distrito manifestándole que desde el día primero del próximo mes de Abril el citado Bethencourt prestará el servicio en reemplazo del Sr. Domínguez, tanto en el hospital como en el Batallón provisional para que en su virtud le sean abonadas las gratificaciones correspondientes.[3]
 El 30 de dicho mes, la máxima autoridad militar de la región aprobó dicha propuesta, de lo que se dio conocimiento al gobernador militar y al intendente; el 3 de abril inmediato se comunicó dicho nombramiento al Ministerio de la Guerra y al director general de Sanidad; y por Real Orden de 30 de abril se aprobó definitivamente dicho nombramiento, que se comunicó el 22 de mayo. Don Juan desempeñó dicha comisión durante cinco meses, hasta el 27 de agosto de 1872, en que se dispuso por otra Real Orden que dejase de prestar dicho servicio militar.
Poco tiempo después, en la madrugada del día 24 de junio de 1874, a los 27 años de edad, contrajo matrimonio en la iglesia parroquial matriz de Ntra. Sra. de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife, con doña Carmen Herrera y González, de 22 años de edad, natural de la ciudad de La Habana en Cuba[4]y vecina de la capital tinerfeña, hija de don Manuel Herrera Pérez y de doña Carolina González Goiry; los casó y veló don Claudio Marrero y Delgado, Lcdo. en Sagrada Teología, beneficiado rector ecónomo de dicha parroquia matriz y arcipreste juez eclesiástico del distrito, y actuaron como testigos el Sr. Bethencourt, doña Emilia Herrera y don Alfredo Rodríguez, de dicha vecindad. La nueva pareja se estableció en la Plaza de la Constitución nº 2 de dicha capital, donde nacieron sus tres hijos.
La nueva pareja se estableció en la Plaza de la Constitución nº 2 de dicha capital (hoy Plaza de la Candelaria), donde nacieron sus tres hijos y en cuyo domicilio abrió su consulta. Pero tambiénposeían una casa en Los Cristianos, donde pasaban la temporada estival.
En 1875 don Juan figuraba como “Facultativo en Medicina y Cirugía”. Y en ese mismo año estaban empadronados en la Plaza de la Constitución nº 2: Juan Bethencourt Alfonso 28, médico y propietario; Carmen Herrera Goiry 23; Carmen menos de 1; Emilia Herrera y Goiry 25 viuda propietaria; Salvador García Herrera 9, Isabel 7; Josefa Herrera Pérez 56; Cristóbal Reyes 29 sirviente; Faustina Hernández 20; Ramona González 25 id.
 A finales de 1885 don Juan continuaba empadronado con su familia en la Plaza de la Constitución de Santa Cruz de Tenerife; él figuraba con 37 años y como médico y doña Carmen tenía 34 años; les acompañaban tres hijos: Carmen de 9 años y Juan de 8, ambos nacidos en la capital, y María de 6 años, natural de La Laguna; también vivía con ellos doña Emilia Herrera, de 35 años, natural de La Habana y viuda, hermana de doña Carmen.
En junio de 1887 fue nombrado vocal suplente de la Junta provincial de Sanidad[5].
En 1889 vivían en la Plaza Constitución nº 2: Juan Bethencourt Alfonso, 42, San Miguel, médico y propietario, 16 a; Carmen Herrera Goiry, Habana 36; Carmen 13 Santa Cruz, Juan 11 Santa Cruz, María 9; Emilia Herrera Goiry, 38 Habana, viuda, 30 a; Salvador García Herrera, 22 SC empleado; María Luisa González 68, Puerto de la Cruz, casada empleada; Camila Hernández 36 San Miguel, soltero sirvienta 6 a; Melchora Vera, 24 Orotava, soltera sirvienta 1 a; Nicolás Martín, 15 Tegueste, soltero sirviente 1 a.
 En agosto de 1892 fue designado por sorteo como jurado supernumerario para las causas procedentes del Juzgado de Santa Cruz de Tenerife, que debían verse y fallarse en el cuatrimestre siguiente.[6]
En 1895 don Juan Bethencourt seguía empadronado en la Plaza de la Constitución nº 2 de Santa Cruz de Tenerife; figuraba como médico y con 50 años de edad, 22 de ellos en dicha ciudad; doña Carmen Herrera se dedicaba a su casa y tenía 44 años. Les acompañaban tres hijos nacidos en Santa Cruz: doña Carmen, de 19 años y dedicada a su casa; don Juan, de 18 años y estudiante; y doña María, de 16 años y dedicada a su casa. También vivía con ellos su cuñada doña Emilia Herrera, natural de La Habana, de 46 años y dedicada a su casa; don Salvador García, de 29 años, natural de Santa Cruz y periodista; don Luis Estremera, de 8 años, natural de Santa Cruz; doña María Isabel Estremera, de 6 años; doña Ángela Estremera, de 2 años; doña Camila Hernández, de 40 años, natural de Arona y sirvienta; y don Serapio Feo Hernández, de 48 años, natural de San Miguel y propietario.
Hacia 1898 se formó en Santa Cruz de Tenerife un “Registro de inscripción para la formación en la capital del Cuerpos de voluntarios”, en el que figuraba don Juan Bethencourt Alfonso como natural de San Miguel y con 48 años, casado, médico y vecino de dicha capital en la calle Constitución nº 2.
En el año 1900 continuaba viviendo en la Plaza de la Constitución de Santa Cruz; figuraba con 53 años y como médico y doña Carmen con 43 años; les acompañaban sus tres hijos: Carmen de 24 años, Juan de 23 y María de 21, los dos primeros de Santa Cruz y la tercera de La Laguna; todavía vivía con ellos su cuñada doña Emilia Herrera Goiry, viuda de 48 años y su sobrino don Salvador García Herrera, de 32, natural de Santa Cruz; así como una sirvienta Camila Hernández, de 45 años y natural de Arona; dos sirvientes provisionales, María Amador Rodríguez, de 50 años y natural de Arona, Darío Nieves Trujillo, de 23 años y natural de La Gomera; y dos sobrinas nacidas en Santa Cruz: María Isabel de 10 años y Ángela Estremera García de 6.
Como médico, al parecer se especializó en enfermedades de tipo mental, recogiendo numerosas e interesantes historias clínicas de pacientes afectados por ataques de epilepsia. Además, haciéndose eco de las nuevas ideas que llegaban de Europa sobre la higiene y las nuevas técnicas médico-sanitarias, desde el año 1879 don Juan Bethencourt comenzó a aplicar y desarrollar dichas ideas, junto a otros colegas como don Diego Costa y Grijalva, don Antonio Soler, etc. Pero no sólo llevaba a su actividad profesional esa renovación científica y aplicación de nuevas técnicas, sino que también lo hacía en el terreno de la divulgación periodística. En este sentido publicó en la Revista de Canarias un artículo sobre “La Higiene en Santa Cruz de Tenerife” y otros sobre “Observaciones. Una cuestión de Fisiología”; en el primero hacía una clara exposición de la utilidad de la higiene en el desarrollo de los pueblos, como se comprueba en el siguiente fragmento
Y ya que por nuestras desventuras duerme Canarias el pesado y no interrumpido sueño de la ignorancia (compañera de la falta de higiene) (hasta el extremo de no tener derecho a figurar en los más humildes puestos entre los pueblos civilizados); ya que por desgracia no disfrutamos de las inmensas ventajas de la ilustración, procuremos no ignorar los medios de salir de nuestra situación vergonzosa y conquistar nuestra propia felicidad, trabajando por alcanzar la cultura indispensable al siglo XIX, copiando, por lo menos, con la rigurosa y sorprendente precisión con que copiamos las modas de París, a las naciones más civilizadas en sus prácticas higiénicas, y en sus disposiciones dirigidas al saneamiento y salubridad de los pueblos…[7]
A finales de 1893 se trasladó con su familia a Arona, donde combatió con pocos medios pero con mucha entrega la epidemia de cólera que asolaba la comarca sureña y la isla entera.
