viernes, 25 de septiembre de 2015

EFEMERIDES CANARIAS







UNA HISTORIA RESUMIDA DE CANARIAS
PERIODO COLONIAL 1501-1600
DECADA 1551-1560

CAPITULO IX-LXIV

Eduardo Pedro García Rodríguez


1567 Enero 10.
El año de 1566 todavía reservaba a los ingleses nuevas empresas marítimas y comerciales. Una de las más destacadas fue la de George Fenner a Guinea, que nos interesa por estar hasta cierto punto relacionada con las Islas Canarias.

En el otoño de 1566, cuando el Almirantazgo inglés prohibía a John Hawkins desplazarse a las Indias Occidentales, otro piloto británico, George Fenner, sufría análogos entorpecimientos en Portsmouth por causa de la vigilancia española. Guzmán de Silva había descubierto en la rada de dicho puerto británico tres navíos anclados aprestándose para una larga travesía, y temiendo que su verdadero destino fuesen las codiciadas Indias, no paró hasta conseguir la interdicción del Consejo privado, de la Reina.

Fenner fue obligado a depositar, igual que Hawkins, una fianza de 500 libras, como garantía de sus lícitos propósitos; pero no se puso ninguna otra restricción a la empresa, que tenía como fin primordial el comercio de oro con Guinea.

Componían la expedición tres navíos ingleses: el Castle of Comfort, el Wayflower el George y una pinaza, capitaneados por los hermanos George y Edward Fenner, naturales de Chichester, famosos ambos por sus anteriores viajes comerciales, en los que habían ganado reputación de expertos pilotos.

La flota británica zarpó de Plymouth el l0 de diciembre de 1566, presentándose quince días después en aguas de las Canarias, donde Fenner estableció contacto con el corsario Edward Cook, que navegaba por los alrededores del Archipiélago en sus ininterrumpidas operaciones bélicas.

La escuadra inglesa permaneció algunos días en Tenerife, hasta que el 10 de enero de 1567 Fenner abandonó aquellos parajes con rumbo a Guinea.

El resultado de la expedición no fué satisfactorio. Ni abundaron los buenos negocios, ni los ingleses pasaron, por causas ignoradas, de Cabo Verde. Y, en cambio, en el viaje de retorno tuvo que combatir Fenner con una escuadra portuguesa a la altura de las Azores.

El pirata inglés –pues Fenner parece haberlo también sido- anduvo merodeando por aquellos contornos durante cerca de un mes a la captura de una buena presa, y ello fué causa del combate antes citado, del que pudo salir airoso gracias a la superioridad de los cañones del Castle of  Confort.

Los expedicionarios estaban de regreso en Inglaterra a mediados de 1567, pues Fenner hizo su entrada en Southampton en los primeros días de junio de dicho año.

Por aquella fecha los negociantes interesados en las empresas marítimas de Inglaterra desplegaban una extraordinaria actividad, impulsados, como siempre, por el espíritu dinámico y aventurero de Hawkins.

La expedición a las Indias de 1566, en la cual cupo al pirata todo -organización, dirección y planes-, a excepción de su presencia personal, no paralizó los esfuerzos de éste para proseguir, sin tregua ni descanso, las empresas comerciales a las que había consagrado su vida y si las circunstancias políticas impusieron su apartamiento personal de la expedición de 1566, en cambio le permitieron a Hawkins desplegar su acostumbrada actividad en los primeros meses del año siguiente, hasta ver tomar cuerpo y visos de realidad otra nueva expedición de mucha más envergadura que las anteriores.

Tales proyectos no escaparon a la sagacidad y vigilancia del embajador don Diego Guzmán de Silva, quien en el mes de mayo de 1567 daba el grito de alarma a la corte española, comunicándole cómo Hawkins aprestaba en Rochester "cuatro, buenos navios y una pinaza", dos de ellos propiedad de la reina Isabel.
La carta de Silva merece que copiemos alguno de sus párrafos: "Hasta agora-decía a Felipe II -esta muy secreto y no se ha hecho mas de calafatearlos; creese que ira con ellos Juan Aquines [y] daran nombre que llevan mercaderias de dos aldramanes ricos de esta ciudad que se llaman Duquete y Garrelte; piensase que tendran parte algunos del Consejo [y] de creer es que iran a Guinea y de alli do les parecera. .." .

