domingo, 25 de octubre de 2015

ATRASO INTELECTUAL EN LOS COLONOS ESPAÑOLES EN CANARIAS



1572 Diciembre 19. En estas fechas de discutía en el Cabildo eclesiástico de la secta católica establecido en la parte de la colonia de Winiwuada n Tamaránt (Las Palmas de Gran Canaria), la posibilidad de erigir otro convento de dicha secta en la ciudad, mientras que las condiciones de vida para los naturales, criollos y colonos era ciertamente deplorable, tal como recoge el criollo Agustín Millares: “Entretanto, las Islas iban lentamente progresando, si no en su parte intelectual y moral, al menos, en aquella que se relacionaba con los intereses materiales de su existencia.


Buscar, en efecto, progreso intelectual bajo la presión terrible y abrumadora de la Inquisición sería desconocer la marcha de la inteligencia, y las condiciones normales de la Sociedad.

Por el rápido examen que de los procesos del Santo Oficio hemos hecho, se puede juzgar, hasta donde se extendía su minucia espionaje, y la red invisible de sus delaciones.

La introducción de un libro cualquiera, aún los de aquellos que trataban de asuntos místicos era vigilada con escrupulosa atención, la lectura pues, era un lujo que pocos se permitían, pudiendo asegurarse, que la vida de los santos, y alguna novena manuscrita, constituían la biblioteca de la parte mas ilustrada de la Población. Los sermones, que eran entonces al pueblo, lo que hoy son las conferencias, tampoco contribuían á instruir a las multitudes.

Confiados, en general, á personas de escasa ciencia, y circunscrito su objeto al panegéri-co de algún Santo, ó explicación de algún misterio, pocas veces se elevaban á consideraciones filosóficas, dignas de la moral cristiana, arrastrándose comúnmente por la rutinaria senda abierta por sus antecesores, sin valor ni conocimientos para hacer del pulpito la cátedra de la pura doctrina evangélica, y de los preceptos sublimes de Jesucristo.

Servíales, sin embargo, de disculpa á esos tímidos predicadores, los procesos que aun se conservan contra aquellos eclesiásticos que, sin intención anuda, sin dotes de innovadores, lanzaba alguna proposición, que estuviese en desacuerdo con la manera de pensar de los Inquisidores.

Ante esa espada, sin cesar suspendida sobre el pensamiento, se embrutecía el más docto, y se callaba el más intrépido. Además, acostumbrados a respirar aquella atmósfera viciada, llegaban á persuadirse que la conciencia humana no tenia otro molde, que aquel en que se la arrojaba hacía tantos siglos, ni las ideas otro carril, que el abierto por la teocracia, en el largo y oscuro transcurso de los siglos medios.

Por este tiempo, un hijo de Las Palmas que ya hemos citado, honor y gloria de estas humildes rocas, después de haber viajado por el algunos países de Europa, y detenido en Italia que ya poseía el Dante, el Petrarca, el Ariosto y el Tasso trajo á su patria un eco de aquellos inspirados cantos, y bajo las copas de sus magníficos árboles, nos legó una epopeya reflejo de la época en que vivía.

Pero, el esfuerzo titánico de D. Bartolomé Cairasco de Figueroa, había de quedar sin imitadores. Su musa murió con él, y nadie se atrevió á recoger la lira, que había dejado abandonada en el bosque sin rival de Doramas.

Hemos dicho, y volveremos á repetir, que los progresos de la colonia en su parte, por decirlo así, material, eran muy lentos. El Municipio, único cuerpo con autoridad bastante para impulsar las reformas, no pensaba más que en obtener concesiones para fundar mayorazgos, patronatos y Capellanías, destinados aquellos á perpetuar la nobleza en las edades futuras, y éstas á salvar sus almas en el otro mundo, por medio de ofrendas piadosas, que inclinasen el animo de Dios á perdonar sus pecados.

Sus actas contenían largas relaciones sobre las competencias sostenidas con las autoridades eclesiásticas y judiciales, respecto al sitio que debían ocupar en las proce-siones é Iglesias; sobre el tratamiento que debían dar y exigir en sus comunicaciones oficiales; sobre fundaciones de conventos y cofradías; y sobre armamento y defensa de la Isla; pero jamás se trataba de fundar escuelas, de contener el estancamiento de la. propiedad, de fomentar el comercio, de proteger la industria, de explotar aguas, de repartir baldíos, de favorecer la agricultura, de remover en fin los mil y mil obstáculos que á la prosperidad local se oponían.

La instrucción de los regidores perpetuos era en verdad, muy limitada. Sin haber salido del país, salvo cortas excepciones, sin conocimientos prácticos ni teóricos sobre la ciencia de gobernar, creyendo que el mundo se limitaba al horizonte que abarcaba su vista, y persuadidos que las clases trabajadoras habían nacido exclusivamente para servirles en esta vida, no podían comprender el adelanto social, ni siquiera prepararlo con su iniciativa, limitándose á vegetar en el medio donde la Providencia los había colo-cado, aceptando lo presente, ignorando lo pasado, y creyendo que el porvenir seria in-definidamente la repetición de los actos de su monótona é inútil existencia.

La población entretanto, seguía mejorando por la fuerza misma de las circunstancias, y algunos de sus Gobernadores coloniales realizaban por vanidad obras útiles y necesarias. Entre éstos, D. Martín de Benavides se hizo célebre por el puente con que unió las dos orillas del Guiniguada, y en el cual se atrevió á inscribir su nombre, atentado que le valió un ruidoso proceso, del que al fin salió victorioso, no sin sufrir antes mil disgustos, que hubieran podido costarle el honor y la vida.