Además de la consulta privada que a lo largo de toda su vida tuvo en su domicilio, aproximadamente desde 1897 hasta su muerte trabajó en el Hospital Civil Provincial de Nuestra Señora de los Desamparados de la misma ciudad, del que fue uno de los pioneros, inicialmente como médico 2º bajo la dirección del Dr. Costa y Grijalba; luego pasó a médico 1º, empleo que ya ostentaba en 1904 y en el que continuó hasta su muerte; como tal se le nombró director del primer centro hospitalario de la isla, siendo su ayudante el Dr. don Veremundo Cabrera Díaz. En junio de 1899 fue designado por el gobernador civil vocal propietario de la Junta Municipal de Sanidad de Santa Cruz de Tenerife. Y también hacia 1904 era médico municipal de Arona.
El diario El Tiempo, del que era corresponsal el sanmiguelero don Miguel Hernández Gómez, publicó numerosas referencias a la labor médica realizada por su célebre paisano don Juan Bethencourt Alfonso, entre ellas varias operaciones realizadas junto al cirujano don Veremundo Cabrera Díaz, así como a muchos de sus desplazamientos al Sur o a Europa.
Su carácter afable y servicial le granjeó las simpatías de toda la población. Particularmente, fue un hombre muy querido de lo que hoy llamaríamos “las capas populares”, entre otras razones porque casi nunca les cobraba sus honorarios.
Como médico pertenecía a determinadas sociedades gremiales, como a la Academia Médico-Quirúrgica de Canarias, establecida en 1879 y de la que fue fundador; ésta se transformaría en 1886 en la Real Academia de Medicina de Distrito de Santa Cruz.
PROFESOR DEL ESTABLECIMIENTO DE SEGUNDA ENSEÑANZA[8]
Al crearse el Establecimiento de Segunda Enseñanza de Santa Cruz de Tenerife, dependiente del Instituto Provincial de La Laguna, el Lcdo. Bethencourt Alfonso figuró entre los fundadores, siendo nombrado profesor propietario de las asignaturas “Historia Natural” y “Fisiología e Higiene”, que desempeñó desde el 23 de septiembre de 1876, en que tomó posesión, y en las que continuaba en 1881; el director del centro era su primo, el también médico eminente, Dr. don Eduardo Domínguez Alfonso*.
En el Discurso de apertura de curso, 1878-1880, que dirigió a sus alumnos, no desaprovechó la oportunidad para hablar a éstos del importante papel de la ciencia antropológica dentro de las demás ciencias humanas, de su influencia en la formación de las nuevas generaciones, así como del Darwinismo, de la idea del progreso intelectual, etc., que concluyó con las siguientes reflexiones:
              Dos palabras, no más, para concluir.
Es muy común en nuestro país, por estar alejado y por no seguir el movimiento científico de esos grandes centros, donde la actividad intelectual realiza, con asombro del mundo, grandiosos y admirables descubrimientos, condenar, sin oír, toda idea nueva, toda innovación, partiendo del supuesto de que son antirreligiosas.
          En conducta de censurar, escudada en la ignorancia; de negar, sin procurar saber; de prejuzgar, no estudiando, ha tenido el triste privilegio de matar todo progreso científico en nuestra provincia, matando, a la vez, el fundamento de nuestra propia felicidad.
              No sigáis, pues, tan pernicioso ejemplo…
Su etapa madrileña de formación coincidió con la de difusión, en los círculos científicos más abiertos y progresistas, de las doctrinas evolucionistas, a las que no tardaría en vincularse y difundir como parte de su tarea pedagógica. Por ello, fue uno de los primeros profesores e intelectuales canarios que introdujo a sus alumnos en el conocimiento de las muy polémicas teorías del Evolucionismo y Darwinismo.
Su dedicación a la enseñanza de la Historia Natural le exigía la creación de un pequeño Museo para las prácticas docentes de sus alumnos. Por ello, a instancia suya se creó en 1877 el Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife, anexo al Establecimiento de Segunda Enseñanza de dicha ciudad, gracias a la ayuda de varias personas amantes de la Ciencia.
Posteriormente, y como resultado positivo de su magisterio, vemos a alguno de sus antiguos alumnos trabajando en las comisiones del Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife, como por ejemplo, don Juan Gutiérrez o don Felipe Rodríguez, ambos de Adeje.
Continuaba como profesor en 1891, pero ya había cesado en 1904, aunque no se había desligado por completo de la Enseñanza, pues por entonces ocupaba el cargo de vocal de la Junta Provincial de Instrucción Pública.
DIRECTOR FUNDADOR DEL GABINETE CIENTÍFICO Y DEL MUSEO ANTROPOLÓGICO Y DE CIENCIAS NATURALES
Como ya hemos indicado, a instancia de nuestro biografiado, a quien prestaron su ayuda otras varias personas amantes de la Ciencia, en 1877 se creó un Museo antropológico anexo al Establecimiento de Segunda Enseñanza de la capital y como una sección del mismo, a cuyo claustro pertenecían sus organizadores, con el nombre de “Gabinete Científico” de Santa Cruz de Tenerife, que se inauguró el 1 de mayo de 1878, bajo la dirección de don Juan Bethencourt y con don Miguel Mafiotte La Roche como secretario; ese mismo año se publicó el “Reglamento del Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife”, según el cual su principal objetivo era “El estudio de la ciencia natural, y especialmente el del Archipiélago Canario bajo ese punto de vista”, dedicando una importancia especial a la Antropología y Arqueología Prehistórica de Canarias. En él, el Sr. Bethencourt Alfonso desarrolló y organizó los trabajos de Antropología y Arqueología prehistórica de Canarias.
Dentro del Gabinete Científico se creó un Museo Antropológico y de Historia Natural, del que fue director el profesor Bethencourt. Bien pronto fue enriquecido con importantes donativos, así como con los muchos y preciosos objetos adquiridos en las frecuentes y peligrosas excursiones realizadas por nuestro biografiado. Hacia 1887 sus colecciones formaban ya un verdadero museo, en el que destacaban las antigüedades canarias, con unos 100 cráneos guanches y muchas momias bien conservadas. Durante su existencia fue visitado con curiosidad e interés por los sabios extranjeros que llegaban a Santa Cruz de Tenerife. Pero la simple iniciativa de un grupo de aficionados difícilmente podía prosperar sin ayuda de los organismos públicos y de la colectividad, pues aunque el museo existía, casi no tenía local ni posibilidades de ampliación y en los últimos años sus colecciones estaban mal clasificadas y presentadas.
 Por esta razón, en 1899, cuando el Gabinete Científico ya había dejado de existir, don Juan Bethencourt Alfonso publicó un artículo en el Diario de Tenerife, en el que indicaba la necesidad de un museo, como única solución encaminada a evitar la dispersión de las numerosas colecciones particulares existentes. Como nuestro personaje era persona prominente y muy escuchada en los círculos intelectuales de Santa Cruz, con su influencia, una pequeña campaña de prensa y el ofrecimiento de su propia colección, se consiguió la creación de un Museo Arqueológico municipal.
