martes, 1 de marzo de 2016

HISTORIA DEL PUEBLO GUANCHE TOMO III



CAPITULO VIII

AÑO 1496

Errores del primer cronista. Nueva escasez de mantenimientos en el Real de Santa Cruz: solicítanlos infructuosamente en el mes de Marzo en Canaria y con éxito en Mayo del duque de Medina Sidonia. Tirantez insostenible entre nobles y siervos guanches. Trabajos políticos del general Lugo y su tratado secreto a fines de Junio con la nobleza liguera. Celebración el 25 de Julio de la paz de Los Realejos entre españoles y la nobleza liguera. Sublevación de los siervos ligueros.

Es difícil juzgar a ciertos autores como nuestro primer cronista fray Alonso de Espinosa, en ocasiones fuente de datos preciosos y en otras de verdaderas monstruosidades históricas. Tienen natural explicación sus errores por mala interpretación o ignorancia de los hechos, pero lo que no se explica es la omisión voluntaria de noticias porque contradicen sus afirmaciones; y decimos voluntarias, porque su obra ofrece pruebas de que sacó testimonios de los libros originales del Cabildo de La Laguna donde constan las noticias a que aludimos, que pasó por alto. Habríase de renunciar a la crítica y al análisis para ocultar la verdad de los acontecimientos, de conformarse con la especie de escamoteo del fraile dominico al período histórico tal vez más interesante de la conquista de Tenerife.
Dice el citado cronista refiriéndose a la batalla de La Victoria:

«Desde este día acobardaron los naturales y los nuestros conocieron ser ya la tierra suya; y recogiéndose algunos días en el Realejo aguardaron el designio del enemigo; y viendo que no acudía en escuadrón formado como solía, envió el Gobernador y capitanes algunos caballos y hombres ligeros a correr el campo; los cuales volviendo al Real y trayendo algunos prisioneros consigo dijeron que ya no había más que temer, porque en la batalla pasada habían puesto los naturales su buena o mala fortuna y así estaban de paz; y también porque no había casi gente, ni la hallaban con quien pelear por morirse todos de una pestilencial enfermedad, y así los hallaban de ciento en ciento muertos y comidos de perros. Estos perros eran unos zatos o gozques pequeños que llamaban cancha, que los naturales criaban, y como por la enfermedad se descuidaban de darles de comer, hallando carniza de cuerpos muertos tanto se encarniza ron en ellos que acometían a los vivos y los acababan; y así tenían por remedio de su desventura los naturales dormir sobre los árboles cuando caminaban por miedo de los perros. Fue tan grande la mortandad que hubo, que casi quedó la isla despoblada, habiendo más de quince mil personas de ella; y así a su salvo podían los españoles correrla sin mucha resistencia. Con questo estuvieron tres años en sujetarla, ganarla y apaciguarla; y tardaran mucho más, si la peste no fuera, por ser la gente della belicosa, temosa y escaldada».

Y seguidamente continúa en el capítulo X:

«Ya que el Gobernador y caballeros de la conquista vieron la tierra pacífica y quieta, que ya no tenían nececidad de andar con el cuidado de las armas, volvieron su estudio y diligencia en componerse a sí y ordenar modo de vivir tranquilo y sosegado y por leyes civiles y urbanos regidos con que lo adquirido se conservase; y así escogiendo para vivienda el lugar de La Laguna...».
Todo esto es inexacto, completamente gratuito y hasta de cierto sabor infantil que recuerda los cuentos de niños. Aparte de hallarse desmentido por todos los historiadores, incluso su coetáneo Viana, el relato es inverosímil. No hemos de comentarlo, pero ¿no es tan extraño como original de que los españoles ignoraran las fuerzas guanches cuando acababan de tener una batalla y podían avalorarlas? ¿No es asombroso que a los pocos días casi todos murieran a centenares de la modorra? ¿Acaso no es regocijante aquello de los perrillos acometiendo a los hombres y acabándolos, obligándolos a dormir sobre los árboles, cuando en todo caso tenían a su alcance millares y más millares de reses menores, completamente inofensivas y probablemente de carne más sabrosa. En conclusión, fray Alonso de Espinosa sale del paso dando un corte a los acontecimientos, para rendir la isla 9 ó fO meses antes de la fecha en que tuvo lugar.

