martes, 1 de marzo de 2016

HISTORIA DEL PUELO GUANCHE TOMO III







ANEXO DOCUMENTAL N.° I




Fotografía ./.—Prebendado D. José Rodríguez-Moure, La Laguna.

(El Poema de Viana. Discurso del Sr. D. José Rodríguez Moure, leído en la velada literaria celebrada por el Ateneo de la Laguna en honor del insigne poeta, hijo de aquella ciudad.

Diario de Tenerife. Santa Cruz de Tenerife, 9 de Diciembre de 1905).
«Señores: generalmente hablando, a la condescendencia acostumbramos reputarla como virtud y, sin embargo, las más de las veces es un crimen manifiesto o, por lo menos, la pendiente que a él nos conduce.

En peligro de ser delincuente póneme en estos momentos una indiscreta condescendencia, porque tal vez, naturalmente, sin esfuerzo ni moción notable, tenga que vituperar lo que mi pobre inteligencia quizás no vea en su verdadera faz. Pero ¿cómo prescindo del propio modo de ser? ¿Dónde está el arte de plegarse a los convencionalismos para intentar aprenderlo? No; mejor será dejarlo en su propio lugar y de no perder el tiempo inútilmente; pues ya no estoy en edad de aprender desconocidos idiomas.

La delicada atención del presidente de esta culta sociedad, invitándome a tomar parte en esta velada, halagóme. La veneración que me inspira el cantor de las glorias de la insulana patria, atrájome como la luz al insecto, y mi docilidad siempre pronta a la sugestión de todo lo que para mi pueblo es grande y hermoso, rindió las pocas fuerzas del conocimiento del propio valer, y engañóme.

Ésta es, señores, la verdad de la situación en que me encuentro y, sin embargo de ser difícil, no creo decoroso el evitarla, ni hurtar el cuerpo al compromiso que pide la palabra empeñada, los aires purísi mos de la cuna querida y más que todo la honra del ilustre compatriota Antonio de Viana, que nunca podrá tener más lunar en su limpia fama, que el que yo le tome en boca llevado del amor y veneración que ha sabido inspirarme con la repetida lectura de su poema histórico.

Trescientos años cúmplese en el presente que allá, en las orillas del caudaloso Betis, apareció a la luz pública la primera historia de Canarias escrita por un canario en verso suelto y octava rima; trescientos años, que puesto en acción por la prensa el parto feliz de un ingenio, en alas del viento de la fama, tendió de uno a otro confín la historia de nuestro país, y dijo al mundo que las fuentes de nuestra tierra manaban leche, las peñas miel dulcísima y los campos canarios el sabroso néctar de los sacros dioses. ¡Ay! pero este acontecimiento cuya celebración acusaría amor a los lares, cultura y agradecimiento, pasa inadvertido para las Canarias y, lo que es más lamentable aún, para el propio Tenerife, a pesar de que de ella dijera el vate «que como hijo agradecido, más largamente antigüedad, grandeza, conquista y maravillas raras canta». ¿No lo veis? A los requerimientos, a los ruegos, ¿quién responde? Sólo unos pocos aficionados y esta pléyade de jóvenes, cuasi imberbes, que impulsados de un sentimiento espontáneo y nobilísimo se han levantado y recogiendo el guante salen a la palestra defendiendo el honor de la patria.
¿Para qué recargar más el cuadro? Dejemos que los muertos a todo sentimiento grande y bello entierren sus egoísmos, sordideces y epicúreas sonrisas, que son sus propios muertos.

¿Pero, estarán obsesionados los admiradores de Viana y su obra? ¿Será acaso su empeño un capricho de la fantasía? ¿Tendrá el poeta tinerfeño el mérito que se le supone? En una palabra; será épico su poema? Sí, señores. No hay obsesión por parte de los aficionados de Viana, ni sus alabanzas son meros caprichos de la exaltación, la obra del vate canario tiene mérito indiscutible y reconocido, y es una epopeya no desprovista de apreciables cualidades, si bien perseguida de la picara fortuna, como en vida lo fuera su ilustradísimo autor.

A probar, pues, que el poema de Viana es épico quiero encaminar mis esfuerzos, sin desconocer que temo no sea feliz en el éxito; pero esto nunca será porque me falta el convencimiento de que lo que defiendo es la verdad, que esto nunca podrá ser, sino que, careciendo de la ciencia y elocuencia necesarias, no acertaré a defenderlo con la lucidez que se merece: razones todas que me obligan a demandar vuestra benevolencia, por lo menos, en gracia de mi buen deseo.

Dice el retórico Blair que la definición más sencilla de la epopeya se puede dar diciendo: «es la relación de una empresa grande en forma poética», y añade que es tan buena a su sentir esta definición, que con ella se comprenden otros poemas, además de la Ilíada de Hornero, Eneida de Virgilio y la Jerusalén del Tasso, poemas épicos los más excelentes según la crítica; pues el excluir a otros de la categoría de epopeya por la sola razón de que no se sujetan a estos patrones o modelos, más que falta de los mismos poemas, es el efecto de una crítica pedante, nimia y quisquillosa.