Dicho museo tuvo su primer local en la Plaza de la Constitución nº 9, pasando luego al claustro bajo del convento de San Pedro Alcántara (San Francisco), de acuerdo con el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife. Durante muchos años fue visitado con curiosidad e interés por los científicos extranjeros que llegaban a la capital de la provincia. En 1902 se instaló en el local que había sido del archivo municipal, encargándose a fines de ese mismo año la construcción de los muebles para el mismo, que quedó como anexo del Museo Municipal; el 14 de abril de 1904 se nombró director de éste al Dr. Bethencourt Alfonso, cuya colección antropológica guanche había sido incorporada a dicho museo en el año anterior. Se llamaba exactamente “Museo Antropológico y de Ciencias Naturales”, pero en realidad recogía lo que buenamente podía; así, en 1909 figuraban entres sus adquisiciones, además de 20 vasijas guanches, molinos de mano, cráneos de indígenas ofrecidos por el director, un proyectil y 7 fragmentos de balas inglesas caídos en 1797 en el recinto de Paso Alto y regalados por el comandante militar don José March y García.
Poco tiempo antes de su muerte fue nombrado Director Honorario del Museo Municipal de Santa Cruz de Tenerife. La colección del Dr. Bethencourt que se albergaba en dicho museo pasó en 1958 al Museo Arqueológico Insular.
ARQUEÓLOGO Y ANTROPÓLOGO    
A partir de 1884, don Juan dedicó notables esfuerzos a la investigación arqueológica, histórica y antropológica, con el fin de compilar datos de diversa índole que le permitieran comprender, desde su perspectiva de testigo del siglo XIX, la complejidad de la cultura guanche.
 El Sr. Bethencourt Alfonso tuvo la oportunidad de acceder a yacimientos arqueológicos únicos e irrepetibles, que sin su trabajo se hubiesen perdido para siempre. Fue un fehaciente investigador de campo, desplegando una extensa actividad por todo el Archipiélago, sobre todo con motivo de las campañas realizadas por el Gabinete Científico. Dicho trabajo de campo lo realizó fundamentalmente en Tenerife, La Gomera, El Hierro y Fuerteventura, haciendo incursiones menos intensas en el resto de las islas. Bajo su dirección fueron recogidos en Tenerife, para este museo, más de 500 cráneos, momias y distintos elementos de la cultura material aborigen, como añepas y banots. Además, gracias a su gestión, se recogieron fondos donados entre otros por el Sr. Lebrun y don Juan de la Puerta Canseco. Y mantuvo relaciones con científicos como Darwin, Tylor, Broca, Quatrefages, etc.; y en su correspondencia destacan cartas intercambiadas con Chil y Narango, Rodríguez Moure, Ossuna, etc.
Fue él quien envió, a través del Gabinete Científico de Santa Cruz de Tenerife, los restos de los guanches procedentes de Barranco Hondo (Candelaria) que estaban en el Museo Antropológico de París, los cuales fueron los primeros clasificados como cromañoides.
Aparte de su trabajo de campo, quizás su mayor aportación fue el uso de la tradición oral como recurso para investigar la historia, técnica en la que fue pionero, pues durante muchos años habló con personas de toda índole y condición, desde pescadores y pastores a agricultores.
Asimismo, don Juan Bethencourt tuvo acceso a colecciones documentales depositadas en archivos hoy destruidos, como el Ayuntamiento de Valverde; trabajó en los archivos del antiguo Cabildo de Tenerife (Ayuntamiento de La Laguna), en los particulares de la Casa-Fuerte de Adeje, del Conde de la Vega Grande (en Gran Canaria) y el Museo Casilda de Tacoronte, así como en numerosos archivos parroquiales y notariales, además de los de sus numerosos amigos y colaboradores. También hizo anotaciones al diario de don Joseph de Anchieta y Alarcón.
 Entre sus investigaciones, destaca la realizada el 22 de septiembre de 1885 entre Tacoronte y La Victoria por el viejo camino de Santo Domingo, con el fin de intentar localizar el lugar donde se desarrolló la Batalla de Acentejo. Fruto de esa excursión y de otras posteriores, encontró en el lugar de Busaque una serie de armas que quedaron catalogadas en el Gabinete Científico como donaciones suyas: dos medios cascos o morriones, dos piezas pequeñas de hierro, una placa de brigantina para la defensa del cuerpo o espaldar de armadura, una llave de serpentina de arcabuz, media cantonera de arcabuz, una sierra con su argolla y cadena de una ballesta, una daga y una espada.
Al médico Bethencourt Alfonso se le considera como el fundador del folclore canario. Su importancia e interés radica en las investigaciones y estudios antropológicos que llevó a cabo en las Islas Canarias, de sus costumbres y de su lengua, aunque gran parte de su obra ha permanecido inédita hasta nuestros días.
Llevó a cabo sus estudios intentando señalar las pervivencias culturales en las sociedades campesinas de las islas. Su preocupación iba dirigida no sólo a establecer la situación o existencia de yacimientos arqueológicos, sino a constatar la pervivencia de rasgos culturales y físicos de los aborígenes en la sociedad de su época, a través del saber popular y de la consideración que los habitantes de las islas tenían sobre sus costumbres. Mantiene una actitud abierta ante los fenómenos populares, actitud que fue fundamental en el desarrollo de sus investigaciones, dando preferencia en muchas ocasiones a estos fenómenos, sin establecer una relación sistemática de los mismos, sino contemplándolos como manifestaciones del conocimiento popular transmitido de generación en generación.
 En 1881 se formó en Sevilla la sociedad “El Folklore Español”, de la que Bethencourt Alfonso sería representante en Canarias. Gracias a ella se realizó la primera investigación sobre costumbres populares en Canarias, de la que publicó en 1885 el Proyecto de Cuestionario del folklore canario, considerado como el primer trabajo con pretensiones científicas sobre la cultura de las islas.
Pero tal vez el más importante fue el trabajo realizado en 1901-1902, Costumbres populares canarias de nacimiento, matrimonio y muerte; la Sección de Ciencias Morales y Políticas del Ateneo de Madrid realizó en ese año una encuesta sobre las costumbres populares, centrada en los tres momentos más importantes del ciclo vital del individuo, que fue coordinada en Canarias por don Juan Bethencourt, donde se recogieron las respuestas de multitud de personas de las distintas islas. Por los resultados que arroja y por lo completo del mismo, es una obra clave para estudiar e investigar las costumbres y medicina populares; por ello, el profesor Lisón Tolosana dijo que: “La respuesta a la encuesta de 1901-1902 de Juan Béthencourt sobre el mal de ojo y brujas en las Canarias puede considerarse un pequeño tratado sobre la materia”.
 No obstante, su obra capital, la Historia del pueblo guanche, terminada en 1911 y compuesta por unos 2.000 folios escritos a mano, que no se llegó a editar en su época por diversos motivos del momento. Esa obra la pudo realizar gracias a la amistad con médicos e investigadores de todos los pueblos de las islas, fuente fundamental de recopilación de recuerdos y lugares, hasta ese momento inéditos.
La portada del número 64 de la revista Gente Nueva, que vio la luz en Santa Cruz de Tenerife el 2 de marzo de 1901, estaba dedicada a nuestro biografiado, en una bella caricatura de don Diego Crosa y Costa “Crosita”.