Guzmán de Silva finaliza su misiva anunciando al monarca español su inmediata visita a la Reina para protestar del hecho y dándole cuenta del aviso que había comunicado al rey de Portugal para prevenirle contra tal contingencia.

El embajador en Londres, como siempre, estaba muy bien informado. En Efecto, por aquellos meses los negociantes londinenses sir Lionel Ducket (Duquete) , sir William Garrard (Garrate.) , Rowland Heyward,. William Winter, y acaso también los organizadores de la expedición del 64, como Leicester, Pembroke, Gonson, Castlyn, etc., financiaban, con la colaboración económica de. los hermanos Hawkins, un nuevo viaje a las Indias de mayor envergadura que todos los anteriores y, por tanto, de fines también más amplios y ambiciosos.

Para ello contaban sus organizadores con dos navíos de la Reina: el Jesús of Lubeck y el Mitnion más cuatro pertenecientes a particulares: el William and John, el Swalow, el Angel y el Judith. El primero, el Jesús of Lubeck) ya dijimos que había sido comprado por Enrique VIII en 1545 a la Liga Hanseática y que desplazaba 700 toneladas; el segundo, el Minino era navío de 300 toneladas, construido en 1536, y artillado con media docena de cañones pesados y gran número de ligeros. Ambos navíos tenían en 1567 una brillante ejecutoria naval, pues habían participado indistintamente en casi todos los viajes comerciales ingleses de los primeros años del reinado de Isabel.

Las otras embarcaciones eran más ligeras y de menor tonelaje, pues el William and John sólo desplazaba 150 toneladas; el Swalow 100; el Judith 50, y el Angel .

La empresa se concebía a mediados del año 1567 con una doble finalidad afro-americana : establecer el dominio directo de Inglaterra sobre un trozo de la costa africana, construyendo una torre en Laras, más allá del castillo portugués de Elmina, y comerciar a renglón seguido con las Indias Occidentales, particularmente con los ricos territorios de la Nueva España o Méjico.

La primera finalidad obedecía al prurito inglés de cortar los propósitos de Francia para establecerse en el continente negro, y está hasta cierto punto relacionada con la fracasada expedición del noble caballero francés Peyrot de Monluc. Los pilotos portugueses Antonio Luiz y André Homen, que se habían ofrecido a Monluc para abrirle las puertas de Africa, entraron en relaciones con la reina Isabel de Inglaterra y ésta brindó a Hawkins la magnífica coyuntura que se ofrecía a su patria para crearse un establecimiento en aquel continente. El pirata de Plymouth no acogió la oferta con excesivo calor, pero sí la aceptó en cuanto le servía para encubrir sus torpes propósitos de poder llevar a cabo un nuevo viaje negrero a las Indias Occidentales.

Mas al mismo tiempo que Hawkins desplegaba su inusitada actividad para el apresto de los navíos de la flota, el embajador español en Londres no dormía un segundo, inquiriendo noticias sobre los proyectos y propósitos del pirata.

El día 12 de julio de 1567 escribía don Diego Guzmán de Silva al Rey cuantos pormenores había podido alcanzar sobre el número y porte de las embarcaciones. Según Silva, el número total de los navíos era el de nueve: cuatro de la Reina, apostados en Rochester-entre ellos el Jesus de Lobic (sic ), de 800 toneles-y cinco de propiedad particular anclados en la rada de Plymouth. "Han sacado estos días-añadía el embajador-de la Torre de Londres municiones para meter en estos navíos, artillería, coseletes, coracinas, picas, arcos con sus flechas, dardos y otras cosas necesarias para efecto de que vayan bien en orden las naos; dicen que llevarán 800 hombres escogidos". Tal aparato guerrero hacía pensar al embajador que quizá fueren ciertos los rumores de dirigirse los expedicionarios a África con fines de conquista; pero por si acaso había visitado a William Cecil recordándole los ofrecimientos de la Reina, y éste le había dado garantías, con su palabra de por medio, para que estuviese seguro de que no irían a las Indias.