En este intervalo se había levantado en los Arenales de Triana, y en el sitio que ocupaba la ermita de la Concepción, un convento de monjas, bajo la advocación de San Bernardo, que el amigo de Cairasco, el fraile Frai Basilio de Peñalosa, calificador  del Santo Oficio, y sujeto muy respetado por su ciencia y virtudes, había conseguido fundar, después de reclutar su rebaño entre las doncellas más nobles y ricas de la población.

Ocupó el área de este convento una extensa. llanura con huertas, estanques, caserío dividida en barrios, iglesia, y vastas de pendencias, que hacían del piadoso establecimiento una Ciudad dentro de la misma Ciudad. Hubo, sin embargo, contradicciones respecto de la conveniencia de su instalación y consta, que al tratar este asunto en el Cabildo eclesiástico, cuyo consentimiento parece que era necesario, se opuso abiertamente el Arcediano D. Juan Salvago haciendo valer, entre otras, la razón de que este país era ocioso y amigo de comunicaciones, que podían traer perjudiciales costumbres para la juventud de fuera y dentro del convento. Prevaleció, empero, la opinión de Cairásco, que se declaró campeón de las monjas, rebatiendo con calor todos los argumentos de su adversario, y obteniendo la mayoría en la votación.

Las fortificaciones de la Ciudad habían mejorado considerablemente, con relación a. los medios de defensa entonces conocidos. Concluido el torreón de la Isleta, primera fortaleza del litoral de Las Palmas, se levantó, sobre un arrecife al norte de la Ciudad, otro torreón llamado de Santa Ana, y un reducto ó casamata al pié de la montaña de San Francisco, unidos ambos con una muralla, foso y empalizad a, cuyas obras dirigió el ingeniero Próspero Cazorla, acreditado profesor que envió con ese objeto el rey español Felipe II  y que se avecindó en Canaria, llegando á ser uno de sus regidores perpetuos.

Por el sur de la Ciudad se construyó también otro lienzo de muralla, que partiendo desde el reducto de Santa Isabel, subía hasta el lomo de San Juan, dejando abiertas dos puertas, que llamaron de los Reyes y San José. La primera de estas puertas conducía á la plazoleta del Quemadero donde se representaba siempre el último acto de los autos de fe.

La Catedral había cerrado los techos de su nave central, hasta el sitio donde hoy se encuentran los púlpitos, y la víspera del Córpus del año 1570 se principió a ce1ebrar en ella los divinos oficios. El palacio episcopal, bajo otra forma de la que hoy tiene, se fabricó en el último tercio del mismo siglo; y la población, con estas mejoras, presentó un aspecto menos miserable, y aumentó el número de sus vecinos.

Continuaba siendo el Cabildo eclesiástico, único depositario de la poca ilustración que el país poseía. Ya se estaba lejos de aquellos tiempos en que el Cabildo acordaba, que- «por cuanto en las personas del Canónigo Francisco Es pino y del Canónigo Juan Carrillo, y del Racionero Marcos Espino, por su poca edad, y ejercicio que en el estudio han tenido, hay el defecto de no saber leer; para cumplir con aquello á que están obligados al servicio de la Iglesia, para que más dignamente lleven la renta de 'Sus prebendas, se mandó que fuesen obligados á aprender gramática, leer y cantar, de manera. que desenvueltamente puedan hacerlo en el coro y en el altar, sopena de que entretanto no ganen más de la mitad de las distribuciones.»

Asimismo se mandó, «que mientras no sepan lo ya expresado, no puedan jugar dados ni naipes en sus casas, sino fuere los días de las Pascuas, y en tales días no jueguen con seglares, sopena por la primera vez de ocho días de su gruesa, y de un mes si reincidie
-ren»  Sin embargo, todavía en esa época y en otras posteriores, las correcciones y prescripciones de honestidad y buen vivir, abundan en sus actas.

Allí se encuentra la extraña prohibición de que los Señores capitulares, no salgan de noche á cantar y tañer vihuelas por las calles; otra al Sr. Chantre D. Luis del Corral para que vista honestamente no trayendo calzas de trama de aguja, jubón de tafetán colorado ni sombrero de pespunte.  Y otra para que el día de Inocentes no se hagan burlas en el coro, atándose ciertos objetos, que el decoro no permite nombrar.

Pero, lo repetimos, fuera de aquel centro, donde se agrupaban los que iban en su juventud á estudiar á Salamanca, Alcalá ó Granada, la ignorancia más completa in- vadía todas las clases. ¿,Qué podía esperarse de un pueblo, que en política creía haber venido nido al mundo á servir los caprichos de otro hombre, y en religión a humillarse ante un Ser, que solo parecía estar contento, cuando le ofrecían sangrientos holocaustos de carne humana? ¿ Qué esperanza podía abrigarse de que el nivel moral de ese pueblo se elevara? ¿De qué le servían  los precepto, del que había venido a derribar los ídolos del Paganismo, destruir la sensualidad y la crápula, y traernos la caridad y el amor al prójimo, si aun teníamos ídolos, corrupción, intransigencia y odio á muerte al que no pensara como nosotros?

El que entonces hubiera contemplado ese pueblo en su miseria y abyección, y no pensara, que para la humanidad son minutos los siglos, dudado hubiera de su porvenir.

Despertó, al fin; más, para expiar entre lágrimas y humillaciones impulsado, que quisiera borrar para siempre de su historia, y que será por mucho tiempo la rémora cons tante de su adelanto.”(Agustín Millares Torres; 1981)





No hay comentarios:

Publicar un comentario