Dicha caricatura estaba acompañada de la siguiente semblanza, bajo el título de “D. Juan Bethencourt Alfonso
Al fin, contra su voluntad, aparece don Juan Bethencourt en la primera plana de Gente Nueva. La modestia –ó las genialidades si se quiere– no ha podido vencer á la justicia y al cariño. Ahí está uno de los hombres verdaderamente notables del archipiélago, y desde luego el que cuenta con más simpatías entre la juventud intelectual. Es uno de los nuestros, uno de los que a pesar de las canas y los desengaños de la vida, continúan creyendo, trabajando, teniendo fé, discutiendo….
Nadie podrá encontrar un discípulo de Bethencourt que no le quiera, que no le abra su corazón de amigo, que no le estreche su mano de admirador. La unanimidad de este afecto es la ejecutoria de sus relevantes cualidades, su título más glorioso, su gran relieve social. Y es cosa sabida, cuando la juventud –la que vive más del corazón que del cerebro– pronuncia su fallo abrumador, existe un carácter, una voluntad noble, un espíritu superior. Eso es D. Juan Bethencourt.
Buscadle para cualquier empresa generosa, tocad á sus puertas demandando entusiasmo; pedidle calor de fé, y siempre estará con vosotros dispuesto á la contienda, dándonos el poder de sus conocimientos y el camino de sus experiencias. Es un espíritu de joven, un alma de creyente, que peregrina á través de las flaquezas humanas estudiándolas para vencerlas, pero no para rendirse á ellas ó explotarlas villanamente. Cuando él se pone la escafandra lo hace animado del noble deseo de buscar un camino salvador, una orientación firme, nunca de aprovecharse personalmente explotando la ceguedad de sus semejantes.
Su amor á Canarias ha llegado á los límites de la idolatría. No existe cueva, cumbre, fuente, archivo, roca que él no haya examinado detenidamente. Sus horas de vagar las dedica ó á estudios relacionados con el idioma, costumbres, religión, cultura de los primitivos pobladores de las islas, ó á investigaciones geológicas, botánicas y antropológicas. Está en relación directa con una serie de sabios extranjeros, con quienes consulta cuantas dudas se le presentan en sus investigaciones. Gracias a él tendremos datos para reconstituir la verdadera historia canaria, sobre bases científicas y hechos debidamente depurados.
Es un escritor muy correcto, dotado de esa amenidad seductora, fresca, que distingue á los elegidos de la pluma, y a pesar de esto produce muy poco para el público, que saborea siempre sus cuartillas. A tanto llega su avaricia en este orden de cosas, que sus gran libro, ese libro canario que todos esperamos, y en el que ha trabajado toda su vida, no se publicará sino después de su muerte. ¡Una de sus muchas genialidades incorregibles!
Como médico le conoce toda la provincia. Su reputación es de las consagradas por el triunfo durante treinta años de labor. No atiende sólo el cuerpo. Como buen psicólogo, lleva también sus remedios á la parte moral. Cierto día le oímos decir: «por ahí se cree que los médicos somos muy materialistas, y eso no pasa de ser uno de tantos errores vulgares. Los tratos con la materia suponen siempre relaciones muy íntimas con el espíritu.»
 Don Juan, como hombre físico es de lo más original. Su aspecto es del de un árabe mal avenido con los hábitos y las indumentarias europeas. Tiene coche y anda á pié; va siempre distraído, como si pensara en una patria ausente, perdida; sus ojos, aprisionados por espejuelos, parecen reflejar nostalgias primitivas, tenaces, de esas que mueren cuando termien el individuo. En una ocasión, á raíz de los desastres nacionales, nos dijo:
 –La fuerza del atavismo me arrastra. Quisiera verme libre de este ambiente social, sólo, cuidando cabras como un guanche, respirando los aires de Guajara: ¡Estoy harto de mentiras y miserias!
Y efectivamente, cada vez que puede se hunde en la soledad, busca la calma para gozar de la alegría de vivir, del placer salvaje de la Naturaleza vírgen.[9]
 Nuestro biografiado fue socio corresponsal del Museo Canario de Las Palmas de Gran Canaria y académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.
ACTIVIDAD POLÍTICA Y EMPRESARIAL[10]
Su gran prestigio fuera del municipio le concedía, al igual que a sus primos, los hermanos Domínguez Alfonso, ascendente sobre sus convecinos de San Miguel y Arona, que le convertía en mediador o interlocutor entre el municipio y las administraciones superiores. Así, en 1882 don Juan y su primo don Eduardo Domínguez Alfonso fueron comisionados por el Ayuntamiento de Arona, tras acuerdo municipal, para desplazarse a la capital y solicitar las ayudas necesarias para combatir las consecuencias de la crisis de la cochinilla mediante obras públicas.[11]
Su actividad política no es demasiado conocida, pues se reduce a referencias aisladas. En el terreno político desplegó una intensa actividad, permaneciendo afiliado al Partido Liberal de Tenerife desde 1881 hasta 1893. En cuanto a la defensa de sus postulado político-liberales, como miembro destacado de la sociedad burguesa de Tenerife, protagonizó sonoros enfrentamientos con su correligionario de Gran Canaria don Fernando de León y Castillo, con objeto de mantener una política autónoma que impulsara el desarrollo socioeconómico de la isla de Tenerife ante la apabullante influencia desplegada por el político liberal grancanario radicado en Madrid.
Además, aprovechó su paso como redactor o como fundador de diversas publicaciones periódicas, para difundir sus ideas políticas que trataban de impulsar las consiguientes reformas que permitieran: de un lado, la permanencia del sistema implantado en España a partir de la restauración borbónica; y de otro, desde una perspectiva estrictamente burguesa-liberal, trataba de potenciar el desarrollo económico y social de la sociedad tinerfeña en particular y la canaria en general.
Como ejemplo de su interés por los adelantos técnicos habría que situar a Bethencourt Alfonso como miembro destacado de la Generación del Cable que desarrolló un significativo esfuerzo para conseguir que el cable telegráfico intercontinental tuviera su punto de amarre en la capital de la provincia de Canarias.
Fue un liberal profundo, que tenía amistades políticas muy importantes, no sólo en España, sino en el extranjero. Junto a sus primos don Eladio Alfonso González y don Eduardo Domínguez Alfonso, don Juan constituía el tercer pie del poder liberal del Sur en Santa Cruz de Tenerife, de Chasna, como diría gráficamente su otro primo, el diputado don Antonio Domínguez Alfonso, que había sido jefe del Partido Liberal en Tenerife.
Con una clara concepción de España, desde una perspectiva típicamente burguesa liberal, como Patria para todos los españoles, don Juan se alinea claramente con los argumentos políticos defendidos por el Partido Reformista de Cuba y plantea la necesidad de una profunda reforma política y renovación de los valores sociales para el conjunto del pueblo español, incluyendo cubanos y filipinos. Por ello, el 30 de abril de 1898 publicó en La Opinión un artículo llamando a la defensa civil ante el ataque norteamericano e incitando a “que la isla entera se levante como un solo hombre y se organice en batallones de voluntarios; así lo hicieron nuestros padres y así debemos hacerlo ahora”. Días después le sugirió al alcalde don Pedro Schwartz la idea de organizar un batallón de voluntarios en la capital y el domingo 5 de junio de dicho año asistió a la reunión celebrada en el salón de sesiones de la capital, “con objeto de acordar lo que proceda, de un modo definitivo, respecto al cuerpo de voluntarios de esta Capital”. También desde Guía de Isora se le pidió consejo sobre la manera de organizar cuerpos de voluntarios, contestando que se alistaran en la Alcaldía, para después pedir autorización al capitán general, así como armas para organizarse bajo la dirección de militares retirados.