Con todo, y ante los temores de que en un plazo muy corto zarpasen los navíos, Guzmán de Silva visitó a mediados de julio de 1567 ala reina Isabel y obtuvo de sus propios labios la confirmación de las promesas de Cecil de que la expedición no se dirigiría en ningún caso a la América española. Sin embargo, las promesas de la casquivana Reina no tranquilizaron al embajador español, quien, desconfiado por sistema-razones sobradas había para serlo-, advertía ahora a Felipe II la extrañeza que le producía ver embarcar en los navíos grandes partidas de paños y lienzos "que no es mercancía para aquella tierra" (Guinea). Por otra parte, el embajador seguía sorprendiendo la correspondencia de Hawkins con los Ponte, y puesto "que ninguna jornada ha hecho Aquines en que no haya sido interesado en ella Pedro de Ponte, el de Tenerife", cabía pensar mal de semejante trato y relación. Para aumentar las dudas, los rumores eran cada vez más insistentes sobre que "el Aquines y su compañía irán, después de haber hecho el rescate y tomado los negros en Guinea, a la Nueva España",
pues "llevan muchas habas y otras legumbres que son provisiones para los negros, los cuales no suelen llevar a otra parte sino a la Nueva España e islas circunstantes".

La correspondencia del embajador refleja, en corto espacio de días, los altos y bajos de su espíritu ante aquella política tortuosa de encrucijada y engaño que desplegaba la corte de Isabel en los años que nos ocupan y de esta manera, si bien el 26 de julio de 1567 ponía al corriente a Felipe II sobre el, sistema de contratación que empleaban los ingleses sobornando a los gobernadores con dádivas cuantiosas, en cambio el 2 de agosto se mostraba confiado y optimista conforme a las promesas de la Reina y de Cecil, para reincidir el 13 de septiembre en su anterior postura de desconfianza y recelo.

Mientras tanto, aprestados los navíos de la expedición y reclutadas y dispuestas sus tripulaciones, se creía inminente en Londres su partida a mediados de agosto de 1567. El 30 de julio los dos navíos de la Reina, el Jesus of Lubeck y el Minion zarparon de Londres con dirección a Plymouth para reunirse con el resto de la flota que allí se encontraba apostada, y pocos días más tarde el mismo John Hawkins tuvo la osadía de despedirse del  embajador español en persona para jurarle y perjurarle "que no iría a parte ninguna donde se hiciese deservicio" al rey de España, pues su máximo deseo era el servirle, aun sin contar "que lo tenía así mandado la Reina".

Sin embargo, por causas fortuitas, la expedición tuvo sus aplazamientos. Los pilotos lusitanos fueron ganados otra vez a la causa de su patria por el embajador de Portugal en París y embarcados secretamente, lo que supuso una demora en la partida y, por otra parte, ocurrió en Plymouth por aquella fecha un incidente naval que puso en riesgo de pérdida a algunos de los navíos anclados en el citado puerto británico. Navegaba a la vista de Plymouth la flota de guerra de los Países Bajos, al mando del almirante Alphonse de Bourgogne, barón de Wachen, cuando cuestiones protocolarias de precedencia en el saludo enzarzaron a ambas escuadras en un largo tiroteo, con daños visibles por una y otra parte.

De todas maneras, a mediados de septiembre la flota inglesa se hallaba dispuesta y preparada para zarpar John Hawkins había escogido como navío almirante al Jesus of Lubeck cuyo contramaestre era Robert Barrett; el Minion llevaba por capitán a Thomas Hampton y por segundo a su hermano James, y el William, el John iba capitaneado por Thomas Bolton, llevando como contramaestre a James Raunse. De los otros tres navíos, el Swalow  el Angel y el Judith ignoramos sus mandos, pues si bien este último fué pilotado más adelante por Francis Drake, en el momento de la partida el después celebérrimo pirata navegaba formando en la tripulación del Jesus a las inmediatas órdenes de Hawkins. Viajaban con categoría especial dentro de las tripulaciones William Clarke, representante de los negociantes de Londres, y los caballeros George Fitzwilliam (que había acompañado a Hawkins en la expedición de 1564) John Darney y el capitán Edward Dudley. Este último sería el promotor de un dramático episodio en Santa Cruz de Tenerife.

