sábado, 14 de noviembre de 2015

Una mujer revolucionaria






es capaz de sentir en lo más hondo,
cualquier injusticia
cometida contra cualquiera,
en cualquier parte del mundo.

Una mujer revolucionaria
se indigna con más frecuencia,
concibe preguntas todos los días,
grita más fuerte,
llora más alto,
desea con más ansias,
quiere más resuelta,
siente más profundo.

Una mujer revolucionaria sabe mirar mas allá
de la estética preconcebida
por las revistas de moda
y concursos de mercancías mujeriles,
porque es más femenina que las determinaciones del mercado.

Una mujer revolucionaria
sale a parir las jornadas
con sus botas de campaña,
el segundo sexo en su espalda,
la libertad en los labios,
las razones debajo de sus cabellos.

Una mujer revolucionaria
es más hermosa
que las muñecas de plástico,
más atractiva que los destellos de los fugaces reflectores,
más sensual que los caprichos tendenciales del momento.

Una mujer revolucionaria
huele a pólvora,
gases lacrimógenos,
tierra,
montaña,
río,
flores silvestres,
soles de inviernos,
ecos del jardín,
frutas del caribe.

Una mujer revolucionaria
siente más y gasta menos,
sonríe desde los huesos,
besa hasta el delirio,
se entrega sin equipajes de mano
ni reservas de divanes de cuero.

Una mujer revolucionaria
siempre está dispuesta al romance
sin importar la incitación
de los manuales de la familia
y los hogares prominentemente
seguros y a salvo.

Una mujer revolucionaria
hace el amor con el corazón
puesto al lado izquierdo de la cama
y su alma colgada sobre el dosel.

Una mujer revolucionaria
es el eslabón doblemente más alto
de la especie humana,
y no hacen falta
muchas más razones
para amarla
hasta la locura,
hasta el cosmos,
hasta la muerte,
hasta un millón de veces
más allá del infinito.

(Adal Hernández )
Publicado por María Gómez Díaz. Noviembre de 2015.

No hay comentarios:

Publicar un comentario