 Don Juan también participó activamente en otras sociedades y entidades civiles que impulsaban el desarrollo socioeconómico de las islas, como la Sociedad de Navegación de Tenerife, de la que fue presidente, de algunas sociedades constructoras de viviendas en Santa Cruz, de una panificadora, etc. Y, como curiosidad, nuestro biografiado fue primer gerente de una empresa, a la que se le encargó la instalación del alumbrado eléctrico de Santa Cruz, que se inauguró el 7 de noviembre de 1897, durante la alcaldía de don Pedro Schwartz Mattos, tras haber puesto 350 lámparas y 35 arcos voltaicos, que suponían 85.000 metros de cables.
 Fue de los primeros vecinos que tuvo coche en Santa Cruz de Tenerife, pero siempre se le veía a pie, dando la impresión de ser una persona distraída y ausente del paisaje que le rodeaba.[12]
Además, formó parte de la terratenencia agraria del Sur de Tenerife, pues a las propiedades heredadas de su padre se unieron otras heredadas de otros familiares, como las de su tío don Cesáreo Bethencourt Medina. Otros bienes los adquirió por medio de compraventa, como varias fincas y horas de agua comprados en Guayero (Vilaflor) al comerciante don Juan Saavedra Delgado y a su tío don EvaristoBethencourt Medina; a éste le compró además otros terrenos situados en Arañaga y La Huerta, también en Vilaflor. En sus tierras estuvieron presentes los nuevos cultivos de exportación. La finca denominada El Carmen, en Los Cristianos, de 8 hectáreas, estuvo dedicada a tomates, papas y cereales, aunque una parte se seguía manteniendo como erial; contenía casas de labranza y un estanque; una parte la disfrutaba desde el 23 de mayo de 1901 por herencia de su tío don Evaristo; otra por compras que había hecho a don Antonio Sarabia García en 1904 y 1905, a don José y doña María Medina Domínguez, en 1904, a don José Medina Domínguez, en 1905 y 1907, y a don Jerónimo Fumero en 1908 y 1909; la propiedad estaba valorada en 1913 en 1.500 ptas. En la citada playa de Los Cristianos compró también un solar de 341 m2 91 cm2 a don Henry Wolfson (en nombre de Elder and Fyffes Limited), donde se construyó un almacén para depósito de mercancías y empaquetado de frutos. También poseyó la finca conocida como Moreque, de 30 hectáreas, dedicada a pan sembrar, huertas e inculta en su mayor parte, con casa de labranza y depósito de agua, valorada en 6.500 ptas. Parte de ella la había heredado de su tío Evaristo y otras las había adquirido por medio de compraventas privadas: a don Antonio González, don Graciliano Valentín, don Andrés Tacoronte Salazar, don Juan y don Miguel Salazar, don Francisco Gómez Feo, doña Efigenia Feo Gómez, don Antonio Sarabia, don José Gómez Feo, don Cesáreo Hernández Hernández, don Vicente García y don Vitorino González, todos en 1903, a doña Francisca Frías en 1902 y a don Rafael García Delgado, en 1907. Además de los intereses territoriales que poseía en el Sur de esta isla, don Juan disfrutaba de otros bienes situados en otros lugares del archipiélago, como, por ejemplo, en Fuerteventura, pues en 1888 apoderaba a don Secundino Alonso Alonso, vecino de Puerto Cabras, para que le representase en todo lo relativo a los bienes que poseía o que pudiera poseer allí.[13]
ACTIVIDAD CULTURAL Y PERIODÍSTICA[14]
Don Juan Bethencourt publicó numerosos artículos sobre Prehistoria, Etnografía y Medicina. Para conocer su actividad periodística, contamos con la reseña que en 1898 hizo de su propio trabajo:
[...]hasta mis vetustos hábitos periodísticos, -pues unas veces con mi nombre, años con el pseudónimo de Jubeal y de ordinario sin firmar- fuí redactor de Los Sucesos, de La Democracia, del Eco de Canarias, de El País,de la Revista de Canarias, del Diario de Tenerifey fundador de La Reforma, de El Liberal de Tenerife, donde he adquirido no poca experiencia y disgustos.
También publicó algún artículo en La Aurora de Lanzarote, que aparecían firmados por Juveal, por una errata tipográfica.
Habría que incluir a don Juan Bethencourt en la generación de 1880, conocida también como la “generación del cable”, en la que destacó con luz propia, junto a destacados escritores, poetas e intelectuales, como don Benito Pérez Armas, don José Tabares Bartlet, don José Rodríguez Moure, don Manuel de Ossuna, don Leoncio Rodríguez, don Tomás Zerolo, etc.; con todos ellos entabló una profunda amistad.
En cuanto a la opinión que nuestro biografiado tenía del periodismo, así como de las influencias que podía tener sobre la información o la desinformación, era bastante clara y tajante. Criticaba que determinados periódicos y escritores contribuyesen a la infamia, la calumnia y procedimientos nada ortodoxos contra sus posibles adversarios políticos, defendiendo aquellos, a ultranza y sin ningún tipo de objetividad, a sus “amigos cubiertos o no cubiertos”.
CALLE “JUAN BETHENCOURT ALFONSO"
 Después de la visita realizada a las islas por el Rey Alfonso XIII, don Juan Bethencourt Alfonso recibió, entre otras ilustres personalidades, el nombramiento como “gentil hombre de Cámara”, tal como recogía el diario El Tiempo en su edición del 22 de mayo de 1906.
En 1910 estaban empadronados en la Plaza de la Constitución nº 2 de Santa Cruz de Tenerife: don Juan Bethencourt Alfonso, 64, San Miguel, Médico, 36; doña Carmen Herrera Goiry, 52, Habana, 40; doña Carmen 36 su casa Santa Cruz; doña Camila Hernández Sierra, 50, sirvienta de Santa Cruz; y doña Ricarda Borges García, 23 Arico sirvienta 13.
En 1913 don Juan figuraba como el tercero de los principales propietarios foráneos de terrenos rústicos en Vilaflor, donde pagaba una contribución de 213,8 ptas.
 El médico 1º del Hospital Provincial don Juan Bethencourt Alfonso falleció en su domicilio de Santa Cruz de Tenerife, en la Plaza de la Constitución nº 2, el viernes día 29 de agosto de 1913, a las nueve[15] de la mañana, a consecuencia de “neoplasia del hígado”; contaba 66 años de edad. Al día siguiente se efectuó el sepelio, desde la casa mortuoria hasta la iglesia matriz de Ntra. Sra. de la Concepción, donde a las nueve y media de la mañana se ofició el funeral de cuerpo presente por el cura párroco don Francisco Herraiz Malo, con asistencia de autoridades y todas las clases sociales de la capital; la imponente manifestación de duelo se despidió frente al Hospital Civil de los Desamparados y a las diez se condujo su cadáver al cementerio católico de San Rafael y San Roque de dicha capital, de lo que fueron testigos don Diego Costa y don Luis García Ramos, de dicha vecindad. Había otorgado testamento, pero se ignoraba la fecha y el notario en el momento de su muerte. Los diarios de Santa Cruz, La Prensa y La Opinión, publicaron sendas esquelas en nombre del presidente de la Diputación Provincial, el inspector de los Asilos benéficos, su viuda, hijos, nieto, hijos políticos, hermanos, sobrinos, primos y demás parientes del fallecido, anunciando la hora y el recorrido de la comitiva. Asimismo, insertaron notas necrológicas, relacionadas con las actividades del extinto, su intensa labor y el dolor que su muerte había producido en la isla.