Por fin, el 2 de octubre de 1567 pudo hacerse John Hawkins por tercera vez a la mar, con rumbo al continente americano. La flota zarpó de Plymouth, yendo el Jesus a la cabeza, seguido por sus otros cinco compañeros. Todos los navíos llevaban a remolque dos grandes barcazas para las operaciones de tierra que se pudieran presentar.
Al tercer día de navegación, John Hawkins reunió a 1os capitanes en su navío almirante y les dio todas las instrucciones al caso convenientes, frente a las contingencias que en la primera parte de la travesía se pudieran presentar. Si los buques tenían que separarse a causa de mal tiempo, el punto de cita y de reunión sería el puerto de Santa cruz de Tenerife, donde él tenía intención de hacer aguada y de conferenciar con los Ponte.

Las circunstancias posteriores vinieron a confirmar la pericia y sagacidad del gran pirata, pues veinticuatro horas más tarde, cuando la escuadra se encontraba a 40 leguas del cabo Finisterre, se vió sacudida por un terrible huracán que durante cuatro días consecutivos mantuvo en constante peligro a los navíos de la flota. El Angel pudo mantener su contacto con el Jesus of Lubeck mientras el Minion con el William y el Swalow formaban escuadrilla aparte, y el Judith perdía todo enlace con el resto de la flota. Ni que decir tiene que casi todas las barcazas desaparecieron en el mar por la acción del terrible elemento.

A media noche del día 10 de octubre la tempestad amainó, y a la mañana siguiente el viento soplaba en dirección favorable para seguir la travesía. John Hawkins reunió a su tripulación para dar gracias a Dios por haberles librado del peligro, y ante las interrogantes miradas de los marineros confirmó su propósito de continuar adelante, sin dar por fracasada la empresa.

De esta manera ambas escuadrillas prosiguieron su travesía por separado, logrando Hawkins recoger al Judith en el camino, para presentarse con su flotilla en Santa Cruz de Tenerife el 23 de octubre de 1567.

La estancia del pirata en las Canarias merece los honores de un comentario particular, sobre todo después de haber conocido el ambiente de hostilidad que se respiraba en el Archipiélago en vísperas de su tercera expedición. La presencia de John Hawkins en Tenerife despertó 1os temores de toda la población, que se preparó para resistir al pirata por las armas si venía en son de guerra, o para tenderle una celada si descendía a tierra con propósitos de paz.

Tal aseveración, defendida por los cronistas del viaje al captar la atmósfera hostil y adversa que se respiraba en Santa Cruz de Tenerife, donde sus habitantes aparecían armados hasta los dientes, se confirma por las declaraciones de algunos de los testigos presénciales de la estancia del pirata, como el capitán y regidor de Tenerife Juan de Valverde, quien aseguró pocos meses después que "Juan Acles, no quiso entrar en el puerto, sino estarse desviado donde: no le alcanzasen con la artillería, y no queriendo salir en tierra aunque le enviaron a decir que saliese en tierra, y que entre la Justicia y Regimiento y capitanes trataban de prendello si saliera a tierra...".

Volviendo a recoger el hilo de nuestra narración, ya referimos cómo John Hawkins se presentó en Santa Cruz de Terierife el 23 de octubre de 1567; "el qual traxo-dice un testigo presencial-una galeaza gruesa [el Jesus of Lubeck y dospataxes [Angel y Judith que eran como naos medianas y la galeaza nabio muy grueso y muy poderoso y muy artillado, el qual puso en alboroto la isla por ser pirata y robador".