Nadie dudará que el poema de nuestro Viana cae de lleno dentro de estos moldes generales, porque la conquista de Canarias, o más bien dicho de Tenerife, con la que se le puso sello, es un hecho grande que Viana refiere en forma poética; pero como el mismo Blair con los preceptistas asignan a la epopeya otras propiedades en detalle, que determinan, y por decirlo así, acotan la clase, bueno será sepamos cuáles son e indaguemos si Viana en su obra cumple con ellas, con más exactitud que otros poetas en las suyas celebradas, y, por tanto, se acerca más a los modelos.

Entre las primeras cualidades que el poema épico debe tener, cuéntase la unidad de acción, la grandeza del asunto que se canta y que el hecho sea interesante. Veamos si el poema que examinamos las reúne.

Nadie que haya leído la obra de Antonio de Viana dudará que su propósito fue cantar la conquista por las tropas españolas al mando de Alonso Fernández de Lugo, de la isla de Tenerife, su patria, y que a esta conquista, que puso sello a la de todo el archipiélago, reduce la acción épica; pues los dos primeros cantos de su poema, más que partes del mismo, son más bien preliminares o antecedentes de los que cree debe imponer al lector.

Esto sentado, en el poema la unidad de acción no puede ser más completa, porque además de ser uno el héroe en la personalidad de Lugo y uno el hecho de la conquista, uno también es el intento de los guanches en la defensa de la libertad y la patria amada, y uno el propósito de los españoles en reducir el último baluarte de la nación guanchinesca a la unidad de fe y dominación en el archipiélago.

¿Cuan inferiores son en este punto de unidad al poeta isleño Juan Rufo en su Austriada, Lope de Vega en su Jerusalén y el propio Ercilla en su Araucana, a pesar de ser el modelo de nuestro Viana en sentir del Sr. Menéndez Pelayo. El primero, por su propia confesión, corrobora nuestro aserto cuando dice de su trabajo que es: «una curiosidad escrita en verso, de materias difusas, en que intervinieron diversas personas, tiempos y lugares». Por sabido dejo de probar que el defecto principal de la Jerusalén Conquistada de Lope de Vega, es la falta de unidad por la larga duración de la acción que canta, y de Ercilla baste decir que uno de sus mayores lunares es la diversidad de sus héroes; pues es notorio los comienza con Valdivia y después de largas sucesiones los termina con Reynoso.

De la grandeza del asunto cantado por Viana ¿quién podrá dudar? La conquista de Tenerife fue el hecho de armas mayor que registra toda la del archipiélago; en su rendición se gastó más tiempo, más gente y más caudal que en ninguna de las seis restantes y su completa dominación dio a los reyes de Castilla título efectivo de reyes de Canarias; y si en la grandeza del hecho fluye naturalmente el interés del asunto, por demás está decir que el poema de Viana cumple también con estas condiciones de la epopeya.

Pero con lo dicho no terminan los cañones épicos de los preceptistas, ni el atildamiento de Viana en observarlos.

El episodio es tan natural a la epopeya, que sin él no la concibe Aristóteles. Además la acción ha de ser entera, es decir, ha de tener comienzo, medio y fin, éste ha de ser feliz, según cuasi unánime parecer de los maestros; el tiempo de la acción no debe ser muy largo, ni reciente la fecha del hecho que se canta; los caracteres, ya generales o particulares, deben estar bien delineados y movidos y, por último casi todos los críticos, y en especial los franceses, reclaman en la epopeya la intervención de seres sobrenaturales, los dioses, en una palabra, la máquina, y citan la sentencia de Petronio per ambages deorumque mi-nisteria proecipitandus est líber spiritus. Veamos ahora cómo se le da cumplida observancia en el poema de las Antigüedades de Canarias a estos preceptos.

Los episodios introducidos por el poeta isleño en su poema, tales como la aparición de la Candelaria y los amores de Dácil con Castillo, de Rosalva con Gueton y de Ruimán con Guacimara, son tan naturales dentro de la obra, respiran tal sencillez idílica, ponen tan de relieve la castidad amorosa, la santidad y firmeza de las promesas, que llevan a la medida todos y cada uno de los requisitos que a los episodios se le asignan dentro de la epopeya; pues no será más bello el de Andrómeca y Néstor y siempre serán más propios que el de Olindo y Sofronia, que refiere el Tasso, pudiendo igualar en oportunidad a las mejores; la acción tiene su comienzo en los preparativos a la conquista de Tenerife, su medio en la derrota de Acentejo y retirada del ejército invasor a Gran Canaria, y su fin, harto feliz por cierto, en la rendición de los Menceyes, pacificación de la Isla, y cimentación de la nueva sociedad con la fundación de la Capital.