El mismo día de su sepelio, el ilustre periodista don Leoncio Rodríguez publicó un artículo en la portada de La Prensa, titulado “Muerte sentida”, en el que le hacía la siguiente glosa
Otra pérdida muy sensible y dolorosa, lamenta en estos momentos el país.
 D. Juan Béthencourt y Alfonso, fallecido en la mañana de ayer, era una de las personalidades más valiosas de Tenerife. Su vasta cultura, su desmedida afición por el estudio de las antigüedades y las costumbres canarias; el entusiasmo que sentía por las tradiciones y las glorias de la tierra, diéronle fama general en el archipiélago e hiciéronle acreedor al respeto, la simpatía y la veneración de todos.
Retirado desde hace algún tiempo de la política, en la que descolló por su espíritu batallador y su vehemencia y acometividad para la lucha, ha desaparecido sin dejar esas irreductibles malquerencias y esas grandes odiosidades que suelen acompañar a los políticos hasta la tumba. D. Juan Béthencourt no deja enemigos en ninguna de las clases sociales ni entre sus compañeros de profesión. Ha muerto rodeado de la estimación de todos y con la aureola de un prestigio sólidamente conquistado.
Hemos perdido una gran figura de la intelectualidad isleña; nuestro mejor cronista de antigüedades. La copiosa labor del señor Béthencourt ha sido truncada por el fatal acontecimiento que todos lamentamos. Deja sin terminar una obra lingüística, costumbres y psicología indígenas que es, según versiones de todos los que han tenido ocasión de leerla, un notabilísimo libro, con tal profusión de detalles, antecedentes e informes sobre la raza guanche, que constituye uno de los estudios etnográficos más completos que se han hecho del inolvidable pueblo aborigen.
Esta obra era lo que más preocupaba y desvelaba al ilustre finado en las postrimerías de su vida. Para ella había sido el fruto de todos sus estudios, investigaciones y trabajos, y natural era que al ver aproximarse sus últimos años, sintiese el desasosiego espiritual del que no logra coronar su obra porque el destino se interpone en su camino para obligarle a abandonar los senderos de la vida.
El señor Béthencourt pudo terminar su obra, pero él ansiaba saber más, estudiar más, recopilar más, para trasmitir a las nuevas generaciones lo que acaso otros ya no pudieron saber ni averiguar, porque ninguno tendrá de seguro la abnegación y la constancia que él tuvo para recorrer palmo a palmo la isla, para ir de aldea en aldea inquiriendo datos y recogiendo los últimos vestigios de la raza conquistadora.
Esa fue la labor del Sr. Béthencourt; una labor que sólo un espíritu netamente isleño, profundamente enamorado de su tierra, podía realizar sin desalientos, en medio de la frivolidad y la indiferencia del ambiente.
Hombres de este temple ya no quedan, ó quedan muy pocos en el país. Con el Sr. Béthencourt perdemos un gran cerebro y una gran voluntad; perdemos también un isleño de la más pura cepa; de aquella cepa gloriosa, de imperecedera memoria, que dio a Tenerife historiadores y polígrafos que enaltecieron y dignificaron el nombre de nuestra tierra.
Al asociarnos al duelo del país, nos unimos también al duelo de la distinguida familia del finado, a la que hacemos presente el testimonio de nuestro más íntimo y sincero pesar.[16]
Al conocerse en su pueblo natal la noticia de su fallecimiento, se ofició un funeral en la iglesia parroquial. Y a la salida de éste se organizó una manifestación que se dirigió al Ayuntamiento, donde se presentó una petición firmada por don Martín Reyes García y don Eladio Gómez, en nombre de los vecinos de San Miguel, solicitando de aquel consejo: 1) Que diese el nombre de “Juan Bethencourt Alfonso” a una de las calles principales de la localidad, para perpetuar la memoria de tan esclarecido hijo; y 2) Que se colocase una lápida conmemorativa en la casa en que había nacido. Como no podía ser de otra forma, ambas propuestas fueron aceptadas por la Corporación municipal y pocos días después se tomó el correspondiente acuerdo, con el que se honraba la memoria de tan ilustre hijo.[17]
Asimismo, en la sesión celebrada el 4 de septiembre inmediato por el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, presidida por el alcalde Peraza, se hizo constar en acta la condolencia de dicha Corporación por la gran pérdida y se propuso dar su nombre a alguna plaza o calle de dicha ciudad; a propuesta de los concejales don Juan Martí Dehesa y Crosa se pidió que la calle elegida fuese la de San José, que se encontraba a la entrada del puerto, para mayor conocimiento de aquel científico para quienes visitasen la capital; y se acordó pasar dicha propuesta a la deliberación de la Comisión de Fomento. Dos meses después, el 3 de noviembre de 1913 el Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife acordó rotular con su nombre la antigua y céntrica calle de San José, una de las más típicas del viejo Santa Cruz, pero la popularidad del viejo nombre le birló su garra, para que la gente llamase con aquellos ilustres apellidos a tan céntrica y secular vía. También en reconocimiento a sus méritos, el Ayuntamiento de Arona acordó asimismo dar su nombre a una calle de la localidad.
 Le sobrevivieron su esposa, doña Carmen Herrera Goiry, y sus tres hijos: doña María del Carmen(1875); don Juan Manuel* (1877), que fue capitán de Infantería, propietario agrícola y consejero del Cabildo Insular; y doña María Bethencourt Herrera, de la que ignoramos su fecha de nacimiento.
Después de viuda, doña Carmen donó la primera imagen de la Virgen del Carmen para la ermita de su nombre, construida en Los Cristianos en 1924.
LABOR INVESTIGADORA: MANUSCRITOS Y PUBLICACIONES
Escritos y publicaciones
Nuestro biografiado acabó tan desencantado por la pobreza cultural e intelectual de la sociedad que le tocó vivir, que todavía en vida decidió legar su trabajo a las generaciones venideras. Por ello publicó pocos trabajos a lo largo de su vida, aunque colaboró con sus artículos en periódicos y revistas de las islas, casi siempre firmados con las siglas JBA o Jubeal. De ellos conocemos los siguientes:
           -“La Higiene en Santa Cruz de Tenerife”, en Revista de Canarias, I (1879); 6: 81-82; 7: 105-106; 17: 264-267.
         -“Dos palabras en relación al estudio de los aborígenes de Canarias”, en Revista de Canarias, II (1880); 31: 68-69.
         -“Notas para los estudios prehistóricos de las islas de Gomera y Hierro. I. El silbo articulado en La Gomera”, en Revista de Canarias, III (1881); 71: 321-322.
         -“Notas para los estudios prehistóricos de las islas de Gomera y Hierro. II. Sistemas religiosos de los antiguos gomeros”, en Revista de Canarias, III (1881); 73: 355-356.
         -“Notas para los estudios prehistóricos de las islas de Gomera y Hierro. Palabras pertenecientes al idioma de los antiguos gomeros”, en Revista de Canarias, IV (1882); 83-84; 131-133.