Era entonces gobernador de Tenerife don Juan Vélez de Guevara,  inmediatamente que tuvo noticias, por los vigías de Anaga, de la presencia de la flota enemiga, dispuso que se tocase alarma en la ciudad de La Laguna y que las compañías de aquel tercio se preparasen para la defensa de Santa Cruz. Se componía entonces el tercio de La Laguna de cuatro compañías mandadas por los capitanes Alonso de Llerena, Lope de Azoca, Juan de Valverde y Francisco Coronado, y todas ellas, con sus alféreces y soldados, descendieron al puerto de Santa Cruz con el gobernador al frente. La caballería, de la cual era capitán Luís de Perdomo, se había anticipado ya a hacer acto de presencia en aquel lugar, estableciendo contacto con los hombres de la compañía de Santa Cruz, que se hallaban convenientemente apostados al mando de su capitán, el alcaide de la fortale-
za de San Cristóbal, Pedro de Vergara. Esta fue la disposición militar y guerrera que tocó contemplar al emisario de John Hawkins cuando se presentó en Santa Cruz de Tenerife para dialogar en nombre del pirata con el gobernador. El panorama era bien distinto al plácido y risueño que en tantas ocasiones había disfrutado Hawkins en sus visitas de otros tiempos al puerto canario.

Bien cumpliesen las autoridades isleñas instrucciones reservadas de la corte, bien fuesen tales medidas producto natural de las depredaciones y piraterías: de sus socios y capitanes, o del conocimiento de sus reiterados tratos con las Indias, lo cierto es que el crédito de Hawkins se había resquebrajado por completo, no quedándole ni asomo de la popularidad y confianza que en años anteriores se había granjeado por la seriedad y eficacia de sus cambios comerciales.

Mientras tanto John Hawkins había anclado sus navíos a conveniente distancia de la fortaleza de San Cristóbal, interponiendo hábilmente como barrera entre sus buques y el castillo a varios navíos fondeados en el surgidero de Santa Cruz, que estaban cargando productos para las Indias.

John Hawkins, cortés y astuto, saludó a las embarcaciones españolas y éstas le respondieron gastando su pólvora en iguales finezas.

Poco tiempo despues se separó del Jesus una barcaza británica y se acercó lentamente al desembarcadero. Salió de ella el emisario de Hawkins, cuyo nombre ignoramos, y dialogó por breve espacio de tiempo con el gobernador. Le preguntó si tenían noticias de otros tres navíos ingleses perdidos del grueso de la flota, y al tener una respuesta negativa demandó de la autoridad licencia para que las tripulaciones pudiesen bajar a tierra y comprar algunos productos y artículos de que estaban necesitados los buques. El gobernador Vélez le contestó cortésmente, autorizando ambas cosas e invitó a Hawkins a descender también en tierra.

El emisario regresó al navío almirante, pero. Hawkins, enterado de la disposición militar del puerto, decidió aguardar al Minion y sus acompañantes sin aventurarse en tierra y sólo autorizó el desembarco de algunos marineros para llevar a cabo las necesarias transacciones. Los buques hicieron provisión de agua, vino en pipas y en botijas-y otros mantenimientos, y se surtieron de ladrillos y cal para reparo de los daños sufridos en el temporal del Atlántico. Con este motivo circularon por las calles del humilde Santa Cruz de entonces varios marineros, entre ellos algunos católicos, pues el beneficiado del lugar, Mateo de Torres, aseguró haber confesado a uno de ellos y visto oír misa en la parroquia de la Concepción a varios ingleses de la tripulación de Hawkins.

El pirata inglés también franqueó sus navíos a los canarios, quienes, guiados por la curiosidad, por los negocios o por la amistad con Hawkins, visitaron el Jesus, quedando asombrados del porte de la embarcación, "que benia  muy armada con quarenta piezas de artilleria de bronce y mucho genero de armas...". Uno de los visitantes fué el alguacil del juez de Registros de Tenerife, José Prieto, quien, cumpliendo órdenes de su jefe, el doctor Mexía, recorrió los navíos de Hawkins para comprobar que no conducían mercancías españolas .Pero hubo un núcleo de visitantes más "ilustres" (aunque ignoramos sus nombres) que fueron agasajados por Hawkins, sentándolos a su mesa y obsequiándolos con suculenta comida. El banquete es digno de particular comentario, pues, coincidiendo con las cuatro témporas, los canarios contemplaron absortos cómo la plana mayor del navío guardaba la vigilia entre platos de variadas carnes y cómo Hawkins devoraba, entre risotadas, una perdiz canaria que le asaban sus cocineros; al ser advertido el pirata de su distracción, se limitó a contestar con sorna que él tenía para ello "bula especial del Papa". (En: A. Rumeu de Armas, 1991, nota a pié de página)

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