Ya dijimos que después de permanecer el ejército español 9 días sobre el campo de batalla curando sus heridos, contramarchó al Real de Santa Cruz el 6 de Enero a donde llegó ese mismo día. No hay noticias de que realizara operaciones militares durante varios meses, pero es de presumir practicara reconocimientos ofensivos como acostumbraba de vez en cuando a lo largo de la trocha. Lo que sí se sabe es que no obstante los socorros de vituallas de los aliados güimareros, la escasez de víveres volvió a sentirse en el campamento; viéndose el general Lugo en la necesidad de solicitar a fines de Marzo subsidios a los proveedores de Canaria, que se los negaron en absoluto; y en situación tan apurada el mismo general de acuerdo con el Capitán Mayor Bartolomé Estupiñán, determinaron enviar en últimos de Abril a Alonso de la Peña al duque de Medina Sidonia para que los favoreciera. No fue sordo el general procer a la demanda, porque sin pérdida de tiempo les despachó un buque con 30 barriles de harina, 24 fanegas de garbanzos, 60 quintales de bizcocho, 20 toneles de vino y 80 arrobas de aceite, fondeando en Añaza la embarcación a fines de Mayo.

Mientras los castellanos como vemos pasaban grandes privaciones arbitrando por todas partes recursos, en otro orden de cosas no era menor el conflicto entre los guanches, pues la cuestión social planteada a la nobleza por los siervos se agudizó después de la batalla de La Victoria, en que ya al descubierto los curas babilones se pusieron a la cabeza de los descontentos villanos. Es indudable que cuantas noticias respecto al particular hemos podido recoger carecen de fijeza en los detalles, pues sólo hablan de que los siervos celebraban secretamente de noche sus conciliábulos, de que cometían en colectividad desmanes en venganza, robaban el ganado a los señores y asaltaban los aregüe-mes o depósitos del común para reintegrarse de lo que les detentaban, sin lograr los nobles descubrir a los malhechores; ofreciendo una concertada resistencia pasiva, hasta que concluyeron por no recatar sus pretensiones y declarar públicamente que antes de batirse contra los españoles habían de reconocerles sus derechos. Parece contribuyó a dar mayor pábulo al movimiento de la nobleza güimarera a los principios aristocráticos, que al ver perdida su nacionalidad, en su implacable odio a los taorinos establecieron un régimen de relativa igualdad que sirvió de pernicioso ejemplo.

Aparte de que las circunstancias en que se encontraba el pueblo de Güímar parecen abonar hasta los mayores extremos, prestan visos de veracidad a dicha revolución dos particulares: 1Q: Que de la isla, únicamente en el territorio que constituyó el reino de Güímar aunque no es general, existe la tradición de que «todos eran iguales del rey abajo», como si prevaleciera en la memoria de parte de sus deseen
Fotografía 1.—Relieves de Bencomo y Alonso Fdez. de Lugo, en la fachada de la iglesia de Ntra. Sra. de la Concepción, Realejo Bajo. (1)

dientes esta radical reforma de última hora; y 2°: Que el sistema de igualdad absoluta en que estaban organizados los alzados muchos años después de la conquista, se dice lo copiaron de los güimareros.