         -“Notas para los estudios prehistóricos de las islas de Gomera y Hierro. III. Cuevas funerarias, Kjökkenmoddinger y Letreros en la Gomera”, en Revista de Canarias, V (1882); 82: 114-115.
         -“La Villa de Adeje”, en El Liberal de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 25 de agosto de 1892.
         -“Retazos del archivo de Adeje”, en Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 28 de diciembre de 1897.
         -“Respuesta a D. Luis Rodríguez Figueroa”, en Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 8 de marzo de 1901.
Además de varios artículos periodísticos en: Los Sucesos, La Democracia, El Eco de Canarias, El País, Diario de Tenerife, La Reforma, El Liberal de Tenerife, El Constitucional, El Memorandum
A los anteriores trabajos se suma la “Circular y Cuestionario de las Islas Canarias”, impreso en Santa Cruz de Tenerife en 1884.
Y entre las obras que dejó inéditas a su muerte figuran las siguientes: Discurso en el Claustro de apertura del cruso 1879 a 1880 del Establecimiento de 2ª enseñanza de Santa Cruz de Tenerife (inédito); Materiales para el Folk-Lore Canario (inédito, 1884-1913, 11 volúmenes); La Batalla de Acentejo (inédito), ejemplar mecanografiado en la Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife, 1885; El pasado (inédito, 1888); Efemérides (inédito, 1888). Historia del Pueblo Guanche (inédito, 1912, tres tomos); Diccionario de ganadería y agricultura; y un libro sobre cuestiones médicas. Así como un interesantísimo diario, en el que don Juan tomaba nota de los acontecimientos acaecidos en Canarias con ocasión de la independencia de Cuba y Filipinas.
Y muchos años después de su muerte han visto la luz algunos de sus trabajos:
          -“Los Bailes Canarios. Cantos. El Silbo articulado de La Gomera”. En Trabajos en prosa y verso, seleccionados por Isaac Viera. Santa Cruz de Tenerife, s/a.
          -“Las danzas indígenas”. En Los cantos y danzas regionales. Colección Biblioteca Canaria.
         -Costumbres Populares Canarias de Nacimiento, Matrimonio y Muerte (1985). Introducción, notas e ilustraciones de Manuel Fariña González. Cabildo Insular de Tenerife, Museo Etnográfico. Santa Cruz de Tenerife.
          -Los aborígenes canarios (1985). Edición de Áfrico Amasik y Hupalupa. Editorial Benchomo. Santa Cruz de Tenerife.
          -Historia del Pueblo Guanche (1991-1997). Edición anotada por Manuel A. Fariña González. Francisco Lemus Editor, La Laguna. 1991 (tomo I), 1994 (tomo II), 1997 (tomo III).
          -Costumbres de la nación canaria. Bailes y cantos (1993). Colección Tagorín nº 2, Editorial Benchomo.
       -Costumbres de la nación canaria. Tradiciones guanchinescas (1993). Colección Tagorín nº 3, Editorial Benchomo.
          -Costumbres de la nación canaria. La batalla de Acentejo (1993). Colección Tagorín nº 4, Editorial Benchomo.
          -Obras de Juan Bethencourt Alfonso, 1847-1913. 1. a. Agricultura, b. Ganadería. C. Peletería (1994). Editorial Globo. Facsímil.
          -Vocabulario Guanche (1994). Editorial Globo. Facsímil.
          -“Las danzas indígenas”. En Los cantos y danzas regionales (2001). Colección Biblioteca Canaria. Reedición, con prólogo de Marcial Morera. Editorial Leoncio Rodríguez S.A.
Su importante archivo, que está siendo trabajado por el profesor don Manuel Fariña González, se encuentra depositado en la Biblioteca de la Universidad de La Laguna, por deseo expreso de sus herederos.
LA "HISTOIA DEL PUEBLO GUANCHE"
La intensa actividad investigadora se vio culminada en una magna obra en tres tomos “Historia del Pueblo Guanche”, en la que recogía datos de fuentes arqueológicas, documentales y orales, éstas últimas recogidas preferentemente entre los pastores del Sur de la isla.
En el primer tomo destaca el marco geográfico del Archipiélago y los temas relacionados con la lengua de los guanches; en el segundo, la etnografía y la organización socio-política de la sociedad; y en el tercero, la historia de la conquista de las islas.
El periodista don Leoncio Rodríguez hacía en 1916 una bella semblanza de nuestro biografiado y de su obra histórica:
[...] el historiador Bethencourt y Alfonso (D. Juan), fallecido en nuestros días, que ha dejado inédita una obra que es una valiosísima fuente de noticias relativas a la prehistoria canaria, al origen de la raza, al idioma guanche, y a las costumbres y organización del antiguo pueblo insular.
La muerte sorprendió al ilustre doctor cuando aún se hallaba en pleno vigor intelectual, privando a las letras canarias de uno de sus cultivadores más insignes, y a Tenerife de un arqueólogo eminente, digno continuador de Viera y Clavijo.
La labor del Sr. Bethencourt y Alfonso no ha sido aún conocida y apreciada en toda su magnitud, porque, como decimos, se halla inédito todavía su libro; pero tenemos motivos para afirmar que se trata de una obra que superará en valor histórico y literario a casi todas las publicadas sobre Canarias.
Consta de tres tomos, en los que se abarca desde la historia de la unidad de la raza, sus caracteres físicos, fisiológicos, etc., hasta los acontecimientos políticos del primer tercio del siglo XV.
En la primera parte desarrolla el Sr. Bethencourt temas tan interesantes como son las emigraciones prehistóricas de los guanches a la América; los hechos y antecedentes que dan la certidumbre de que todos los isleños hablaban la misma lengua, lenguaje silbado y buceado; inscripciones íberas; vocabulario, religión, geografía, pastoreo, poesías, etc., y nombres de personas y lugares.
Trata después de las divisiones político‑administrativas, densidad de población y fuerza militar, bailaderos y luchaderos públicos; de los reinos habidos en Tenerife desde la muerte de Tinerfe el Grande hasta la invasión española, Archimenceyatos, Tagoros, etc; de las formas de gobierno y regalías de los soberanos, de las clases sociales y leyes suntuarias; evolución de la familia; socialismo comunista; teogonía, sabeísmo y prácticas religiosas.
Describe luego los sistemas de inhumación; los Juegos beñesmares y gimnásticos; los ejercicios atléticos, suerte de los Malospasos, natación, concursos y desafíos; el espíritu guerrero de la raza; su organización militar; la vivienda y el ajuar; los recursos alimenticios y la cocina guanche.
El último tomo contiene interesantes noticias de la época histórica (siglos XIV y XV); invasión de Diego García de Herrera; expulsión de los españoles, incursiones de Hernández de Vera y Maldonado, y la batalla de Añaza.
Se ocupa después de la confederación de los reinos de Abona, Adeje, Daute e Icod, de la derrota de los aliados, y del tratado secreto del rey de Anaga y Añaterve, de Güímar contra Bencomo, y de la primera, segunda y tercera campaña de Lugo, que terminan con la batalla de la Victoria.
A continuación habla de los sucesos que siguieron al tratado secreto de Lugo con la nobleza liguera, del alzamiento de los villanos, y de la cuarta campaña que culminó con el reconocimiento de la soberanía de España por la nobleza guanche.
Por último, estudia la organización de la nueva sociedad; creación del Cabildo de La Laguna, repartimiento de tierras; conducción y retorno de España de los reyes de Tenerife; preparativos de expediciones a Berbería, guerra de los esclavos o alzados y reconstitución del reino de Adeje con la proclamación del rey Ichasagua, que determinó la sexta campaña.