Tampoco puede acusársele a Viana de que hizo objeto de su poema un hecho reciente; el lapso de una centuria bien lo justifica sobre Lucano y Voltaire.

Todos los caracteres que describe son hermosísimos, tanto los de los conquistadores cuanto los de los conquistados. La prudencia y valor de Lugo, la valentía de López Hernández de la Guerra, su desinterés y generosidad; la varonil belleza de Castillo; la jactancia de Diego Núñez; la disciplina y arrojo del ejército con la arrogancia de Hernando de Trujillo son partes para acreditarlo, si no tuviera quizás otros mayores entre los caracteres de los guanches; la figura justiciera, inteligente y arrogante de Bencomo, el rey taorino; la de Tinguaro, su hermano; de Sigoñe y otros varios, con las delicadísimas de Dácil y Rosalva y la pundonorosa de Gueton, son caracteres tan bien movidos, se destacan tanto, que bien pudiera un pintor sacarles el retrato.

Llegamos ya a la máquina, a la intervención de lo sobrenatural; pero para esto no perdamos de vista que habla un poeta eminentemente cristiano, fuera de cuya fe no le es lícito ir a buscar lo extraordinario; así vemos que la musa de Viana y a la que invoca con ardentísima como de canario pecho, es la propia Candelaria, la Virgen María, la patrona del archipiélago. Lo sobrenatural, pues, en este poema tiene que aparecer dentro de este marco cristiano. Así lo vemos que con la intervención del milagro salva las reliquias del ejército español en la rota de Acentejo; con un milagro de la Candelaria invocada por Dácil se rinde la furia vengativa de Bencomo y se salva Rosalva de muerte cruel y afrentosa.

La Nivaria pidiendo a la Fortuna la favorezca contra España y Marte concediendo a ésta la demanda; la furia Alíelo en sueños encendiendo la ira de Tinguaro, y la subida, también en sueños, de Lugo al Teide por las siete ninfas canarias o las siele islas en figura de doncellas, es máquina más que suficiente para un poema épico del siglo diez y siete, si no se quiere caer en la extravagancia de Camoens en esta parle, que présenla de un modo laslimoso a Cristo y a la Virgen inmaculada, en consorcio con Venus, Baco y oirás deidades paganas y a veces hasta en más inferior lugar que ésla.

Dice el señor Menéndez Pelayo que Ercilla fue el maestro de nuestro Viana. Yo respeto esta opinión, como todo lo que sale de labios tan autorizados; pero este respeto no obsta para que diga que tengo la creencia de que si bien Viana imitó a Ercilla, no por eso perdió de vista a Hornero en su Ilíada.

Viana, como Hornero, desde los primeros versos anuncia la acción que se propone cantar, compendiando por decirlo así, los sucesos que va a referir. El agorero Guañameñe pronosticando a Bencomo la venida de los españoles y la destrucción de su reino y corona, recuerdan la del augur Calcas aclarando al héroe de Hornero, Agamenón, la causa de la peste que diezmaba a los Aqueos; el sueño tomando la figura de Néstor y engañando al mismo Agamenón, trae a la memoria la furia Alleto irritando a Tinguaro. Hornero reseña las fuerzas de Aqueos y Troyanos, con los nombres de los capitanes que mandaban las partidas; Viana enumera la de españoles y guanches, con igual método y cita de sus jefes. En resumen será un engaño mío, pero mientras lo contrario no se pruebe, siempre creeré que Viana tuvo muy presente a la Ilíada al escribir su poema Antigüedades de las islas Afortunadas.

Ya he cansado bastante con este desaliñado trabajo, para que intente fijar la atención sobre las bellezas que atesora la obra de Viana: el público, si no las conoce por propio sabor, descansa tranquilo en dictámenes más autorizados que el mío, y es este otro de los motivos que creo me excusen de puntualizarlas. Sin embargo, no puedo menos de ceder a la tentación de indicar una sola, que quizás me enamora más por la idea de resignación que entraña, que por la belleza de la forma, aunque ésta es mucha: refiérome al lamento de Bencomo al decidirse a entregar sus dominios y señorío a Fernández de Lugo, cuando dice:

«7 acabe de Bencomo la memoria
pues se acabó del rey el cetro y gloria.
Mas ¡ ay ! querida patria que he de veros
sin libertad, sujeta y gobernada
con otras leyes y con otros fueros
o por mejor decir tiranizada.
¿Quién lo podrá sufrir? ¿Mas quién valeros?
¿Si Dios lo ordena así, si a Dios le agrada?
Baste; ¿a qué seguir oyendo el quejido de Bencomo?
¿Qué me resta, pues? Nada otra cosa más que invitare a Clío y Calíope para que, ayudadas de Euterpe y de todos los isleños coronemos con himnos y loores la memoria inmortal de Antonio de Viana. HE DICHO».

José Rodríguez Moure

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