Sea lo que fuere, no obstante lo confusas y mal delineadas referencias, no es posible poner en duda la contienda moral entablada, que pronto confirmarán acontecimientos de vital importancia; como tampoco dejan dudas las tradiciones, por otro lado en armonía con los sucesos, a que siendo los ligueros los que se encontraban en acción por su lucha con los españoles, fue entre ellos donde primero se exteriorizó con caracteres alarmantes el choque de intereses de clases; llegando a tal punto las exigencias de los villanos y la indignación de los nobles, que convencidos éstos de lo insoluble del problema dentro de sus antiguas instituciones, concluyeron por enredarse en las tentadoras mallas tendidas por el general Lugo; que apareciendo inactivo durante seis meses en el Real de Santa Cruz manejó sin descanso los invisibles hilos de la intriga entre aquellos bárbaros tan apasionados como tozudos, hasta lograr el éxito más completo.

El resultado fue una conjura de la nobleza liguera a espaldas de los villanos y la celebración secreta a fines de Junio de las bases del tratado de paz de Los Realejos, según las cuales a cambio de hacerse los guanches cristianos y reconocer la soberanía de los Reyes Católicos, les garantizaba el general Lugo la libertad con igualdad de derechos y deberes que los españoles; compromisos que hay que reconocer cumplieron todos honradamente.

Establecido este concierto, el general Lugo movió su ejército en 30 de Junio sobre Taoro, a donde iba por primera vez llegando al siguiente día 1°. de Julio y sentando el Real en el hoy Realejo de Arriba; mientras las fuerzas de la Liga no tardaron en aparecer acampadas detrás de la estratégica e imponente sierra de Tigaiga, ignorándose, dado el estado de cosas, de qué medios se valieron los jefes para incorporarlas.

Permanecieron ambos ejércitos 20 ó más días en sus respectivas posiciones sin librar el menor encuentro, ni intentar el más pequeño reconocimiento; pues no se necesita ser muy sagaz para comprender los verdaderos peligros que corrían y por lo tanto las vacilaciones y temores de los conjurados para conducir engañada una parte del ejército, compuesta de hombres levantiscos y fanáticos por su patria. Mas de pronto en la amanecida del 24 de Julio el ejército liguero, fuerte más o menos en unos 3.000 hombres y mejor armados a la europea que en tiempos anteriores, abandonó su inexpugnable posición para acampar en el Realejo Bajo, como a tiro de espigarda de los castellanos. De aquí el nombre de Los Realejos que dieron lugar después al lugar de Taoro, en memoria de los dos Reales enemigos emplazados tan cerca. El día 24 se lo pasaron ambos ejércitos contemplándose como si se vieran por primera vez o temieran de embestirse.

Todo induce a la creencia de que los conjurados ligueros, de acuerdo con el general Lugo, situaron las fuerzas guanches para contar en caso necesario con las armas españolas. Atribuyendo los cronistas a una repentina determinación del rey de Taoro el hacerse cristiano y reconocer la soberanía de España, le ponen en boca una arenga patética y emocionante para convencer a sus guerreros de la conveniencia de someterse. Esto será muy poético pero contrario a la verdad histórica.

He aquí cómo refiere Viana tan importante suceso:

y víspera del día señalado que celebra la iglesia soberana de San Cristóbal, con el grueso ejército fue divisado del Real de España a la parte de abajo en un asiento cercano al suyo, cuando el claro día despuntaba y el sol en el Oriente su alegre luz comunicaba al mundo. Estaban los soldados de ambas partes los unos de los otros contemplando las fuerzas invencibles, la braveza, sin que ninguna parte pretendiese acometer ni dar batalla entonces, porque los españoles en su puesto estaban tan a punto y prevenidos, y tan fortificados, que quisieran que les acometiesen los contrarios allí do estaban todos tan acomodo, porque vieron traía el enemigo mayor poder de gente, y con las armas que nunca jamás tuvo; y esto mismo consideró Benytomo1, y conociendo tenerle gran ventaja los de España en el lugar do estaban: pretendía esperar que primero le embistiesen para provecho suyo, y con aquesto frente a frente estuvieron los Reales, sin escaramuzarse o combatirse todo aquel largo y caloroso día y todos se aperciben para darse al despuntar el día de la batalla».