Y después de darnos a conocer algunas interesantes noticias sobre ordenanzas, libertad de los esclavos y supervivencia de los alzados, termina hablando de la proporcionalidad de sangre guanche y española en la población de Tenerife y del proceso evolutivo que dió origen a la errónea creencia del aniquilamiento de la raza guanche”.
Y continuaba don Leoncio: “Tal es, en sucinto resumen, el contenido de este importantísimo libro, que contribuirá a depurar y seleccionar la historia de Canarias, especialmente la del pueblo indígena, alrededor de la cual se ha fantaseado mucho.
Esta labor de depuración histórica, de sereno estudio y de concienzudo análisis, juntamente con la no menos transcendental de reconstituir y desentrañar muchas fuentes de investigación que permanecían ignoradas, y a punto de extinguirse para siempre, fue la que realizó durante toda una vida de perseverantes y patrióticos empeños, el ilustre doctor Bethencourt y Alfonso.
A él deben gratitud imperecedera los amantes de la cultura y las tradiciones regionales. Algún día le tributará la posteridad los debidos honores, y el nombre del Sr. Bethencourt será recordado con veneración entre los demás ingenios que han sabido abrillantar y enaltecer nuestra Historia.
Y de este honor podrá considerarse orgulloso el Sur de Tenerife, no sólo por tratarse de uno de sus hijos predilectos, sino por haber servido de campo de estudio a aquel gran arqueólogo isleño, que en las viejas cuevas y en los profundos barrancos de su tierra descubrió nuestras reliquias históricas, las últimas huellas de una raza torpemente destruida, prematuramente sacrificada.
 A lo largo de los años existieron un par de intentos de publicar esta obra, uno de ellos en los años treinta por el Instituto de Estudios Canarios, pero lo costoso de la edición de tan extensa obra impidió su publicación. Como ya hemos indicado, tras dormir el sueño de los justos en el Aula de Cultura del Cabildo Insular de Tenerife, en 1978 el profesor de Historia don Manuel A. Fariña González comenzó a preparar la edición de esta obra y en 1991 vio la luz el primer tomo de la “Historia del Pueblo Guanche”, que incluía “Su origen, caracteres etnológicos y lingüísticos”; al que siguieron en 1994 el 2º tomo, sobre “Etnografía y organización socio-política”; y en 1997 el 3º, sobre la “Conquista de las Islas Canarias”, con el que se completaba la trilogía, merced a la iniciativa de Ediciones Lemus; la edición, el preámbulo y las notas correspondieron al citado profesor don Manuel A. Fariña González. Del tomo I se publicó una 2ª edición en 1992 y una 3ª en 1999.
Difícilmente hubiese comprendido don Leoncio que tendrían que transcurrir 78 años de la muerte del Dr. Bethencourt para que comenzase a ver la luz su interesantísima obra, y sólo gracias a una iniciativa particular, ni que el nombre de éste ilustre tinerfeño quedase sumido en el olvido hasta ahora, siendo prácticamente desconocido para las actuales generaciones.
Como homenaje a su persona y a su obra, en 2004 la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de San Miguel de Abona organizó las “I Jornadas Juan Bethencourt Alfonso” sobre Historia de Canarias, en colaboración con el Vicerrectorado de Extensión Universitaria y Relaciones Institucionales de la Universidad de La Laguna, de las que en 2005 se celebró la segunda edición. En ese mismo año 2005, la citada Concejalía convocó el “I Premio de Investigación Histórica Juan Bethencourt Alfonso”, de ámbito regional.
Considerado por muchos como “el último humanista canario”, la escritora doña María Rosa Alonso dijo don Juan Bethencourt que “dejó importante obra inédita, siendo uno de los hombres más destacados de la valiosa generación de los 1880, que tanto relieve dio al archipiélago[18]. Como dijo el escritor y político don Benito Pérez Armas en su novela “La vida, juego de naipes”: “El Dr. Bethencourt Alfonso es uno de los contados hombres ante quien yo me he rendido a la discreción. Desde pequeño, siempre que aparecía en mi casa, con aquel su semblante de gravedad, suavizado por una sonrisa bondadosa, con las floridas barbas luengas, los ojos avizores tras los cristales de los espejuelos, le tributé reverente admiración”.[19]
(Octavio Rodríguez Delgado,2)

[1]Para más información, véanse los artículos: M.A. Fariña González (1983): El Doctor D. Juan Bethencourt Alfonso o el compromiso con Canarias, Gaceta de Canarias, año II nº 5: págs. 26-38; y J.A. Galván Tudela (1986): Islas Canarias. Una aproximación antropológica, Cuadernos de Antropología, págs. 5-13.
[2]Profesor titular de la Universidad de La Laguna, cronista oficial de Güímar y Candelaria.
[3]Archivo Regional Militar de Canarias. Expediente personal de don Juan Bethencourt Alfonso, caja nº 6129.
[4]Doña Carmen había sido bautizada en la iglesia parroquial de Ntra. Sra. de Guadalupe de La Habana el 18 de agosto de 1851.
[5]Diario de Tenerife, 22 de junio de 1887.
[6]Diario de Tenerife, 31 de agosto de 1892.
[7]Juan Bethencourt Alfonso (1879). La Higiene en Santa Cruz de Tenerife. Revista de CanariasI: 6 (págs. 81-82), 7 (págs. 105-106), 17 (págs. 264-267). Santa Cruz de Tenerife. Véase Fariña González, op. cit.
[8]Fariña González, op. cit.
[9]Gente Nueva, nº 64. Santa Cruz de Tenerife, 2 de marzo de 1901. Pág. 2.
[10]Fariña González, op. cit. También hemos extraído algunos párrafos de Manuel Fariña González, Historia de una entrevista imposible con Jubeal: “¡Que vienen los ñaimes! (1898-1898)”, El Día 22 de diciembre de 1998, págs. 64/VI-66/VIII.
[11]María Mercedes Chinea Oliva. Las bases sociales del poder local. Algunos apuntes para su estudio en Arona (Sur de Tenerife), 1900-1936. XVI Coloquio de Historia Canario Americana, pág. 1134 y nota 22.
[12]Juan Arencibia. Doctor Juan Bethencourt Alfonso. Diario de Avisos, lunes 9 de diciembre de 2002, pág. 4.
[13]Carmen Rosa Pérez Barrios (2005). La propiedad de la tierra en la Comarca de Abona en el Sur de Tenerife (1850-1940). Tomo I, pág. 390-391.
[14]Fariña González, op. cit.
[15]Según la partida de la parroquia murió a las diez de la mañana y según la del Registro Civil a las nueve.
[16]Leoncio Rodríguez, 1913. Muerte Sentida. La Prensa, 30 de agosto de 1913, pág. 1.
[17]Raúl E. Melo Dait. 2006. Juan Bethencourt Alfonso y San Miguel de Abona (I). El Día, sábado 4 de marzo de 2006, suplemento “La Prensa”, págs. 1-3.
[18]Miguel Ángel Hernández González, 1991. Archipiélago canario. Muestras de la investigación de Bethencourt Alfonso en la literatura tradicional. El Día, suplemento La Prensa, domingo 20 de octubre de 1991, pág. XIX/61.

[19]Benito Pérez Armas. 1990. La vida, juego de naipes. Ed. Biblioteca Básica Canaria. Islas Canarias.

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