Pero supone el poeta que mientras todos dormían sólo el rey de Taoro se entrega en la soledad de la noche a los más tristes pensamientos, que describe en un largo monólogo:
«Hame puesto fortuna en tal estado que del que tuvo en tiempo diferente, apenas me conozco, ya trocado, arruinado, y vencido aunque valiente, goce el cetro y corona el rey Fernando que al fin como es cristiano es digno y puede aplico a bien el mal que me sucede, y si el que tengo pierdo en ser cristiano».

Ya decidido a entregarse en la amanecida del día 25:
«Mandó juntar Benytomo entre los suyos, los grandes, y los nobles de su Estado y puesto en medio dellos les propone:

Yo no soy de parecer que le rindamos al gran poder de España la obediencia, que imposible será nos defendamos si agora como amigos los tratamos usará con nosotros de clemencia, y si aguardamos a quedar vencidos seréis como cautivos ofendidos. Paces quiero tratar si de ello os place y quedar todos libres os conceden, que si agora que es tiempo no se hace, cautivarnos después con razón pueden;

En este canto hace Viana una ligera alusión a los que rechazaron la paz:
las nuevas de las paces divúlgase en todos los distritos de la isla, algunos naturales que vivían en términos remotos y apartados,
arrogantes, altivos y rebeldes
negaban la obediencia a los de España,
como eran los deAdeje, los de Daute,
los de Icod, de Abona y otros muchos
de Anaga y de Tegueste, no queriendo
obedecer los unos a los otros,
ni guardar los mandatos de sus reyes,
que en bandos apartados se juntaron
con ánimos parciales y discordes,
y en riscos, valles, montes y espesuras
se apartaban huyendo del poblado
y por estar más bien fortificados».

Por lo transcrito reconoce Viana que no solamente condenaban la paz los demás reinos de la isla, sino muchos de los reinos de Taoro y Anaga, o sea, de los subditos de dos de los tres reyes que la concertaron con los españoles.

Las tradiciones que hemos recogido sobre este acontecimiento en los que fueron distintos reinos, puede sintetizarse:

«Que en ese día el rey de Taoro derriscó su honor por las fugas de Tigaiga, que era donde ajusticiaba a los criminales; y que en el momento de descubrirse el engaño, hubo un gran revuelo en el ejército guanche desgajándose en dos partes: una de los reyes con los nobles y pocos villanos que se entregaron a los españo les y la otra de villanos que se alejaron maldiciendo y llamando traidores y cobardes a sus reyes».

Los encaminados al Real castellano fueron fraternalmente acogidos con grandes manifestaciones de júbilo, reconociéndoles oficialmente el general las bases del tratado de paz que ya dimos a conocer. Es tradicional que desde el primer momento la amistad y mutua confianza entre españoles y guanches convenidos fue completa.

Cuanto al número de los que se acogieron del ejército al tratado se ignora; pero aunque carecemos de una cifra exacta que sirva de unidad de comparación, teniendo en cuenta entre otras circunstancias la proporcionalidad probable de nobles y villanos dadas las instituciones guanches, así como las medidas de precaución de los conjurados nobles reveladores de que no contaban con mayoría abrumadora, calculamos que muy poco más de la mitad se adhirió en la primera hora de la sorpresa.

Al siguiente día, 26 de Julio, se presentó en Taoro el rey Añaterve a felicitar a Lugo y a sus amigos los españoles, por los que fue muy agasajado. Tal vez era interesada la visita, si recordamos que desde los tiempos del Rey Grande su hijo el príncipe Gueton y varios proceres güimareros estaban detenidos en Taoro en calidad de rehenes.

NOTAS
1 Donde aparece el nombre de Benytomo pone Viana Bencomo, que rectificamos por las razones ya dichas.

ANOTACIÓN

(1) Medallones de la fachada de la iglesia de Ntra. Sra. de La Concepción del Realejo Bajo. Según la tradición, representan el perfil de Bencomo y de Alonso Fernández de Lugo.

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